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𝐀 𝐋𝐀 𝐌𝐄𝐃𝐈𝐀𝐍𝐎𝐂𝐇𝐄


P.O.V DE SKYE●


•••••En algún lugar de la carretera 56•••••


Nunca me ha gustado manejar de noche. La carretera de pronto me parece demasiado estrecha. Las luces de los autos, que vienen en sentido contrario, me ponen nerviosa. Me aferro al timón con tanta fuerza que me terminan doliendo las patas.

<<Maldita sensación>>

Afortunadamente, todos habíamos aceptado turnarnos para manejar. Marshall estaba distraído en el asiento del copiloto, escuchando música con los audífonos para no despertar a Ella ni a Everest, que iban atrás, durmiendo juntas.

Estaba manejando despacio. La carretera 56, que lleva a Adventure City (donde se llevaría a cabo una gran fiesta para darle el último adiós a este grandísimo año), es sinuosa, montañosa y oscura. Pero lo que es peor es el precipicio que yace a un lado, un vacío que de noche parece infinito.

<<¡¿Por qué rayos no pudimos celebrar el Año Nuevo en Bahía Aventura?!>>

La carretera me parecía desierta. Hacía horas que habíamos pasado el último camión, y estaba mirando una y otra vez el reloj del salpicadero para poder cambiar de sitio con Marshall. Faltaban poco menos de dos horas para el Año Nuevo.

Acabábamos de pasar una subida muy empinada cuando empezó a llover. Era una lluvia torrencial. Las gotas golpeaban el parabrisas y el techo, y el sonido parecía hacer temblar la camioneta (rentada, además). No sé por qué, pero lo primero que pensé fue que Ella y Everest se despertarían por el ruido. Estaba a punto de decirle algo a Marshall cuando llegamos a una curva y, para mi sorpresa, me di cuenta de que los frenos no respondían.

A partir de ahí, todo sucedió muy rápido. Las plumillas subían y bajaban inútilmente, tratando de disipar la densidad del agua, pero no podía ver nada. Pude oír el ruido de los frenos chirriando y sentí cómo el timón temblaba en mis patas mientras la camioneta derrapaba en dirección hacia el abismo. Escuché a Marshall gritar, o eso creo, y seguí bombeando el freno, aunque supe que eso no serviría de nada. El movimiento me hizo soltar el timón y la camioneta comenzó a girar.

En esa milésima de segundo, lo primero que me vino a la mente fue la cantidad de accidentes que hay en Año Nuevo, y luego pensé que era yo quien iba manejando, y que sería yo quien nos matara a los cuatro, y que ninguno de nosotros lograría llegar a la medianoche por mi culpa. Entonces, chocamos con algo. Con mucha fuerza. Vi los vidrios estallando en miles de pedazos, y todo mi cuerpo pareció salir despedido hacia adelante. El cinturón me contuvo, pero mi cabeza chocó contra el tablero. Estuve consciente unos segundos más. Sentí la lluvia golpeándome la cara, me dolían muchísimo las patas delanteras. Al mismo tiempo, alguien trataba de decirme algo, pero todo me parecía lejano e irreal. Lo único que podía oír... lo único claro que podía percibir, era el sonido de unas campanas, repicando una y otra vez en la distancia.

.............

Cuando abrí los ojos, estaba fuera del auto, cobijada por la copa de un árbol, y casi no podía ver nada. Supe que no había pasado mucho rato. Ella y Marshall me miraban, preocupados. Marshall tenía algunos cortes en la cara, y sus ojos azules tenían un destello nervioso. Ella, por otro lado, lucía muy pálida. No parecía herida, pero la conocía desde hacía años y sabía que estaba asustada.

—Skye —dijo Marshall—. Skye, ¿estás bien?

Asentí despacio y me puso de pie. Todo me daba vueltas. Pocos pasos más allá, Everest estaba sentada, llorando.

—¿Qué pasó? —dije finalmente—. La lluvia... empezó tan de repente... ¿y las campanas?

Ella y Marshall se miraron, confusos.

—Skye, ¿de qué campanas hablas? ¿Estás segura de que estás bien?

Pero no respondí. En su lugar, me volví hacia mi derecha. Y en cuanto vi la camioneta, sentí un escalofrío.

<<Dios santo>>

No podía creer que no estuviéramos muertos. La camioneta estaba incrustada contra un árbol por la parte delantera, y en la oscuridad parecía una masa compacta, deforme e inservible.

Estábamos a varios metros de la carretera, en medio de lo que parecía ser un campo desierto.

—Perdón... —dije de pronto—, perdónenme, no quería...

—Cálmate —Ella me abrazó—. Estamos todos bien, de verdad.

—Amor, ven... —le dijo Marshall a Everest—, tenemos que decidir qué hacer.

Pasado un par de segundos, Everest se levantó y se acercó a nosotros. Marshall le abrazó y ella se aferró con fuerza.

—¿Ya llamaron a Ryder? —pregunté.

—No hay señal aquí —Ella lo negó con la cabeza—, es por culpa de las montañas. Nuestras placas ya no funcionan.

—Pues en ese caso... —comenzó a decir Everest—, tenemos que esperar a que pase alguien. Alguien tiene que pasar.

—No sé, antes del choque hacía rato que no veía otro auto en la carretera —dije.

—Podemos ir ahí —sugirió Marshall.

Tuve que hacer un esfuerzo para ver hacia dónde señalaba mi amigo moteado. Al cabo de un momento, pude distinguir una construcción a una cierta distancia de dónde estábamos. Me tomó unos instantes más darme cuenta de que en su parte más alta se alzaba una cruz.

—Una iglesia —dije—. Podría haber alguien, quizá tengan un teléfono o algo.

¡Tenemos que quedarnos aquí hasta que alguien pase! —exclamó Everest—. ¿Y si no hay nadie allá? ¿Y si pasa un auto y lo perdemos?

Tenemos que tratar —le dijo Marshall en un tono sereno—. Aunque no haya nadie, al menos tendremos un techo para protegernos de la lluvia.

Tomó un rato más convencer a Everest, pero al final lo logramos. A continuación, nos encaminamos hasta la iglesia. Fue una marcha lenta. La lluvia había convertido el suelo en barro y apenas si podíamos ver. Habíamos sacado las mochilas de la camioneta y las llevábamos con nosotros. En ese momento, a mitad del trayecto, una idea pasó por mi mente.

<<Nuestras linternas>>

Abrí mi mochila y me puse a rebuscar en su interior. Hallé lo que buscaba. Desafortunadamente, la única linterna que tenía batería era la de Everest. Una vez que la encendimos, y luego de que la husky la cogiera con la garra metálica que sobresalía de su mochila, nos encaminamos nuevamente. Durante aquel recorrido, me percaté de que Marshall se había lastimado la pata trasera/derecha y, aunque nos aseguraba que estaba bien, de vez en cuando se le escapaba un gruñido de dolor.

<<Igualito a Chase. Siempre haciéndose el valiente>>

Tuvimos que estar casi a las puertas de la iglesia antes de poder verla en detalle. Era una construcción antigua y precaria. Estaba pintada de algún color oscuro, y era angosta y larga. A ambos lados de la construcción, a una altura de unos 6 metros, había un par de ventanales, cuyas imágenes no pude distinguir en la oscuridad. Hacia lo alto se alzaba un antiguo campanario y, sobre él, una cruz de madera se mecía ligeramente con el viento.

La única entrada era una puerta de madera pequeña, abierta de par en par. No se veían ni una luz adentro. Entramos. Everest iluminó de un lado a otro con la linterna.

—¡Hola! —gritó Marshall, pero nadie respondió. Solo se escuchaba la lluvia.

Hay velas —dijo Everest, iluminando hacia ambos lados del lugar.

El salón tenía dos hileras de bancas mirando en dirección al altar. A ambos lados había soportes colgados en las paredes y, sobre ellos, yacían velas de diferentes tamaños. Las paredes tenían soportes de adobe, pero el piso era de madera.

Vamos a prenderlas —dijo Marshall, mientras sacaba de su bolsillo un encendedor metálico—. Al menos podemos ver algo más así.

Tuvimos que guiarnos a oscuras por los lados de las bancas. Marshall usó su encendedor para prender un par de velas y las repartió entre los cuatro, Al finalizar, tras coger las velas con las garras metálicas de nuestras respectivas mochilas, nos dividimos por ambos lados del lugar. Marshall fue con Everest, y Ella conmigo.

En un momento, Ella y yo estuvimos apunto de caer tras pisar una tabla que parecía dispuesta a ceder bajo nuestro peso.

Para cuando terminamos, pudimos distinguir mejor el lugar en el que nos encontrábamos. A juzgar por la cantidad de polvo, la iglesia parecía abandonada. El altar estaba vacío, solo era un taburete frío que se alzaba detrás de un par de peldaños y, detrás de este, había una cruz metálica cubierta de oxido. Pero fuera de esto, no había ningún objeto religioso. Era solo una enorme iglesia desierta, completamente vacía salvo por las bancas y las velas (que se extendían a todo lo largo del lugar hacia ambos lados). No parecía haber ninguna otra habitación, solo la nave principal de la iglesia y la puerta por la que habíamos entrado. Hacia lo alto se alzaban los ventanales que habíamos visto desde fuera, inalcanzables para cualquier persona y/o cachorro, pero estaban cubiertos por tablas de madera que hubieran impedido el paso de la luz si hubiera sido de día.

—¿Por qué habrán tapado los ventanales? —inquirí.

Este lugar está abandonado desde hacía tiempo —respondió Ella, mientras seguía caminando—. Quién sabe quién hizo eso o hace cuánto.

El lugar me parecía lúgubre y siniestro, iluminado solo por la luz tenue de las velas. Everest y Marshall habían dejado sus cosas cerca de la puerta y conversaban de algo. Ella, por su parte, me miraba desde el otro lado de la iglesia, con un gesto de preocupación.

Este lugar no me gusta —admitió—. Debimos quedarnos en la carretera. Algo no está bien.

Es... es mejor que estar en la lluvia —dije no muy convencida.

Ella iba a decir algo, pero en ese momento Marshall nos llamó. Sonreía de oreja a oreja.

Falta poco para las doce —comenzó a decir, mientras buscaba algo en su mochila—. Es muy probable que tengamos que pasar la noche aquí, con esta lluvia y sin luz. Así que, ¿por qué no divertimos pese a todo?

Tras decir eso, alzó al aire una botella de Jugo de Manzana (un regalo del Granjero Al). Ella se rió ligeramente, pero Everest le miró serio.

Estás bromeando, ¿no?

—Amor, evidentemente no vamos a llegar a la fiesta de Adventure City, y es obvio que no podemos pedir ayuda. ¿Por qué no pasarla bien igual?

Everest no daba crédito a lo que oía.

—¡No quiero quedarme aquí! ¡No quiero pasar aquí el año nuevo!

Everest... —dijo Ella—. Ya pasó, ¿qué quieres que hagamos? Al menos así no va a ser una completa pérdida.

Marshall abrió la botella. A la par, sacó un par de cuencos hondos de su mochila.

Además, faltan 10 minutos —dijo el cachorro moteado tras lanzar una rápida mirada al pequeño reloj situado en la parte superior de la placa de Everest. Luego, procedió a servir el jugo en los platos—. Y no creo que a ninguno de nosotros nos venga mal tomar un poco.

Everest le echó una mirada furiosa. Musitó algo en susurro. Caminó hasta dónde estaban las mochilas, agarró sus cosas y se fue a sentar al otro lado de la iglesia. Marshall no sé inmutó. Con su nariz, acercó uno de los platos hacia mí.

—Dale, Skye. Hay que empezar bien el año.

Suspiré y bebí aquel líquido. El jugo de manzana se había mantenido frío gracias al clima de la montaña. El sabor me hizo sentir ligeramente mejor. Entonces, miré a Ella. Y mientras la Golden Retriever tomaba, advertí que Marshall se sentó en una banca cercana.

No está tan mal —dijo él, observando a los alrededores—. Un poco de música y listo, como si fuera una fiesta privada.

—¿Cuánto falta? —preguntó Ella, más animada.

Marshall miró la placa de Ella.

Cinco minutos —contestó.

Por mi parte, volví a mirar a Everest. Nos observaba desde el lugar donde se había sentado, entre molesta y decepcionada.

Marshall —dije en voz baja—, deberías hablar con ella.

Pero, ¿qué quiere que haga?

No seas así. ¿No ves que está asustada? Casi nos matamos.

Marshall guardó silencio. Y suspiró.

—Ya, ya, tienes razón, como siempre.

El dálmata se puso de pie y Ella se quedó a mi lado. Pasaron unos minutos más hasta que Everest finalmente volvió con Marshall, tomados de las patas. No sonreía, pero al menos se le veía más tranquila.

Bueno, ahora si falta poco, ¿listas para contar? —dijo Marshall con cierto tono feliz. Movía la cola sin parar—. Un momento... —chequeó el reloj de la placa de Everest—. ¡Comienza la cuenta regresiva! Diez, nueve..., ocho...

En ese momento me pareció oír algo: Un sonido entrecortado y ronco, pero apenas audible.

—¿Escucharon...?

Marshall siguió con el conteo.

—... cinco, cuatro, tres...

Sentí un escalofrío, como si la temperatura hubiera bajado de repente.

—... dos, uno... ¡Cero! ¡Feliz...!

Pero no pude terminar de escuchar lo que dijo. En esa fracción de segundo, las campanas empezaron a sonar sobre nosotros. Repicaban con una fuerza casi hiriente, y hacían que toda la iglesia temblara.

Me recosté en el suelo y me llevé las patas a los oídos.

<<Se supone que este lugar está abandonado —pensé—. ¡¿Quién fue el que hizo sonar las campanas?!>>

Para extrañar aún más las cosas, una ráfaga de viento violentísima golpeó la habitación. Las velas se apagaron por completo, y solo quedó la oscuridad y el tañido insoportable de las campanas. Me pareció escuchar a Ella gritando a mi lado, pero casi no puede distinguirlo. Cuando sonaron las doce campanadas, todo quedó en silencio.

—¿Están bien? —preguntó Marshall.

—Sí —respondió Ella entre jadeos. Tenía una pata sobre su pecho—. ¿A-Alguien podría iluminarnos?

Marshall sacó su encendedor. La luz era bastante baja.

—Evi, pásame la linterna —dijo. No se oyó respuesta alguna—. ¿Evi?

Marshall iluminó a su lado con el encendedor. Pero no había nadie ahí. Caminó unos pasos más, pero Everest no estaba.

—¿Everest? ¿Dónde estás?

Ella soltó un ladrido, y su placa se encendió. Un claro intento de alumbrar un poco. Me limité a hacer lo mismo. Pero la luz tenue apenas nos permitía ver lo que teníamos delante.

—¡Everest! —gritó Ella—. ¿Estás bien?

—¡No la veo!

Marshall se tambaleó entre la oscuridad hasta que llegó a un rincón. Empezó a prender unas velas. Su desesperación era claramente notable.

—¡Rápido! —exclamó—. ¡Préndanlas! ¡Necesitamos luz! ¡Everest!

Ella, con ayuda de su garra metálica, cogió una vela y procedió a encender el resto. Me apresuré en hacer lo mismo. En menos de 2 minutos, prendimos todas las velas nuevamente. Para cuando se hizo la luz, descubrimos que Everest ya no estaba ahí.

—¿Crees que haya salido? —preguntó Ella.

—No, ella me dijo que estaba bien, le expliqué que teníamos que quedarnos y entendió —contestó Marshall, tratando de mantener la calma. Por consiguiente, y tras pensárselo dos veces, corrió hacia la puerta.

La buscamos fuera de la iglesia durante un largo rato, pero no encontramos rastro alguno de la husky. La oscuridad y la lluvia no nos dejaban ver nada, y sin la linterna de Everest no podíamos alejarnos mucho más del lugar.

Después de varios minutos volvimos a buscar adentro. Ella gritaba su nombre a cada momento y Marshall daba vueltas, desesperado, pateando las bancas y maldiciendo en voz alta.

—No puede ser, esto no puede ser —decía Marshall, con un tono evidentemente angustioso—. Fue solo momento, fue un instante. No se hubiera ido sola.

—Tampoco está su mochila —dije yo.

—Ella la tenía encima —aclaró Marshall.

—Tengo miedo —dijo Ella, con la voz alta entrecortada—. Marshall, tal vez tenía razón, tal vez deberíamos irnos, este lugar tiene algo...

—¿Irnos? ¡¿Y dejarla?! Everest sabe que estamos aquí, es el único lugar donde nos buscaría.

Se produjo un silencio de sepulcro. No sabía bien qué pensar. Ella empezó a llorar y Marshall continuaba ofuscado, mirando hacia todos lados, como si Everest fuera aparecer de pronto en medio de la iglesia.

Tras dejar mi mochila junto a la de Marshall, empecé a caminar nuevamente por el lugar. Pensé que quizá había pasado algo por alto y me puse a mirar con atención a un lado de las bancas, detrás de las velas que había encendido. Caminé en dirección al altar, donde la luz ya no llegaba tan bien. Estaba a mitad de camino cuando sentí que el piso cedía a mis patas.

<<Maldición...>>

Recordé demasiado tarde las tablas que Ella y yo habíamos evitado la primera vez que encendimos las velas.

Caí de espaldas contra un suelo duro y sentí que el aire me abandonaba. Traté de gritar, pero apenas si pude emitir un sonido. Permanecí con el hocico abierto, tratando de atrapar bocanadas de aire. Podía oírme mientras luchaba por respirar. Mientras estaba ahí, echada sobre mi lomo, un hedor espantoso me llegó de golpe y, por un instante, pensé que iba desmayarme.

...............

—¡Skye! —escuché desde arriba—. ¿Estás bien? ¡Skye, contéstame!

Me senté y traté de relajarme. Pasado un par de segundos, pude volver a respirar con normalidad. Desde arriba, Marshall y Ella me miraban, angustiados.

—Estoy... bien —dije al fin.

—Tenemos que sacarte de ahí.

Asentí.

Marshall miraba alrededor, como si buscara algo que nos ayudara. Me dispuse a hacer lo mismo. Estaba en una especie de sótano. Era una habitación muy pequeña, húmeda y helada. El piso era de madera, y las paredes de piedra. La única luz que tenía llegaba desde arriba, de las velas de la iglesia. Sin embargo, el cuarto era tan pequeño que eso era suficiente para ver algunos detalles. Había estantes a cada lado, y en ellos yacían frascos de muchas formas y tamaños. También vasijas y cofres pequeños. Frente a mí había una mesita pequeña.

—Ella..., Marshall... —dije—, ¿creen que puedan pasarme una vela?

—Ten esto —dijo Marshall. A continuación, me lanzó su encendedor.

—¿Qué hay ahí? —preguntó Ella.

—Es... no sé. Parece un depósito. Apesta —dije.

—Sí —convino la Golden Retriever—, lo huelo hasta aquí.

Caminé por el cuarto. Miré los frascos. Algunos tenían líquidos, otros contenían polvos u otro tipo de sustancias.

Luego, empecé a abrir los cofres. En los primeros que encontré había raíces y hierbas. Pero conforme iba buscando en los estantes de más abajo, encontraba cosas extrañas; como trenzas de cabello y huesos de animales. En una había pequeños objetos amarillentos, que parecían ser dientes humanos.

<<¿Qué hace esto en una iglesia?>>

Revisé otra estantería. Había más cofres y un libro. Éste último estaba en pésimas condiciones, y tenía garabatos sin sentido, pintados con rojo en casi todas las páginas.

<<No le hubiera entendido de todas formas —pensé—. Está en latín>>.

Sobre la tapa, y con grandes letras de color negro, se leía lo siguiente: "Malleus Maleficarum". Y bajo el título, alguien había dibujado una especie de sol, como un asterisco cuyos extremos se unían por un círculo perfecto, de manera que la figura quedaba dividida en ocho secciones iguales.

Estaba tratando de examinar mejor el libro cuando, algo en la pared, llamó mi atención. Acerqué el encendedor y me di cuenta de que había marcas en ella: Rayas verticales, una lado de la otra, como si alguien estuviera contando algo. Miré a todos lados. Las cuatro paredes tenían marcas. Había cientos de ellas, distribuidas en todo el cuarto.

—¿Skye? —dijo Marshall, desde arriba—. ¿Todo bien?

—Sí —contesté, volviendo a la realidad—. Hay una mesa, creo que puedo usar esto... Dame un minuto.

Con dificultad, arrastré la mesa hasta el lugar donde había quedado el agujero sobre mí. Al hacerlo, noté que, en el piso, donde había estado colocada, quedaban expuestos unas manchas informes en torno a una especie de rectángulo.

Me aseguré de que la mesa estuviera bien colocada. Me paré sobre ella y alcé las patas. Marshall se estiró lo más que pudo y me ayudó a subir, mientras Ella le sujetaba.

—Listo —dijo jadeante, una vez que estuve arriba. Se volvió hacia mí—. ¿Estás bien?

—Sí —le respondí—. Perdí el aire cuando me caí, pero estoy bien ahora. Había... cosas muy extrañas allá abajo.

—Voy a traer agua —dijo Marshall, alejándose hacia unos bancos.

—¿Qué hay allá abajo? —preguntó Ella—. Parece un...

Pero en ese momento, las campanas volvieron a sonar. Fue un solo tañido esta vez, pero aún así, hizo temblar todo y el sonido inundó la iglesia por completo. Una vez más sentimos la ráfaga de viento, y las velas se apagaron, la oscuridad lo cubrió todo. Pero esta vez, oímos con claridad el grito. Un sonido desgarrador y espantoso, lleno de dolor y terror, que parecía prolongarse entre la tiniebla, que flotaba a nuestro alrededor como si viniera de todas partes a la vez. Pero lo más terrible, era que conocía esa voz: era Marshall.

Todo se detuvo de golpe, el grito, las campanas, el viento. Ella había empezado a llorar como en un ataque de histeria. La oía a mi costado, gritando una y otra vez entre sollozos:

—¡No! ¡No! ¡Marshall! ¡Marshall!

Me levanté. Me acerqué y traté de levantar a la Golden Retriever. Pero no podía. Ella temblaba tanto que ni siquiera parecía poder mover sus patas. Saqué el encendedor de mi bolsillo y traté de iluminar a mi alrededor.

—¡Marshall! —grité, tratando de disimular el miedo en mi voz. Pero no lo conseguí.

Me di cuenta, al mirar la llama en mi pata, que yo también estaba temblando. Cerré los ojos un instante, tomé aire y me volví hacia Ella. Le puse una pata en el rostro y le miré a los ojos.

—Tienes que ayudarme —le dije, mientras le limpiaba las lágrimas—. Tenemos que ver si Marshall está bien. No puedo hacerlo sola.

Lentamente, Ella asintió. E hizo un esfuerzo por serenarse. Aún así, le tomó varios minutos ponerse de pie. Cuando finalmente lo hizo, prendí una vela y se la di. Ella la cogió con la garra metálica de su mochila.

Ambas caminamos hacia el lugar de donde había venido el grito de Marshall. Tenía que caminar despacio, pues Ella parecía arrastrar las patas a cada paso, como si estuviera insegura de poder moverse más rápido que eso.

<<No la culpo>>

Finalmente llegamos cerca del lugar donde estaban nuestras cosas. Tratamos de distinguir algo con la poca luz que teníamos, pero no había nada, ni siquiera un rastro.

—Sus cosas siguen aquí —dijo Ella, señalando las dos mochilas junto a la puerta.

—Y el agua, el agua que estaba buscando... creo que no llegó hasta aquí.

—Skye, te lo suplico, vámonos de este lugar.

—Está bien, Ella. Está bien... —dije, mientras caminábamos hacia la puerta—. Tenemos que buscar un poco más. Podemos buscar afuera si quieres, quizás...

Pero en ese momento, me detuve en seco. La luz acababa de llegar hasta donde estaba la puerta, pero estaba cerrada. Había una enorme <<X>> roja pintada sobre ella.

—¡No! —gritó Ella, abalanzándose sobre la puerta y tirando de ella con todas sus fuerzas. Me acerqué a ayudarla, pero no pudimos ni siquiera moverla—. ¡Quiero salir! —gritaba Ella—. ¡Quiero salir!

Vamos a prender más velas, tenemos muy poca luz —le dije, tratando de tranquilizarla un poco—. Vamos, vamos a pensar tranquilas, tiene que haber una manera de salir.

Ella sollozaba mientras caminaba a mi lado, pero me ayudó. El lugar se volvió a iluminar, pero seguía sin haber nada distinto, nada que nos diera una sola pista de lo que estaba pasando.

Después de un rato de pasearnos por la iglesia, volvimos hacia el lugar donde estaban las mochilas, cerca de la puerta, y nos sentamos en la banca más cercana. Luego, miré la placa de Ella y consulté la hora.

—Falta media hora.

—¿Qué? —preguntó Ella.

Hubo una breve momento de silencio. Trataba de elegir con cuidado mis siguientes palabras.

—Esto... lo que sea que esté pasando —comencé a explicar—, está pasando cada vez que suenan las campanas, cada hora.

—¿Pero qué es? ¿Quién está haciendo esto?

Negué con la cabeza

—Tenemos que salir de aquí —agregué—. Tiene que haber una forma. Tenemos que pensar, Ella

—No quiero morir, Skye —dijo la Golden Retriever de repente—. Marshall está muerto. Everest está muerta. Lo sé. No quiero morir, ¡no quiero!

—No digas eso —le dije casi al instante, mientras le abrazaba—. No digas eso. Ellos están bien, vas a ver que sí. Y nosotras vamos a estar bien. No te va a pasar nada. Vamos a salir de aquí. Pero tenemos que buscar. Tenemos que encontrar una salida.

Ella asintió y ambas nos paramos. Intentamos nuevamente con la puerta, pero no había cambiado nada. Los ventanales estaban muy por encima de nosotras, y no había manera de llegar hasta ahí.

—Aunque llegáramos... —dije, cuando estuvimos analizando esa posibilidad—, había tablas sellándolas por fuera, ¿recuerdas?

Buscamos en cada pared y cerca del altar.

—Tiene que haber una salida, tiene que haber otra habitación, algo tiene que haber —repetía en voz alta mientras buscábamos.

—¿Y allá abajo? —inquirió Ella—. ¿En el lugar dónde caíste?

—No había nada, era como un sótano. Había frascos y cofres. Y marcas raras en las paredes...... —respondí. A la par, sentí un breve escalofrío—. Pero no había ninguna salida. Y si bajamos ahí, esta vez no vamos a poder subir.

—Podemos tratar de romper la puerta —dijo Ella—. Podemos usar una de las bancas, tratar de golpearla para que ceda.

No me negué a rechazar dicha idea. Sin embargo, fue inútil. La banca pesaba demasiado para las dos, y no pudimos dar más de un golpe. Aún así, la puerta no se movía. Cuando la examiné más de cerca me di cuenta de que no era una puerta maciza, ni tan ancha como para que estuviera cerrada de esa manera. La madera parecía vieja, y las bisagras se veían oxidadas.

—Faltan dos minutos —dijo Ella de pronto, tras consultar la hora en mi placa. Su rostro expresaba pavor.

—Quizá estoy en un error —comenté—. Quizá esta vez pase nada.

Ella asintió. Me tomó de la pata con fuerza.

—Vamos a sentarnos —dije—. No me sueltes, por favor. Tenemos que quedarnos juntas pase lo que pase.

Ella empezó a sollozar nuevamente, pero asintió. Esperamos sentadas unos instantes. Luego, algo me vino a la mente.

—El viento —dije—, el viento tiene que entrar por la puerta. Si vuelve a ocurrir... la puerta va a tener que abrirse, ¡tiene que abrirse!

Ella me miró por un momento, esperanzada.

—¿Tú crees?

—¡Tiene que ser!

En ese momento, volví a oír el sonido que había oído la primera vez antes de que empezara todo. Pero fue más fuerte y más claro. Era un resoplido entrecortado, como un estertor o un bufido. Traté de mirar alrededor buscando el origen del sonido, pero en ese momento, todo ocurrió de nuevo.

Sujeté fuertemente la pata de Ella. A la par, nos levantamos, esperando a que la puerta se abriese para abalanzarnos sobre ella. Las campanas sonaron dos veces, el viento inundó la iglesia y las velas se apagaron, pero las puertas permanecieron cerradas.

<<¡No! —pensé—. ¡Es imposible!>>

Me volteé para ver si Ella pensaba lo mismo que yo, pero en ese momento me di cuenta de que su pata ya no estaba aferrada a la mía. Ni siquiera supe en qué momento se soltó. Al igual que mis dos amigos, Ella había desaparecido.

—¡Ella! —grité, mientras el sonido de la segunda campanada empezaba a desaparecer. Pero la aludida ya no estaba ahí. Me pareció ver, entre las sombras, un movimiento brusco a unos cuántos metros de mí, hacia mi derecha.

Saqué el encendedor de mi bolsillo y caminé en esa dirección.

—¡Ella! —grité.

Me acerqué lo más que pude, pero casi vuelvo a caer en el hueco que llevaba a esa habitación subterránea. No tenía sentido caminar en medio de la oscuridad ayudada solo por un encendedor. Prendí un par de velas lo más rápido que pude, pero luego me inundó una sensación de desasosiego terrible.

<<Ella ya no estaba ahí>>.

Lo supe como una certeza irremediable, cómo si la hubiera visto perderse delante de mí para siempre. Sentí el ardor en mis ojos, las lágrimas que brotaban. Apreté los dientes y me di cuenta, por primera vez desde que habían sonado esas últimas campanadas, de que estaba sola. Y de que, muy probablemente, iba a morir. Una extraña desesperación se apoderó de mí. Ya no había nadie a mi alrededor, nadie por quién ser fuerte, nadie a quien tratar de calmar. Solo estaba la oscuridad, la certidumbre de que el tiempo corría y de que algo más poderoso que yo (algo que no podía terminar de comprender), me acechaba desde los rincones de esa iglesia.

Luego, empecé a buscar una salida. Al comienzo tratando de calmarme, pero luego llena de pánico. Busqué entre mi mochila y en la de Marshall algo que me ayudara, pero no había nada ahí. Lancé la botella de jugo de manzana contra la puerta y la destrocé, pero la puerta no se hizo ni un rasguño. Traté de arrojar objetos de las mochilas contra los ventanales, pero caían sin alcanzarlos. Moví las bancas, lancé velas al piso y golpeé el altar con las patas.

Finalmente volví hacia el sótano y lo iluminé, buscando algo, cualquier cosa que pudiera servirme.

Ahí abajo todo parecido idéntico a como lo había dejado. La mesa seguía justo debajo del agujero, y las estanterías permanecían inmóviles junto a las paredes. Me tomó un momento darme cuenta de que algo había cambiado.

<<Las manchas>>

Las manchas que había visto al mover la mesa parecían haber crecido hasta convertirse en una sola, y que cubría una pequeña porción del piso. Fue entonces que decidí bajar.

<<Estaría igual de encerrada arriba o abajo>>

Salté.

El hedor volvió a aturdirme. Iluminé con el encendedor directamente hacia las manchas y me agaché a examinarlas. Noté que, escondida entre dos tablas, había una pequeña argolla de metal.

<<Una trampilla, es una trampilla>>.

Me apresuré a agarrarla y tiré tan fuerte como pude. La trampilla se abrió con un crujido y reveló una escalerilla de piedra que llevaba aún más abajo. Iluminé con el encendedor. Los escalones eran angostos y cortos, pero no parecían llegar muy lejos.

Bajé con cuidado. Pronto me encontré en un pasillo largo y muy estrecho, con paredes de piedra. No podía ver que había del otro lado. Empecé a avanzar con pasos cortos, tratando de no adelantarme. Sentía que el corazón se me aceleraba, y estaba atenta a cualquier sonido. Pero ahí abajo el silencio era absoluto. La clase de silencio que cualquier persona y/o cachorro no llega a conocer.

Había avanzado un trecho largo cuando me tropecé con un bulto oscuro e irregular. No pude evitar caerme, pero me aferré al encendedor. Aún así, la caída fue dolorosa. Reboté contra la pared de piedra en mi intento de mantener el equilibrio, y cuando choqué contra el piso, me mordí la lengua. Sentí el sabor de la sangre inundándome la boca.

<<Lo que faltaba...>>

Me levanté e iluminé hacia dónde estaba el objeto con el que me había tropezado. Era una mochila de campamento... algo desgastada y sucia. Y de color verde azulado.

<<La mochila de Everest>>

Antes de que me diera cuenta, me descubrí buscando en ella la linterna. Ahí estaba. Iluminé directamente hacia adelante. Pude ver el final del pasillo. Unos metros más allá, yacían más escaleras, esta vez de piedra.

Luego, cogí mi placa y la arranqué con fuerza.

<<Me quedan 20 minutos>>

Me paré, me limpié la sangre del hocico con mi pata y continué mi camino.

Cuando alcancé las escaleras, traté de iluminar hacia arriba. La interna no me permitía ver el final, pero no me tomó mucho tiempo saber hacia dónde llevaban.

<<El campanario>>

Una sensación de abatimiento se apoderó de mí. Esperaba poder encontrar una salida, pero el campanario era el punto más alto de la iglesia, una caída imposible si mi intención era salir por ahí. Aún así subí.

Tuve que tener aún más cuidado, pues las escaleras estaban húmedas y eran irregulares. No había avanzado mucho cuando empecé a oír el rumor de la lluvia nuevamente. Cuando llegué al final, me encontré con una pared sólida delante y, sobre mí, una especie de techo de madera con una trampilla. La abrí, y pasé a través de ella.

Cuando logré distinguir dónde me encontraba, me descubrí parada sobre un piso de unos 9 metros cuadrados. No había paredes en ninguno de los cuatro lados, y podía ver, justo delante de mí, el campo por el que habíamos llegado la iglesia. Calculé que estaba a unos nueve metros del piso. En las cuatro esquinas se elevaban delgadas columnas de piedra que sostenían las campanas justo encima de dónde yo estaba parada. Frente a mí, había una cuerda que colgaba desde lo alto de la torre en la que me encontraba.

Y en el piso, justo debajo de la cuerda, había un símbolo pintado. Era el mismo signo que había visto en el sótano de la iglesia, en aquel libro: Un círculo con un asterisco dentro. Pero sobre él, había manchas frescas de sangre, ubicadas cuidadosamente a 90° una de la otra.

Supe inmediatamente de dónde venía esa sangre. Había pasado las últimas tres horas viviendo una pesadilla. Pero de alguna manera, no había caído en cuenta de lo que significaba hasta ese momento. La sangre lo hizo real. Lo hizo definitivo. Volvió el miedo.

Consulté mi placa. Faltaba un minuto para las tres de la madrugada y aún no había logrado salir. Miré hacia abajo, directo hacia la profundidad de la noche. Pero no podía saltar desde esa altura, no había nada a qué sujetarme, nada que amortiguara mi caída.

Estaba apuntando la linterna hacia el campo (tratando de divisar la camioneta o la carretera, fantaseando con un auto que pasara) cuando escuché ese sonido, ronco y ahogado. Al hacerlo, supe al fin qué era. Era el ruido de alguien respirando, una respiración anhelosa y sibilante, como la de un moribundo. Apenas me había dado cuenta de eso cuando la vi, justo en el momento en que sonaban las campanas.

No puedo decir que fuera una mujer. Ni siquiera puedo decir que fuera humana. Pero supe de inmediato que había sido ambas cosas alguna vez. Se movía con dificultad, pero era tan delgada que me sorprendía que pudiera moverse en absoluto. Advertí, entre las sombras, un rostro horrendo, qué me miraba fijamente con ojos rojizos como la sangre. Tenía la piel cuarteada, seca y llena de heridas supurantes.

Mientras se acercaba, murmuraba algo, una especie de idioma ininteligible, compuesto de gruñidos y gestos que no podía descifrar, pero que al mismo tiempo me resultaban aterradores, como si cada palabra estuviera apuñalándome.

Aún sin entender lo que estaba viendo, levanté la linterna y le apunté directamente al rostro.

Por un instante, nada pasó. Pero luego, sus ojos parecieron hundirse en su rostro, y la vi alzar las manos para protegerse de la luz. Lo que ocurrió luego me resultó muy confuso. Escuché un grito espantoso, pero si hay algo de lo que estoy segura, es que la voz que emitía no era humana. Era una mezcla entre una risa y una súplica, y sentí como si las cosas más espantosas del mundo estuvieran frente a mí, consumiéndose. Luego, un hedor terrible invadió todo el lugar. Y su cuerpo se deshizo en un humo negro y denso, que fue disolviéndose en el aire hasta que solo quedó el rumor de la lluvia.

Me quedé ahí, quieta durante un largo rato, sin estar segura de qué hacer. Finalmente me volví nuevamente hacia el campo y apunté la linterna en dirección hacia la carretera. Sabía que faltaban tres horas hasta que amaneciera, pero no me importó. Me senté a esperar.

Cuando llegara la mañana, podría verlo todo desde ahí arriba.


𝐅𝐈𝐍

[5.758 PALABRAS]

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//ESTE ONE SHOT ESTÁ DEDICADO A DOS GRANDES ESCRITORES: VACALLO37 Y UNAIABAD3. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS A AMBOS!//


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