
54
L E N A
La vida a veces te da golpes inesperados, según las personas es para hacerte más fuerte, yo no me sentía así, si algún día logré sobrellevar todo lo malo, hoy no puedo ni siquiera sostenerme ni a mi misma. Creé una Lena fuerte, una incapaz de romper o doblegar y de esa chica, hoy solo queda un cuerpo sin ganas, un alma que ya no está y un corazón partido en mil pedazos.
No quería ser fuerte, no tenía ganas de serlo, solo quería llorar, odio hacerlo, pero supuestamente es una manera de liberar todo lo que uno carga dentro suyo. Me veía mal, era solo un ser que lloraba y respiraba, ya no le encontraba el sentido a la vida misma, quizá para algunos decir eso sea un poco dramático, pero es lo que por ahora soy.
—Lena— Mamá se encontraba detrás mío. Su voz era suave, calmada como el agua del mar —Tienes que ir hija.
—No quiero— susurré, sacando una jarra con jugo del refrigerador.
—Tu presencia hará falta.
—No quiero— repetí, sirviendo el líquido dentro de un vaso.
—Lena— insistió.
—¡No quiero!— exploté —¿Es que acaso no puedes entenderlo? No quiero ir a ese lugar, odio el cementerio y lo sabes— mi pecho comenzó a doler y las lágrimas no tardaron en resbalar por mis mejillas. Lentamente fui cayendo al suelo hasta quedar echa una bolita —Quiero estar sola, quiero llorar en paz.
—Mi amor— acarició mi cabello —Sé que te duele, pero ya no hay vuelta atrás.
—¿Por qué tuvo que acabar así?— la miré con dolor, la misma mirada que ella me daba a mí —Iba...iba a darle otra oportunidad, quería comenzar de nuevo pero de una forma mejor— murmuré trémula —Quería ser otra chica, una novia mejor, hablarle sobre mis sentimientos para que ya no tuviera inseguridades— esnifé —Soy una idiota mamá, tuve un maldito año para demostrarle que lo quería y tuvo que morirse para que yo me diera cuenta de que nuestra relación estaba mal por mi maldita culpa. ¡Por mi estúpida forma de ser!.
Comencé a darle golpes al suelo, el dolor que sentía en mis puños era solo un cosquilleo a comparación de lo que sentía dentro mío, ese si era un dolor del cual jamás podría curarme.
—¡Basta!— mamá me detuvo llorando, desgarrándose por dentro. Tomó mi rostro y me hizo mirarla, aunque por los vidrios empañados de mis gafas solo veía borroso —Donde quiera que Jungkook esté, te aseguro que no está enojado contigo— me sonrió con melancolía —Ambos fueron una cura y salvación para el otro. A ese chico siempre le deberé el verte feliz y enamorada— me abrazó fuerte, igual que en la sala de terapia intensiva cuando ocurrió todo —Él no se fue enojado contigo, te lo aseguro. Y sobre tu comportamiento, él te amó así Lena, te escogió entre el montón de chicas porque vio en ti algo que jamás pudo encontrar en las demás.
—Duele mamá— sollocé y señalé mi pecho —Me duele demasiado aquí dentro. ¿Qué hago ahora?.
—Tú mejor que nadie sabes que ese dolor jamás se irá, pero aprendes a vivir con él.
Sé porque lo decía, aprendí a vivir con el dolor y el vacío que mi abuelo había dejado en mi vida, él al igual que el orangután fue una parte demasiado importante en mi vida, su partida me dolió demasiado y pensé que ya nunca iba a volver a lo mismo.
—Debes ir a despedirte de él, Lena.
—No quiero mamá, no quiero ir y ver como la tierra se traga a mi orangután, no lo soportaría.
—Está bien— respondió comprensiva—Pero algún día deberás ir y enfrentar la realidad.
Mamá depositó un beso en mi frente, la vi alejarse vestida de negro, parecía un déjà vu, esto mismo pasó cuando mi abuelo murió, la única diferencia es que en ese entonces yo era pequeña y me había escondido dentro de mi armario para no ir al cementerio. Me senté durante años fuera de mi casa esperando a que él volviera, hasta que entendí que su partida ya no tendría retorno y...simplemente crecí.
Vi a Jimin quedarse en la puerta de la cocina, me dedicó una pequeña sonrisa y luego se fue con papá y mamá. Sé que es algo detestable por parte mía no querer ir al cementerio, pero es que no puedo.
La distancia nos separó durante toda nuestra relación y ahora la vida nos separaba para siempre.
No soy tonta, sé perfectamente que todos nos tendremos que ir algún día, es la ley de la vida, nadie es para siempre, solo es que, a él le quedaba demasiado por vivir, conocer y experimentar y aunque no fuera a mi lado, yo no quería que todo acabará de esta forma tan horrible.
Me levanté del suelo y subí poco a poco las escaleras, me encerraría en mi habitación como hice desde ayer que salí del hospital, todavía no debían darme el alta, pero no quería quedarme ni un minuto más ahí, quería estar en mi casa y poder llorar tranquila sin que un maldito doctor me dijera lo que necesitaba.
Al entrar me tiré directo a mi cama, me abracé fuerte al orangután de peluche que había querido tirar pero que Irene guardo, se lo agradecí demasiado, si no lo hubiera hecho, ahora mismo no tendría nada con que recordarlo, aunque esto solo me golpeaba más. Quizá estaba siendo masoquista conmigo misma.
Cerré mis ojos por un instante, quería creer que todo esto solo era una pesadilla de la cual despertaría al abrirlos, pero no, era la realidad pura.
—Ratita— abrí mis ojos, era imposible. Jungkook no podía estar en mi habitación —Hola ratita.
—¿Orangután?— musité confundida. Estaba vestido todo de blanco, parecía demasiado real —Tú...tú no puedes estar aquí.
—En realidad si— sonrió. Su sonrisa, su perfecta sonrisa que tanto amaba —Ahora solo nos podremos ver en sueños.
Solté el muñeco y me lancé sobre él, me abrazó, sus brazos alrededor de mi cuerpo se sentían reales, todo parecía tan real que me daba miedo, pero aún así no quería despertar.
—Perdón— sus labios besaron mi mejilla. Escondí mi rostro en el hueco de su cuello, quería impregnar mis fosas nasales con su aroma —Perdón por no haberte demostrado lo mucho que te quería, sé que es tarde, pero...
—Yo siempre supe que me amabas, ratita— habló con tranquilidad —No tengo que perdonarte nada. Más bien tú deberías perdonarme por todo el daño que te hice al viajar por todo el mundo y no estar contigo.
—Ambos cometimos errores— lo miré —Quiero quedarme aquí contigo.
—No puedes— acarició mi rostro —Recuerda que me dijiste que ibas a vivir por los dos.
—Es que no puedo.
—Si puedes, ratita— besó la punta de mi nariz —Tú siempre has podido con todo.
—Pero es que ahora no me siento capaz.
Sus ojos seguían mirándome con dulzura, igual que siempre.
—Mi ratita tímida, mi pequeña Lena— corrió un mechón de mi cabello detrás de mi oreja —Sé que tienes miedo, pero yo sé que vas a levantarte de nuevo. Yo siempre estaré viéndote progresar— besó mi frente —Solo vine para decirte que te amo y eres el mejor desastre que la vida pudo poner en mi camino— sonreí —Esta será la última vez que nos veremos.
—¿Por qué?.
—Debes olvidarme, ratita. Tienes que ser feliz— negué frenéticamente —Sé que duele y es difícil, pero es lo mejor.
Tomó mi rostro con delicadeza como siempre lo hizo, me regaló una sonrisa cálida y unió nuestros labios con calma, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. De pronto los pedazos de mi corazón volvían a juntarse, algo dentro de mi volvía a tener ganas de seguir adelante.
Pero como todo lo bueno tiene su final, él se alejó de mí, se levantó de la cama y dándome una última sonrisa, mostrándome mi galaxia en sus ojos, caminó hacia la puerta, pero antes de abrirla se detuvo al oír mis palabras.
—Te amo, orangután apestoso.
Se volteó sonriente, tan arrogante como la primera vez que chocamos.
—Te amo, ratita insoportable.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro