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J U N G K O O K

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Sentía que la cabeza se me partía por la mitad, ni hablar de como me dolía el cuerpo, era como si hubiera dormido sobre una cama llena de clavos, cada extremidad, cada músculo, cada célula me punzaba. Los recuerdos de lo que pasó anoche no los tengo muy claros, lo último que me acuerdo es que salí de Olimpo y tuve una pequeña pelea con el que cuidaba los autos porque no me quería dar las llaves para conducir porque según él estaba demasiado ebrio.

Y si, lo admito, tomé como una bestia, pero necesitaba sacar toda la presión que llevaba sobre mis hombros, todos esos pensamientos que me estaban ahogando y tuve que recurrir al camino fácil: el alcohol.

Me sentía un idiota por no poder darle la cara a Lena luego de la escena estúpida de celos que le hice en la biblioteca, sus ojitos llorosos me rompen la mente y el corazón, me hacen pensar que soy la peor escoria del mundo, la ratita ha tenido que soportar tanto por el solo hecho de ser mi novia y yo no puedo hacer un esfuerzo por controlar mis impulsos.

Ni un puto mensaje fui capaz de enviarle, ella muchas veces dijo que quizá la nuestro algún día termine por su culpa, por su mal carácter y por la forma en que me trata, pero en realidad el que lo está jodiendo todo soy yo.

Luchaba con mis propios ojos, no quería abrirlos, pero estos hacían un gran esfuerzo para hacerlo.

Primero ví todo borroso, pero mi vista no tardó en aclararse, lo primero que divisé fue que no estaba en mi habitación, estaba en otra, la cual yo conocía más que bien, ahora el problema es ¿cómo demonios terminé en el cuarto de Lena?. No recuerdo nada, todo en mi mente pasa con imágenes borrosas y tengo un maldito rompecabezas al cual le hacen falta algunas partes.

Me levanto con dificultad logrando a penas poder sentarme en la cama, noté en mis brazos las múltiples banditas curativas que tenía pegadas, lo raro era que todas tenían un diseño diferente y muy infantil, la ropa que traía puesta no era mía, la camiseta estaba bien, era mía, la reconocía porque es una de las tantas que le he dejado a la ratita, pero el pantalón no me pertenecía, era demasiado corto.

Miré a mi izquierda, donde Lena debería estar, pero no, en su lugar había un tierno orangután de peluche que no sé si lo traje yo o es de la ratita.

La puerta de la habitación se abre y mi atención cae en ella, Lena ingresa al cuarto con una cara de muy pocos amigos, por lo general es su cara de siempre, pero hoy está aún peor. Quiero decir algo, pero me calló cuando ella me extiende un vaso de agua y abre un frasco con pastillas y me da dos, me las tomo de una y las paso con agua la cual estaba necesitando demasiado porque mi garganta se sentía seca.

—¿Cómo amaneciste spiderman?— pregunta, con los brazos cruzados y con su típico tono irónico.

—¿Cómo llegué aquí?— frunzo el ceño y siento como el dolor de cabeza desaparece.

—¿Tan rápido olvidaste tú espectacular show de Romeo en versión orangután y borracho?.

Ese tonito irónico hace que el dolor de cabeza vuelva y quiera asesinarla, pero por otra parte me hace pensar en lo que hice anoche, seguro no fue nada bueno para que ella me hable de esa forma.

—¿Qué hago en tu cuarto, en tu cama y con un orangután de peluche?— cuestiono, cada vez más confundido.

—Ah, por lo visto ya no te acuerdas de tu queridísimo amigo Jacinto.

Siento que me está tomando el pelo.

Tomo al orangután y lo miro fijamente tratando de recordar algo, pero solo consigo imágenes rara de mí abriéndolo de piernas.

—¿Por qué me duele todo el cuerpo? Siento como si me hubiera violado un equipo entero de jugadores de rugby— veo como aprieta sus labios para no reír y entrecierro mis ojos mirándola con recelo —¿Acaso te aprovechaste de mi estado de ebriedad para abusar de mi inocencia?.

—Por dios orangután, tú lo tendrás todo, pero la inocencia la perdiste cuando tu madre te parió— sonríe.

—Al parecer alguien amaneció muy chistosita— digo con énfasis.

—Pues no es mi culpa que tú hayas aparecido casi a media noche en mi patio, borracho y queriéndote hacer el Romeo escalando por la enredadera que crece en la pared— suelta y me siento un idiota con cada una de sus palabras —¿Por qué crees que tienes esas banditas en tu brazo? La enredadera no te aguantó y terminó rompiéndose.

—¿Y por las dudas no tenías otras banditas qué no fueran para una niña de tres años?— arqueo una ceja.

—Lo que faltaba— bufó —Encima que tuve el buen gesto de traerte aquí adentro para curarte, te pones a pedir cosas mejores. Pues perdóneme su alteza por no tener banditas que valgan millones de dólares— siseó con sarcasmo —Ahora que lo pienso, debí dejarte tirado en el patio, sin preocuparme si te moriste o no, al fin y al cabo no eres mi problema— se encogió de hombros.

«No eres mi problema» Quisiera decir que no me dolió, pero en realidad se sintió como si me hubieran apuñalado por todas partes y eso es muy poco para describir el dolor que estoy sintiendo.

—Siento mucho haberte dado tantos problemas, ya me iré— intenté levantarme, pero como me dolía todas las extremidades terminé en la misma posición de nuevo.

—En serio que eres tonto— gruñó —¿Qué no oíste que anoche te partiste todos los huesos?.

—Si, al igual que también oí que no soy tu problema— ataqué. Ella se quedó en silencio —Llama a Alex, dile que venga por mí.

—Y ahora tengo cara de sirvienta— ríe irónica.

Me cansé de su actitud, no me quedaba de otra que arreglarme por mí solo ya que por lo visto doña ironía no hará nada por mí. Busqué mi ropa desde la cama, pero no encontré nada, necesitaba mi teléfono.

—Tu ropa se está lavando, apestaba a alcohol y tu teléfono se partió en mil pedacitos así como tus huesos— comunicó.

—¿Y ahora qué se supone que haga?.

—No lo sé, utiliza tu gran inteligencia, esa misma que te hizo venir aquí anoche y hacer todas las tonterías que hiciste.

—Lena, basta de usar ese tono irónico— mascullé agobiado.

—Estás en mi casa, dentro de mi cuarto, usurpando mi cama, por lo tanto no tienes derecho a decirme como debo o no expresarme— aclaró con severidad.

—Eres una odiosa insoportable— ella me miró ofendida.

—Y tú un orangután estúpido.

—Por lo menos no parezco una vieja enojona.

Eso pareció hacerla enfurecer más, sus ojos se achinaron y su mandíbula se tensó, eso solo significaba una cosa, estaba furiosa, y yo no podía salir a correr ni nada porque me duele hasta el oído. Lena se tiró en la cama tomando una almohada con la cual comenzó a golpearme.

—¡Me duele todo el puto cuerpo, Lena!— protesté.

—¡Pues me alegro mucho!— comenzó a golpearme más fuerte —¡Eso te pasa por creerte indestructible y por tomar hasta que se te reviente el hígado!.

No sé cómo, pero en un momento logré quitarle la almohada y hacerla acostarse en la cama, tomé sus manos sujetándolas sobre su cabeza, parecía una bestia endemoniada, pero seguía siendo hermosa y sexy.

—Que linda eres— me mofé en su cara —Ahora no eres tan ruda, ratita.

—Suéltame— exigió, apretando los dientes.

—¿O qué vas a hacerme?— la provoqué, acercándome a sus labios.

Ella peleaba para soltarse, pero yo me había perdido en el deseo que tenía por probar sus boca, en un momento dejó de moverse y al igual que yo se concentró en mis labios, ambos nos deseábamos, eso estaba más que obvio.

—Lena, lo que pasó en la biblioteca...

—Solo cállate y bésame— demandó —Anoche me pediste perdón estando borracho y prometiste comenzar a confiar en mí.

—Lo haré, lo prometo— aseguré, viéndola directo a los ojos.

—Acciones, no palabras— acotó.

Asentí y terminé con la tortura de querer besarla, ella no se opuso, cuando le solté las manos apretó mi nuca con ellas, besándome con la misma pasión y hambre que yo tenía.

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