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˗ˏˋ苦痛 ↬ 𝟢𝟩﹕𝖱𝖾𝖺𝗅𝗂𝖽𝖺𝖽.

«𝐓engo solo una tarea, una: Asegurarme de que Ita esté bien e irme lo más rápido posible de allí. No me debo quedar mucho más tiempo, porque decepcionaría a mi maestra», repetía en su cabeza mientras se dirigía hasta lo más profundo del espeso bosque. No escuchaba ningún ruido que la alarmara; estaba comenzando a sospechar de que estuvo preocupándose por nada.

No pasaron muchos minutos para que se pudiera percatar del sonido de las espadas chocando. Este era molesto, le incomodaban sentir esa vibración penetrar sus oídos. Ese chirrido repentino casi le hizo botar su equipo médico, pero se mantuvo aferrada a seguir buscando a su hermano. Daba pasos ligeros para que no se dieran cuenta de su presencia.

Mientras más se adentraba hacia la parte principal de la batalla, su arrepentimiento incrementaba. Sus ojos veían impactada como todos se mataban entre sí. No tenían piedad unos con otros, era casi inhumano.

«Morir como un shinobi, morir por el honor de tu clan», nunca vio tan reflejado aquel pensamiento como en ese momento. No daban marcha atrás, aun estando malheridos. Preferían morir a retirarse, pues eso mancharía la reputación del clan.

Pudo reconocer algunos rostros durante su inspección; no esperó lo que harían: acorralaron a un grupo de Uchiha, niños concretamente. No tenían esperanza para salvarse, ya que estaban rodeados por shinobis expertos, algo injusto siendo tan solo unos novatos indefensos.

Sabía que no sería sano presenciar lo que pasaría, pero su cuerpo no se movía. Se quedó escondida sobre la copa de un árbol, teniendo una vista completa sobre los cuatro niños, quienes temblaban de miedo. Hayami trataba de fingir que nada malo les pasaría, que solo les quitarían sus armas y continuarían con su camino.

Uno de los Uchiha dio un paso hacia adelante. Por su altura, dedujo que era el mayor de todos. Él mostró su kunai a los mayores; ellos soltaron una carcajada: se reían de la valentía del niño que, a pesar de saber lo que harían con él, prefería luchar y defender a los otros tres a darles el placer a los Senju de quedarse sin hacer nada.

—Pero mira ese coraje —habló el que tenía tatuado el símbolo Senju en el brazo izquierdo—. Será un completo honor arrancarte...

—¡Tch! ¿Vas a disfrutar tanto esto? Es un niño, ni que fuera un alto mando del clan Uchiha. —Su compañero alzó una ceja, confundido por su entusiasmo.

—Hazte una pregunta: ¿y si es uno de los hijos del líder del clan? —cuestionó sonriente—. Oí que su hijo menor fue reclutado. No creo que este mocoso sea tan osado por mero acto de valentía...

—¡Cállense y peleen! —gritó el Uchiha, moviendo de un lado a otro su arma—. Al menos, yo no fui por los más débiles. ¡Deben ser muy cobardes como para perseguir a los más pequeños, a esos que no pueden defenderse por sí solos!

Lanzó el kunai directamente al rostro sonriente de uno de ellos, pero lo atrapó en un ágil movimiento. El hombre se quedó mirando el arma, centrándose más en la parte filuda. Su expresión se volvió terrorífica, daba tanto miedo que hasta a Hayami se le estremeció el cuerpo al percatarse de ella.

—Vaya, ya no será necesario mancharme las manos.

El sonido del kunai clavándose en uno de los ojos del niño fue lo que hizo que la Senju se retirara del lugar. Presionaba la máscara contra su rostro para evitar gritar. Su vista se nublaba por las tenues lágrimas que amenazaban con salir. Decidió pararse sobre una rama de un árbol. Dejó caer su peso sobre esta, sentándose. Mordió su labio para evitar llorar; aún debía encontrar a su hermano.

«La guerra no es para cualquier», Yū tenía razón en lo que le dijo. Su estómago se revolvía al pensar en lo que le estaría pasando al Uchiha en ese instante. Apretó los puños de la rabia, no podía ayudarlo. Siempre había una vida que no podría salvar, que la atormentaría por las noches.

Nunca imaginó que su clan también podría ser despiadado, cruel. Su padre le repetía hasta el cansancio que los verdaderos enemigos eran los Uchiha, que ellos cometían los peores actos. Con lo vivido, podía afirmar que eran igual que los que tanto odiaban. No había diferencia, simplemente era algo objetivo que los de su clan jamás aceptarían.

¿Era esto lo que los demás querían para el resto de su existencia? ¿En verdad, deseaban estar envueltos en el caos, la miseria por toda la eternidad? ¿No había forma de acabar con todo? La única solución era llegar a un pacto de paz con los Uchiha; esa era la forma en la que las tensiones entre los clanes se calmarían un poco.

Tomó aire para retomar su compostura. Volvió a levantarse y buscó por todos los lados que nadie estuviera a su alrededor. Parecía que había llegado a la zona más tranquila del bosque, no se escuchaban las armas chocando entre sí. Bajó de los árboles y caminó en línea recta hasta una gran roca. Por su cabeza, rondaba aún el niño agarrando con fuerza su cuenca vacía, sangraba demasiado. Negó con la cabeza y cerró los ojos.

Los arbustos detrás de ella comenzaron a moverse; se sobresaltó y miró de reojo aquel lugar. Sacó una shuriken de su bolsillo y esperó a que el desconocido apareciera. Bajó su arma en cuanto se dio cuenta de que era un niño sosteniendo a un anciano, el cual mantenía su mano sujeta a su abdomen. Había recibido una herida mortal en esa zona. Vio la banda que tenía en su frente: Senju.

El pequeño se asustó al ver a la enmascarada. Jaló de la armadura al senil hombre para que corriera, pero él ya no daba más: estaba a nada de sucumbir a la muerte. Lo abrazó por la cintura y enterró su cara en esta. El mayor le dio unas palmadas sobre su cabeza.

—¡Por favor, no le haga nada a mi abuelito! —espetó afligido—. ¡Se lo ruego!

Su cuerpo se tensó al oír los gritos desesperados del infante. Hayami se acercó a él y lo tomó por los hombros. Le habló para que se calme, para que supiera que no le iba a hacer daño. Se dio cuenta de que mientras más le conversaba, sus manos dejaban de temblar; suspiró aliviada.

—Debemos acostarlo, creo tengo algunas cosas que nos pueden ayudar. —Rebuscó entre su equipo médico—. Detengamos el sangrado primero.

—L-la ayudaré en lo que sea. —Tomó la mano de su abuelo—. Te salvarás, no vas a morir por mi culpa.

Lo acostó suavemente al hombre en el suelo. Agarró unos paños y presionó contra la herida. Él soltó un gruñido, le dolía la presión que ejercía sobre su abdomen, mas tenía que aguantárselo. No podía ver a través de la máscara a la persona que la estaba salvando; supuso que era alguien experimentado por haber actuado de forma rápida.

Unos pasos se oían a lo lejos, Hayami fue la primera en darse cuenta del ruido que generaban a medida que se acercaban. Tenía que pensar en una solución inmediata, no podía permitirse quedarse mucho tiempo quieta. Le dio un leve mareo: le estresaba no saber qué hacer ante ese tipo de situaciones.

—¡Apresúrense! ¡No se queden atrás! —exclamó una voz no tan lejana.

Parecía emocionado, como si no estuviera en presencia de una guerra. Su entusiasmo le daba arcadas; odiaba a las personas que no se tomaran en serio ese tipo de situaciones, situaciones donde se jugaban su vida y la de los demás.

Por la cantidad de pisadas, pudo notar que no iba solo. Calculaba que eran unos dos en total. Si eran mayores, estarían perdidos. Un niño, un anciano y una aprendiz de kunichi médica no eran el mejor equipo sin duda. Aún tenía que encontrar a Itama, por lo que le quedaban dos opciones: dejarlos a su suerte o tratar de protegerlos.

—Carajo —maldijo Hayami en voz baja—. Parece ser que tendrá que aguantar un poco más.

Lo tomó de la mano y lo ayudó a levantarse. Cruzó su brazo detrás de su espalda hasta llegar a la otra parte de su hombro. Cogió aire para tener la suficiente fuerza para poder cargarlo. La fuerza no era algo que destacable en ella, podía atribuirlo a sus malos hábitos alimenticios. Sus pies le pesaban, no tenía fe en poder esconderlo a tiempo. El niño notó esto y la ayudó, sosteniendo a su abuelo desde la cadera y agarrándolo por el otro brazo.

Entre ambos pudieron cargarlo hasta el mismo arbusto donde los encontró. Era lo suficientemente grande como para ocultarse por unos minutos hasta verificar que no sean enemigos los que se acercaban con apresuro. Se sentó en el suelo junto al niño.

Vio como el menor estaba mortificado por el miedo, a punto de gritar. Le tapó la boca con la palma de su mano y lo acercó a ella. Acarició su cabello cenizo para tranquilizarlo. Él no podía notarlo, pero Hayami estaba con el mismo terror detrás de esa máscara.

—¡Vamos! ¡Apresúrate que no podremos atrapar a ninguno! —gritó uno de ellos.

—Hace unos minutos, pude escuchar a uno que corría por allí como conejito asustado —comentó el otro, más calmado que su compañero.

—¡Maldita sea, Izuna se nos adelantó junto con ese bueno para nada!

Las dos personas pasaron de largo, ignorándolos por completo. Suspiró aliviada y dejó de apretar la boca del niño. Sin embargo, un aura aún más temeraria fue lo que hizo que una gota de sudor cayera de su rostro. Abrió los ojos, sorprendida por no haber podido detectarlo antes.

Lo tenía detrás de ella, a pocos centímetros. No sabía exactamente si los logró divisar, pero no seguía al resto de su grupo. Era como si su mirada se clavara en el arbusto frondoso. Dio unos pasos hacia adelante, acercándose todavía más.

Hayami contuvo la respiración, le preocupaba lo que pudiera pasar. Miró de reojo detrás de ella y vio una mano, una que iba abriéndose paso entre las hojas. Agarró al niño y lo volvió a acercar a ella. Él ocultó su rostro entre su larga túnica; ella enterró su faz entre el cabello de este. No era una persona muy religiosa, pero rezó en su mente. Suplicaba que tuvieran piedad con ellos a todos los dioses que se le pasaban por la cabeza.

—¡Eh! —llamó uno—. ¿Qué demonios haces allí, dios de los Uchiha? ¡Tenemos trabajo que hacer!

La mano desapareció tan pronto oyó el apodo. ¿Era un milagro? Tal vez, no tenía tiempo para pensarlo de todos modos. Su pierna izquierda temblaba demasiado por la adrenalina que recorría su cuerpo. Escuchaba como el señor trataba de no hacer mucho ruido, aunque sus latidos iban disminuyendo poco a poco.

Desesperada, dio media vuelta y abrió un poco las hojas del arbusto. Uno de sus ojos miraba a todos lados para comprobar de que ya no había nadie. Soltó un pequeño quejido al sentir el filo de una espada cerca de su yugular. Levantó las manos como forma de revelar que no tenía ningún arma.

—¿Qué haces con ellos? —preguntó el que estaba detrás de ella.

Su mandíbula se tensó al reconocer esa voz. Su hermano Hashirama estaba apuntándole con su espada; él no lograba identificarla detrás de esa máscara. No podía revelar su identidad, eso sería riesgoso teniendo a dos testigos.

—I-iba a salvar a mi abuelito —le defendió—. Es buena, no planeaba hacernos daño.

—¿Es eso cierto? ¡Habla!

Asintió con la cabeza, pero el filo seguía presionando su nuca. Tragó saliva, estaba nerviosa por lo que pudiera hacer su hermano. Por más piadoso que fuera, sabía bien que priorizaba a los de su clan. Aunque le doliera asesinar, a Hashirama no le temblaba la mano a la hora de hacerlo en caso de ser necesario.

Hashi... hermano. —Se dio por vencida.

Él, al fin, reconoció su voz. Bajó su espada y acercó su mano hacia la capa que protegía su cabeza. La destapó, viendo como su cabello blanco trenzado caía sobre sus hombros. No esperaba estar enfrente de ella bajo esas condiciones. Su mano temblaba por casi haber asesinado a uno de sus hermanos, esos que tanto se empeñaba en proteger.

—¿Q-qué haces aquí, Hayami?

—Tenía asegurarme que Ita llegara a salvo —murmuró cabizbaja—; no quiero perderlo, aún le queda mucho por vivir. ¡No le digas ni a padre ni a Tobirama que estoy aquí!

—Tampoco planeaba contárselo a nadie. —Suspiró profundamente—. No vuelvas a hacerlo nunca más. Te ayudaré a encontrar a nuestro hermano, pero debes prometérmelo.

—Bien.

Aprovechó que el hombre estaba poco lúcido, así podría hacerle creer que todo fue una mera alucinación de él. El material médico que traía no le serviría de mucho para el tipo de herida. Colocó sus manos sobre ella y concentró una pequeña cantidad de chakra en sus palmas.

Al principio, podía controlarlo sin problema; sin embargo, se fue haciendo más complicado mientras aumentaba la cantidad. Sus manos ardían, su propio chakra le hacía daño. Soltó un agudo gemido, adolorida por el calor que emanaba de estas.

Sintió un pequeño golpe en su frente, alzó la mirada. Su hermano la veía con un semblante serio, preocupado por ella.

—Deja que fluya, no te fuerces. —Tomó una de sus manos—. Cálmate y siente como pasa a través de tu cuerpo. Mientras más te tenses, tendrás menos control de este.

—D-de acuerdo.

Con un poco de ayuda de su hermano, pudo lograr detener el sangrado. Vendó la herida y le encargó al nieto de ese hombre que se alejaran de esa zona, que encontrara un lugar seguro para que pudiera pasar el resto del día con vida.

—¿Sabes dónde podría estar?

—Estaba junto a padre, pero a él lo vi hace poco peleando con un Uchiha.

—No perdamos el tiempo y busquémosle.

—2282 palabras.

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