𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏
AÑO 135 D.C
|• D E S E M B A R C O D E L R E Y•|
F O R T A L E Z A R O J A
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Viserra, la hija menor del difunto Rey Viserys Targaryen y su Reina viuda Alicent Hightower, era una joya preciada en la corte de Desembarco del Rey. Desde su nacimiento, la princesa había sido el centro de atención, no solo por su linaje real, sino por su personalidad encantadora y su deslumbrante belleza.
Viserra tenía la habilidad de ganarse el corazón de cualquiera. Su sonrisa dulce y adorable irradiaba una calidez que iluminaba cualquier estancia. La joven princesa poseía una gracia innata y una alegría contagiosa que la hacían amada por todos. Sus habilidades artísticas eran múltiples y variadas: le gustaba bailar, pintar, bordar, y dibujar.
Pero lo que más amaba y disfrutaba Viserra era volar en su dragón Silverwing. La brisa en su rostro, la sensación de libertad y la adrenalina de surcar los cielos le proporcionaban una felicidad inigualable. Sus travesuras y escapadas a Pozo Dragón eran legendarias, a menudo ganándose regaños de su madre, la Reina viuda Alicent. A pesar de ello, Viserra seguía siendo traviesa y juguetona, viviendo cada día con una pasión desenfrenada.
Físicamente, Viserra era una visión que encarnaba la esencia de la belleza Targaryen. Su cabello, de un plateado casi blanco, caía en suaves cascadas que brillaban a la luz del sol, contrastando con sus ojos violetas claros, profundos y llenos de misterio. Un pequeño lunar cerca de uno de sus ojos añadía un toque de singularidad a su rostro, mientras que su nariz fina y pequeña, sus mejillas sonrosadas y sus labios rojizos completaban un conjunto encantador.
Era delgada y de piel nívea, sin mácula alguna, un reflejo de la pureza y la nobleza de su linaje. Su figura esbelta se realzaba con una pequeña cintura y curvas tentadoras que atraían las miradas de cada Lord y caballero de los Siete Reinos.
Las propuestas de matrimonio no paraban de llegar, y en los torneos, los caballeros se peleaban fervientemente por obtener su favor, lo cual le causaba gracia y entretenimiento a la princesa. Sin embargo, la Reina viuda se negaba rotundamente a dar la mano de su hija menor en matrimonio, argumentando que Viserra era aún demasiado joven para casarse.
______ Mi pequeña niña no será prometida a nadie, aún es joven e inmadura— les decía a quienes tenían el valor de pedir la mano de la princesa.
Pero Viserra no le daba mucha importancia a las decisiones de su madre. Incluso le agradecía que no le hubiera conseguido un esposo, aún. El sueño de la princesa era casarse con el príncipe Qyle Nymeros Martell, quien se había robado su corazón hace años.
...
_____ Lucerys y Rhaena han tenido un nuevo bebé —anunció la reina Helaena a su hermana, quien dibujaba concentrada mientras ella bordaba—. Jace mencionó que esta vez es un niño, el heredero de Driftmark.
____Eso es lindo, ¿Cuál es el nombre del niño? —preguntó su hermana, levantando la vista del dibujo.
____No lo sé —respondió Helaena, con una ligera sonrisa—. Jace dijo que posiblemente iremos a Driftmark a conocerlo, y también porque extraña a sus hermanos y desea verlos.
____La más feliz con este viaje será Dreamfyre —comentó Viserra, dejando su dibujo a un lado—. Ella adora los viajes largos.
____Así es —concordó Helaena.
____Cuando yo me case con mi príncipe dorniense y tengamos bebés, espero que también vayas a visitarme a Dorne —dijo Viserra, su tono lleno de esperanza y sueños futuros.
____Y sigues con lo mismo —replicó Helaena, con un suspiro—. Sabes que madre no lo permitirá.
Viserra hizo una mueca y volvió a su dibujo, la chispa en sus ojos momentáneamente apagada por la realidad que su hermana le recordaba.
____Lo sé, pero no puedo dejar de soñar —respondió en voz baja.
Helaena suspiró y dejó de bordar momentáneamente, observando a su hermana con tristeza. Luego, con un movimiento cuidadoso, retomó su bordado. La tela en sus manos era de un fino lino blanco, y en ella se delineaba una intrincada araña con hilos de plata y negro. Helaena sostuvo la aguja entre sus delicados dedos.
—Siempre habrá alguien lo suficientemente egoísta como para arruinar los sueños de otros con tal de hacer realidad los suyos —susurró Helaena, concentrada en su labor.
—¿Qué dices? —preguntó Viserra, frunciendo el ceño en confusión.
Helaena no levantó la vista de su bordado, pero su voz adquirió un tono más firme.
—No pierdas la compostura, princesa, mantente firme siempre —dijo, como si sus palabras fueran un consejo disfrazado de simple comentario.
Viserra abrió la boca para preguntar más, intrigada por el repentino cambio en su hermana, pero se detuvo cuando la puerta se abrió, revelando la imponente figura del rey. La joven princesa se levantó rápidamente del suelo, alisándose la falda antes de hacer una reverencia profunda.
—Esposa —dijo el rey con una calidez que reservaba solo para Helaena, acercándose a ella para depositar un suave beso en su mejilla antes de dirigir su mirada a Viserra— Princesa.
—Majestad, buena mañana —respondió Viserra, su voz reverente.
El aire en la habitación cambió con la presencia del rey, y aunque Viserra seguía intrigada por las palabras de su hermana, supo que ese no era el momento para profundizar en el tema.
—Si me disculpan, mi rey, mi reina, iré a ver a mi madre ahora —dijo Viserra, con una ligera inclinación de cabeza, utilizando la excusa para dejar a la pareja a solas.
Helaena asintió con un leve gesto, su expresión tranquila, pero con ese aire distante que la envolvía cuando se sumergía en sus pensamientos. Al recibir la aprobación de su hermana, Viserra hizo una reverencia elegante y, sin más demora, se retiró de la habitación.
Al llegar a la puerta de los aposentos de su madre, Viserra se encontró con Sir Criston Cole, el escudero de la Reina Viuda. Sin pronunciar palabra, Criston abrió la puerta con un gesto respetuoso, permitiéndole el paso a la princesa. Viserra le dirigió una leve inclinación de cabeza en agradecimiento antes de cruzar el umbral.
Dentro de la habitación, la reina viuda Alicent Hightower estaba cómodamente recostada en un sillón, con un grueso libro entre las manos. La luz suave del día entraba por las ventanas, iluminando las letras antiguas que decoraban las páginas. Al notar la llegada de su hija, Alicent levantó la vista, marcando la página y colocando el libro con cuidado sobre la mesa a su lado. Su atención, ahora completamente enfocada en Viserra.
—Buena mañana, madre —saludó Viserra con una inclinación de cabeza.
—Buena mañana, cariño —respondió Alicent, esbozando una suave sonrisa—. Te esperé para el desayuno, pero nunca llegaste. ¿Hay alguna razón?
—Desayuné en mis aposentos y luego fui a visitar a Helaena —explicó Viserra mientras se acercaba a la mesa, sus dedos rozando la encuadernación del libro que su madre había dejado—. Me distraje un poco con ella.
Viserra dejó que sus dedos recorrieran la superficie del libro, reconociendo la sensación de la piel desgastada bajo su tacto. Una sensación familiar, llena de recuerdos.
—Este libro era de mi padre, ¿cierto? —preguntó en un susurro, alzando la vista hacia su madre.
Alicent asintió con la cabeza.
—Así es —confirmó—. Solía leerlo con frecuencia. Decía que los relatos antiguos lo ayudaban a encontrar paz en tiempos turbulentos.
—Pensé que los habían tirado —comentó Viserra, con un dejo de tristeza en su voz mientras seguía acariciando el borde del libro.
—No lo permitiría —respondió Alicent con firmeza, su mirada volviéndose más intensa—. Cuando él murió y Rhaenyra subió al trono, me aseguré de que todas sus pertenencias fueran guardadas con cuidado. Sus libros, en especial, los traje conmigo.
Viserra asintió en silencio.
Viserra había intentado hablar sobre su futuro muchas veces, pero siempre era en vano. Cada vez que mencionaba la idea de un posible matrimonio, su madre la evadía, cambiando de tema o simplemente ignorando sus palabras. Sabía que Alicent lo hacía por protegerla, por miedo a perderla. Pero Viserra no podía evitar sentir que algo le estaba siendo arrebatado. Necesitaba respuestas, necesitaba saber qué planeaba su madre para ella.
Hoy, más que nunca, estaba decidida a obtener esas respuestas. Tomó aire y le pidió a los dioses la valentía necesaria para abordar el tema con su madre. Sé valiente, se dijo a sí misma, antes de levantar la mirada y encontrarse con los ojos miel de Alicent, quien la observaba fijamente.
Sin embargo, al encontrarse con esa mirada, toda la valentía que había reunido se esfumó de golpe. El miedo a provocar la ira de su madre, a escuchar sus gritos, se apoderó de ella. De repente, se sintió pequeña, vulnerable, y su resolución se desmoronó. Sus manos, temblorosas, comenzaron a jugar con los dedos, un gesto ansioso que la traicionaba. Bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de los ojos de su madre, sintiendo que el coraje que había intentado reunir se desvanecía como humo.
—¿Qué es? —preguntó Alicent, con una voz suave pero firme, reconociendo la tensión en el aire y la lucha interna de su hija.
—Yo... —Viserra vaciló, sintiendo el nudo en su garganta apretarse—. Yo quería hablar contigo sobre un tema que es muy importante para mí.
—Te escucho —respondió Alicent, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Yo he cumplido recientemente diez y ocho días del nombre, madre. Ya no soy una niña. Soy lo suficientemente mayor y estoy preparada para asumir el papel de esposa —comenzó Viserra, tratando de mantener su voz firme, aunque por dentro su corazón latía con fuerza—. He aprendido todo lo que se espera de mí. Sé cómo manejar una casa, cómo comportarme en la corte, cómo apoyar a mi esposo en sus deberes y cuidar de los nuestros cuando llegue el momento. No soy ignorante de las responsabilidades que conlleva un matrimonio, ni del sacrificio que representa.
Hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas, buscando la fuerza que necesitaba para continuar.
—Además, es mi deber como princesa asegurar alianzas y fortalecer nuestra familia. Sé que hay muchos que han mostrado interés, especialmente en Dorne. Una unión con la Casa Nymeros Martell sería beneficiosa para la corona, y estoy dispuesta a asumir ese compromiso. No solo quiero ser una pieza en los juegos de poder, madre. Quiero ser útil, quiero que mi vida tenga un propósito, uno que yo también pueda escoger.
Alicent escuchó atentamente las palabras de su hija, pero en su interior, ya sabía cuál sería su respuesta. Aunque entendía los deseos y las razones de Viserra, no podía permitir que su hija se sumergiera en un destino que, para ella, estaba lleno de peligro. Viserra aún era joven, impulsada por sueños que Alicent temía que se romperían bajo el peso de la realidad.
Suspiró profundamente, bajando la mirada mientras negaba con la cabeza, luchando contra la mezcla de frustración y tristeza que sentía. Con un gesto lento y deliberado, se levantó de su lugar y se acercó a su hija. Sabía que las palabras que estaba a punto de pronunciar no serían fáciles de aceptar para Viserra, pero también estaba convencida de que eran necesarias.
—Dime, ¿cuántas veces practicaste este pequeño discurso, niña? —preguntó Alicent, con un tono pacífico—. Hace años conociste a ese príncipe en el torneo que Rhaenyra organizó para la boda del rey y la reina. Antes de eso, no tenías ningún interés en el matrimonio; incluso decías que te desagradaba la idea de tener un esposo. Pero todo cambió ese día, ¿no? —Su mirada se volvió penetrante mientras se dirigía a su hija—. Cuando lo viste, con su lanza en manos, tan apuesto, con el cabello negro y los ojos tan oscuros como la noche, con un rostro perfectamente perfilado, alto y fornido, y todas esas tontas cualidades que suelen encantar a las jóvenes damas de la corte. Te gustó mucho, ¿verdad? Tanto que, cuando pidió tu favor, se lo diste sin dudar rompiendo tu promesa de otorgárselo a Daeron. Y cuando te coronó como reina del amor y la belleza, fuiste la envidia de todas las jóvenes. Te enamoraste de él de inmediato, como una jovencita ilusa.
Alicent se acercó más y, con una ternura mezclada con un dejo de tristeza, tomó el rostro de su hija entre sus manos.
—Niña tonta —susurró—. ¿Acaso no te pusiste a pensar en sus verdaderas intenciones?
Viserra sintió que un nudo se formaba en su garganta, sus ojos violetas comenzaron a llenarse de lágrimas mientras miraba a su madre, buscando respuestas. La confusión y el dolor en sus ojos eran evidentes cuando preguntó con voz temblorosa:
—¿Qué... qué quieres decir? —su voz se quebró, reflejando el dolor y la incertidumbre que sentía en su interior.
Alicent soltó el rostro de su hija y se apartó un paso, dándole espacio mientras comenzaba a caminar alrededor de ella.
—Tú eres una princesa Targaryen, con la sangre ardiente de dragón corriendo por tus venas, y eres la jinete de un dragón, Silverwing, un dragon formidable que antes le perteneció la buena reina.—dijo Alicent, su tono grave y medido—. La Princesa de Dorne envió a su apuesto hermano con un propósito claro: enamorar a la única princesa soltera del reino, y él cumplió su misión con éxito.
Alicent rodeó a Viserra lentamente, su mirada fija y penetrante.
—¿Crees que no me daba cuenta de tus escapadas al jardín en las noches para verte con él? De sus regalos, sus cartas de amor, e incluso ese collar que llevas en el cuello todo el tiempo, se que te lo regaló él.
Alicent se detuvo frente a su hija.
—Él hizo todo eso para lograr que te casaras con él —continuó Alicent, su voz cargada de desilusión—. Su objetivo no era solo ganarse tu amor, sino asegurarse de que le dieras hijos con sangre de dragón. Quería que esos hijos se convirtieran en jinetes de dragones, para que su casa pudiera estar a la par de la Casa Targaryen, para que su familia tuviera dragones.
La princesa negó con la cabeza, rehusándose a creer en las palabras de madre.
____ Es mentira, él me dijo...
____ ¿Que te dijo? ¿que te amaba? ¿que eras el sol de sus mañanas y la luna que alumbraba sus noches?— Alicent negó con la cabeza lentamente— Mi dulce hija, le creíste todas sus mentiras y te enamoraste de sus poemas vacíos.
El corazón de Viserra se rompía con cada palabra que salía de los labios de su madre. Dos lágrimas se deslizaron lentamente por su rostro, marcando su piel pálida con el dolor que sentía.
—Después de que te desposara y lograra su cometido —continuó Alicent, con un tono de profunda tristeza—, te dejaría de lado. Se iría con otras mujeres, ignorándote y dejándote criar a tus hijos sola, mientras él se divierte con sus amantes, como es normal entre ellos.
—B-basta —dijo Viserra, con la voz rota y quebrada, su dolor palpable mientras intentaba detener el torrente de palabras que no deseaba seguir escuchando.
Alicent volvió a tomar el rostro de Viserra entre sus manos, mirándola con una mezcla de pena y ternura.
—Mi pobre niña —dijo con suavidad—, solo te estoy diciendo la verdad. Mi intención es que abras los ojos, esos hermosos ojos que tienes, y veas la realidad que se oculta detrás de las sonrisas y los halagos.
Viserra no pudo soportarlo más y dejó que su llanto fluyera libremente. Alicent la abrazó con fuerza, permitiéndole desahogarse en sus brazos. Mientras Viserra lloraba, Alicent acariciaba suavemente su cabello plateado, dándole pequeños besos en la cabeza en un intento de consolarla y ofrecerle el apoyo que necesitaba en ese momento.
Viserra solo deseaba un esposo que la amara de verdad, que solo tuviera ojos para ella. Soñaba con un hogar feliz y armonioso, lleno de risas y con muchos hijos que criarían juntos. Anhelaba una vida en la que el amor fuera sincero, sin juegos de poder ni manipulaciones. Pero, en el fondo, sabía que esos deseos eran difíciles de alcanzar en un mundo donde las alianzas políticas y las ambiciones pesaban más que los sentimientos.
Viserra lloró en los brazos de su madre, como siempre hacía cuando la tristeza la abrumaba. Alicent la sostuvo con ternura, acariciando su cabello y susurrando palabras de aliento. Le recordó que, aunque el mundo era duro y sus sueños parecían inalcanzables, siempre estaría allí para apoyarla, protegiéndola de los peligros que acechaban en las sombras. Mientras la abrazaba, Alicent deseó poder apartar todo el dolor que sentía su hija, aunque sabía que no podía protegerla de todas las realidades de la vida.
Más tarde, la reina viuda tuvo que abandonar sus aposentos. A pesar de su deseo de quedarse con Viserra, los deberes la llamaban. Debía asistir a la reunión del Consejo Privado, donde servía como consejera de leyes, una posición que le fue otorgada por su hijastra, la difunta reina Rhaenyra l Targaryen.
Poco tiempo después, la puerta se abrió silenciosamente, revelando a Lady Floris Baratheon, la esposa del príncipe Aemond Targaryen. Sus cabellos negros caían en ondas sobre sus hombros, y su porte era tan elegante como siempre.
—Princesa —llamó Floris con suavidad.
Viserra, quien no había notado la llegada de su cuñada, se apresuró a limpiar su rostro húmedo por las lágrimas y a alisar su vestido. Con un rápido ajuste de su postura, volvió su atención hacia la mujer.
—¿Dime, qué sucedió? —preguntó Viserra, esforzándose por ocultar cualquier rastro de su reciente llanto tras una expresión calmada.
—Se solicita su presencia en las puertas del castillo —respondió Floris, su tono neutral, aunque sus ojos mostraban un atisbo de curiosidad.
—¿Por qué razón querrían mi presencia allí? —inquirió Viserra, frunciendo ligeramente el ceño.
—No lo sé, solo se me dijo que le informara —contestó Floris.
Viserra, aún sintiendo el peso de la conversación con su madre, asintió lentamente, preguntándose qué podría estar esperando en las puertas del castillo.
—Ven conmigo —ordenó Viserra, saliendo de los aposentos de su madre con paso firme.
Lady Floris la siguió en silencio mientras las dos jóvenes atravesaban los largos pasillos del castillo, sus pasos resonando en la piedra fría. Viserra mantenía la cabeza alta, Los guardias las saludaban al pasar, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto. Finalmente, llegaron a las imponentes puertas de la Fortaleza Roja, donde varios caballeros y sirvientes esperaban con paciencia.
Se encontraron con una fila de soldados, cada uno con su armadura resplandeciente adornada con el emblema de la Casa Velaryon: el hipocampo plateado sobre un campo azul marino.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Viserra, dirigiendo su mirada hacia el capitán de la guardia.
El capitán, un hombre de mediana edad con cicatrices en el rostro, se adelantó e hizo una profunda reverencia antes de responder.
—El príncipe Joffrey de la Casa Velaryon ha sido enviado por Lord Lucerys Velaryon a Desembarco del Rey como su representante —informó el capitán, con tono respetuoso pero firme.
Los soldados se apartaron, revelando al joven príncipe Joffrey, quien se erguía con porte noble. Su cuerpo delgado pero fuerte, combinado con su cabello rizado de color negro. Vestía elegantemente de azul adornada con el emblema plateado de su casa, destacando su linaje marítimo.
Al ver a su sobrino, una sonrisa brillante iluminó el rostro de Viserra. Sin pensarlo, corrió hacia él, cerrando la distancia que los separaba. Joffrey la recibió con los brazos abiertos, levantándola en un abrazo cálido y sincero. Con facilidad, la levantó del suelo y la hizo girar en el aire, arrancando risas llenas de alegría de la princesa.
—¡Qué alegría verte, Joffrey! —exclamó Viserra, sin dejar de sonreír, mientras Joffrey la bajaba con cuidado
___ También es bueno volver a verte, tía. ¿Cómo están las cosas en la Fortaleza Roja? —preguntó Joffrey con una sonrisa.
___ Todo en orden y en paz, sin la presencia de cierto príncipe revoltoso —bromeó Viserra, alzando una ceja con picardía.
___ Me alegra escuchar eso —respondió él, con una risa—. Pero espero que hayan disfrutado de esa tranquilidad mientras duró, porque no planeo irme en mucho tiempo. Dudo que tengan días tranquilos ahora que estoy aquí.
Ambos rieron a carcajadas, la alegría de su reencuentro llenando el aire. Viserra, todavía sonriendo, se volvió hacia su cuñada.
___ Recuerdas a Lady Floris, la esposa de Aemond —dijo con amabilidad.
___ Cómo olvidar a tan bella dama—respondió el príncipe Joffrey mientras se acercaba a la joven, tomando su mano con cortesía y depositando un suave beso en el dorso—. La hija más hermosa de Lord Baratheon, sin intención de ofender, mi Lady.
___ No lo hace, mi príncipe, al contrario, me halaga mucho —respondió Floris, inclinando ligeramente la cabeza, complacida.
___ Dígame, My Lady, ¿ha logrado domar a la bestia? —preguntó Joffrey, con una sonrisa maliciosa— Me refiero, por supuesto, a mi querido tío Aemond. Recuerdo que en su boda parecía más un perro rabioso que un novio. Debo decir que tiene toda mi simpatía por haber terminado con un esposo tan... temperamental.
___ Domar a un dragón es tarea difícil, pero no imposible —respondió Floris con una sonrisa enigmática, manteniendo la compostura—. Aunque, debo admitir, algunas llamas son necesarias para mantener el hogar cálido.
___ Por supuesto, my lady.
Los tres rieron, disfrutando del momento.
___ Deberíamos entrar al castillo. Estoy segura de que el príncipe está agotado después de un viaje tan largo —comentó Viserra con una sonrisa traviesa—. Además, un buen baño no le vendría mal. Apesta a dragón.
Los tres se encaminaron al castillo, seguidos de cerca por sirvientes que llevaban las pertenencias del príncipe Joffrey. Conversaban animadamente mientras avanzaban, sus pasos resonando en el corredor de piedra. Poco después, Lady Floris se detuvo y, con una inclinación de cabeza, se excusó cortésmente.
___ Si me permiten, tengo otros asuntos que atender —dijo con suavidad antes de dar media vuelta y marcharse, dejando a Viserra y Joffrey solos en el camino.
___ Ahora que estamos solos, quiero saber la verdadera razón de tu llegada a la Fortaleza Roja —preguntó Viserra, mirándolo con una ceja arqueada.
___ Lucerys desea descansar de mí, al igual que Rhaena, así que me enviaron aquí —respondió Joffrey con fingida seriedad, pero no pudo evitar que sus labios se curvaran en una sonrisa burlona.
___ Eso suena como una forma elegante de decir que te han exiliado por ser demasiado problemático —replicó Viserra, riendo suavemente.
___ Puede que tengas razón, tía —admitió Joffrey—, pero no hay lugar mejor para causar problemas que Desembarco del Rey.
Unas jóvenes damas pasaron caminando en dirección contraria, susurrando y riendo entre ellas. Joffrey les dedicó una sonrisa encantadora y un guiño, provocando que las muchachas se sonrojaran antes de hacer una rápida reverencia y apresurarse a alejarse, risueñas y nerviosas.
___ Qué bellezas —murmuró el príncipe, sin quitar la mirada de ellas.
___ Joffrey, compórtate —le advirtió Viserra, aunque no pudo evitar esbozar una sonrisa divertida.
___ Solo estoy apreciando las maravillas de Desembarco —replicó Joffrey con una sonrisa pícara—. Sería un desperdicio no hacerlo.
___ Mi madre tiene razón, pareces más hijo del príncipe canalla que del mismo Ser Laenor —bromeó Viserra, mirándolo de reojo.
___ Lo tomaré como un cumplido —respondió Joffrey, encogiéndose de hombros con una risa ligera—. Aunque prefiero pensar que heredé lo mejor de ambos.
____ Tonto.
___ ¿Falta mucho para que inicie la reunión del consejo? —preguntó Joffrey, fingiendo desinterés mientras ajustaba el paso.
___ Hace rato que comenzó. Está a punto de terminar, de hecho. ¿Qué te importa el consejo? —replicó Viserra, cruzando los brazos.
___ Entonces, mejor apresurémonos. No quiero llegar demasiado tarde a mi propia presentación —respondió Joffrey con una sonrisa, acelerando el paso.
___ Joffrey, ¡espera! —protestó Viserra, sorprendida por la repentina acción de su sobrino.
Pero Joffrey, con su típica sonrisa traviesa, la tomó del brazo y comenzó a arrastrarla a toda prisa por los pasillos de la Fortaleza Roja.
___ No hay tiempo para formalidades, tía. ¡Vamos! —dijo él, acelerando el paso mientras Viserra intentaba seguirle el ritmo.
___ ¿Estás loco? —exclamó Viserra—. ¡No puedes irrumpir en el consejo como un huracán!
___ ¿Por qué no? —respondió Joffrey con un guiño—. Un poco de caos siempre hace las cosas más interesantes.
Al llegar a la puerta del consejo, Viserra y Joffrey fueron detenidos por los guardias que custodiaban la entrada.
___ Mis príncipes, no pueden entrar aquí —dijo Sir Arryk, con una voz firme pero respetuosa.
___ Sir Arryk, qué gusto verlo —respondió Joffrey con una sonrisa despreocupada—. Pero tengo que entrar al consejo antes de que termine, así que permiso— añadió, apartando al guardia sin darle tiempo de reaccionar y cruzando la puerta.
Viserra, mortificada por la falta de etiqueta de su sobrino, se quedó paralizada por un segundo antes de seguirlo, sintiendo que el rubor le subía por las mejillas.
Al cruzar la entrada, todas las miradas se dirigieron hacia ellos. Los consejeros quedaron en silencio, y el sonido de la voz de Joffrey resonó en la sala.
___ ¡Mis lores! —exclamó con entusiasmo.
El rey Jacaerys, sentado en la cabecera de la mesa, levantó la vista y frunció el ceño al ver a su hermano y a su tía irrumpir de forma tan poco ceremoniosa. Su expresión mezclaba sorpresa y ligera exasperación, claramente preguntándose qué motivo podría haber detrás de esta inesperada interrupción.
___ Joffrey, ¿cuándo llegaste a Desembarco del Rey? —preguntó Jacaerys, frunciendo el ceño ante la inesperada aparición—. Y, por todos los dioses, ¿qué significa esta falta de cortesía al irrumpir en el consejo sin ser invitado?
___ Querido hermano, ¿no te alegra verme? —respondió Joffrey con una sonrisa desvergonzada, haciendo una ligera inclinación hacia el rey mientras se acomodaba en la sala—. No esperaba ser recibido con tanto rigor, pero como verás, he llegado justo a tiempo.
— El rey hizo una pregunta, Joffrey —dijo la princesa Rhaenys.
Joffrey se acercó con una sonrisa y, inclinándose elegantemente, tomó la mano de su abuela y le dio un suave beso en el dorso.
— Mi querida abuela, ¿tu tampoco te alegras de verme? —preguntó, su tono lleno de afecto y una pizca de picardía.
El príncipe se volvió hacia la reina viuda, quien lo observaba con evidente desaprobación. Con una sonrisa traviesa, Joffrey se acercó a ella y tomó su mano con elegancia, besando el dorso con un gesto delicado.
— Reina Alicent, usted siempre joven y hermosa —dijo con tono juguetón y cortesía, disfrutando de la expresión en el rostro de la mujer.
Amaba molestarla.
Viserra se acercó con cautela a su madre, notando la mirada severa que ahora la observaba. La tensión en la sala era palpable mientras se inclinaba ligeramente hacia la reina viuda.
— ¿Cuál es tu asunto aquí? —preguntó Alicent en un susurro, su tono afilado como una daga.
— Solo lo acompañó, nada más —respondió Viserra con un tono igual de bajo, evitando los ojos de su madre mientras trataba de mantenerse firme.
Joffrey detuvo su caminata al llegar junto a la silla vacía del Consejero Naval, su rostro serio ahora mientras toda la sala se mantenía en silencio, expectante.
— Mi Rey, mis lores —comenzó, su tono amistoso, pero firme—. Imagino que muchos se preguntarán qué hago aquí, irrumpiendo sin previo aviso. La razón es sencilla: Lord Lucerys de la Casa Velaryon, Señor de las Mareas y Amo de Marcaderiva, ha decidido enviarme como su representante. A partir de hoy, ocuparé su lugar en este consejo, hablando en su nombre y cumpliendo con los deberes de Consejero Naval.
Hizo una breve pausa, permitiendo que sus palabras se asentaran.
— Puede que algunos de ustedes tengan dudas sobre mi presencia aquí, pero estoy dispuesto a demostrar que soy más que capaz de asumir esta responsabilidad.
Con esa declaración, Joffrey se sentó en la silla, enfrentándose a las miradas de los consejeros con una expresión serena, listo para cumplir con su nuevo rol.
El rey Jacaerys suspiró, claramente frustrado por la interrupción de su hermano menor. Sus ojos recorrieron la mesa antes de fijarse en el Gran Maestre Gerardys.
— Gran Maestre, ¿hemos recibido alguna carta de Lord Velaryon que confirme las palabras del príncipe Joffrey?
El Gran Maestre, un hombre sabio, bajó la cabeza ligeramente antes de responder.
— No, Majestad. No ha llegado ninguna misiva reciente de Lord Velaryon a la Fortaleza Roja —respondió con voz grave, mientras la tensión en la sala aumentaba visiblemente.
El rey volvió su mirada hacia Joffrey, quien se limitó a sonreír con una mezcla de confianza y desdén.
— ¿Dudas de mí, querido hermano? —dijo Joffrey, con un tono que oscilaba entre la burla y la calma—. Entiendo tu preocupación, pero te aseguro que no he llegado sin el debido respaldo.
Joffrey deslizó su mano dentro de su jubón y sacó una carta sellada con cera azul, impresa con el emblema del caballito de mar de los Velaryon. La carta, cuidadosamente doblada y bien protegida, fue levantada.
— Aquí tiene, Majestad. La carta lleva el sello inconfundible de Lord Lucerys Velaryon —dijo Joffrey, mientras extendía el documento hacia uno de los guardias, quien rápidamente se la llevó al rey.
Los ojos de todos los presentes se centraron en la carta mientras el rey la recibía, rompiendo el sello con cuidado. Los consejeros intercambiaban miradas silenciosas, conscientes de la importancia de ese momento. Jacaerys desenrolló el pergamino y comenzó a leer, su expresión severa y concentrada, mientras la sala permanecía en un silencio expectante.
El rey Jacaerys terminó de leer la carta, y tras unos instantes de reflexión, suspiró, finalmente convencido. Con un gesto algo fatigado, dejó caer el pergamino sobre la mesa del consejo.
— Bien, parece que todo está en orden —dijo, resignado—. Estábamos a punto de concluir, pero supongo que podemos alargar la reunión un poco más para abordar este nuevo asunto.
Viserra sintió una incomodidad repentina, como si su presencia no fuera necesaria en la sala. Decidida a retirarse discretamente, hizo una ligera reverencia.
— Bueno, yo me retiro, con su permiso —dijo en voz baja, preparándose para salir.
Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, la voz firme del rey la detuvo.
— Ya que está aquí, princesa, sírvenos como copera el día de hoy —ordenó, con un tono amable.
Viserra se tensó ligeramente, sorprendida por la petición. Dirigió una mirada a su madre en busca de apoyo, y Alicent, con una expresión calmada, le dio un leve asentimiento. Con un suspiro silencioso, Viserra aceptó la tarea,
Viserra se acercó a la mesa, jarra en mano, llenando las copas de los presentes con la precisión y elegancia propias de su rango. Mientras lo hacía, mantenía la mirada baja, escuchando con atención las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor.
El rey Jacaerys, con los ojos fijos en su hermano menor, habló con firmeza:
— Haz tu reporte, Joffrey. Infórmanos de las mareas y del estado de nuestra flota.
Joffrey, que había estado observando a Viserra con una ligera sonrisa, dejó de lado su tono juguetón y adoptó una postura más seria.
— Las mareas se han mantenido favorables para la flota Velaryon. La mayoría de nuestras naves navegan sin incidentes, y el comercio sigue prosperando bajo nuestro dominio. Sin embargo, hace unas lunas surgió una pequeña amenaza en los Peldaños de Piedra. Un grupo de piratas se atrevió a asediar nuestras rutas, pero Lord Lucerys actuó de inmediato. Montó a su dragón y los redujo a cenizas, reforzando la seguridad en la zona. Desde entonces, no hemos tenido problemas significativos allí.
Joffrey hizo una pausa, dejando que la información calara en los consejeros antes de continuar.
— Además, me complace informar que el barco que el difunto Lord Corlys Velaryon había comenzado a construir ha sido terminado. Es una embarcación magnífica, digna de su legado. En su honor, la hemos bautizado como La Reina que Debió ser. Un tributo apropiado, creo, para nuestra abuela, la princesa Rhaenys.
El joven príncipe dirigió una mirada respetuosa a Rhaenys, antes de añadir:
— Y no nos detenemos ahí. Se está construyendo una nueva flota, más grande y poderosa que cualquier otra que hayamos tenido. Lord Lucerys tiene la intención de asegurar que la supremacía Velaryon sobre los mares nunca sea cuestionada.
—Es gratificante escuchar esto—dijo Lord Tyland, asintiendo con aprobación—. Lord Corlys no solo fue un gran navegante, sino también un mentor excepcional. Preparar a su heredero fue su mayor legado, y hoy vemos los frutos de ese esfuerzo. Sin duda, estaría orgulloso de las grandes hazañas de su sucesor. El linaje Velaryon sigue demostrando su fortaleza y su compromiso con la Corona.
La princesa Rhaenys se inclinó hacia adelante, con una mirada orgullosa que se dirigió a Joffrey antes de recorrer a los demás miembros del consejo. Con voz firme, pero cálida, expresó:
—Es estoy de acuerdo con usted, Lord Tyland—dijo Rhaenys— Mi difunto esposo, Lord Corlys Velaryon, siempre tuvo una fe inquebrantable en Lucerys. No solo lo veía como su heredero, sino como el futuro de nuestra casa. Fue él quien lo moldeó, quien le enseñó el verdadero significado de la responsabilidad y la lealtad. Corlys dedicó años a entrenar y educar a Lucerys, asegurándose de que estuviera preparado para cualquier desafío. Hoy, al escuchar este informe, no puedo evitar sentir un profundo orgullo. Mi esposo siempre tuvo razón al confiar en nuestro nieto. Lucerys está demostrando ser un digno sucesor, capaz de llevar el legado de Velaryon con la misma determinación y honor que su abuelo.
Viserra se sumergió en sus pensamientos, desconectándose de las voces que resonaban en la sala. Las palabras de los consejeros y la formalidad del ambiente la envolvían como un murmullo distante. Su mente vagaba lejos de allí, reviviendo la conmoción del día, hasta que el movimiento del rey levantándose de su asiento la devolvió a la realidad.
El sonido de la madera al ser empujada y las sillas arrastrándose por el suelo de piedra marcaron el final de la reunión. Agradecida, Viserra exhaló suavemente, como si los dioses hubieran escuchado su silenciosa plegaria. Finalmente, el consejo había terminado.
Cuando el rey Jacaerys se dirigía hacia la puerta, el Gran Maestre Gerardys se aproximó a él con una expresión seria y un leve toque de preocupación en sus ojos.
—Majestad, si me lo permite, me gustaría hablar con usted —dijo el Gran Maestre en tono respetuoso, inclinando ligeramente la cabeza.
El rey se detuvo y lo miró con interés.
—Por supuesto, Gran Maestre. ¿Qué asunto le preocupa? —respondió Jacaerys, dispuesto a escuchar.
El Gran Maestre vaciló un momento, su mirada desviándose brevemente hacia los demás consejeros que comenzaban a retirarse.
—Majestad, es un tema muy delicado —continuó en un tono más bajo—. Le pido que esta conversación sea a solas.
Jacaerys frunció levemente el ceño, notando la seriedad en las palabras del Gran Maestre. Tras un instante de consideración, asintió con la cabeza.
—Muy bien, Gran Maestre. Acompáñame —dijo, indicándole que lo siguiera a un lugar más privado, lejos de los oídos curiosos de la sala del consejo.
Viserra salió del salón del consejo con su madre a su derecha, caminando en silencio, mientras Joffrey seguía a su lado parloteando sin parar. Sus palabras eran una mezcla de comentarios sin sentido, chistes y observaciones irrelevantes, que poco a poco hacían que la paciencia de Alicent se agotara.
—¡Y entonces, el capitán dijo que nunca había visto un pez tan grande! —exclamó Joffrey, riéndose de su propia historia, que parecía no tener ni pies ni cabeza.
Alicent, con una expresión cada vez más tensa, apretó los labios y lanzó una mirada de advertencia a su nieto político, esperando que captara la indirecta.
—Joffrey —interrumpió finalmente Viserra, dándole un codazo sutil—. Tal vez deberías darle un respiro a mi madre.
Pero Joffrey, en su propio mundo, simplemente sonrió y continuó hablando, sin captar el malestar creciente de la reina viuda. Alicent, por su parte, respiró hondo, tratando de mantener la compostura mientras seguían caminando por los pasillos de la Fortaleza Roja.
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El primer capítulo está larguito, 6013 palabras 🥹
Van a querer mucho a este Joffrey, su mayor placer es joderle la vida a las personas, especialmente a Alicent 🤣
Por esa razón Rhaena y Luke lo sacaron de Marcaderiva 😓
Que no se note que fue Daemon quien lo crió 🤭
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