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𝖀́𝖓𝖎𝖈𝖆 𝕻𝖆𝖗𝖙𝖊 .


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➤ Dios que te ha tocado ; Afrodita, la diosa del amor y de la belleza.
➤ Fandom ; Boku No Hero Academia.
➤ Número de palabras ; 13817.
➤ Concurso en el que participo ; Concurso Odisea.

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「 ʟᴀ ᴇᴛᴇʀɴᴀ ᴍᴀʟᴅɪᴄɪᴏ́ɴ  」


En el reino de Darkia, el cielo acaecía con un apolíneo y fulgurante atardecer; el sol se une con el Mar Eternia formando una perfecta frontera de tonos rosáceos y dorados que representa la separación que tienen con el resto del mundo. Las callejuelas de la ciudadela están repletas de los seguidores de su monarca, que como es tradición, le dan la bienvenida a casa.

—¡El Usurpador ha regresado! —Las voces aclaman al que es su nuevo rey que, aunque hubiera conquistado su reino de una forma violenta hace años atrás, había subyugado al anterior monarca que los mantenía en constante pobreza y en mala fortuna. Les regaló su ansiada libertad.

Todas las gentes del pueblo le observan llenos de admiración al ver que vuelve victorioso de la batalla. Este se alza con su hermoso porte, saludándoles con una pequeña sonrisa sacando la cabeza por la ventana del carruaje. Tras quedarse así un rato, no tardó en ingresar de nuevo después en el vehículo bañado en oro, en el que desaparece tras traspasar la gran muralla de metal que protege su castillo oscuro. Las enormes verjas se cierran a su paso, y lo siguiente que recibió el pueblo fue un agradable silencio. No tardaron entonces en regresar a sus quehaceres y a disfrutar de su merecida y apacible paz brindada por su nuevo monarca.



La coronación del nuevo rey se remontaba a unos siete años atrás; a la edad de los catorce años usurpó el reino que pertenecía a los temidos "Shigaraki", los cuales mucho antes le habían arrebatado el trono a los antiguos Todoroki. Así que sí, todo era un ciclo vicioso que se erigía en traiciones y en mucha sed de venganza; parecía nunca tener final, hasta que un día la familia Shigaraki tomó la decisión de asesinar a sirvientes del reino solo por diversión, y por accidente, acabaron por matar a los padres del nuevo rey. Por supuesto, eso hizo que la rabia naciera en su interior y que el trono maldito lo escogiera, ya que así funcionaba la magia ambigua de este que había sido forjado hacía unos cien mil años en el pasado.

Muchos cuentan que aquel día un poder oscuro se desató en el reino y que no quedó ningún rastro de los anteriores gobernantes; lo siguiente que se supo fue que, más tarde, ocupaba el trono un niño de cabellos revueltos y rociados de un dorado exuberante. Este se establecía ante todo el reino con unos exquisitos ojos rubíes que estilaban de un poder ilimitado.

Resulta que fue el Gran Consejo quiénes le descubrieron, y cuando encontraron que la corona se erigía en su cabeza y cómo el trono aceptaba a su nuevo poseedor, supieron que era su inédito gobernante y que no tenían nada más que aceptarlo. Así funcionaba la magia del trono después de todo; los juglares de todo el mundo conocen de su historia, y muchos de ellos cuentan que el trono fue creado por una hechicera según la historia antigua, y que este mismo tiene la nigromante capacidad de aceptar a su siguiente sucesor. Se tiene conocimiento de muchos que han intentado sentarse en el trono antes, pero todos murieron y fallaron en su propósito.

—¡Mi señor, la carta de los cuervos del Próximo Oriente finalmente ha llegado!

Katsuki Bakugou recibe con un escueto saludo a su mano de nombre Eijiro Kirishima, mientras toma lugar en su querido trono. Se deshace de la largo revestimiento de tonos borgoñas que decae en sus hombros, dejándosela en manos del sastre principal que le recibe, y con un movimiento ligero de cabeza, el rey le comanda a leer.

—"El que se hace llamar a si mismo El Reconquistador, amenaza con dominar vuestras tierras, quedarse con todas vuestras riquezas y recuperar el trono maldito que por derecho le pertenece. Se aproxima con rapidez en compañía de un numeroso ejército por la ladera norte; pretende comenzar su conquista con La Casa de Piedra Estelar, territorio que gobierna la señora Yaoyorozu Momo." —Al término de sus palabras, un silencio ensordecedor se instaló en la sala del trono.

Katsuki caviló sobre las palabras pronunciadas por su mano que indicaban con claridad que el Reconquistador quería apoderarse de su reinado. Tomó asiento en el trono maldito, y al momento sintió cómo el poder y la fuerza que llevaba cargando durante siete años, regresaba con el. Cruzó sus piernas para pensar en lo molesto que le estaba resultando aquel que se alzaba en la ladera norte; desde hacía meses, varios cuervos llegaban a sus oídos de alguien que pretendía alzarse ante su poderío que servía para reinar a los tres territorios más importantes y emblemáticos de Darkia: La Casa de Piedra Estelar, La Casa de Aqua Infinita y La Casa de Helidia; sin embargo, hasta ahora no se dio cuenta de lo cerca que estaba de su reino.

El reino de Yaoyorozu se escondía en los principados del Mar Eternia, y aunque era muy consciente de que era imposible derrotarla con sus increíbles capacidades estratégicas... No podía arriesgarse. Posicionó una de sus tersos dedos bajo su barbilla, en un deje pensativo. Con decisión tras unos segundos de espera, se incorporó del asiento dedicándole una mirada a su segundo.

—Manda cuervos al reino de Helidia, es impensable que la joven Yaoyorozu no se haya enterado del enemigo que se aproxima..., Pero no puedo decir lo mismo del despistado de Izuku. —Eijiro asintió con seriedad, y me di prontitud en agregar una último detalle—: Por cierto, manda a los escribas a decirle también que venga a Darkia. Por el momento su reino está fuera de peligro, y por ese motivo me gustaría hablar con el. 

Sin más, mientras veía cómo se marchaba con paso rápido y hondeando aquella capa de tela fina y aterciopelada de un color rojo, un familiar tintineo de joyas sueltas arribó a sus oídos. Sabía de quién provenía, así que recuperando su posición en el trono, observo arribar a su querido maestre, consejero, sanador e instructor. En rostro bailaba una expresión sonriente y deslumbrante; algo que sin duda no se acostumbraba a ver en su reino.

—Majestad, es un placer volver a verlo en nuestro querido y amado hogar. —Tiende una carta ante mí con el sello del reino de Aqua Infinita. Mientras lo libero de sus lazos, siento la calidez agraciada del hombre.

Se le conocía cómo Toshinori Yagi, y desde que tenía memoria siempre había sido considerado como el maestre de todos los reyes existentes que habían tenido la oportunidad de sentarse en el trono. Cuando yo ocupé del trono, tomé la decisión de dejarle en su puesto, más que nada porque sabía lo bien qué trabajaba y lo eficiente que era para el beneficio del pueblo y del reino. Jamás se había equivocado en algún consejo brindado, y preferí tenerlo a mi lado; al menos, hasta que la muerte decidiera llevárselo consigo.

—El placer es mío, maestre. —Leí con atención la carta de mis manos, y la principal idea de aquel borrón de palabras juntas y húmedas se trataba de una advertencia. Aizawa Shota sabía del enemigo próximo; el era el señor de Aqua Infinita, y se dedicaba a avisarme para que tomase cuidado de mis futuros movimientos.

El territorio conocido como el reino de Aqua Infinita se encuentra rodeado por una extensa nieve infinita y por enormes placas de hielo que dificultan normalmente los peajes hacia su reino ambiguo. En muy pocas ocasiones Katsuki había tenido la oportunidad de visitarla, pero siempre que podía le mandaba cartas, ya sea para mandarle agraciados saludos o para tener noticias del Norte; no obstante, era muy devoto a su manera de gobernar, y le admiraba. Después de todo, el joven solo poseía de unos veinte años, y no se podían comparar a sus largos años de letargo en el trono de hielo.

—No me cuenta algo que ya no sepa. —Le devuelve la carta al maestre—. Hazle saber que agradezco de sus prevenciones, pero que lo tengo controlado. —Detuvo a Toshinori cuando ya le había regalado una breve y escueta reverencia—. Cuando lo hagas, descansa, hazme el favor. En estas duras e incertidumbres semanas necesito todo de ti, y quiero que me seas lo más eficiente posible. —Observó su marcha, lenta y en silencio, para finalmente verlo desaparecer por el pasillo labrado en oro. 

Pronto en la sala del trono solo quedaron algunos mozos que limpiaban y trataban de quitar el inexistente moho y polvo de los muros y de las vidrieras de colores. El nuevo rey vislumbraba aquellas cotidianas y rutinarias acciones, intentando quitar de su cabeza los miles de horrores que había presenciado en la larga batalla contra las tribus de Ardenia, las cuales en los últimos meses se habían rebelado contra su gobierno y habían cometido varios robos que consistían en quedarse con sus productos importados de los demás reinos. Lo más arriesgado y lo que le hizo tomar la decisión de entrar en guerra, fue cuando el jefe de su tribu mandó a sus más fieles guerreros a acabar con su guardia principal, y aquello obviamente fue una declaración pugnada.

El hecho de volver a casa y descubrir que otra guerra más se avecina (una que quizás supere a todas las demás presenciadas) le mantiene más preocupado de lo normal. Lo único que quiere es proteger a su gente, a toda la gente que confía en él y que le quiere..., Con un grave suspiro, incorporándose de su asiento, se dirige al extendido pasillo en el que reposan los cuadros de todos los reyes que se habían apostado en el trono maldito. Se detuvo en uno en particular; en el de Shigaraki Tomura, descendiente del primer Shigaraki.

Aquella mirada de locura suya con esos irises ojos repletos de sangre, aun le traían nefastos recuerdos de un pasado que intentaba dejar atrás. Todavía recordaba cómo se había alzado con todo su poder, y sin importarle nada, le había arrebatado a sus padres, a aquellos que siempre le habían prometido un futuro mejor. A estas alturas de su vida, aun no lograba entender qué había ocurrido exactamente aquel preciso día. Todo ocurrió muy deprisa.

Solo sabe que el trono reclamó a otro rey sin corona, y que aquel blasón de plata ahora le pertenecía. Acarició el material suave y la delicada pintura, y marchó hacia sus aposentos con expresión neutra. Necesitaba un descanso, y pensaba que mejor aprovechaba el tiempo ahora que los problemas parecían haberse detenido por unos segundos.

No le regaló ni una sola mirada a su hueco en la pared sin cuadro todavía.



—¡Mi señor, ha llegado una carta de las tierras de Darkia! —Uraraka Ochaco, consejera principal del joven señor Izuku Midoriya, corría agarrándose la larga falda de seda rosácea mientras agitaba el papel con el sello real, muy nerviosa por su contenido. No había podido evitar leerla antes que su querido y adorado gobernador.

Este se encontraba de espaldas, tocando con las fibras de sus dedos las pequeñas prímulas que abastecían su gran campo silvestre. Le encanta el olor que desprende de ella, ya que le suele traer recuerdos agridulces de su adolescencia compartida con Katsuki, y no puede evitar que en su rostro se ocupe una sonrisa llena de una nostalgia ambigua; por esta, usualmente solía aparentar más edad de la que tenía.

Mientras se incorporaba con lentitud, dejó escapar un suspiro anhelante. Hace varios meses atrás su querido rey había conseguido la victoria en la batalla de Ardenia, y no podía renegar de la felicidad que le había sido brindada por aquella noticia. Odiaría perderle, ya que sin duda el reino de Darkia había sido obsequiado de una plácida calma durante sus siete años de reinado; por eso temió por su vida en cuanto supo que marcharía a la guerra. Gracias a los antiguos dioses todo había salido bien al final.

Por supuesto, tenía noticias de un tal Reconquistador que se aproximaba por más allá del Mar Eternia, pero no tenía miedo alguno. Primero tendría que encontrarse con la reina Yaoyorozu, y después se encontraría con Aizawa, así que sabía que no tendría las cosas tan fáciles para llegar a Helidia.

En cualquier caso, sabía que esperarse de la carta de su rey. La sostuvo entre sus manos sudorosas, y comenzó a leer de inmediato. Nada más comenzar se dio cuenta de que, sin duda, era lo que se temía.

—Mi señor, ¿qué dice? —La voz dulce y melodiosa de su consejera le regresó a la realidad, y se apresuró en responder.

—Quiere mi presencia en Darkia, así que es mejor que me ponga en marcha de inmediato. —Sin decir nada más, se marchó de su hermoso y espléndido jardín, para no tardar en prepararse.

Uraraka observó la espalda encorvada de su jefe, y tuvo la sensación de que algo malo iba a pasar. Se apresuró en seguir sus pasos.

—Mientras ocupa su estadía en las afueras, ¿a quién quiere que...? —El jefe de la Casa la mandó a callar con una sola mirada, y supo que preguntarlo era una estupidez. Era obvio quién se quedaba al mando en su marcha.

Resulta que el jefe de la Casa de Helidia se vio obligado a la corta edad de quince años a tomar en matrimonio a la dulce y joven Melissha Shield, hija del jefe David Shield de la Casa Normandia que se encontraba a las afueras de Darkia. Su reino era independiente, y aunque el rey Bakugou permitió que mantuviera sus deseos de seguir siéndolo, obligó a su jefe a que desposara a su hija con uno de los jefes de los demás reinos para no considerar a su Casa una posible amenaza.

David no tuvo más que aceptar ya que no quería problemas con el rey de Darkia, y entre las opciones que había, obviamente escogió al más joven, a Izuku Midoriya. Está más que claro que esto no le cayó en gracia a este, e intentó hacer cambiar de opinión al rey, pero este no cedió. Finalmente se casaron, y a los diecisiete, al no poder evitar más las tradiciones reales, acabaron por consumar el matrimonio. Ahora tenían a una bella hija de unos tres años, y se esperaba que creciese con la misma belleza de su madre y la inteligencia de su padre.

Años atrás, Uraraka se enteró por los chismes de los demás sirvientes que su señor Izuku había estado (y sigue) enamorado del rey de Darkia desde que le conoció, y por ello detestaba la idea de vivir eternamente con su esposa. No era malo con ella, y la respetaba mucho, pero después de tener su primera hija..., Ahora eran un poco distantes; más bien, sería más acertado decir que su relación ahora se constaba de toques secos y considerados realmente como una seria amistad, y estaban conformes con ello. No obstante, Uraraka sabía de las miradas lastimeras y llenas de un amor vacío que le dirigía la señora de la casa y supo que debía esconder sus sentimientos de igual forma, porque si ni siquiera su señora Melissa se atrevía a profesarle a Izuku su amor verdadero, ella tenía menos derecho todavía.

—¡Padre, arriba! —Ambos se detuvieron ante la joven hija del señor, que esperaba con una gran sonrisa que este la cargase en sus brazos.

Izuku observó a la pequeña, y con un deje cansado, terminó accediendo. En realidad no era que odiase a su hija, pero le traía recuerdos del consumo que tuvo que hacer con su esposa y del desagrado interior que le produjo realizarlo. Él no amaba a su esposa, y ambos lo sabían; y aunque suele decirse que lo niños producidos de un matrimonio sin amor no tienen la culpa de nada, más bien hacía que se decepcionara de si mismo, porque sentía que se había fallado y que era algo que jamás se perdonaría. Izuku sabía que no sentía nada hacia ninguna mujer desde que tenía memoria, en realidad nunca le habían gustado, sin embargo, cuando conoció al nuevo rey a los catorce... La cosa cambió irremediablemente.

—¿Tanto me echabas de menos, mi Eri? Solo he estado fuera unas horas —le aclaró cuando vio que sus ojos estaban llenos de lágrimas cristalinas.

Ella no respondió, así que se dedicó simplemente a llevar en brazos a su hija, y a reunirse con su mujer para despedirlas como era debido. El viaje debía de ser inminente, y no podía desperdiciar más el tiempo. Después de todo, su rey le esperaba impaciente.



La llegada del jefe de Helidia en Darkia se celebró con una enorme fiesta que duró tres días enteros. Invitaron a todo el pueblo, más que nada para evitar parecer sospechosos y mantener las apariencias. Sin embargo, cuándo el cuarto día arribó al reino, las salas del Castillo Oscuro ya estaban impolutas y el silencio invadía el lugar; nada comparado a los anteriores días. La calma era algo que disfrutaba realmente Katsuki, y ahora una gran sonrisa invadía sus labios mientras observaba, desde el alto palco de su aposentos, su agraciado pueblo. Se había tomado aquel día un descanso de sus obligaciones, debido a que tenía muchos temas pendientes de los que hablar con su amigo, Izuku Midoriya, jefe de la Casa Helidida y motivo de tanta celebración.

Este descansaba en la estancia del lado este del castillo; así que, mientras sus sirvientes le vestían con cuidado, mandó a uno de ellos a despertar a su amigo y a que le vistieran apropiadamente para que se encontraran en el Gran Comedor. Más tarde, se encuentra aguardando a su adjunto mientras toma el desayuno. Una copa de vino le acompaña, y mientras se dedica a tomar un sorbo de ella, suavemente, por fin aparece el señor de la Casa de Helidia.

Su cabello está revoltoso, pero eso no le extraña y viste una camisa de mangas largas de un tono beige, junto a unos pantalones de seda oscura que quedan muy bien con los botines de cuerda acabados en punta del mismo color. Por último, posee encima un manto anudado a uno de los hombros de un tinte escabroso y agradable a la vista. Su rostro muestra nerviosismo, y en sus sonrosadas mejillas siguen las mismas pecas que tanto le gustaba retorcer cuándo era más joven. Se levanta de su asiento, dejando la copa a medio acabar en la mesa, para recibirle cómo es debido. 

Izuku ve lo alto y lo atractivo que está su amigo mientras se le acerca, y admite que se ve incluso mejor de lo que solía recordar; recibe en sus brazos al otro. Es ligero y escueto, pero cuando siente su brazo en sus hombros, sabe que nada ha cambiado entre ellos. Eso alivia al aleteo sin control de su inquieto corazón. Entonces, los sirvientes presentes les regalan una rígida reverencia, y Katsuki les ordena que abandonen la sala para tener más privacidad. Cuándo la enorme puerta de caoba se cierra de un golpe, es cuando el rey se permite hundir los hombros y romper la estricta y estática templanza que se le suele distinguir encima todo el tiempo.

—Un poco de privacidad se agradece. —Izuku observa en silencio cómo cierra sus ojos rubíes, y ruega porque los abra de nuevo. Siempre le ha parecido enigmática la manera en la que suelen brillar, y sobre todo le ayuda a comprender mejor los sentimientos de su amigo.

—Hacía mucho que nos volvíamos a vernos, Kacchan. —Aquel sobrenombre tan especial entre ellos fue lo que consiguió que la atención se recuperase y que el mencionado abriera sus irises para verle mejor.

Katsuki se revolvió el cabello, sintiendo algo extraño en su interior al poder escuchar aquel romo pero adorable apelativo del otro de nuevo. Entonces, supuso que la mejor manera de conectar con el, fue recuperar las viejas tradiciones que tenían; de todas formas, tampoco le desagradaba el hecho de hacerlo. Era un viejo juego de ellos desde los catorce y por alguna razón, se sentían muy cómodos con ello.

—Supongo que ya era tiempo de volver a ver tu cara de mamerto, maldito Deku. —El mencionado le regaló aquella sonrisa deslumbrante de sus recuerdos, y asintió ante sus palabras.

—Os agradezco por todas las hospitalidades brindadas, majestad. No hacían falta realmente, pero se agradecen de igual forma. —Toma asiento más cerca de su rey, y aprovecha para comer una ensalada de frutas frescas que está servida en un bol macizado en oro.

—Eres mi familia, lo dado en realidad me parece poco. —Izuku sigue manteniendo esa apacible sonrisa, mientras come con verdadero gusto de lo servido en la mesa.

Katsuki se dedicó a observarle con aquella mirada intensa suya, a la vez que pensaba en lo bueno que era tener a gente en quién confiar de verdad en un mundo tan cruel como en el que vivían. Con expresión perdida, recuerda lo mucho que despreciaba estar a su lado, lo mucho que detestaba sus sonrisas alegres sin motivo alguno, y las ganas de este pequeñajo por entablar amistad con él. Tardó mucho en comprender que realmente lo que le desagradaba era el hecho de que una persona tan buena y amable como Izuku, aceptase en su vida a un joven corrupto, roto y maldito como él. Pero cuándo finalmente se dio cuenta, y tras pedirle perdón por todas las veces en la que su mano se había levantado contra el otro, la vida en la realeza fue un poco más sencilla.

Eso no quería decir que aun no consiguiera sacarle de sus casillas de vez en cuando... pero ciertamente ya no podía imaginar su etapa adolescente sin su presencia. Hasta admitió que casarle con Melissa en sus días fue un poco exagerado por su parte, más eso fue una elección para evitar cualquier futura rebelión del reino de Normandia. No obstante, eso ya pasó hace mucho tiempo y por las cartas recibidas pasadas, suponía que ahora disfrutaba de su buena vida con su esposa e hija.

—Deku, vamos al punto que nos concierne. La carta que te mandé, dime qué piensas de ella. —Interrumpió su comida para esperar impaciente su respuesta.

Este dejó su plato de gachas a medio a acabar, para quitarse los restos de suciedad de los labios con un trapo blanco de brocado y le contestó: —No suelo tener noticias de más allá del Mar Eternia, y realmente fue una sorpresa descubrir la amenaza que se nos echa encima, sin embargo... Pienso que deberíamos tomar cartas en el asunto de inmediato, al menos, ahora que aun está en desventaja. 

—¿Qué propones?

Tras un corto silencio, una sonrisa se coló sobre sus finos labios.

—Detenedlo en la frontera. —Su voz dejó escapar un poco de emoción al sentirse útil para su rey, pero el mencionado no lo tomó en cuenta.

Katsuki se importunó más en sopesar su idea mientras tomaba otra copa de vino, y un gruñido se le escapó al pensar en el mezquino Reconquistador que se interponía en sus buenos años largos de reinado. ¿Acaso había hecho algo mal para merecer que le intentasen quitar lo único con lo que podía remplazar la muerte de sus padres?

—Es buena idea, sin embargo..., No siempre solemos tener el camino allanado, querido amigo. —Tomó una pausa, en la que le sostenía la mirada al otro, buscando las palabras exactas—. Además, sabéis que la frontera se erige en un lugar sagrado, no podemos llevar armas allí.

—¿Entonces, mi señor...? —Izuku ladeó su cabeza sin saber porque su rey mantenía una ligera sonrisa encima. Pronto su voz tersa se dejó escuchar de nuevo.

—Aun así, podemos aprovechar esa ventaja que me decís. —Y sin decir nada más, el silencio los cogió a ambos. Izuku supo que no le diría de más, hasta que no terminase de desayunar. Por ese motivo, se apresuró en hacerlo. 

Katsuki pensaba mientras su amigo terminaba de comer, que su inteligencia era comparable con la suya y agradecía tenerle consigo en aquellos momentos difíciles para tratar, cómo en el pasado, de temas que amenazaban con su próspero reinado. Finalmente, cuándo terminó de alimentarse, se le adelantó para hablar.

—Antes de nada, mi señor, me gustaría de nuevo agradecerte por todo lo que habéis hecho por mi. —El rey alza una de sus cejas, curioso ante su expresión emocionada.

Observa cómo Izuku inclina su cuerpo hacia el, y acomoda uno de sus mechones rebeldes y verdosos tras su oreja derecha. Y tras unos segundos observándose, se propone a continuar: —Me siento inconforme ante la idea de recibir tales regalos por mi llegada y no poder devolverle el favor a mi rey. ¿Podríais considerar la idea de poder brindaros una recompensa a cambio?

—¿Qué podríais darme, amigo mío? —Su tono suena interesado, y Deku se apresura en contestar.

—Cualquier cosa que me pidáis, si está en mi mano, será vuestro, mi señor.

Se mantiene un silencio entre ambos, que resulta algo tenso y Katsuki cavila en su proposición lentamente, hasta que por fin se le ocurre una idea un tanto divertida y oscura. Por ese motivo, apoya su barbilla entre sus dedos, mostrando una sonrisa traviesa que no hace más que poner nervioso e inquieto a su acompañante.

—Dadme vuestra posesión más preciada... A vuestra hija Eri. —Los ojos de su amigo se abren con sorpresa y es incapaz de decir alguna palabra que no muestre su claro desconcierto. Katsuki se apresura en aclarar su petición—. En estos últimos días he comprendido que no puedo permanecer sin una reina y heredero. ¿Qué le sucedería a mi reino entonces si algo me ocurriese? Por eso, ante vuestro pedido, me parece que lo más correcto sea tomar a vuestra hija cómo mi futura esposa.

—Mi señor, a penas posee la edad de tres años... No creo que sea... —Se le interrumpe con rapidez, ya que su rey frunce el ceño con una seriedad naciente de pronto.

—¿Acaso me tomáis por un loco? Esperaré a que tenga la mayoría de edad para consumar el matrimonio, sin embargo... Es mejor que se quede en mi hogar para poder tener la oportunidad de conocernos mejor. —Izuku muerde sus labios, siempre cuándo hay algo que le produce inconformidad.

—Su madre jamás lo permitiría, además... —Se calla al ver que su rey alza su mano derecha, en un deje colérico.

—Me importa poco lo que pueda opinar vuestra señora Melissa ante esto, además... Vos hicisteis un juramento ante la corona y debéis de cumplir con vuestro deber. ¿O acaso me equivoqué al brindaros mi lealtad y confianza? —Izuku rápidamente desecha todas sus incongruencias ante aquel tema, y asiente decisivo. De todas formas, él había propuesto la idea desde un principio. Debía de aceptarla por horrible que fuera.

No obstante, y para su sorpresa, Katsuki comienza a reír sin ningún tipo de despecho ante lo que significa aquello para el señor de Helidia.

—¿Mi señor, qué...? —El mencionado sostiene sus hombros con fuerza.

—¡Os tomaba del pelo, amigo mío! ¡Por supuesto que no hay nada en tu poder que necesite, mucho menos a una esposa que ni siquiera sabe leer todavía! —El de cabellos verdes observa su expresión resuelta y sincera, y relajando sus hombros tensos, no tarda en contagiarse del humor del otro al comprender finalmente que todo se trataba de una canalla mofa.



Más tarde, tras haber repasado concienzudamente varios planteamientos estratégicos sobre un posible atentado contra el Reconquistador, tomaron la decisión de descansar en el jardín real, mientras se bañan con la luna azul del cielo. El viento sopla fuerte y revuelve los ropajes de ambas presencias, además de invadirles de frío y de una enorme soledad.

Katsuki se encuentra arrodillado enfrente de flores conocidas cómo magnolias, que son rociadas por la luz cerúlea, y parecen ser más deslumbrantes que de costumbre. Izuku se encuentra a su lado, en pie, y sonriendo cómo suele hacer. Ninguno de los dos comenta nada que pueda considerarse de importancia, así que se dedican simplemente a disfrutar del canto de grillos que consume su silencio y lo hace parecer hermoso y completo.

—Mi señor... —Por supuesto que el joven pecoso debía de romperlo con su incesante vocecilla chillona para aclamar de su atención.

Por esa razón, respiro profundamente para levantarme, y cuando lo hago, Izuku me mira con esos ojos verdes enormes y relucientes. No entiendo el significado que esconde tras de esta, así que no tardo en preguntarle.

 —Dime en qué estás pensando, porque siempre veo lo mismo en tus ojos. Esa anhelación y añoranza, ese deseo inexplicable que me confunde..., Explícame de una vez que ocurre contigo, Deku. —Aquel sonrojo vuelve a apoderarse de sus pómulos y habla mientras se revuelve las manos, con un deje totalmente nervioso.

—Siento que si no os lo digo en estos momentos, mi corazón va a estallar de la pena, mi señor. No puedo acallarme más tiempo en el silencio, y mucho menos retener estos impuros y confusos sentimientos. Cada vez que os observo, desde tiempos inmemoriales, mi respiración se agita y se descontrola. Sé que es imposible que me correspondáis, pero al menos quiero tener la oportunidad de deshacerme de este vacío. —No comprendo sus palabras en lo absoluto, pero su expresión me dice que me voy a arrepentir por haberle preguntado.

Acerca su cuerpo repentinamente contra el mío, y nuestros rostros están a centímetros de distancia. Sin embargo, cuándo trato de unir nuestros mirares sin saber el motivo exacto de su inquietud, este baja la cabeza rápidamente sin decir palabra todavía. Mis cejas se fruncen y temo haber cometido algún error, algo que le haya hecho sentirse inferior porque sé lo que se siente, y no le deseo algo semejante a mi buen amigo. Cuando trato de acariciarle la cabellera, cómo siempre hago cuándo este se encuentra apenado o, en momentos extremos muy desolado, este vuelve a conectar sus irises verdes con los míos.

—El arrepentimiento no habita en mi corazón, porque la decisión ya está tomada. Por eso, mi señor, debo admitir que desde hace mucho tiempo mis sentimientos hacia usted ya no son los mismos de antaño, ahora, Katsuki, yo os... —El rey de ojos rubíes supo al instante lo que le pensaba decir, y le calló con uno de sus dedos que posicionó sobre sus tersos labios.

—No sigáis, por favor..., No os merezco y no creo que sea lo que más nos conviene. Lo lamento, Izuku... —Este negó rápidamente, negándose a escuchar y sus ojos brillaban con lágrimas cristalinas.

—Por favor, mi señor, no seáis mamerto. Pues claro que me merecéis, soy yo el que no... —Antes de poder terminar la frase, un llamamiento irrumpe en el jardín y rompe por completo el momento.

Se trata de mi mano, Eijiro Kirishima, quién tiene la respiración agitada y una expresión preocupante. Así que, con lástima, pongo una de mis manos en el hombro izquierdo de Izuku para detener sus próximas palabras, y encaro a nuestro nuevo acompañante. Sus ojos rojos centellean y le indico que hable con un ligero movimiento de cabeza. Entonces, nos comunica la peor noticia que podría haber escuchado en el transcurso del día.

—Mi señor..., Lamento informarle que La Casa de Piedra Escarlata ha caído, y que un gran número de barcos atraviesan el Mar Eternia con el Reconquistador liderándolos.



Habían sucedido tres días de aquella nefasta noticia, y tras mandar a Izuku de vuelta a su reino, tomé cartas en el asunto. Mandé al señor de Helidia junto a un gran número de soldados bien formados de mi guardia principal. Mirio Togata era mi mejor luchador, y decidí mandarlo junto al niño pecoso..., Todo porque era consciente de que después del reino de Aizawa Shota, venía el suyo y temía de su supervivencia. Aun me parecía increíble el hecho de que el reino de Yaoyorozu hubiese caído de una forma tan deplorable y tan deprisa, no lograba comprenderlo del todo, pero no había nada que pudiera hacer, solo prepararme para lo que se avecinaba.

Rogaba con todas mis fuerzas que el reino de Aqua Infinita resistiera los ataques del que se hacía llamar el Reconquistador, sin embargo, me ponía de los nervios. Era sabido de los muchos años en los que se había mantenido oculto de las guerras el señor del trono de hielo, y temía que esta vez sucediera igual. Ya había mandando a uno de mis lacayos a reunirse con el señor del reino del Invierno y esperaba impaciente su respuesta. Ahora me encontraba en las salas de la gran biblioteca del Reino Oscuro, más que nada buscando respuestas, buscando algo que me indicase qué había hecho para merecer tal usurpación y que me indicase de quién se podía tratar el Reconquistador. Recostado en una mesa tablada de tintes oscuros, por fin encontré algo que me servía: la historia de los primeros regentes del trono maldito.

Todo se remontaba hacia años atrás, en el que el reino de Darkia estaba gobernado por la familia de "Los Todoroki". Era sabido desde antaño que su monarca, el rey Enji Todoroki, era una especie de rey loco. Había perdido la cabeza cuándo su primer amor, un tal Keigo Takami, había fallecido en una guerra causada por unos rebeldes que pretendían tomar el reino. Después de ello, se dice que su mandato estuvo formado de incongruencias y de totales demencias.

Se dice que se casó con una belleza lejana, alguien que vivía más allá del Mar Eternia, pero que no la amaba en lo absoluto. Simplemente la utilizaba para profanarla y producir hijos y más hijos. El último de ellos nació justo en la conquista de los Shigaraki, y se cuenta que el rey loco murió a manos del hijo pequeño del futuro rey que, muchos años después, él mismo mataría.

Después de aquello no había mucho más. La esposa del rey había desaparecido con sus cinco hijos, y su historia acabó allí. ¿Sería que...? Katsuki caviló la posibilidad de que el Recoquistador fuera alguno de esos cinco hijos. No podía apartar la idea ahora, ya que si lo pensaba en profundidad tenía mucho sentido. Cerró el gran libro, para recostarse en la silla aterciopelada y mirar el techo de la sala que poseía grandes pinturas de la época antigua, y el cual en muchas ocasiones sus padres se vieron obligados a ingeniárselas para limpiarlo de la mugre.

Salió de la gran biblioteca cuando supo que debía de haber caído la noche, y de que debía descansar. Tantas cosas en los últimos días hacían que su cabeza se revolviera entre la maleza de sus oscuros pensamientos, y se dio cuenta de lo mucho que lo necesitaba.

Marchando por sus largos y decorados pasillos, se encontró con su maestre que andaba observando los cuadros pictóricos de los rostros de los anteriores gobernantes, cómo el hizo antes. Específicamente, estaba mirando el de una mujer de cabellos tintados de negro que reinó antes de los Todoroki; su rostro amable aun podía deslumbrar en aquel cuadro opaco y melancólico. Su sonrisa demostraba lo mucho que amaba a su pueblo, y según su maestre, fue una de las mejores monarcas que había podido tener Darkia en el poder.

—¿Otra vez rememorando tu pasado con ella? —Sabía de todo el amor que le había tenido a la mujer, y de lo roto que había quedado tras su muerte. Ella falleció por causas naturales, según se dice.

Mi maestre me observó de reojo, sin quitar la pequeña sonrisa entre sus arrugados labios.

—Soy incapaz de dejarla atrás. Nana Shimura era una gran mujer, valiente y muy devota por todo el mundo. La adoraba —observó cómo sus dedos pretendían tocarla, pero dejándolos a medio camino—. Su muerte fue devastadora, y aun mi corazón se lamenta por no haberme dado cuenta de lo débil que era su corazón. Siempre se desvivía por los demás, pero al final, ¿quién lo hacía por ella?

Katsuki acostó su cabeza en uno de sus hombros, brindándole de apoyo. Al paso de los años lo consideraba un abuelo, y realmente le dolía verle de esa forma.

—Vamos a dormir, maestre. El día ha sido muy largo, y después de ahondar en el pasado, nada viene mejor que una larga noche ahondando en el mundo de los sueños. —Ambos abandonaron aquella extendida sala de cuadros, fijándose Katsuki antes de desaparecer en el hueco vacío en el que ocupaba su nombre. Aun no se decidía para hacerse la pintura, y no creía hacerlo nunca.



—¿Qué tonterías me estás diciendo? ¿Aizawa haciendo una declaración de rendición ante el desmesurado poder del Reconquistador? ¡No blasfemes ante tu rey, Kaminari! —Estaba ante el lacayo que había encomendado a recibir noticias del reino del Invierno, y no me esperaba aquella noticia que me daba a su vuelta en dos días al reino.

Pero mi sirviente negó y negó, admitiendo que decía la verdad. Mis manos tiemblan ante la carta que se suponía que venía escrita de las propias manos del jefe de Aqua Infinita, y la tiré hacia las brasas calientes del fuego de la sala del trono. Encaré a mi sirviente, y sintiendo una gran cólera en mi interior, alcé una de mis manos con la idea de dejarle en su lugar. Sin embargo, comprendí a través de esa mirada escueta y rígida que no me mentía. Rendido, bajé la mano para darle las gracias por su mensaje y pedirle perdón ante mi osadía. Me sostuve el puente de la nariz, harto de aquella situación.

—De verdad, perdonadme Kaminari, sabéis que este no suele ser mi usual comportamiento. —Una sonrisa decora sus labios, y veo que me perdona en ellos.

—No hay problema alguno, mi señor. Además, entiendo de vuestra ofuscación ante el tema. —Me regaló una pequeña reverencia—. Mi deber siempre será serviros.

—Gracias de nuevo. —Asintió ante mis palabras—. Entonces, sin más dilación marcha hacia los escribas, que le manden una carta al jefe de Helidia. Cuéntales lo mismo que me acabas de decir, y que Izuku comprenda que es el siguiente. —Escuché sus pisadas rápidas desaparecer de la sala, y me dirigí a tomar asiento en el trono maldito. Este recargó mis fuerzas y me permití relajarme.

Mantuve cerrados mis ojos, cavilando en todo lo que iba a pasar, y pude escuchar el tintineo de la armadura de mi capitana de la guardia, Mina Ashido. Mientras colocaba una de mis manos en mi sien, tratando de buscar calma en mi interior, puse toda mi atención en ella. Su expresión era seria, y aun así sonreía. Su piel morena era deslumbrante y solo conseguía que su cabello rosado destacase todavía más.

—Majestad, entiendo lo complicada que es la situación para usted en estos momentos, pero le tengo una noticia que hará que sus pesadumbres acaben. —Aquello consiguió que frunciese los labios, esperando por su continuación.

Ella dio un paso hacia adelante y con un suave carraspeo, anuncio ante mi y el consejo real: —Mi escuadrón ha conseguido detener el avance del ejército del Reconquistador antes de que llegasen al reino de Helidia, y lo mejor, hemos obtenido bandera blanca.

Aquello me confundió. ¿Cómo un hombre que se había llevado dos reinos por delante, ahora pedía bandera blanca? Se incorporó del trono maldito, no sin antes escuchar un extraño y misterioso susurro de su parte que le decía que ya era tiempo. Solo le dedico una mirada, para después centrarse en su capitana y hacerla continuar. 

—El Reconquistador pide una audiencia privada con mi querido señor. —Nada más decirlo, las voces en contra se dejaron oír en la sala.

—¡Es una trampa, mi señor! —Le soltó Monoma, uno de los primeros consejeros reales en nombrase devoto a mi.

Hitoshi Shinsou secundó su idea, al igual que los otros tres restantes. El rey los mandó callar, para sopesar la decisión confusa del que se alzaba contra su reino.

—Es claro que su intención es misteriosa, y realmente no tengo idea de lo que se propone con ello, pero no puedo rechazar una audiencia. Mucho menos cuándo hay bandera blanca de por medio. —Mina asintió a mis palabras y se marchó de la sala a prepararlo todo; el consejo real no tuvo más que aceptar mi decisión final.

Al amanecer, marcharía al campo de batalla a reunirme con el Reconquistador.



Y así como lo prometió, justo al caer el alba, se dirigió en carruaje al reino de Helidia para encontrarse con el que amenazaba quedarse con su poder ilimitado y su reino. La gran mayoría de su ejército le acompañaba, en ella incluida su querida capitana de la guardia; sin embargo, había dejado a la otra mitad a reservas y al cuidado del reino, por si se trataba de una treta y se les ocurría hacer una invasión. Su maestre también se había quedado a resguardo en el castillo, junto al consejo real. Y estaba tranquilo con la idea de no descuidar a su pueblo, porque mientras él estaba fuera, su mano erigía en su nombre. Confiaba que todo saliera según lo planeado, porque de no ser así... Lo perdería todo.

Las trompetas reales sonaron a su paso mientras circulaba en la ciudadela del reino de Izuku, y su pueblo salió a recibirle con vítores y agraciados saludos. No pudo visitar a su amigo antes de marchar al campo de batalla, pero era mejor de esa forma. 

Pronto dejo los terrenos vivaces atrás, y el campo abierto y desierto se mostró enfrente de el. La parte de su ejército que combatía salió a su encuentro, y cuando el carruaje real se detuvo, se dio cuenta de la gran frontera que separaba su ejército del otro.

Los caballos se detuvieron y sus cascos dejaron de sonar. Toda su gente le recibió con la usual reverencia y les correspondió como se debía. Entonces sin más demora, su capitana le acompañó hasta la frontera y mientras se dirigían hacia allí, colocó su mano dominante en la espada de oro celestial que venía de generación en generación en la sucesión real. Esta reposaba en su cinturón de cuero negro, y esperaba realmente no tener que utilizarla. Venía en son de paz, y es lo que tenía que mantener en la cabeza. Lo peor que podía suceder era que perdiese el control, que se dejase llevar por la impotencia y la cólera, y lo echase todo a perder.

En la frontera, no tardaron en recibirle los guardias fronterizos y le permitieron el paso solo junto a su capitana y dos guardias más. De todas formas, sabía que todo su ejército no le quitaba la vista de encima y en caso de que algo malo sucediese, saldrían a la batalla por su protección. Pero no quería que eso pasase; no quería más muertes sobre sus hombros y deseaba que la guerra terminase finalmente, porque realmente detestaba lo pesado que estaba el aire, y el olor a muerte que invadía sus fosas nasales.

Cuando dejó sus tierras, pronto le recibió un ejército (con menor número que el suyo, por supuesto), y se fijó sin poder evitarlo en sus expresiones frías y distantes; se sintió fuera de lugar. Todos le observaban al paso, pero por el momento nadie parecía querer saltar encima suyo, así que por eso trataba de mantener en calma a su dragón ambicioso de poder y de sangre. Sus irises rojos descubrieron una tienda al final de un camino que parecía infinito, y supo que ése era su destino. ¿Qué horrores podrían encontrarse dentro? No lo sabía, pero tenía en mente acabar con esa incesante pelea y si tenía que luchar contra todo el ejército allí apostado, lo haría si con ello conseguía la paz a sus queridas tierras.

En la entrada de la tienda de acampada se encontraron con otros dos guardias, los cuales negaron la entrada a sus acompañantes. Querían que el rey de Darkia entrase en solitario, y aquello le dio mala espina. Pero aun así, debía de hacerlo.

—Si esas son las condiciones, no tengo más elección que cumplirlas. —Ordenó a Ashido y a los otros dos a esperar su regreso, y tras que ellos aceptasen, uno de los guardias le abrió la tienda. De lo único que pudo alegrarse fue de que, por lo menos, no le hubieran pedido abandonar su arma. 

Al darse a la entrada, lo primero con lo que se encontró fue una mesa larga con un manto de seda negro y dos sillones enfrente del otro. Suponía que era para cada uno de los gobernantes; por supuesto, no se equivocaba al ver que el que se hacia llamar el Reconquistador estaba sentado enfrente suyo, con un rostro curiosamente inexpresivo. Katsuki alzó su rostro, en muestra de no verse acobardado por su presencia y tomó asiento en la silla libre.

Era un hombre joven sin duda alguna, posiblemente cercano a su edad; con una piel albina deslumbrante, gallardo y esbelto. Lleva encima un traje labrado en plata y con decorados blancos que parecen poseer un brillo azulado, además de unos guantes largos y negros en las manos que apoya en la mesa. Su cabello era realmente extraño, pues era de dos colores: rojo y blanco. Sus ojos comparten un juego similar; dos colores, gris y un azul turquesa muy hermoso. No dijimos nada en particular en unos cuántos minutos, solo nos dedicamos a observarnos, a analizarnos y guardar todos los detalles que veíamos en el otro.

Siempre había sido muy observador, y no podía evitar fijarme en un pequeño temblor, casi imperceptible, de su pierna derecha; probablemente la dominante. ¿Tendría miedo de estar a solas con él? ¿O habría otro asunto surcando su misteriosa mente?

Me permití el derecho de cruzar una de mis piernas, para encontrar una posición más cómoda, y entonces el Reconquistador habló.

—Espero realmente no haberos importunado con esta audiencia, pero consideraba que esta era la mejor manera para conocer el rostro de mi enemigo. —Alcé una de mis cejas, interesado ante sus palabras—. Además, pienso que es esencial que aquellos que combaten deben antes de darse sus respetos mutuos.

Apoyé mis manos en la mesa, de pronto pensando qué aquello era alguna especie de treta de nuevo, y que había algo más ocurriendo a mis espaldas. Por el momento, opté por seguirle el juego. No perdía nada, después de todo.

—Te doy la razón en ello, sin embargo, si querías tener una audiencia privada como esta, podríamos haber quedado en mi reino. —Sus ojos rubíes centellearon al ver una especie de comisura en sus labios carnosos parecidos a una sonrisa—. ¿No se lo imagina? Una buena copa de vino siempre viene bien en estas situaciones.

Mi enemigo ríe con gracia, pero es seca y cortante. No me dejo apabullar por ella, e inclinando mi barbilla, me pongo serio. No estoy para bromas, y mucho menos para perder mi tiempo.

—Decidme, Reconquistador, ¿qué es lo que...? —Alza una de sus manos para interrumpirme, y evito sentirme ofendido por ello, a pesar de sentir una cólera naciente en mi pecho.

—Shouto Todoroki, ése es mi nombre. Me parece que a estas alturas permanecer con el anonimato es una tontería.  —Le doy la razón con un asentimiento de cabeza, y recuerdo leer su nombre en la historia antigua de la caída de los Todoroki.

«Es realmente inquietante el parecido que le veo ahora con sus padres. ¿Qué habrá sido de su madre y hermanos? Puede que los haya dejado en la lejanía y en resguardo para no perderles», pienso mientras analizo el movimiento hundido de sus hombros. ¿Cansancio, tal vez?

—Es de suponer que conocéis quién soy —digo, con voz trémula, pero él niega levemente.

—Solo os conozco como mi enemigo y como el gobernador de las tierras de Darkia. —Sus ojos me dan la sensación de estar siendo invadido, y trato de no estremecerme con la extraña sensación de mi estómago.

—Mi nombre es Katsuki Bakugou, y no soy solo el rey de Darkia, también soy su protector. No me gusta considerarme cómo el monarca que todo el mundo tiene el deber de obedecer, más bien quiero que me vean cómo alguien en quién confiar y en quién querer. Por ese motivo —relamo mis labios, gustosos de tener su atención—, considero que tu intromisión en mi reinado es de lo más inoportuna. No creo estar haciendo un mal trabajo, y a pesar de la historia que puedas tener con el trono maldito en tu pasado, se trata justamente de algo que ya debe considerarse parte de la historia antigua.

Me escucha atentamente, para mantener en sus labios una sonrisa fría.

—Mi señor, creedme que si de mi dependiera, jamás hubiera regresado por estos lares.

—Entonces decidme porqué lo habéis hecho. —Su misteriosa aura me trae de los nervios.

Se toma varios segundos en los que se nos permite escuchar el aire helado que golpea y sacude contra la tienda, como si nos estuviera advirtiendo. Entonces, decide obstruir su mirada con una de sus manos enguantadas y no quiero pensar en lo impropio que es la situación. Mientras habla, concibo por primera vez en lo grave y tersa que es su voz.

—La razón es incierta hasta para mí, debo admitir. —Aparta su mano de su rostro y veo lo brillantes que se encuentran sus irises distintos—. ¿Estáis dispuesto a escuchar una historia? Prometo que es más escueta de lo que pueda pensar.

—Dispongo todo el tiempo del mundo, Reconquistador. —Sus ojos se entrecierran al ver que le vuelvo a mencionar aquel nombre que debería llevar con orgullo, y continúa.

—Entonces..., Todo comenzó hace varios meses con un sueño extraño. Puede sonarte algo salido de la nada, pero os digo la verdad. Soñé con vos y con vuestro trono, y desde ese día siempre he visto la misma... visión, por decirlo de alguna forma. —Traté de analizar sus palabras y tomármelas en serio.

—Y en vuestro sueño... ¿qué sucedía? —De verdad que entonces me dio la sensación de no estar con un futuro usurpador, si no enfrente de un niño pequeño, o algo semejante.

Este no notó la burla en mi tono, o si lo hizo, decidió ignorarlo.

—Vos me decías que ya era tiempo de volver a casa y de compartir el trono con vos. Esa es la premisa que se mantenía en cada sueño que se repetía todos los días en mi cabeza. —De acuerdo, ahora sentía que se estaba mofando incrédulamente de mi.

Le mantuve la mirada unos segundos, para apretar mis manos sintiendo algo oscuro rugir en mi interior. No me agradaba el tono que usaba conmigo, y mucho menos el hecho de que se burlase de mi de aquella forma. ¿Acaso me tomaba por un completo necio? Pues se equivocaba en caso de ser así.

—Si habéis convocado esta audiencia para hablar de sueños y no del tema real que nos concierne, creo por dar supuesto que esta reunión se ha terminado. —Sin embargo, cuando me estoy incorporando de la mesa, este se levanta al mismo tiempo y su expresión está repleta de cólera.

—Me ofendéis, mi señor. No os miento cuándo os cuento que desde pequeño he podido ver visiones de un futuro cambiante y que muchas veces solía ser acertado. Este sueño nos concierne a ambos, y en caso de no creerme, hay una sola forma de comprobar mi suposición. —Detengo mis movimientos, aun sin saber por qué, y le sigo atendiendo con toda la paciencia que soy capaz de mantener conmigo.

—Decidme de cuál se trata sin más reparo —le ordeno con sequedad.

—Permitidme sentarme en el trono maldito —admite con una certeza férrea.

Se mantiene un silencio entre ambos, que solo es roto por nuestras agitadas respiraciones. Mis manos tiemblan de la rabia e impotencia contenida al escuchar tal desatino.

Terminó por erguirme cuán poderoso soy, y le digo: —Vuestra petición es una ofensa para el rey de Darkia. Nadie puede tomar asiento en el trono cuándo este no os ha elegido. ¿Acaso no sabéis las consecuencias de sentaros sin haber escuchado su voz en vuestra alma? —Veo como niega de nuevo, y me doy prisa en aclararle su duda—. Vuestro cuerpo será exterminado a las cenizas y vuestra alma perecerá en el limbo de los dioses. No hay escapatoria para algo como eso.

Sus ojos muestran interés y aun así, no veo miedo en ellos.

—Tomaré el riesgo, así que permitídmelo. En caso de fallar en el intento, desapareceré de vuestro camino. Y juro, por el honor de mi familia y vuestra corona que no os haré daño y mucho menos a vuestra gente. —Camina en silencio hacia mi y no le quito la vista de encima.

—¿Qué sucederá en caso de que..., en uno muy hipotético, consigues pasar la prueba? ¿Qué pasará entonces? ¿Me veré en la obligación de compartir mi reinado con usted, mi señor?

Shouto Todoroki se dedica a asentir, para finalmente encontrarnos cara a cara. Algo me dice que realmente no pierdo nada con intentarlo, aunque sea arriesgado y aun sabiendo que meteré en mi reino al enemigo, a aquel que derrotó las tierras de la señora Yaoyorozu Momo, sostengo el mango de mi espada mientras le miro con seriedad.

—Es tu decisión, Reconquistador, y si es lo que deseas..., No tengo más opción que aceptarlo si lo juras por el honor. —Ambos estrechan sus manos, y eso da por entendido el trato cómo cerrado. Algo ambiguo y poco ortodoxo, pero asienten satisfechos.

Katsuki admite que odia estar cerca de aquel que quiere usurpar su reino, pero aun así, un juramento por el honor y la corona es algo que se debe respetar por las tradiciones reales. Sin decir nada más, es el rey de Darkia quién sale primero de la tienda y se encuentra con sus tres guardias esperándole, con expresiones molestas. Al verle sus rostros se iluminan, y la primera en acercársele es su querida capitana.

—Estaba por entrar, su majestad. —Ella le regala una sonrisa y él les da un escueto saludo para poner marcha a Darkia.

Entonces, mientras se alejan, observa como Shouto no le quita la mirada de encima y murmura con sus labios un silencioso: «Nos vemos cuando el atardecer surque los cielos», y entonces se pregunta mentalmente si ha tomado la decisión correcta.



—Sinceramente, Kacchan, creo que has perdido la cabeza... ¿Por qué demonios vais a permitirle la entrada a tal loco en vuestro reino? Se supone que es quién quiere retomar su poder en Darkia, así que, ¿por qué...? —Da un pequeño salto al escuchar la voz gutural de su rey.

—¡No estoy seguro, demonios! —Con aquella exclamación alterada Izuku calla.

Ambos comparten una conversación en privado en el comedor del reino de Helidia; Melissa y Eri están descansando en sus aposentos, y los dos se encuentran intentando encontrar alguna respuesta a la locura impuesta por Shouto Todoroki, antes conocido como el Reconquistador.

—Lo lamento, lo lamento..., Es... estoy de los nervios, Deku. No tengo la menor idea de lo que se propone, y temo por la seguridad de mi gente. ¿Acaso me he equivocado y estoy tomando la decisión equivoca? —Sostengo el puente de mi nariz aplicándole bastante presión, como cada vez que algo no sale según lo planeado.

Ve cómo Izuku se acerca a su lado, y se arrodilla ante sus pies. Apoya sus manos en su rodilla, y aprieta haciéndole saber que está allí para darle todo de su apoyo, como siempre. Sus ojos verdes brillan incesantes y con una magia extraña.

—¿Qué puedo hacer para apaciguaros tanto dolor, mi señor? —Katsuki mantiene su mirada en su amigo, y se dedica a acariciarle la cabeza, sintiendo que le está fallando al mostrarle su debilidad cómo cuándo eran más jóvenes.

—No hay nada en tu poder que puedas hacer por mí, Izuku. Es suficiente para mí saber que estás conmigo hasta el final, porque lo estarás, ¿no es cierto? —Este asiente complaciente, y Katsuki se sorprende al ver cómo agarra su mano derecha para darles un fuerte apretón. Las mantiene unidas, y piensa en qué aquel detalle se debe a su dependencia mutua.

—La fuerza que posees es de lo que más necesitas ahora, mi rey, así que no claudiques, te lo ruego. Porque si hay que alzarse contra todo su ejército, lo haremos. —Su tono de voz es esclarecedor y sin ningún ápice de miedo—. Mi gente es la tuya, y le aseguro que todos ellos lucharán por vos hasta el final.

Katsuki mantiene sus palabras en mente, y entonces vuelve a ver aquel sonrojo en las mejillas del otro, algo que ya es usual, y recuerda su anterior conversación. Aparta su mirada no dispuesto a escucharle; no quiere que admita sus sentimientos y gracias a los dioses la gran puerta de la sala se abre para por ella darse la entrada Uraraka Ochako. Lleva encima un vestido de tela rosa, y un chal beige que conjunta con el decorado de la habitación.

—Mis señores, lamento la interrupción, sin embargo..., Mi señor Izuku, vuestra esposa os manda llamar. —El rey de Darkia descubre la mirada opaca y molesta en su amigo, y en cómo este se aparta de su lado con brusquedad y se aleja de la sala echo una furia. 

Su consejera sigue en la sala, y cuándo la mira con la intensidad que le caracteriza, esta da un respingo y se sonroja. ¿Acaso eso es común entre la gente de Helidia? 

—¿D-Desea algo, mi rey? —Este niega mientras voltea el rostro, y se dedica a vigilar el horizonte que observa a través de la vidriera cristalina de la sala.

Escucha la puerta cerrarse y sabe que se ha marchado, probablemente con el propósito de seguir los pasos de su señor. El atardecer le queda poco por acaecer, y sabe que pronto deberá salir de su resguardo para encontrarse con el hijo del anterior rey loco. No sabe cuál será el resultado, pero su corazón tiembla y siente en lo más profundo que aquello es una terrible idea.



Antes de la acontecido reencuentro con el que se nombra Shouto Todoroki, logró reunirse con su mejor centinela, Mirio Togata, el cuál le brindó sus respetos y le aseguró que hasta nueva orden, se aseguraría de velar y proteger la seguridad del señor de Helidia. Por ello, sin más dilación y con todos sus hombres a sus pies, marcharon a reunirse con el Reconquistador.

Todavía no podía creer la idea que le había propuesto, empero pensaba en que llevaba toda la razón y en que, en cualquier caso la prueba tuviera infortunios resultados, saldría ganando.

Pronto su carruaje regresó a su querido y aclamado reino, llevándose en él al que le amenazaba, y por supuesto acompañado de su capitana Mina Ashido por su propia seguridad.

El Reconquistador solo arramblaba consigo a dos escoltas; uno era de tamaño descomunal, y al presentarse ante él, supo que provenía de una lejana tierra conocida cómo "Calavera". Su nombre de caballero nombrado era Inasa Yoarashi. En cambio, el otro acompañante del Reconquistador se hacía llamar "Ingenium", y poseía el nombre de Tenya lida. Ésas fueron sus escuetas palabras, ya que después de ello, ambos caballeros se mantuvieron en silencio durante todo el viaje. Mientras abandonaban entonces las tierras de Helidia, el rey de cabellos dorados sintió una gran pena por no tener la oportunidad de despedirse de su buen amigo pecoso y de saber qué es lo que realmente había querido decirle desde hacía tiempo.



La llegada a Darkia fue prevista de bullicio y alevosía por parte de su pueblo; aunque en está ocasión, no salió a recibirles como se acostumbraba. No podía apartar la vista de su enemigo, y temía que este ocultase un as bajo la manga aterciopelada. Aun así, y echando a la mar sus temores, no tardaron en atravesar las fuertes barreras que protegían el Catillo Oscuro, y en el rey algo incierto se posicionó en su interior. Temió que el otro anduviera diciendo la verdad, y que el trono acabaría por escogerle. ¿Qué sucedería con él, entonces? ¿Para que llevó a cabo su justicia en mano por sus padres, si al final acabaría por perderlo todo?

En la entrada del reino los recibió su querido maestre, y este a pesar de sorprenderse ante la llegada de aquel visitante improvisado, los saludó con la cortesía rezumante de su reino.

—Mi señor, ¿no os acordáis de mi? —Aquello interrumpió el abrazo entre maestre y monarca de Darkia, para poner atención en el acompañante.

Toshinori observó aquel rostro jovial y tan familiar, y en su garganta se formó un nudo al reconocerle. Era incapaz de creer lo que se le mostraba, pero el semblante serio de su rey solo hizo que su idea se confirmase.

—¿Joven Todoroki? —Al ver que asentía escueto ante sus palabras, pronto una reverencia fue mostrada ante el otro. Sin embargo, el de cabellos bicolores le hizo levantar de nuevo la cabeza, comentándole simplemente que no tenía poder en este lugar y que no hacia falta que lo hiciera.

Tras aquel breve encuentro, Katsuki Bakugo ordenó a sus centinelas a deponer sus armas y a descansar. Shouto hizo lo mismo con los suyos, y tras el monarca de Darkia brindarles dos habitaciones para repostar, ambos se dirigieron en compañía de su maestre a la sala del trono.

En el camino, Katsuki sentía que algo lo atraía con fuerza, y cuándo vislumbró la expresión inquieta de su acompañante, supo que algo parecido le sucedía de la misma forma. ¿Entonces sus sueños si eran certeros? El maestre abrió las puertas de la sala y despachó a los sirvientes que se encontraban limpiándola. Todos después de brindarle una reverencia a su rey, abandonaron el recinto. Y así, finalmente, solo quedaron los tres presentes y tras el joven Bakugou regalarle una mirada a su maestre para que abandonase la habitación, este con una cabezada accedió ante sus deseos, apostando las puertas con un ruido sordo.

Ahora, mientras se encontraban solo acompañados uno del otro, Katsuki volvió a recuperar aquel semblante tenso y sin que se diera cuenta el Reconquistador, puso una de sus manos enguantadas en el pomo de su espada. No podía tomar riesgo alguno en caso de que Todoroki se decidiese a atacarlo, o tomar represalias.

El mencionado analiza, perdido en sus pensamientos, todo lo que se encuentra en su entorno, para acabar encontrándose con aquel trono elaborado en hierro eterno y con el que ha soñado demasiadas veces para poder ser contadas. Devuelve su vista a su espalda, y con las manos tras de ella, regresa junto al gobernador de Darkia con una misteriosa mirada.

Katsuki analiza la forma en la que se le dirige, y con una expresión nigromante, su mano tiembla en su agarre. Se recuerda que ha pedido el derecho de sentarse en el trono para recuperar su calma, y que según las normativas reales le toca respetar su deseo.

Shouto Todoroki al ya estar enfrente de joven de cabellos dorados, no piensa realmente cuándo una de sus manos se decide a sostener la afilada barbilla del que se supone que debe considerar su enemigo. Y así, simplemente y en silencio, se observan mutuamente sin saber qué pueden descifrar realmente de sus extraños mirares.

—¿Estáis seguro de esto, Reconquistador? —No tarda en soltar su agarre en el otro, mientras cierra sus ojos con parsimonia al escuchar duda en la voz del gobernador de Darkia.

No suele estar seguro de nada desde hace mucho tiempo, pero abriendo sus ojos de nuevo, ve que el trono oscuro aclama de su atención y asiente con total seguridad. No puede equivocarse esta vez.

—Deseo probar al menos..., Y reitero mi joven y buen señor, que mi intención jamás ha sido destronarle ni mucho menos interponerme en su camino. Lo que menos deseo es tener que gobernar. —Katsuki ve cómo se dirige a su trono, y suelta el pomo de su espada, con emoción escondida tras sus ojos.

No posee la menor idea de lo que puede ocurrir a continuación, pero tiene la extraña sensación de que el nuevo usurpador no cumple con las expectativas malévolas con las que se pensaba en un comienzo. Aun así, cruza los brazos sobre su pecho, temiendo verle arder en llamas y tener que escuchar sus gritos agonizantes en caso de que aquello salga como se teme. 

Con paso lento, y deshaciéndose en el camino de su abrigo de pieles, Shouto se detiene enfrente del trono observando cuán alto y poderoso es. Se da cuenta incluso de que es mejor distinguirlo en la realidad que en sus vívidos sueños.

—No hay miedo alguno en mi corazón... —Se dice, cogiendo todas sus fuerzas de flaqueza, y compartiendo una última mirada con el monarca del reino de Darkia, toma asiento en este.

Los próximos segundos son eternos y dolientes para ambos jóvenes, y Katsuki comprende que el miedo que aboca en su pecho es de haberse equivocado en su elección. Pretende apartar la mirada cuándo en su acompañante surge una mueca extraña, y teme estar a punto de verle morir. Ahora se da cuenta de qué las cosas cambian cuándo el que está sentado es alguien con quién ha tenido contacto, y realmente le importa lo que le suceda. Es consciente de que su posible familia siga con vida y qué le esperan de regreso, por eso no puede evitar sentirse mal al pensar en su madre, y en el dolor que sentirá al perderle. Inevitablemente, el rostro de su buena madre le invade y le acongoja el corazón. Entonces, cómo decisión de último momento, quiere apartarle del trono, salvarle la vida y decirle que deje de ser un fantoche, pero no puede.

Un extraño y repentino dolor se expande por su espalda y se sujeta la cabeza con fuerza de inmediato al sentir que un violento mareo se reparte por su cabeza. Sus piernas se doblan y le arde la piel de su garganta.

No es consciente de qué su compañero se encuentra de la misma forma, porque está centrado en su propia y repentina dolencia. Un extraño grito gutural proviene de sus labios, y solo es consciente de caer para sentir unas manos agarrarle de la cintura y prevenir que caiga al suelo. Sudando a mares se fija qué quién le sujeta es su maestre, que posee una mirada ofuscada por su bienestar. Ahora sabe que este jamás les dejó solos, y que se encontraba al otro lado de la puerta, expectante.

—¡Mi señor, mi señor, recompóngase! —Su voz angustiada solo hace que la cabeza le dé más vueltas, y quiere que se calle, pero es incapaz de hablar.

Toshinori observa a aquellos dos jóvenes dolientes, y mientras se da cuenta de qué el joven Todoroki se encuentra inconsciente sobre el trono y sudando cómo Bakugou, pero aun así vivo. Por eso, detalla repentinamente a su rey; específicamente a su cuello, en el que en un lateral reposa la runa maldita que demuestra su regia señal de poseedor del trono de Darkia. Es entonces que al aventurarse a distinguirla, sus ojos brillan con confusión y miedo por tal extraño suceso.

—Mi señor, vuestra... vuestra runa —No es capaz de expresar aquello que solo en Katsuki hace que se formen preguntas inciertas.

—¿Qué... demonios le o-ocurre? —Intenta cuestionarle a su maestre, sin darse cuenta de todo el esfuerzo llevado a cabo para ello.

Su respiración se agita rápidamente, y el silencio del otro solo le mata por dentro y hace que su situación empeore. Consigue que las voces oscuras de su alma le atraviesen cómo cuchillas de doble filo su estrecho y blando corazón. 

—Majestad, vuestra runa... Está divida. —Y con aquellas últimas palabras solo es consciente de que unos brazos negros le aprisionan y le arrastran consigo hacia la oscuridad.



Horas después, se encuentra junto al Consejo Real anunciando la coronación del rey que compartirá su puesto. Al principio una algarabía se formó ante sus palabras, pero tras enseñarles aquella runa maldita y divida, sus voces se callaron de improvisto.

—Nunca había sucedido algo así en la historia... —Monoma fruncía su ceño, incapaz de hacerse a la idea de que su amado rey debía de compartir el trono.

—¿Y dónde se encuentra ese supuesto nuevo rey? —Shinsou pregunta, negándose a hacerse a la idea de que ahora en su reino poseerían a dos gobernantes. La situación le parecía realmente bizarra para aceptarla en su totalidad.

Katsuki, quién se encuentra sentado en el trono, mantiene dos dedos en el puente de su nariz, harto de seguir escuchando sus quejas y dudas ante lo sucedido. Aun así, recibiendo una mirada de su maestre, suspira gravemente para contestar con el tono más amable que puede.

—Cómo ya os he explicado, sigue inconsciente y reposando en mis aposentos reales. No puedo dejar que nadie más le vea más que yo, ya que debo de explicarle la situación. Cuándo se despierte de su temporal letargo, seréis los primeros en conocerle. —Ante sus palabras, vuelven a surgir los murmullos incoherentes. 

Todavía le duele la cabeza por lo sucedido de antes, sin embargo, era de mucha importancia que asistiera a esta reunión de último minuto. Mejor resultaría todo si lo aclaraba antes.

—Majestad, ¿eso significa que ahora nuestro deber será seguir las órdenes de ambos? —pregunta Kyoka Jiro, la única mujer del consejo.

Deja escapar un sonoro gruñido ante preguntas tan ofensivas cuándo esta claro que no hay nada más que entender. Sin embargo, antes de responder, es Toshinori quién se le adelanta.

—Mi querida señora, es por supuesto que jamás en la historia de los gobernantes de Darkia nunca ha sucedido algo parecido. Pero en vista de este sorpresivo y nuevo suceso, es claro que ahora nuestro deber es cuidar, aconsejar y proteger a los que serán los nuevos reyes de Darkia. No hay que cuestionarse nada más, y deberíamos mejor alegrarnos de que al menos, nuestro querido rey se mantiene en su puesto todavía vigente.

—¡Y por muchos años más! —Monoma alza su copa repleta de vino, que acompaña a su expresión resulta.

Los demás integrantes del Consejo no tardan en seguir sus pasos alzando sus copas por el nuevo reinado que les espera, y agradeciendo que su buen señor permanece con ellos.

La reunión se vio disuelta sin decir nada más, y pronto la sala quedó habitada de nuevo, solo por el que se convertiría ahora en el primer rey de Darkia y su maestre.

—Podríais considerarle ahora como vuestro esposo, mi señor. —Una pequeña carcajada sale de sus labios al vislumbrar el pequeño mohín en la boca de su majestad. En esos momentos, se recuerda que sigue enfrente de un niño, y que este necesita su apoyo más que nunca.

—No seáis cruel, maestre. —Este se acerca a su rey, y arrodillado, le toma de sus manos con un deje suave.

Katsuki le mira con tristeza, sin saber porqué motivo el destino ha decidido hacerle tal mofa.

—Encuentro preocupación por el futuro en vos, mi señor, pero no debería de importunaros. Mirad el lado bueno, podéis todavía preservar aquello por lo que luchasteis y seguir cuidando y protegiendo a vuestro pueblo. No claudiques, mi señor, que esto no es nada para vuestro temple. —Al término de sus palabras, el joven de irises rubíes, sintió que el trono le devolvía un poco de fuerza perdida y que le curaba de cualquier dolor. Eso fue lo único que necesitaba para recuperarse finalmente.

Toshinori observó cómo su joven señor se incorporaba de nuevo, con aquella mirada que demostraba incapaz de rendirse, y sus palabras siguientes le hicieron sentirse orgulloso de su pequeño rey.

—Tenéis razón, mi maestre. Esto debe de haber sido labrado en los libros blancos de las Moiras, y no debo faltarles el respeto. Si su deseo es que de ahora en adelante gobierne junto a Shouto Todoroki, antes conocido cómo el Reconquistador, así será. —Ayudando a su instructor a levantarse del suelo, no tardó en cruzar sus brazos tras su espalda y de llamar a su mano.

Cuándo este apareció sin prisas en la sala, Yagi no dejó de sonreír ante sus nuevas órdenes.

—Llamad a los herreros, decidles que su rey les ordena construir una corona para el nuevo rey. Qué sea con la misma constitución, pero que el material utilizado sea de oro puro, no cómo la mía en la que se empleó el hierro eterno. —Su mano asintió mientras se mantenía en el suelo, arrodillado ante sus pies—. Por otro lado, no os olvidéis de mandar una orden real para todo el pueblo en el que se anuncie que daré un mandato mañana temprano, y en la que su asistencia es obligatoria. —Indicó a su mano a levantarse con una sonrisa—. Eso es todo, Eijiro.

A su marcha, el joven rey no tardó en recoger su abrigo de cuero —tendido por uno de los sirvientes—, y en ordenar a que le trajeran su caballo de pelaje negro y de nombre "Máximo". Mina Ashido ya se encontraba dispuesta a acompañarle como siempre sucedía en sus salidas del reino. Toshinori frunció el ceño, sin saber qué se proponía.

—¿A dónde os dirigís ahora, mi buen señor? —Katsuki le regaló una escueta mirada, repleta de decisión y complicidad.

—El Bosque de los Dioses me espera. No hay mejor lugar entonces en el que cavilar sobre nuestro futuro, maestre. —Se lo esperaba, para nadie era una sorpresa que aquel lugar era uno de sus preferidos en cuánto este quería un poco de soledad.

—Buena fortuna entonces, majestad. —Sin decir nada más, este abandonó la sala en busca de aquel bosque repleto de dioses olvidados.

Su maestre regresó sobre sus pasos, dispuesto a esperar el despertar del otro nuevo rey, y a denegar la entrada de cualquiera que desease conocerle. Sabía que Katsuki debía de hablar con él primero, porque así serían las cosas a partir de ese momento.




El Bosque de Los Dioses es un lugar sagrado, uno que solo aquellos que pertenecen a la realeza son capaces de adentrarse sin aventurarse a la furia de los dioses antiguos y nuevos. Este se encuentra en un un área cerrada en el interior más profundo del Castillo Oscuro y suele usarse cómo un área para meditar y estar a solas. Hacía mucho tiempo que el joven rey Katsuki no regresaba a aquellos lares oscuros y nigromantes. La capitana de su guardia real se detuvo a medio camino, a esperar de su rey sin adentrarse más allá del limite que la separaba del Bosque de los Dioses. 

Así que, acariciando la crin blanca de su caballo, Katsuki continúo su camino, con aquella expresión regia y distante que siempre coloca en su rostro cuándo lo visita.

Al abandonar su montura, no tardó en dirigirse al único arciano de sus recuerdos infantiles que se solía conocer cómo árbol corazón; su maestre le contaba en tiempos antiguos que se acostumbraba a utilizar para que los dioses pudieran ser adorados. De pequeño no entendía a qué se refería, empero ahora, las cosas eran diferentes. El Bosque de Dioses es un lugar oscuro y primitivo, y que lleva intacto durante diez mil años. Está compuesto principalmente por centinelas, robles y palos santos, pero también por espinos, fresnos, castaños, olmos y pinos soldados.

En el centro hay un pequeño estanque, oscuro y frío, junto a dicho árbol corazón antiguo. Tiene una corteza blanca como el hueso, hojas de color rojo oscuro, y un rostro largo y melancólico tallado en la corteza, con profundos ojos rojos con savia seca. Se refleja en ellos mientras toma asiento con los pensamientos revueltos y confusos. La calma que le brinda a aquel lugar le habla a través de susurros y siente que aquellos dioses que ha venerado durante tantos años le abrazan y le dan fuerzas. Se siente acobijado, y deja que las lágrimas de impotencia salgan a hundirse con la hierba húmeda y fría de sus recuerdos.

Toda esta nueva situación se sobrepone a cualquier otra cosa que haya podido vivir antes, y no está seguro de si puede sobrellevarlo como se debe. Sabe que debe aceptarlo, porque así el trono maldito lo ha escogido; sin embargo, ¿qué pensarán sus padres de aquella decisión? Nunca sabrá la respuesta, así que se limita a cerrar los ojos y tratar de conectar con todos los entes mágicos que le rodean.

Se mantuvo de aquella manera, con el silencio y los cantos de los árboles, hasta que escuchó un crujido tras su espalda. Sacó su espada sin reparo, y colocó esta sobre el cuello de la persona que se atrevía a profanar la tierra sagrada de sus dioses. Sin embargo, un viento helado se interpuso en sus movimientos y la apartó de golpe. No mostró sorpresa ante aquello, porque no era la primera vez que los dioses le respondían. Así que, rendido, resguardó esta en su funda sin atreverse a desobedecer a Los Antiguos.

Devolviendo la vista, se dio cuenta de que la persona que había interrumpido su sesión de meditación, había sido su nuevo compañero en el reinado. Tenía el cabello revuelto y los ojos un poco húmedos; pero dándole la espalda, no quiso preguntar por ello. Por su expresión, sabía que ya era consciente de que el reinado ahora era de ambos y el solo hecho de ver la otra mitad de la runa en su cuello se lo confirmaba.

Regresó a su puesto de antes, intentando no perder la calma antes conseguida. No obstante, observó como este tomaba asiento a su lado, cruzado de brazos. No poseía ropaje cálido en su cuerpo, así que Katsuki supuso que tenia frío. Más que nada por lástima, despojándose del suyo, le brindó su abrigo de pieles. Se negó al principio, pero tras estremecerse a continuación, acabó por acceder.

—¿Cómo habéis esquivado a mi capitana? —Este se sobó la nariz que estaba ahora roja por el frío, y le dijo que su maestre le había guiado por otro camino.

—Siempre tiene que meterse de por medio... —El primer rey se revolvió el cabello, en un deje frustrado—. Por lo menos eres bien recibido por Los Antiguos.

Este se limitó a asentir, mientras se dedicaba a observarle de una forma extraña. A Katsuki le dio la sensación de qué ya no estaba tratando con el mismo que se alzaba altanero y ególatra antes; ahora veía una nueva faceta en este, y admitía en bajo que aquella piel blanquecina le lucía. Era atractivo, sin duda, y aquel cabello bicolor junto a sus ojos heterocromáticos lo demostraban.

—¿Habéis mandado una carta a vuestra familia? Es mejor que arriben a Darkia, al menos, antes de que el Invierno ataque más allá del Mar Eternia.

—Gracias por vuestro consejo, es lo primero que hice nada mas despertar. —Su voz tersa llega a sus oídos, al igual que aquella pequeña sonrisa mostrando su agradecimiento por su consideración—. Sé que es inoportuno todo lo que nos ocurre, pero debéis de creerme cuándo os digo que no quería que esto pasara. 

Un silencio los acogió a ambos, en el que Shouto solo instaba a mirar a su compañero a esperar de que le creyese. Ante su respuesta inexistente, decidió continuar.

—Mirad, desde que era pequeño siempre supe que gobernar no era algo para mí. No quería perseguir los mismos pasos de mi padre, solo... solo mantenía el anhelo de permanecer más allá del Mar Eternia, pero supongo que... 

—Nada salió como planeábamos, sí. —Katsuki le dio la razón, y suspirando por vigésima vez en el día, se apresuró a darle un buen consejo ahora a su nuevo compañero: —Ahora mirad vos, el trono maldito nos ha elegido y algo así debe ser considerado algo fortuito. No podemos regresar a quienes éramos, pero eso no quiere decir que todo esté perdido.

—¿A qué os referís? —Su ceño se frunció, y el de ojos rubíes le mostró una sonrisa sincera.

—Me refiero a que ahora estamos destinados a compartir este trono y que eso no quiere decir qué lo que nos espera sean tiempos oscuros e infelices, al contrario, ambos somos buenos monarcas por separado y ahora que estamos obligados a sacar adelante a este reino, estoy seguro de que haremos un buen trabajo. Puede que nos cueste mucho acostumbrarnos a estar juntos todo el tiempo, más cuándo no nos conocemos... pero con el tiempo lo haremos.

Sus miradas distantes parecieron unirse en una y romper aquella barrera que antes se interponían en ambos, y con ella llevarse todas sus diferencias. Shouto, sin pensarlo demasiado, dirigió una de sus manos a una de las de Katsuki. Este la observó curioso y aunque se sentía algo extraño, la dejó estar. Ambos compartían un mismo destino ahora, y lo que más necesitaban era el apoyo del otro.

—Os agradezco de nuevo por ser paciente y por aceptarme ahora como vuestro igual. —El mencionado asintió a sus palabras, fijándose en lo bien que encajaban estas.

—Es lo menos que os merecéis. —Ahora fue Shouto quién le regaló su primera sonrisa verdadera; Katsuki quiso guardarla en su mente para siempre—. Por cierto, os aseguro por la corona que vuestra familia no recibirá daño alguno y que serán recibidos como mi familia ahora. Mañana temprano se anunciará tu llegada y tu propósito con el reino. ¿Os surge problema?

Shouto negó ante sus palabras, sintiendo una calidez en su pecho por tal recibimiento de pronto. Después este le mencionó que tendrían que recrear un cuadro de los dos untos y que debería ser colocado en la historias de los gobernantes de Darkia.

—¿Vos no tenéis una? —Shouto preguntó curioso, al ver que hablaba de una forma que no le relacionaba.

—Siempre... siempre he pensando que no me lo merecía, porque no tengo familia alguna con la que se pueda relacionar con la historia de la realeza. Pero... ahora que vos estáis conmigo, supongo que podemos hacerlo. —El de cabellos bicolores observó sus manos juntas, y aquel viento que los entornaba a ambos. No pudo evitar que sus mejillas se coloreasen con fuerza y admitió que, a pesar de la vergüenza que le diera hacerlo, era su deber contarle al otro lo que había visto en su inconsciencia.

—¿Puedo deciros algo? Ya que ahora somos reyes juntos, no creo que nos convenga tener secretos juntos. —Katsuki alzó una de sus cejas, curioso ante aquello y comentó con diversión que estaban en el Bosque de Los Dioses.

—Y por ende, no se puede mentir. ¿Aún así, continuáis queriendo decírmelo? 

—Es mi deber. —Tomando una pausa, apretó sus manos con más fuerza, echándole las ganas necesarias —. He soñado con vos de nuevo.

Un canto melódico rellena su silencio, y el joven Bakugou siente temor ante su respuesta.

 —¿Tiene que ver con el trono maldito? Porque si es así, no quiero...

—No, no es sobre el. Es más bien... sobre nosotros. —Aquello consigue que frunza el ceño y no logre comprender a qué se refiere.

—¿Nosotros, qué...? —De pronto se fija en su extraño y repentino rubor, y algo en su interior hace que le dé vueltas el estómago. 

—N... nos vi a los dos, juntos, en un futuro próximo. No... No cómo se tiende a ver a nuestro alrededor, no llevando una amistad real, si no más bien... —Katsuki alzó una de sus manos, callándolo al instante al escucharle e identificar su mensaje claramente.

No pudo evitar que el calor se subiera por sus orejas, y sonriendo divertido ante aquella bizarra situación, negó levemente. Aun así, mantuvo sus manos unidas.

—Eso sí que es un sueño, mamerto. —Acabaron por reírse en aquel lejano Bosque de Los Dioses, y las voces de los antiguos compartieron su alevosía.

Y sin saberlo, en aquel misterioso lugar marcado por las deidades que velaban por su seguridad, la eterna maldición se juró ante aquellos dos hombre jóvenes, y por primera vez en la historia, el destino del trono maldito fue compartido y la guerra por este llegó a su final.

(...)

N/A → Siento entregar lo prometido tan tarde, pero entre exámenes y demás, el tiempo se me ha venido encima. De todas formas, gracias por dejarme participar y espero haberlo hecho lo mejor posible.

Sé que tenía que haber mencionado el amor de una forma más especifica, lo sé, pero siento que esta ha sido la mejor manera para terminar la historia. Además, creo que ha quedado sobrentendido que acabarán juntos. De nuevo, gracias por haberme aceptado.

Mucho love, ¡mis ángeles!

Se despide xElsyLight.

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