El bosque estaba envuelto en un silencio sepulcral, interrumpido solo por el crujir de las ramas bajo sus pies. El invierno había vestido los árboles con un manto de nieve, creando un paisaje que parecía salido de un sueño: blanco, puro, y a la vez, inquietante. Rose y TaeMin caminaban juntos, sus manos entrelazadas, dejando que el frío aire invernal tiñera sus mejillas de rojo mientras recolectaban leña para el hogar.

—Es hermoso aquí, ¿verdad? —murmuró Rose, acurrucándose más en el abrigo de su esposo, buscando su calor.

—Lo es —respondió TaeMin, con una sonrisa tranquila, envolviéndola en un abrazo protector—. No puedo imaginar un lugar mejor para criar a JiMin. Crecerá rodeado de esta paz, con el bosque como su refugio.

Rose sonrió, su mirada suavizándose mientras imaginaba a su pequeño corriendo entre los árboles, riendo con esa alegría pura que solo los niños tienen.

—Le queda perfecta esa capa roja que le compramos. Parece un pequeño príncipe del bosque —dijo, sus palabras impregnadas de ternura.

TaeMin rió bajo. —Cuando sea mayor, quiero enseñarle a cazar. He guardado un puñal especialmente para él, algo que lo protegerá cuando no estemos a su lado.

De inmediato, Rose se detuvo, jalándolo del brazo para obligarlo a mirarla.

—¡No! JiMin no será un cazador como tú —dijo con firmeza, su voz teñida de preocupación—. No quiero que viva con el peligro acechando a cada paso.

TaeMin frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, un sonido extraño rompió la calma del bosque. Era un crujido seco, como si algo pesado hubiese pisado la nieve cercana. Ambos se quedaron quietos, escuchando.

—¿Qué fue eso? —preguntó Rose, su voz un susurro tembloroso.

—No lo sé. —TaeMin tensó los hombros, posando la mano sobre el cuchillo que colgaba de su cinturón—. Quédate detrás de mí.

Rose obedeció, retrocediendo unos pasos mientras su corazón empezaba a latir con fuerza. De repente, un lobo surgió de entre las sombras de los árboles, sus ojos dorados brillando con una intensidad antinatural.

—¡TaeMin! —gritó Rose, dando un paso atrás.

TaeMin reaccionó de inmediato, desenvainando su cuchillo y posicionándose entre Rose y la bestia. El lobo gruñó, mostrando sus colmillos afilados antes de lanzarse sobre él. TaeMin lo recibió con el cuchillo, desviando el ataque, pero no tuvo tiempo de recuperarse cuando un segundo lobo apareció, embistiéndolo por el costado.

—¡No! —gritó Rose, mirando aterrorizada cómo su esposo caía al suelo, luchando desesperadamente contra las dos criaturas.

La escena parecía congelada en el tiempo hasta que una voz grave, profunda y retumbante llenó el aire, aunque ningún humano estaba allí para hablar.

—Tu esposo mató a nuestra manada. Hoy, pagará por su sangre.

Rose parpadeó, confundida. La voz venía del lobo más grande, aunque sus fauces no se movían.

—¿De qué estás hablando? —jadeó, sus palabras cargadas de incredulidad—. TaeMin nunca haría algo así.

El lobo la miró con desprecio, sus ojos centelleando con rabia.

—Los humanos siempre mienten.

Antes de que Rose pudiera replicar, la criatura se lanzó hacia ella. Sintió un dolor abrasador en su costado mientras el lobo la derribaba al suelo. La nieve bajo ella se teñía de rojo, pero apenas registraba el frío. Su atención estaba fija en TaeMin, quien yacía inmóvil sobre la nieve, su cuchillo lejos de su alcance.

En la cabaña, lejos del caos, la abuela arrullaba al pequeño JiMin frente al fuego. La mecedora crujía suavemente con su movimiento, llenando el silencio con un ritmo reconfortante.

—Shhh, tranquilo, pequeño. Todo estará bien —murmuró, pero su voz temblaba, como si una sombra invisible se hubiese colado en su corazón. Afuera, la nieve seguía cayendo con una inquietante quietud, y los aullidos del bosque llegaban, lejanos, como