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𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐


AÑO 135 D.C

|• D E S E M B A R C O  D E L  R E Y•|
F O R T A L E Z A  R O J A
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Viserra se encontraba en medio de una sala oscura y desolada. A su alrededor, sombras distorsionadas se movían lentamente, como si el mismo aire estuviera cargado con una presencia inquietante.

De repente, en medio de la penumbra, apareció una figura de espaldas a ella: una joven de cabellos blanco plata, envuelta en un vestido blanco. La joven permanecía inmóvil, mirando hacia un horizonte invisible, con el cabello largo y suelto cayendo en cascada sobre sus hombros. Su postura era rígida, casi como si estuviera petrificada en el tiempo, transmitiendo una sensación de desolación y vacío. Junto a ella, un hombre en silencio le colocaba una capa sobre los hombros con un gesto solemne, que en cualquier otra circunstancia parecería protector, pero que en ese momento se sentía como una sentencia. Aunque no podía ver su rostro, Viserra sentía una profunda tristeza emanando de la figura.

La escena cambió bruscamente, llevándola a un lugar aún más sombrío. Una madre arrodillada, sollozando con el cuerpo tembloroso, derramaba lágrimas sobre el cuerpo inerte de su hijo. El dolor en su llanto era tan profundo que parecía rasgar el tejido de la realidad misma, y Viserra sintió que su corazón se quebraba al presenciar tal agonía.

Luego, todo se oscureció. Un abismo se abrió ante ella, un pozo negro sin fondo que emanaba una energía de puro desespero. Una figura, apenas distinguible, se tambaleaba al borde del precipicio. Era un alma en pena, atrapada en un dolor insondable, su figura borrosa, casi irreal, como un eco perdido en la niebla. La figura se lanzó al vacío, y en un instante desgarrador, su caída fue brutalmente detenida, su cuerpo atravesado por estacas afiladas que le provocaron la muerte al instante.

Viserra abrió los ojos con un jadeo, incorporándose bruscamente en la cama. Su respiración estaba desordenada y sentía el corazón a punto de salirse del pecho. Con las manos temblorosas, agarró la jarra de agua que estaba en la mesa junto a su cama, llenó un vaso y bebió apresuradamente, tratando de calmarse.

Mientras intentaba controlar su respiración, giró la cabeza y, de repente, notó una figura sentada en la silla cerca de su cama. Era Helaena, observándola en silencio. La sorpresa hizo que Viserra escupiera el agua que estaba bebiendo, salpicando las sábanas.

—¡Por las catorce llamas, Helaena! —exclamó Viserra, aún intentando procesar lo que veía frente a ella—. ¿Acaso quieres matarme de un susto?

Helaena, que estaba vestida con un camisón dorado y con el cabello suelto cayendo en suaves ondas alrededor de su rostro, ni siquiera parpadeó ante la reacción de su hermana. Su expresión era tan serena como siempre.

—No era mi intención asustarte, Viserra —dijo Helaena con una voz suave y profunda, como si no acabara de presenciar a su hermana ahogarse con el agua—. He estado aquí un tiempo. Vi cómo te agitabas en sueños y pensé que sería mejor estar cerca por si despertabas.

Viserra trató de recuperar la compostura, limpiándose la boca con el dorso de la mano y tratando de disimular el desastre que había hecho.

—¿Y... cuánto tiempo llevas ahí, mirándome dormir como un espectro? —preguntó, intentando sonar más tranquila mientras apartaba la jarra de agua como si fuera a traicionarla de nuevo.

—El tiempo suficiente —respondió Helaena, levantándose de la silla con su habitual gracia, sin dejar de mirarla—. No te preocupes, no roncas.

Viserra soltó una risa nerviosa, intentando liberar la tensión que aún sentía.

—Bueno, menos mal... No querría avergonzarme delante de la reina —dijo, tratando de mantener un tono ligero.

Helaena se sentó en el borde de la cama, colocando una mano cálida sobre la de su hermana, y la miró con esa mezcla de sobriedad y cariño que siempre la había caracterizado.

—Estoy aquí, Viserra. Si alguna vez necesitas algo, no dudes en llamarme —dijo Helaena, su voz tan suave y segura que logró calmar a Viserra de inmediato.

Aunque todavía se sentía un poco inquieta, la presencia de Helaena y su tono calmado lograron disipar gran parte del miedo que la pesadilla había dejado en ella. Por primera vez en esa noche, Viserra se permitió sonreír un poco, sabiendo que, con Helaena cerca, no había nada que temer.

—¿Y qué hora es? —preguntó Viserra, todavía un poco desorientada.

—La hora del búho —respondió Helaena con su enigmática serenidad.

—Es tarde... ¿Qué haces despierta? —insistió Viserra, entre la curiosidad y la preocupación.

Helaena mantuvo su expresión imperturbable mientras respondía:

—Nada, solo pasaba por aquí —dijo, mientras acariciaba suavemente el rostro de su hermana, sus dedos recorriendo su piel con la misma delicadeza con la que una brisa nocturna acaricia las hojas. Luego, suspiró con la resignación de quien tiene deberes pendientes y se levantó—. Ahora debo irme. Dejé a Jace solo en la cama, y quizás se haya despertado y esté buscándome.

Viserra esbozó una sonrisa, algo más relajada ahora.

—Sí, más te vale ir antes de que empiece a hacer preguntas... Ya sabes cómo se pone cuando no estás —dijo con un guiño.

Helaena inclinó la cabeza ligeramente, devolviéndole una sonrisa tranquila.

—Siempre lo hace —respondió antes de caminar hacia la puerta con su paso elegante y silencioso.

—Buenas noches, Hel —murmuró Viserra, acomodándose nuevamente en la cama.

Helaena se detuvo un momento en la entrada de la habitación, miró a su hermana con una última mirada protectora y susurró:

—Buenas noches, Vis.

Con eso, Helaena desapareció en la penumbra del pasillo, dejando a Viserra sola, aunque mucho más tranquila, para intentar volver a dormir.

Jacaerys se había despertado antes que Helaena. Aunque su cuerpo yacía junto a ella en la cama, su mente estaba lejos de encontrar descanso. La conversación con el Gran Maestre Gerardys había dejado un peso en su pecho, uno que ni siquiera la calidez de su esposa, acurrucada contra él, podía aliviar.

—Ya estamos solos, Gerardys. Dime lo que tengas que decir —había dicho Jacaerys, con tono firme, intentando mantener la compostura.

Gerardys, que usualmente hablaba sin vacilar, esa vez parecía titubear. Dio un largo suspiro antes de continuar.

—Majestad, durante los últimos años la corte ha estado presionando con el asunto de los herederos —empezó, su voz un poco más baja de lo habitual—. El hecho de que su Majestad, la Reina, no haya quedado encinta tras varios intentos... ha despertado serias inquietudes.

Jacaerys permaneció en silencio, procesando lo que escuchaba. Sabía que en la corte todos esperaban un heredero nacido de él.

—¿Y qué sucede, Gran Maestre? —preguntó finalmente, con tono sereno, aunque su corazón comenzaba a latir con fuerza.

Gerardys vaciló antes de responder, como si el peso de sus próximas palabras fuera demasiado grande.

—Majestad... mis colegas y yo hemos estado estudiando a la Reina, probando diversos remedios y observando su salud. Pero... —el Gran Maestre hizo una pausa, evitando la mirada del rey.

—Pero ¿qué? —insistió Jacaerys, sintiendo que el aire en la sala se volvía más denso.

—Hemos llegado a la conclusión —continuó Gerardys, con la voz casi en un susurro— de que su Majestad no podrá concebir. Los dioses, en su insondable voluntad, parecen haberla privado de la capacidad de engendrar hijos.

Las palabras cayeron como un martillo en la mente de Jacaerys. El silencio que siguió fue ensordecedor. Había esperado cualquier cosa, menos eso. Su mirada se mantuvo fija en el Gran Maestre, pero por dentro su mente corría en todas direcciones.

—¿No hay nada que se pueda hacer? ¿Ningún remedio, ningún tratamiento que no hayan probado aún? —la voz de Jacaerys era tranquila, pero contenía un matiz de desesperación que no podía ocultar.

Gerardys negó con la cabeza, lentamente.

—Lo hemos intentado todo, Majestad. Todos los remedios conocidos, todas las oraciones. Pero nada ha surtido efecto. Debemos aceptar que, por voluntad de los dioses, la Reina no podrá darle herederos.

El silencio que siguió fue abrumador. Jacaerys apartó la mirada del Gran Maestre y fijó los ojos en la ventana, intentando asimilar lo que acababa de escuchar. El reino necesitaba un heredero suyo. Era algo que todos sabían, pero enfrentar la posibilidad de que no lo hubiera... lo llenaba de incertidumbre.

—Esto... —Jacaerys comenzó a hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta—. No se lo mencionarás a nadie. No hasta que decida cómo afrontar esta situación.

El Gran Maestre hizo una reverencia profunda.

—Como desee, Majestad.

Jacaerys parpadeó, alejando los recuerdos del pasado, cuando sintió a Helaena moverse suavemente bajo las sábanas, su cuerpo cálido y delicado aún descansando sobre su pecho desnudo. La luz suave del amanecer comenzaba a filtrarse por las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor tenue.

—¿Estás despierta, mi amor? —susurró Jacaerys, con una voz suave, mientras acariciaba el cabello plateado de su esposa.

Helaena se movió un poco más, estirándose ligeramente antes de abrir los ojos lentamente. Con un suspiro suave, levantó la cabeza para mirarlo, una sonrisa adormilada apareciendo en sus labios.

—Solo un poco —respondió ella en un susurro—. Pero no quiero moverme aún.

Jacaerys sonrió, pasando una mano por su espalda desnuda, disfrutando el momento de paz.

—¿Te dejé muy cansada? —preguntó Jacaerys, con un tono bromista y una sonrisa traviesa.

Helaena, sonrojada, lo miró con un destello de diversión antes de darle un suave golpe en el pecho. La risa de Jacaerys resonó en la habitación, vibrando bajo su piel.

—Tonto —murmuró ella, sentándose lentamente en la cama mientras se cubría con las sábanas, aún con las mejillas ligeramente encendidas.

Jacaerys la observó, su sonrisa más suave ahora, disfrutando de la tranquilidad de la mañana.

—¿A dónde fuiste anoche? —preguntó Jacaerys, tomando suavemente un mechón del cabello plateado de su esposa entre sus dedos, mirándola con curiosidad.

Helaena suspiró, bajando la mirada por un instante antes de responder.

—Fui a ver a Viserra.

—¿Qué pasa con la princesa? —inquirió el rey, sus cejas fruncidas levemente mientras jugaba distraídamente con el mechón en su mano.

—Nada en particular —respondió Helaena, soltando un suspiro más profundo—. Estaba preocupada por ella. Ayer tuvo una pequeña discusión con nuestra madre.

Jacaerys dejó caer el mechón, su rostro mostrando un atisbo de preocupación.

—¿Con Alicent? ¿Es grave? —repitió Jacaerys, ahora más atento.

—No, no tanto —respondió Helaena, mirando hacia la ventana—. Solo que... Viserra desea casarse, pero madre se niega a ello.

El rey frunció el ceño, intrigado.

—¿Casarse? ¿Y por qué se opone Alicent?

Helaena soltó un suspiro más profundo antes de contestar.

—Madre dice que Viserra aún es joven y no está lista. Pero también... porque Viserra ya eligió con quién desea contraer matrimonio y madre no lo ve con buenos ojos.

El rey se quedó en silencio por un momento, analizando las palabras de su esposa. Finalmente, preguntó:

—¿Y quién es el afortunado?

Helaena hizo una pausa antes de responder con un tono un tanto incierto.

— Qyle Nymeros Martell.

Jacaerys frunció el ceño al escuchar el nombre, su mente procesando la revelación.

—¿Qyle Nymeros Martell? —repitió, claramente sorprendido—. ¿Príncipe de Dorne?

Helaena asintió lentamente.

Jacaerys se levantó bruscamente de la cama, la sorpresa transformándose rápidamente en determinación.

—Definitivamente, no —dijo con firmeza—. Apoyo completamente la decisión de la reina Alicent.

Helaena lo miró, su rostro reflejando cierta preocupación.

—Jace...

—No, Helaena —interrumpió el rey, paseándose por la habitación—. Tu hermana es jinete de dragón, y los dornienses no quieren nada con los dragones. Sabes lo peligrosos que pueden ser. Sería ponerla en una situación vulnerable.

—Entiendo tus preocupaciones —dijo Helaena, levantándose de la cama—, pero Viserra es fuerte, y además... quizás esa unión pueda traer una paz entre nuestras casas.

—¿A qué costo? —respondió Jacaerys, girando hacia su esposa—. No arriesgaré su vida por una alianza con un pueblo que nunca ha querido a los nuestros ni a nuestros dragones.

—Mi amor... —intentó decir Helaena, con tono suave, buscando calmar a su esposo.

—¡Ya he dicho que no! —la interrumpió Jacaerys, alzando la voz mientras se volvía para mirarla con seriedad—. ¿Acaso no conoces la historia de la reina Rhaenys Targaryen, la segunda esposa de Aegon el Conquistador? Los dornienses la mataron a ella y a su dragón Meraxes. ¡Eso es lo que hacen con los nuestros!

Helaena dio un paso hacia él, intentando mantener la calma.

—Jace, eso fue hace mucho tiempo, las circunstancias son diferentes ahora...

—¿Diferentes? —replicó Jacaerys—. No voy a poner a Viserra en esa situación, Helaena. No puedo permitirlo.

—Ella está enamorada, Jace. Y el joven también lo está de ella... incluso estuvo cortejándola—dijo Helaena con cautela, sabiendo que esas palabras no aliviarían la ira de su esposo.

—¿A mis espaldas? —preguntó Jacaerys, su tono más frío y enfadado—. ¿Cómo es que no me informaste de esto, Helaena?

Helaena se mordió el labio, visiblemente incómoda antes de responder.

—Fue durante el reinado de tu madre... Todo comenzó antes de que subieras al trono —explicó—. Creí que... bueno, creí que no sería algo tan serio.

—No, claro que no —replicó Jacaerys con sarcasmo—. Pero ahora ella quiere casarse. Hablaré seriamente con la princesa hoy; debe abandonar cualquier esperanza de unirse a ese príncipe.

—No te atrevas a regañarla —advirtió Helaena—. Es sensible y puede entristecerse con facilidad.

El rey observó a su esposa en silencio por un momento, luego suspiró y se acercó a ella, tomando su delicado rostro entre sus manos con suavidad.

—Lo haré por su bien —dijo en tono más calmado—. No le gritaré, simplemente la advertiré del peligro que conlleva unirse a ese chico. No quiero que sufra, Helaena.

Ella lo miró a los ojos, buscando alguna señal de dureza, pero encontró solo preocupación.

—Solo ten cuidado con tus palabras, Jace —susurró ella—. Viserra confía en ti. No rompas su corazón.

El rey asintió en silencio, dando un suave beso en los labios de su esposa antes de dirigirse a la puerta.

—Que traigan el desayuno y preparen el baño —ordenó con firmeza.

Más tarde, los criados entraron en la cámara real con cubetas de agua caliente, llenando la bañera con esmero. Luego, dispusieron la mesa con frutas, pan recién horneado y vino especiado, antes de retirarse discretamente, dejando a los soberanos en total privacidad.

Jacaerys y Helaena disfrutaron del baño juntos, rodeados del suave vapor del agua, intercambiando caricias y besos tranquilos, dejando que por un momento el peso de la corona se desvaneciera.

Después, Helaena se colocó un sencillo pero elegante camisón y ayudó a su esposo a vestirse. El rey llevó un jubón negro con un majestuoso dragón de tres cabezas bordado en rojo, obra de las manos de la misma reina, un gesto íntimo que simbolizaba su devoción.

Ambos se sentaron a la mesa, donde el banquete matutino ya estaba dispuesto con esmero. Había una selección de frutas frescas y exóticas: higos, granadas, uvas dulces y naranjas de Dorne, cuyo aroma llenaba el aire. Un pan dorado y crujiente, recién salido del horno, acompañaba una bandeja de mantequillas especiadas y quesos curados traídos desde el Valle.

En el centro, un gran plato de salchichas especiadas con clavo y canela, junto a tiras de tocino dorado y huevos escalfados coronados con finas hierbas. También había pasteles rellenos de carne de venado, bañados en una salsa de arándanos, que desprendían un aroma embriagador.

Por último, una jarra de vino especiado y otra de jugo de granada completaban la opulenta mesa. Ambos comenzaron a degustar las delicias, disfrutando de aquel festín que contrastaba con la tranquilidad de la mañana.



—Poco tiempo después del torneo, la Reina nombró a Ser Lorent Marbrand como mi espada jurada, ya que aún no tenía quien cuidara mis espaldas —dijo Viserra, sonriendo mientras recordaba aquellos tiempos, compartiendo la anécdota con su cuñada, Lady Floris.

La mañana había comenzado de forma habitual para Viserra. Desayunó junto a su madre, como lo hacían todos los días. Ahora, en sus aposentos, disfrutaba de un momento de tranquilidad con Floris, mientras su sobrina, la pequeña Shiera, jugaba cerca de ellas. Las dos mujeres bordaban, sus manos moviéndose con destreza sobre la tela, mientras la niña hacía volar su muñeca y su dragón de madera por la alfombra.

—Es un hombre formidable, siempre con ese rostro neutral —comentó Floris, refiriéndose a Ser Lorent.

—Así es —respondió Viserra, con un destello travieso en sus ojos—, aunque es muy útil. Siempre hace lo que le pido sin rechistar, cualquier tontería. Es una lástima que no tenga cabello... me hubiese encantado hacerle trenzas para que no se viera tan rudo.

Floris rió con suavidad ante el comentario de la princesa, imaginándose la escena.

—Viserra...

—Cuando era niña, solía hacerle trenzas a Ser Criston —continuó Viserra con una sonrisa—. Mamá se enojaba mucho y lo llamaba inapropiado. Decía que no era el comportamiento digno de una princesa.

Floris sonrió, imaginando a la joven Viserra enredada en esas pequeñas travesuras. 

—Ser Criston debió tener paciencia contigo, entonces.

—Oh, la tenía... aunque a veces fingía lo contrario —respondió Viserra con un brillo en sus ojos—. Me decía que no tenía tiempo para eso, pero al final, siempre se dejaba hacer las trenzas.

—Aemond no miente cuando dice que eras un dolor de cabeza cuando eras niña —dijo Floris, negando con la cabeza mientras sonreía con cariño.

Viserra soltó una risita, recordando aquellos momentos.

—Es un tonto —respondió divertida—. Él también dejaba que le hiciera trenzas, y se las hacía más bonitas porque su cabello era más largo que el de Ser Criston. A veces hasta las decoraba con flores. Y si te digo la verdad... a veces se dormía mientras yo jugaba con su cabello.

Floris rió ante la imagen de su serio y estoico esposo, con trenzas y flores en el cabello.

—Me cuesta imaginarlo, pero no me sorprende del todo. Aemond siempre ha sido diferente contigo —comentó Floris, mientras miraba de reojo a su hija, quien seguía concentrada en su dragón de madera.

—Oh, sí, aunque se hacía el duro, en el fondo siempre me tenía paciencia —añadió Viserra con una sonrisa nostálgica—. No puedo decir lo mismo de mamá.

—La reina Alicent no es una persona que disfrute de juegos y bromas, a veces me intimida su seriedad —comentó Floris, mientras terminaba una delicada puntada en su bordado.

Viserra asintió, observando cómo su sobrina jugaba absorta.

—Bueno, mi madre se convirtió en reina muy joven —dijo, con un tono reflexivo—. Tenía apenas catorce días del nombre cuando se casó con mi padre y pronto tuvo a Aegon. Era mucho para ella, todo pasó tan rápido... supongo que eso la hizo como es ahora.

Floris la miró con comprensión, percibiendo el peso de las palabras de su cuñada.

—Eso explica muchas cosas —respondió suavemente—. Ser reina a tan temprana edad y llevar la responsabilidad de una familia debe haber sido abrumador.

—Sí, lo fue —asintió Viserra—. Siempre ha sentido el deber de protegernos y guiarnos, aunque a veces eso signifique ser severa. Pero sé que en el fondo, nos quiere.

—He visto cómo es contigo, te protege excesivamente y... —las palabras de Floris quedaron en el aire cuando el guardia que custodiaba los aposentos de Viserra entró, haciendo una reverencia formal.

—Princesa, su majestad el Rey está aquí —anunció con respeto.

Las dos mujeres intercambiaron miradas rápidas antes de que el rey entrara en la habitación, imponiendo su presencia con cada paso. Vestido completamente de negro, su jubón ostentaba el bordado en rojo del dragón de tres cabezas, símbolo de la Casa Targaryen. Un broche con el mismo emblema adornaba su hombro, y sus dedos, engalanados con anillos, parecían reforzar la autoridad que emanaba. Su cabello negro y rizado caía hasta sus hombros, enmarcando un rostro que irradiaba poder.

Las mujeres, abandonando sus bordados con presteza, se levantaron y realizaron una reverencia ante su rey.

—Majestad —dijeron al unísono.

—Tía. Prima —saludó el rey con voz firme, sin un rastro de cortesía en su rostro, dejando claro que no estaba allí para un encuentro casual.

Viserra y Floris intercambiaron miradas discretas, ambas notando el aire de seriedad que envolvía al rey.

—¿Sucede algo, majestad? —preguntó Viserra, con voz tranquila pero cautelosa—. ¿A qué se debe el honor de su presencia?

Jacaerys, sin alterar su postura rígida, observó a su tía por un momento antes de hablar.

—Lady Floris, déjenme a solas con la princesa, por favor.

La dama miró a su cuñada brevemente antes de hacer una reverencia y, tomando de la mano a su hija, salió de los aposentos sin decir una palabra. Cuando la puerta se cerró detrás de ellas, el silencio que quedó fue denso, casi sofocante.

Viserra, aún de pie, miró a su sobrino con cierta incertidumbre. El ambiente en la sala había cambiado por completo.

—¿Qué sucede, Jace? —preguntó finalmente, su tono más serio.

El rey dio unos pasos hacia la princesa, acercándose más a ella.

—He venido aquí a hablar contigo sobre tu deseo de casarte con el hermano de la princesa de Dorne.

La garganta de Viserra se secó, y su rostro palideció ligeramente ante las palabras del rey.

—Majestad, yo...

El rey levantó una mano en un gesto firme que ordenaba silencio.

—Escúchame. La idea de un matrimonio con los Dornenses es inaceptable. No solo por las diferencias políticas, sino también por el peligro que representa para ti. Los Dornenses tienen una historia conflictiva con nuestra familia. No quiero que te pongas en riesgo.

Viserra intentó hablar, pero el rey la interrumpió con un gesto más severo.

—Tu madre está de acuerdo conmigo, y yo también. No permitiremos que te involucres con alguien que podría ser una amenaza para ti y para la estabilidad del reino. Es una decisión que, como tu rey y tu familiar, tengo el deber de tomar.

Viserra bajó la cabeza, sus manos temblando ligeramente. Su corazón latía con fuerza mientras trataba de asimilar la magnitud de la conversación.

—Majestad —dijo Viserra con cautela—. No sé qué le dijo mi madre, pero quiero que sepa que estoy dispuesta a sacrificarme por el bien de nuestra casa. Un matrimonio con la Casa Martell sería enormemente beneficioso para nuestra familia. Si me caso con Qyle, formaremos una poderosa alianza que permitirá, finalmente, que Dorne se una al reino de manera formal.

Jacaerys la miró fijamente, su rostro implacable y sus ojos violetas como fríos cristales.

—¿Crees que una alianza forzada con Dorne resolverá todos nuestros problemas? —preguntó el rey, su voz grave y controlada—. No se trata solo de beneficios políticos; se trata de tu seguridad y bienestar. ¿Estás dispuesta a arriesgar tu vida por una estrategia que podría tener consecuencias desastrosas?

—Completamente, mi señor —respondió Viserra, intentando mantener la firmeza en su tono a pesar del nudo en su garganta.

Jacaerys estudió el rostro de su tía, observando sus facciones y los ojos violetas que reflejaban una inocencia que contradecía la tensión en sus labios, ligeramente mordidos por el nerviosismo.

El rey se acercó aún más, la tensión palpable en el aire. Su presencia era casi opresiva mientras tomaba el rostro de Viserra entre sus manos, sus dedos fríos contra su piel cálida. La mirada intensa y seria del rey se mantuvo fija en la de la princesa mientras acariciaba su mejilla con el pulgar.

—Cuando tu padre murió, no solo dejó a mi madre con la carga de la corona y la ardua tarea de gobernar los siete reinos. En su lecho de muerte, pidió que cuidara de la familia, de sus hijos y esposa, especialmente de sus queridas hijas. "Cuida de mis niñas, protégelas de toda maldad, no dejes que su corazón y alma inocente sean destruidos por las ambiciones de otros", fueron sus palabras. Mi madre también me pidió que las protegiera antes de morir. Y es exactamente lo que estoy haciendo. Mi lealtad y deber están con ellas, y no permitiré que ninguna de mis promesas sea quebrada.

—Majestad... —murmuró Viserra, su voz temblando ligeramente.

—Shh, calla, no hables —susurró Jacaerys, acercándose aún más. Depositó un suave beso en la frente de la princesa, su gesto tierno contrastando con la firmeza de sus palabras—. Mi decisión está tomada y no cambiaré de opinión.

El rey se alejó, lanzando una última mirada a su tía, cuyos ojos estaban llenos de lágrimas contenidas. Sin decir una palabra más, salió de la habitación, dejando a Viserra sola con sus pensamientos y su dolor.

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¡HOLAAA!

El próximo capítulo será narrado por Viserra , ella les dará un vistazo al pasado 🥹

Gracias a los que me leen 🥹❤️

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