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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟎𝟐.๋⭑

꩜ㅤ𝚅ㅤ𝙸ㅤ𝙳ㅤ𝙰ㅤ ⭑

𝐓anto Hayami como sus hermanos, excepto Tobirama, estaban igual de horrorizados ante lo que sus jóvenes ojos miraban. Fue en ese preciso momento en que ella se cuestionó sobre su existencia.

«¿Qué es la vida?». «¿Para que nacemos?». Esas eran las preguntas que se repetían dentro de su mente mientras introducían el inerte cuerpo de Kawarama, quien murió en medio del conflicto entre los clanes Senju y Uchiha, en un ataúd.

A su punto de vista, era una guerra sin sentido, sin un motivo fundamental para continuarla. Lo único que conseguía eran la muerte de cientos de shinobi, en especial jóvenes. Cada persona era vital para el fortalecimiento de un clan. No deberían ser usadas al antojo de hombres con ambiciones de seguir en guerra y destrucción.

Su hermano menor, Itama, se aferró a su yukata; volteó a verlo. Al igual que ella, tenía los ojos vidriosos. No tardó mucho en soltar un par de lágrimas. Trató de calmarlo, su padre no debía encontrarlo en ese estado.

Su progenitor era una persona muy aferrada a las leyes shinobi forjadas mucho antes de que este si quiera naciera. Cuando veía que uno de sus hijos incumplía estas «sagradas normas», recibía un severo castigo. A pesar de que Hashirama era el que recibía más riñas, Butsuma nunca fue igual de rígido con él que con sus tres hijos menores. A Tobirama tampoco lo reprendía, pero él sí sabía cuándo debía guardar silencio y reservar sus pensamientos para las personas correctas.

—Los shinobis no lloran.

Esa frase estaba dirigida para ellos, Hayami lo sabía. Sintió la fría mirada de su padre sobre ella y su hermano menor. Itama trataba de controlar sus sollozos, mas solo conseguía intensificar su llanto. Ella notó que la paciencia de su padre estaba agotándose, así que agachó la cabeza. Colocó su mano detrás de la cabeza del menor y lo obligó a hacerlo también.

—¡Los shinobis nacen para morir luchando! —Butsuma continuó con su discurso.

Miró el ataúd a punto de enterrar. Kawarama murió por llenar las expectativas de su padre, murió por ser un shinobi. Recordó como le suplicaba a este que debía descansar, que las heridas que se hacía en guerra podían jugarle en contra. Aun siendo un niño, él sabía que sus plegarias eran imposibles de tomar en cuenta. La guerra necesitaba más participantes... lo necesitaba a él. No tenía escapatoria: su destino estaba marcado.

—Pueden dar gracias de que lográramos recuperar una parte —dijo orgulloso—. Sobre todo porque esta vez, además del clan Hagoromo, nos enfrentamos a los Uchiha.

Aquellos clanes eran conocidos por ser despiadados en las batallas; jamás retrocedían por sus ansías de poder. Hayami, hasta donde sabía, nunca se había topado con uno para asegurar los chismes que escuchaba en el campamento Senju. Sin embargo, con la muerte de su hermano, comenzó a pensar lo mismo que los demás. Por culpa de ellos, su hermano yacía muerto. Lo que no podía negar era que la responsabilidad era de ambas partes: si su padre no lo hubiera mandado a la guerra, si ella hubiera ido y lo hubiera recibido con atención médica a tiempo... tal vez las cosas serían diferentes.

—¡Y esa gente no tiene piedad! —exclamó su padre.

—¡Kawarama solo tenía siete años! —espetó Hashirama enojado—. ¿Hasta cuándo...? ¿Hasta cuándo seguirá esta guerra?

—Hasta que nuestros enemigos desaparezcan —le respondió a su hijo—. El camino para conseguir un mundo sin guerras no es sencillo.

—¿Hasta el punto de sacrificar niños inocentes? ¡Mataron a mi hermano, un niño ajeno a todo esto, por tu culpa! —Hayami se asustó por haberse dirigido así a su padre.

El ceño fruncido de Butsuma le hizo entender lo que venía en consecuencia a su acto; no puso resistencia alguna. Dejó que el puño de su padre golpeara su mejilla. A los pocos segundos, se retorció de dolor en el suelo. Las yemas de sus dedos tocaron delicadamente la zona donde le dio el puñetazo: estaba hinchada.

«Provoqué a padre, lo merezco», pensó. No solía cuestionarlo en su forma de ver la vida, pero aquella vez no sabía exactamente lo que pasó por su cabeza para decir eso. Hashirama, de algún modo, la motivó a gritarle lo que sentía a su progenitor.

—¡No permitiré que insultes a Kawamara! ¡Luchó y murió como un shinobi hecho y derecho! —Como siempre, Butsuma no le mostraba ni un ápice de piedad—. ¡No era un niño!

En cuanto él dio unos pasos hacia adelante, los tres niños corrieron a revisar a su hermana. Hashirama levantó el pulgar en señal de aprobación; ella sonrió. Tobirama le dio una golpiza en la cabeza al mayor de los hermanos, mostrando que estaba en contra de lo que ambos hicieron. Eran tan distintos que la terminaban confundiendo en si lo que hacía era bueno o malo. A pesar de las diferentes ideologías que seguían, se querían. Después de todo, solo se tenían a ellos.

—Sabes perfectamente lo que pasa cuando le llevamos la contraria a padre —le reprendió el niño de cabellera blanca—, pero no esperaba que tú fueras quien lo hiciera esta vez. Es muy raro en ti, Hayami.

—Lo siento por causar problemas.

El primogénito de los Senju sobó la zona hinchada del rostro de su hermana. Apretó los puños, enfadado por lo que le hizo. No quería que sus hermanos se vieran involucrados en guerras y mueran en vano, mucho menos que sufrieran por pensar diferente. ¿Nadie se daba cuenta de que no era correcto el pensamiento que tenían?

—¿Cómo que el clan Senju es amor? —Apretó los dientes—. ¿Qué es ser todo un shinobi para ti, padre? ¡No son más que adultos llevando niños a la muerte! ¡Nosotros hacemos lo mismo que el clan Uchiha, al que tanto repudias!

—Porque es nuestro enemigo. ¡Aunque sean infantes, si traen armas, son enemigos! —Miró a su hijo—. Y convertir a nuestros hijos en hombres demuestra el amor de un padre.

—¿Hay que morir para ser todos unos hombres? —Tomó un poco de aire—. ¡Es matar o que te maten, sin saber de donde viene el odio!

—Incluso es peligroso dar nuestro nombre... —murmuró la niña.

—¡Este mundo shinobi está equivocado por completo! ¡Tanto él como tú, padre!

Esa mirada desafiante que le dedicaba a su padre... ellos ya sabían lo que le esperaba a su hermano. Hayami trató de levantarse del suelo, pero no llegaría a tiempo para prevenir el golpe que le daría su padre a Hashirama.

—¡A los que son como tú los llamamos mocosos! —Elevó su brazo derecho.

—¡Padre! —Tobirama se interpuso—. Habla de esa forma porque nuestra hermana está abatida. Solo dice habladurías por rabia. Te ruego que lo perdones por no saber controlar sus emociones.

—Espero que se calmen un poco, Hashirama y Hayami —El hombre se alejó.

La niña fue a comprobar que ya no estuviera cerca. Alguien la tomó por los hombros y la sacudió; no era nada más ni nada menos que su hermano más racional: Senju Tobirama, quien estaba muy enojado por lo que hizo.

Su padre era bastante severo; no obstante, se contenía un poco con sus hijos varones. En cambio, Hayami era reprendida de una forma más agresiva cada vez que alzaba la voz o no seguía las reglas que impuso sobre ella. El peliblanco lo sabía y por eso trataba de protegerla, mas esa repentina actitud podría complicarle las cosas.

—¡No le copies a Hashirama! ¡No te verás más valiente por contradecir a padre! —Siguió sacudiéndola—. Hay otras formas de expresar tu descontento, ¿sabes?

—¡P-para! —suplicó hasta que le hizo caso—. Lo siento, lo siento mucho.

—Deja de disculparte —habló el mayor—. Ambos sabemos que padre está mal, dejemos que se dé cuenta.

—Jamás lo hará, estoy seguro.

—¿Por qué afirmas eso, Tobirama?

—¿Cambiarías tu ideología si viene alguien y te habla de la suya? —Lo vio negar con la cabeza—. Ahí tienes tu respuesta.

Una discusión se generó entre ambos hermanos, ninguno pensaba en perder. Hayami escuchaba los argumentos que daban; no tenían malas razones, de hecho, se complementaban. Dejó de prestarles atención en cuanto notó que su hermano Itama lloraba en silencio. Se acercó a él y tomó su cabeza para ponerla sobre su propio hombro.

—¿Qué pasa, Ita? —preguntó, preocupada al ver sus ojos enrojecidos.

—No me gusta que padre te pegue —dijo entre sollozos—. Es muy duro contigo, no quiero que se acerque a ti. Solo se dirige a ti cuando cometiste algún error, jamás menciona tus logros.

—¿Te preocupas mucho por mí, verdad?

—Eres mi única hermana. —Se acurrucó entre sus brazos—. Cuando sea grande, te protegeré de todos los que quieran hacerte daño.

—No será necesario. —Sonrió—. ¡Yo también seré igual de fuerte que ustedes! Necesito un poco más de tiempo, eso es todo.

—Eres fuerte... solo que aún no se dan cuenta los demás —murmuró el pequeño—. ¿Cuándo podremos jugar? No tenemos tiempo para nada.

—No existe la palabra «jugar» en nuestra vida. —Suspiró—. Tengo mucho trabajo y tú debes entrenar para la guerra.

—Entonces, ¿por qué nacemos? —Jugó con sus dedos—. ¿Qué es la vida? ¿Solo nos quedaremos parados esperando a que los años pasen y no poder hacer lo que amamos?

—Si lo dices de esa forma, suena deprimente —comentó la niña—. Parece que Tobirama no es el único genio de la familia... No tengo una respuesta clara para tus preguntas, solo nos quedará averiguarlo.

—Pasarán muchos años para descubrirlo.

—Pero valdrá la pena.

—Si es que sobrevivo... —Sus lágrimas recorrieron nuevamente su rostro.

Sus hermanos mayores se dieron cuenta de lo mal que estaba Itama, así que se acercaron. Hayami les hizo una seña para que lo dejaran un rato más en sus brazos, que necesitaba un tiempo donde pudiera ser lo que era: un inocente niño.

Pasaron unos minutos para que sus ojos se cerraran por el cansancio. Su hermana siguió acariciándole el cabello, como lo solía hacer cuando era un infante de dos años. Aún no procesaba el hecho de que Itama se convirtió en un guerrero a una corta edad; era injusto que le quitaran la libertad que lo hacía feliz.

—¿Qué pasó con él? —inquirió Hashirama.

—No sabe el significado de la vida, al igual que yo.

—1686 palabras.

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