cuatro
─¡YoonGi!
Rápidamente se despaviló. El Omega abrió los ojos con el corazón en la boca, miró para todos lados, oscuridad plena. Apenas una pequeña franja de luz le permitió saber que seguía vivo. Se sintió sofocado y levantó la cabeza un poco, aturdido. Sintió la ropa debajo de él, al lado de su mejilla marcada. Se había dormido de vuelta dentro del ropero. Al principio no recordó el porqué, pero cuando oyó su nombre siendo gritado volvió a encogerse de cuerpo entero y a ocultarse entre los abrigos grandes y calientes. Permaneció ahí por unos minutos y se paralizó, quietecito, cuando abrieron las dos puertas del ropero y la luz se filtró por todas partes.
YoonGi no movió ni un pelo, no dijo palabra alguna. El aroma puro de su Alfa entró y le cubrió los pulmones, picante, fuerte, tan chocante que sus piernas se estremecieron y la humedad de su entrada le dió la bienvenida. El rizado se encogió y sus facciones delicadas se fruncieron cuando el hombre apartó las prendas, revelando el pequeño rostro a la luz del día. YoonGi se encogió, alzando las manos para protegerse. El Señor permaneció en silencio un breve momento, alto, dominante, tan grande que el Omega se estremeció y apartó la cabeza, mostrando su cuello en acto de sumisión ante él.
─Basta de juegos ─habló. Su simple sonido hizo que se pusiera rígido, soltó un gimoteo y salió del ropero con su ayuda. Él lo alzó y luego lo dejó en la cama, la humedad de YoonGi le llegó a la nariz e hizo que sus ojos se dilataran suavemente. El pequeño lo miró con grandes ojos, retrocediendo cual cazador ante una bestia abominable y terrorífica. El Omega se arrastró por la cama, pero cuando él le rugió por lo bajo se detuvo. Obediente. Sumiso. ¿Cómo no pudo evitar abrir las piernas? Fue automático. Un simple rugido de sus labios y sus instintos cedieron con rapidez. El Alfa miró las piernas blancas abiertas, la mano pequeña, delgada y con los nudillos sonrosados que apretaban la tela de su camisa para cubrir sus partes íntimas.
Sus mejillas ardieron fuertemente, el calor caracterizó la piel de su cuello, su pecho. Aquel arrastró una mano pesada por las piernas desnudas, aventurando su tacto hasta la ropa interior delgada, delicada y húmeda. El Alfa soltó el aire pesadamente, ojos dilatados por el enojo, por el calor que aquél pequeño y diminuto ser extendía por la habitación. Evitó excitarse, pero los ojos cristalinos y entrecerrados de su pequeño lo observaron entre el miedo y el deseo. Le gustaba tenerlo así, con las piernas extendidas y las manitos apretadas. El aroma de sus feromonas prendieron algo en él que no pudo detener.
Espeso, hermoso. El Alfa se agachó, se puso de rodillas bajó la atenta mirada del Omega. Rodeó sus piernas con las manos y lo atrajo hacia sí. Su olor a había vuelto más apetitoso, suave, adictivo. Había algo diferente en YoonGi que lo volvía hambriento y necesitado de él, incluso más fuerte que su celo, que su caliente faceta húmeda y risueña. Lo miró con ojos intensos, dilatados, suavemente le bajó la ropa interior blanca.
La tela se deslizó por la piel erizada. YoonGi miró ansioso al Alfa, quiso cerrar las piernas por puro instinto, pero él gruñó. Cedió ante su pedido y apartó la mirada. Las feromonas inundaron a las dos almas, se pegaron en la piel del otro y el más grande hundió la nariz en el aroma exquisito. YoonGi sintió su lengua, sus mejillas se calentaron aún más y sus manos nerviosas se enterraron en el cabello del Alfa.
─Más... despacio ─susurró el pequeño, sus muslos chocaron contra las sienes del hombre. Grandes ojos dilatados se alzaron, el espeso lubricante en los labios. El deseo, las feromonas. YoonGi se encogió, los gruesos dedos soltaron sus piernas, el rojizo decoró la marca y el Alfa avanzó por su vientre. Su nariz olisqueaba la piel inundaba de feromonas dulces, diferentes. Algo en él hacía que sus pantalones apretaran, que se le estrujar el estómago de deseo. El hombre levantó la camisa y observó los pezones rosados. Sus ojos se detuvieron en la carita rojiza, los labios húmedos y los rizos desechos. Su Omega, suyo, su deseo y anhelo más fuerte.
Lo tomó de la cintura. El ruido del cinturón y la cremallera al bajarse se oyó. YoonGi observó al hombre, su mirada tranquila mientras se posicionaba entre sus piernas. Una bienvenida normal después de semanas enteras sin saber de él. Creyó que su cuerpo se acostumbraría a su ausencia, y así fue, porque cuando lo sintió entrar algo dentro de él dolió, ardió. Luego el calor y su lubricante le hicieron cosquillas en el estómago. El Omega frunció el ceño, llevando una mano a su vientre mientras las embestidas lentas se hundían profundo en su cuerpo. Una, tres, seis estocadas suaves hasta que un ligero dolor le retorció el cuerpo. Fue agudo, pequeño y corto, se repitió cada vez que él se enterraba con fuerza entre sus carnes. YoonGi lo miró con grandes ojos, arrastró sus dedos hasta las muñecas que apretaban sus caderas. Sus facciones se fruncieron, su rostro se puso tan rojo que el Alfa se detuvo por un segundo. Permaneció en su interior cerca de diez segundos, hasta que el llanto brotó del pequeño y su cuerpo se arqueó, presionando su vientre.
─Me duele ─gimoteó. El Alfa presionó la piel de sus caderas. Lo notó más rellenito, más caliente. Su ceño se frunció y le bajó la camiseta con rapidez. Se acomodó los pantalones y YoonGi se encargó de su ropa interior con manos temblorosas. El Alfa tomó el short pijama del Omega, holgado, suave y cómodo. Se lo colocó y suavemente lo alzó como a un niño. El Omega se encogió adolorido, llorando silenciosamente. No prestó atención al camino, pero cuando sintió la brisa fresca del patio levantó la cabeza. El Alfa lo metió al auto y el Omega lo miró con grandes ojos, con las manitos acariciando su vientre y las piernas temblando.
─Te llevo a revisar ─murmuró. El minino asintió, juntando sus piernas a su pecho y abrigando su cuerpo del frío. El hombre a su lado lo miraba de a ratos, su ceño fruncido, su aroma fuerte. YoonGi empezó a transpirar, le dolía mucho el vientre. Sus ojos cansados observaron por el retrovisor un pequeño peluche de oso en el asiento trasero. El Omega volvió la mirada apenas, observó autitos de juguete, el oso, un pequeño guante de lana perdido en el suelo. Miró al Alfa a su lado, su rostro se disgustó, se puso triste y volvió a acurrucarse fuera de todos los otros pensamientos.
Suaves lágrimas descendieron por sus mejillas, por el dolor en su vientre, por el dolor en su corazón y el llanto de su Omega. Siquiera sintió cuando llegaron, la puerta se abrió a su lado y dos pares de manos arroparon su cuerpo contra un pecho caliente y latidos suaves. Escondió el rostro en el cuello, ansioso de sentir un aroma conocido que calmara su agonía. No le gustaban los hospitales. YoonGi cerró los ojos, siempre ese aroma caliente a lavandina, a llantos, a sangre. Hicieron el mismo recorrido de siempre, al mismo cuarto pálido, a las paredes blancas, la ventana abierta que dejaba entrar un viento frío. YoonGi fue dejado en una camilla fría, siquiera notó a la enfermera a su lado, que le cubría el cuerpo con una manta y después anotaba sus datos en la misma hoja amarilla. Esa que tantos encuentros anotó para despojarle del cuerpo otra vida.
─¿Cómo está el pequeño? ─escuchó. Sus ojos se movieron automáticamente al rostro de aquel Alfa. Un hombre alto, pálido y pelirrojo. Tan fuerte que su Omega se sintió intimidado y empezó a encogerse más en su lugar, como si pudiera desaparecer. La mano de su Alfa acarició sus muslos, tranquilizante─. ¿Dolores en el vientre?
No se movió, no dijo palabra alguna. Sus ojos tiernos y asustados se movieron al Alfa a su lado, este lo veía en silencio. El otro empezó a hablar, aclarando lo que había pasado, sin filtro alguno. El pelirrojo asentía, colocándose guantes de látex y los anteojos para ver bien. Se acercó a YoonGi y este gruñó dolorosamente como un animal, se atajó con las manos. No tenía buenas experiencias en aquél lugar, mucho menos con ese hombre. Ese que le daba la bienvenida con una sonrisa, le dormía y luego le hacía despertar con el vientre vacío y doliendo.
YoonGi no dudó en mostrarle su hostilidad, su odio, su disgusto pleno aún cuando le dolía el vientre. No quería que lo tocara, que se acercara sus partes íntimas o a su vientre. Alfa se acercó, lo sostuvo de las manos y un simple soplido de sus palabras hizo que su cuerpo se paralizara. Su rostro enrojeció y lo escondió, fuera de lo que podría ver y sentir.
─Levantaré tu camisa, YoonGi ─oyó. Sintió el tacto del látex en su vientre. Las manos apretaron alrededor de su cuerpo, las dedos del Omega se enlazaron a los brazos del Alfa y cerró los párpados con mucha fuerza. No dijo nada incluso cuando le quitó el short y la ropa interior, cuando inspeccionó su entrada, su intimidad.
YoonGi solo cerró los ojitos con fuerza. Así, en todo momento hasta que de un rato al otro se volvió, con las mejillas rojas y el vientre caliente. No se dió cuenta que se encontraba solo en aquella habitación, con el cuerpo cubierto de una manta delgada. Siempre que aparecía en el hospital trataba de cerrarse, no le gustaba lo que pasaba ahí. Lo odiaba. Tanta gente llorando, tanto olor a sangre, a lavandina y enfermedad. El pequeño se escondió debajo de la manta y se acurrucó con las rodillas hasta el pecho. Le dolía su pancita, su vientre.
Casi dió un salto cuando le quitaron la manta de la cara. El Omega observó con grandes ojos al Alfa frente suyo. Su amo, su dueño, su todo. Sus delicadas facciones se fruncieron y se levantó apenas, olisqueando el aire en búsqueda de algún aroma desagradable, algo que le indicara que no estaba enojado o disgustado por su causa. Alfa solo aflojó la mirada y extendió los brazos para rodear su cintura, lo alzó y el minino escondió el rostro en su cuello. Su naricita acarició la piel, el lugar donde las feromonas del hombre se sentían más fuertes.
─¿Te duele? ─preguntó. YoonGi negó, sus dedos acariciaron la nuca del Alfa. Rozaron las suaves hebras y se separó, mirándolo. Su aroma y su calor hacía que la presión en su vientre disminuyera. El pequeño asintió.
─Me duele... pero no tanto si estás aquí ─susurró. Su naricita golpeó la ajena y la acarició suavemente en un beso esquimal. El Alfa no se movió, ninguna expresión facial demostró su rostro, pero eso no le preocupó. Él parecía ser serio por naturaleza. El Omega volvió la mirada, incapaz de sostener aquellos ojos intensos─. Quiero ir a casa, por favor.
El Alfa presionó sus labios y sus manos apretaron los muslos ajenos. Bajó la mirada al vientre del Omega. Su short dejaba notar los muslos pálidos, el vello finito y rubio del pequeño. Parecía que quería decirle algo, que no se animaba. El hombre aspiró el aroma dulce, se acurrucó entre los brazos delgados y el cariño doloroso del Omega.
─YoonGi ─habló.
─¿Qué pasa?
El alfa lo miró a los ojos. Pestañas abundantes, orbes bonitas, rizos desechos que olían a jabón y perfume. Las mejillas sonrojadas del Omega se volvieron aún más carmesí, sus labios pomposos se apretaron. Pudo percibir un poco de miedo en él.
─¿Estuviste tomando tus pastillas como te dije? ─preguntó, frunció un poco ceño. Tocó y acarició sus muslos, el Omega se tensó, pero asintió─. ¿No estás mintiendo?
─No.
─Dime la verdad, Omega.
─Que no te miento. Lo tomé.
El Alfa apretó los muslos. Sus ojos volvieron al vientre y evitó tocarlo ya. De repente, fue evidente su malestar, su poca tolerancia a la situación. El hombre subió una mano por su estómago, y presionó apenas, haciendo que el minino soltara un gemido lastimero.
─¿Entonces por qué no hay rastros de la droga en tu sangre? ─preguntó─. ¿Por qué de repente te duele el vientre si te hago mío? ¿Puedes explicarme, YoonGi? Tienes... tienes un cachorrito del tamaño de un poroto en el vientre. ¿Qué otra forma puede ser si no es engañándome? No tomaste tus pastillas.
El Omega se quedó en silencio. Sus ojos se agrandaron y lo único que pudo oír con claridad fueron aquellas benditas y terroríficas palabras. Tienes un cachorrito del tamaño de un poroto en el vientre. Lentamente lo soltó, no pudo asimilarlo, pero su corazón empezó a latir con tanta fuerza que cada golpe parecía retumbar por todo su cuerpo. Como si fuera un tambor, como si fueran grandes piedras cayendo de un risco. YoonGi miró al Alfa y luego volvió a su vientre plano. De repente ya no dolía feo. No dolía horroroso.
Dolía lindo. Ardía bonito, tanto que sus manos se acercaron a la zona para posicionarse firmemente en la piel. El hombre frunció el ceño, mirándolo. YoonGi se puso tan rojo como un tomate y alzó las piernas hasta su pecho, acurrucándose.
─Es mentira ─murmuró.
─No lo es. ¿Sabes lo que eso significa?
La alegría le duró poco. Se puso blanco como un papel y los ojos se le llenaron de lágrimas. No se movió, nada, simplemente apartó la mirada a la ventana más cercana, a los árboles, al frío que azotaba el vidrio. YoonGi tragó difícilmente la saliva.
─¿Me lo quitarás? ─preguntó bajito, con la voz rota. El hombre presionó los labios, en silencio. YoonGi lo miró a los ojos, recordando el auto, los juguetes en el asiento trasero. En el anillo que siempre estaba oculto en el bolsillo del pantalón de aquel Alfa. Ese maldito anillo dorado. El Omega se puso tan rojo, por la vergüenza, por la ira, el miedo, el terror. Tenía un cachorrito del tamaño de un poroto. Algo suyo, suyo de sangre. No pudo evitar que las lágrimas salieran de sus ojos. Abundantes, tan húmedas que cayeron sobre las manos del Alfa.
─No llores ─susurró─. Sabes que tiene que ser así.
─¿Por qué? ¿Por qué no puedo? ─sollozó. Se sentía tan herido─. Ni siquiera... Tienes que reconocerlo. Déjame tenerlo, por favor. Quiero tenerlo, que sea mío. Mío. Que sea mi cachorrito, porque a tí no puedo tenerte.
─YoonGi... No.
─No me lo quites, te lo pido, Alfa ─rogó. Presionó su vientre, como si fuera lo más preciado que tuviera en sus manos─. No me lo quites si me duermo, si estoy solo. Ya no quiero despertar en una camilla, con frío y vacío. Porque si es así... te aseguro que será lo último que sabrás de mí. Y no me importa si me buscas, si estás enojado. No importa si me arrastras de vuelta a casa y me quitas la ropa, si me haces tuyo... Porque ni mis ojos ni mi alma estarán contigo.
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