꧁ Capítulo 5꧂
25/07/2023 ~ 26/07/2023
- Sé perfectamente que no tienes ningún plan, ¿sabes?
- Cállate. - Le ordeno con la mirada fija en la puerta de la caravana.
El olor nauseabundo de carne muerta comienza a inundar mis fosas nasales mientras las moscas revolotean entre los charcos de orina que supongo, serán de otros prisioneros.
Unos prisioneros de los cuales sólo quedan restos....
Y tras pensar eso tengo una idea.
- Ayúdame a levantar esa tela de ahí. - Entre susurro le ordeno a Kiram que levante la lona negra que tapa los cuerpos en descomposición.
Kiram se acerca todo lo que puede y estira con fuerza. Líneas de sudor le recorren la mandíbula y cuándo se gira para mirarme, tengo el presentimiento de que algo trama.
Y por su cara, no tiene pinta de ser nada bueno.
Automáticamente, mi mano se desliza al cuchillo que siempre llevo, pero recuerdo que obviamente no lo tengo.
Entrecierro los ojos mientras intento averiguar porque mi sexto sentido me dice que algo no cuadra. Y ese algo es Kiram.
Mi corazón palpita con fuerza en mi pecho, deseoso de poder clavarle algo en el pecho y ver como muere.
Intento contener ese pensamiento, pero mi conciencia se niega a callarse y continúa susurrándome maneras en las que podría acabar con el fácilmente.
Cuándo recupero un poco la cordura. Pienso en lo irónico que resulta haber querido besarlo hace un momento, y ahora solo desear matarlo.
Al parecer, era lo que la presencia de Kiram me provocaba. Un lío mental y emocional que ni yo misma era capaz de entender.
- Ya está. - Kiram interrumpe de manera abrupta mis pensamientos, pero estos no se detienen y continúan atormentándome mientras dice. - ¿Por qué querías que levantase esto?
El hedor es ahora insoportable, y por poco no caigo de rodillas.
- Huele terriblemente mal. - Kiram molesto, tuerce la boca con asco, cómo si solo él fuese capaz de oler.
- Gracias por el dato, pero resulta bastante obvio. - Respondo molesta, Kiram da un pequeño salto a causa del tono seco de mi voz pero decido ignorarlo. - Pásame ese hueso de ahí.
- ¿Por qué yo?
- ¿Tengo pinta de poder moverme? - Mi voz adquiere un cariz cortante pero soy capaz de evitarlo.
Después de todo yo estoy encadenada y él no. Así de simple.
- Toma. - Me mira durante unos segundos, supongo que esperando un 'gracias' pero no digo nada.
Durante un instante, me doy cuenta de lo gilipollas que estoy siendo con él, pero algo me dice que desconfíe de su actitud y no me deje encandilar.
Cualquier persona normal habría ignorado inmediatamente a su sexto sentido, pero tengo suerte de no ser nada normal.
Si no fuese por la voz de mi conciencia que siempre me acompaña, habría muerto aquel día con todos los demás.
En una pradera llena a rebosar de cadáveres que yo misma había matado.
Pero volviendo al tema principal, él no tenía ni una sola cadena ni magulladura, lo cual resultaba cuanto menos extraño.
Y por si fuese poco, ahora que estábamos en plena oscuridad, podía ver claramente que alrededor de su sedoso cabello había un arco perfecto.
Un manto gris, que se asemejaba al cielo cargado de nubes nubes de lluvia.
Una especie de capa protectora que indicaba que tiene un poder mágico.
Me guardo el dato mental y extiendo el brazo para que me de el hueso roído por lo que a simple vista parecen dientes de animal, pero son humanos.
Me estremezco al rozar su mano y el frío me invade durante unos segundos. Le miro a los ojos para ver si lo ha notado, pero él parace ajeno a los escalofríos que recorren mi cuerpo.
Controlo mi mueca de asco,pues soy consciente de que en un mundo dónde la esperanza no existe se vive como se puede, mientras me concentro para poder afilarlo.
Mi mente se encarga de levantar el hueso en el aire mientras le doy órdenes para que también lo corte en trozos más pequeños.
Escucho la exclamación de Kiram pero no digo nada, estoy acostumbrada a que la gente se sorprenda de mis poderes.
El tiempo pasa lento hasta que consigo que el hueso adquiera una forma más... intimidante.
- No es un cuchillo, pero servirá. - Me digo a mi misma.
Dejo que caiga en la palma de mi mano y automáticamente mi mente recrea miles de maneras en las que podría asesinar a Kiram fácilmente.
Cierro los ojos y me concentro en lo importante que es salir de ahí. Pero el ruido de las ruedas frenando me advierte de que hemos parado.
Rápidamente me recuesto en el suelo de paja, mientras tiro el hueso a la esquina más oscura.
Esucho como Kiram, sin mucho sigilo, hace lo mismo. Y cuándo me dispongo a insultarle, una luz nos ciega a ambos.
* Lilia *
Cada vez más desconocidos se acercan para observarme, algunos con muecas de asombro y otros de horror.
Recuerdo como hace unos días me encontraba entre los brazos de Siara.
Mi amante, la mujer que me ilumina todas las mañanas cuando despierto.
Aquella que sin dudarlo vendrá a por mí, a salvarme.
A ayudarme a salir de este horrible lugar dónde piensan venderme.
Donde cada día visto con menos ropa.
Han pasado casi tres días desde que me sentaron aquí, en esta incómoda silla, y me obligaron a sonreír a todo aquel que pasase.
Tres noches donde me quitan las cadenas para que me pueda pasear sin problemas, por la sala atestada de gente que me toca y me recorre con la mirada como si fuese carne.
Y aquí estoy de nuevo, paseándome vestida con un vestido que por poco me llega a los muslos, decorada como una puerta y con el corsé tan ceñido que temo que se rompa el cualquier momento si respiro muy fuerte.
Voy descalza, de manera que el frío suelo entumece mis pies evitando así que sienta dolor cuando camino entre los cristales rotos de las botellas.
Contemplo sin ver nada, a los dos hombres que; subidos sobre la mesa, se pelean por pagar la última ronda.
Es bastante obvio que ninguno de los dos desea ser elegido, pero ambos saben que deben discutir por algo tan tonto porque así lo indican las reglas.
Unas reglas, que un grupo de ermitaños crearon hace siglos para que el mundo no quedase sumido en la oscuridad.
El mundo no era antes, un lugar pacífico donde vivir, pero esas estúpidas reglas seguían estando presentes.
Esas que indicaban que no podía estar con Siara por temor a acabar en la cárcel, o peor.
Esas que hacían que acabase convertida en una asesina, pese no haber matado aún a nadie.
Miles de reglas estúpidas que no servían para nada en aquel mundo sumido en la desesperación.
- Sonríe. - Me ordena una mujer que conozco de vista. - No te conviene hacerte la rebelde.
Contemplo atónita como la mujer saca una navaja del corsé de su vestido, la sujeta firmemente entre sus dedos mientras me apunta con ella.
De manera que no dudo en obederla y sonrío.
Las voces, dan paso a gritos. Las discusiones, acaban en peleas imposibles de controlar. Y los puñetazos son cada vez más fuertes.
Y antes de que una sombra me agarre por el brazo, soy capaz de vislumbrar una melena pelirroja entre la muchedumbre.
Algo tan simple como eso, un cabello entre rojo y rosa perdido entre la multitud, y una sonrisa se extiende por mi rostro.
Porque, de alguna manera sé, que puede que mañana ya no esté aquí.
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