咲
Jung Eunbi tenía un pequeño secreto. Era tan vergonzoso que ni siquiera su preciosa novia, Kim Yewon, lo sabía.
Eunbi era una chica de veinticuatro años, pelinegra, con un pequeño cuerpo pero con atributos bastante grandes, sin embargo, entre sus piernas se encontraba su más grande secreto. Un lindo pene de veinticuatro centímetros de largo, bastante grueso y con venas muy bien marcadas. Era su más grande complejo ya que, sabía, era una de las pocas personas con cromosomas xx pero con pene, si existía un dios, él o ella la odiaba infinitamente.
Justo en ese momento era cuando más maldiciones mandaba al cielo.
Su hermosa novia se encontraba frente a ella, mostrando sus gorditas piernas, parte de sus delicados hombros y sus prominentes senos gracias al vestido que llevaba puesto. Sabía que era adrede, Yewon —una jovencita de solo diecisiete años, con un cuerpo igual de sexy que el de Eunbi— había estado insistiendo en tener sexo desde hace unas semanas, sin embargo, la pelinegra mayor se negaba rotundamente por su horrible secreto.
Claramente la muchachita con las hormonas alocadas no se quedó cruzada de brazos, y en cada visita al departamento de la mayor, dejaba su fina anatomía prácticamente expuesta ante su novia, la cual rogaba a todos los dioses porque su pequeña amiga no despertará de su dulce sueño.
Ese día en particular, Yewon había cruzado la línea, el vestidito no dejaba nada a la imaginación y las sugerentes poses que hacía no ayudaban al ferviente deseo de Eunbi, quería tomar las finas caderas de la menor, estamparla contra la pared y, follar su pequeño y bonito coño —el cual había visto "accidentalmente" en días anteriores—, con la sola idea su pene empezó a crecer bajo su falda.
—¡Mami! —finalmente Yewon levantó la voz, se dió la vuelta para caminar hasta la mujer mayor, se sentó encima suyo dejando su feminidad encima de la entrepierna de Eunbi. Está empezó a rezar a todas las deidades porque no deseaba que su bonita novia se asustará y la dejará por su problema, —¿n-no soy un poco sexy? —titubeó un momento— ¿o por lo menos bonita? —oh, no... ahí iban las inseguridades de Yewon, la cual estaba a nada de romper a llorar.
—No es eso, princesa —respondió finalmente la mayor. Envolvió a la chica con sus brazos tratando de consolarla.
—¡¿Entonces porque no me follas?! —gritó, y sin más, pegó sus labios a los de Eunbi en un hambriento beso mientras sus caderas se movían con suavidad sobre la entrepierna de la mayor, hasta que finalmente sintió algo que no era "normal".
Se separó un momento para ver a la pelinegra a los ojos, se bajó de encima suyo para arrodillarse entre las piernas de la mujer.
—Y-yewon, no es lo que parece... —trató de explicar, sin embargo, la mencionada fue más rápida. Subió la falda de la adulta dejando a la vista un glorioso pene semi-erecto el cual era ligeramente cubierto por una delgada tela, inconscientemente empezó a salivar para murmurar un:
—Mami tiene un pene —y sin más, acercó su rostro a su entrepierna para dejar una lamida desde la base hasta la punta, la cual mando una ola de placer en la anatomía de Eunbi.
Yewon no esperó ninguna respuesta, por lo que con rapidez empezó a engullir el falo de Jung, el pene era tan grande que no cabía en su boca, dando un tierno y erótico aspecto a su novia, la cual no sabía que decir o hacer.
Eunbi mordió su labio con suavidad llevando su mano de forma inconsciente hasta la pequeña cabecita de Yewon, empujándola hacía abajo para que su bonita boca tomará más de ella. Dejó salir un agudo gemido cuando la menor empezó a hacer garganta profunda mientras acariciaba sus testículos con suavidad, no sabía que la chica pudiera hacer todo eso.
—B-bebé, espera... —pidió, más fue ignorada cuando la muchacha empezó a ir más rápido en su vaivén; la mata de cabellos se veía subiendo y bajando, llevando a Eunbi al más profundo placer, muestra de eso fue su blanquecina semilla que llenó la cavidad bucal de la menor y parte de su tierno rostro.
—Mami, ¿por qué no me dijiste que tenías pene? —fue lo primero que preguntó la menor entre sus piernas una vez terminó de limpiar con su boca y dedos lo que quedó en su rostro, sus senos, en las piernas y falo de Eunbi.
La mayor solo suspiró levemente para responder: —es mi inseguridad —hizo una pausa dejando caer su cabeza al respaldo del sillón, —la única que sabía de esto era mi mamá y ella me trataba de rara por ese problema. Tal vez tenía miedo de que tú me abandonaras.
Cerró sus ojos mientras que unas pequeñas lágrimas empezaron a caer por sus mejillas, sin embargo, un peso encima suyo, y un toque delicado la hizo abrir nuevamente sus ojos.
Yewon estaba limpiando sus lágrimas con suavidad, dejando pequeños besitos en sus mejillas y cuello. Sabía que esa era la forma en la que la menor trataba de consolarla, Eunbi no podía hacer más que sentirse dichosa de tener a ese bello ángel a lado suyo, y tratar de darle lo mejor de lo mejor para que nunca le falte nada.
—Mami, tranquila. Esa mujer no merece tus lágrimas, tú me gustas así como eres, por tu personalidad extrovertida, tu ingenio, tu carisma, el empeño que le pones a las cosas; no por lo que tienes entre tus piernas, mi amor —confesó para empezar a besarla con suavidad.
Aunque poco a poco el beso se tornó más desesperado y demandante por parte de la mujer mayor. Eunbi llevó sus propias manos hasta la fina cintura de Yewon, arrastrando sus manos hasta sus anchas caderas y finalmente llegando al redondo trasero de la menor, en dónde sin esperar tanto, subió el vestido dejando el pomposo culo a la vista. Se separó del beso para inclinarse un poco hacia adelante y ver cómo sus manos amasaban el trozo de carne.
Mordió sus labio para regresar su atención ahora en el cuello y senos de Yewon, la cual se encontraba hecha un mar de gemidos y jadeos. Su pequeño coñito ya estaba completamente húmedo y solo deseaba de la polla de su novia. Ignorando lo que Eunbi podía decir, tomó el pene de esta para alinearlo en su entrada, metiéndolo con cuidado, agradeciendo a sus hormonas las cuales la hicieron tocarse antes de encontrarse a su novia.
La mayor solo pudo jadear ante la asfixiante sensación que le producía el coño de la joven, a pesar de que menos de la mitad se encontraba dentro de esta. Era la primera vez que hacía algo así a pesar de su edad, el estar dentro de su novia se sentía como el paraíso.
—M-mami, eres j-jodidamente grande... —lloriqueó un poco mientras se acomodaba, una vez se sintió lista, empezó a mover sus caderas lentamente de arriba hacía abajo dejando salir gemidos agudos mientras escuchaba los suspiros de la mayor.
Así estuvieron unos momentos más, hasta que Yewon empezó a brincar más rápido, lloriqueando cada vez que la punta del pene pegaba en su punto dulce. Eunbi no podía estar más complacida, la menor parecía una diosa por la experiencia que demostraba tener —aunque también era su primera vez—, sus pequeños pero redondos senos se meneaban frente al rostro de la mayor, la cual solo los masajeaba y golpeaba de vez en cuando.
Yewon era ya un desastre, sus castaños cabellos revueltos por la actividad, su vestido alzado de la parte de abajo y el escote dejando ver sus bellos senos, de sus labios salía un fino hilo de saliva que caía por su barbilla, recorriendo por la delicada piel de su cuello hasta perderse entre sus preciosos montes femeninos, sus mejillas rojas hasta la incandescencia, sus labios levemente hinchados por los salvajes besos de hace unos momentos, y pequeñas marcas del mismo color que sus mofletes esparcidos por su pequeña anatomía, cortesía de la boca y uñas de Eunbi. Era una preciosa obra que la mayor resguardaría recelosa en sus memorias.
El tan ansiado orgasmo llegó finalmente, la mayor no pudo resistir más y expulsó nuevamente su semilla, ahora dentro de su preciosa novia. Está por el contrario, soportó unos segundos más antes de sacar el falo de la contraria y correrse en un squirt, mojando las piernas de ambas y el sillón, su vagina expulsaba lentamente el semen de Eunbi.
Sonrieron bajito, como deseando que nadie las descubriera, a pesar de que se encontraban solas en el departamento de la pelinegra. Se besaron con lentitud mientras entre murmullos se profesaban amor eterno. Más pronto que tarde Morfeo las recibió entre sus brazos, asegurándose de cuidar bien de ellas hasta el amanecer.
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