🐺3🐺
—¿Esta es su casa? —dijo impresionado mientras entraba.
La casa era mediana y tenía un aspecto parecido a la cabaña de su abuela, solo que esta era de dos pisos. No tenía ventanas, había tela ocupando el lugar donde debían estar los vidrios de las ventanas. La puerta estaba descuidada y caída, pero servía para proteger la morada. Las paredes eran blancas, algo despintadas y descuidadas. La casa no contaba con muebles más que un gran sillón y la mesa que contaba con cuatro sillas.
Pero a pesar de eso, JiMin estaba confundido, no sabía si se trataba de la chimenea o de alguna otra razón, pero esa casa descuidada y casi vacía guardaba una calidez que ni siquiera había sido capaz de sentir en casa de su abuela…
—Sí —respondió quitándose su abrigo y colocándolo sobre el sofá—. Puedes poner tu capa por allá —dijo, señalando un perchero con varios espacios para colgar abrigos.
—Pero tú lo pusiste allí —respondió, señalando el sofá.
—Pero es mi casa, y puedo hacer lo que se me dé la gana.
—Mmh, es verdad... —Jimin no tenía ni idea de cómo comportarse en una casa ajena, pero eso no impedía que intentara mantener modales. Caminó hacia el perchero y colocó su apreciada capa allí. Por un momento dudó, pues no quería olvidarla al irse, pero luego recordó que nunca lo había hecho y se despreocupó—. ¡Oh, tienes una chimenea! —exclamó emocionado mientras corría hacia ella y se sentaba justo enfrente.
—¿Acaso nunca has visto una? —preguntó Suga, extrañado por la emoción del chico.
—Mi abuela tiene una, pero casi no me deja acercarme a ella.
—¿Por qué? —Suga no estaba particularmente interesado, pero la curiosidad lo llevó a preguntar.
—Dice que puedo quemarme...
—Tiene razón. Eres tan inmaduro que fácilmente podrías hacerlo.
—¡No soy inmaduro!
—Claro que sí. Mírate, pareces un niño mocoso de ocho años.
—¿E-eso cree? —Jimin comenzó a sentirse mal por el comentario. Era un chico fuerte e independiente, pero, cerca de ese desconocido, se sentía diferente: tierno y sumiso. ¿Por qué le pasaba eso?
—¿Ahora qué? —preguntó Suga al notar el puchero que Jimin hacía, como si estuviera a punto de llorar.
—Me dijo inmaduro, y no lo soy... —Las lágrimas contenidas de Jimin comenzaron a salir rápidamente, haciendo que Suga se sintiera culpable.
—Bueno, es que... —dijo rascándose la nuca, intentando buscar una excusa—. Te comportas de una manera tan infantil que... —se detuvo al darse cuenta de que solo empeoraba la situación—. ¿Quieres algo de comer? —cambió rápidamente de tema.
—¡Sí! —respondió Jimin, levantándose rápidamente y sentándose en el comedor que estaba cerca, como un niño emocionado. Aunque esa actitud infantil a Suga lo irritaba al principio, ahora le parecía hasta adorable.
—Bien, espera aquí —dijo mientras se ponía el abrigo—. Iré a cazar algo.
—No tardarás, ¿verdad?
—Depende de si hay animales cerca o no.
—¡Espera, ven! —exclamó Jimin, levantándose de su asiento y acercándose a Suga para darle un beso en la mejilla—. Mi abuela siempre me da un beso cuando salgo... —sonrió inocentemente, mientras Suga sentía cómo sus mejillas ardían. Nunca dejaba que lo besaran, mucho menos un hombre, pero con ese chico inmaduro fue diferente.
—B-bien, me tengo que ir...
—Que le vaya bien.
—Mjm... —murmuró Suga antes de cerrar la puerta y dirigirse al bosque, donde se transformó en un majestuoso lobo para cazar a la primera criatura que se cruzara en su camino. Mientras lo hacía, se preguntó por qué le llevaba comida a un desconocido. La respuesta era simple: su lobo se lo exigía.
_____________________
Suga cerró la puerta tras de sí, sosteniendo en sus manos los conejos que acababa de cazar. Al observar su casa iluminada y con humo saliendo por la chimenea, una sensación extraña lo invadió. Era como si una parte de su infancia perdida hubiera regresado, aunque sabía que esos tiempos jamás volverían.
Al entrar, el cálido olor de la chimenea lo envolvió, pero lo que realmente le llamó la atención fue Jimin, que lo recibió con una amplia sonrisa.
—¡Holi! Siéntate y dime cómo te fue.
El tono animado del chico lo descolocó por completo. Su presencia llenaba el lugar de una manera que nunca había experimentado antes.
—¿Qué haces? —preguntó señalando un caldero en la chimenea.
—Es una sopa de vegetales. Mi abuela me enseñó a prepararla —respondió con orgullo, girándose hacia él.
—¿Y con qué la preparaste? —inquirió, sintiendo una punzada de preocupación.
—Tomé unas verduras que tenías aquí en casa.
Suga suspiró, aliviado. Había temido que el chico hubiera salido al bosque, exponiéndose a peligros innecesarios.
—¿Y tú qué cazaste? —preguntó Jimin, acercándose con curiosidad.
—Un par de conejos.
—¿Dónde los encontraste?
—En una madriguera, estaban juntos.
Jimin lo miró horrorizado.
—¡¿Qué?! ¿Eran pareja?
Suga frunció el ceño, sin entender por qué aquello era relevante.
—¿Y...? —respondió encogiéndose de hombros.
—¡¿Y si tenían conejitos o planes para el futuro?!
—Solo eran conejos —dijo con indiferencia.
—¡No importa! Aunque fueran cucarachas, una pareja siempre se respeta.
Suga lo miró, incrédulo.
—Entonces, ¿no los vamos a comer?
—Tú los preparas y tú te los comes. Yo no... —Jimin se dio la vuelta, alejándose hacia el sofá. Su rostro estaba marcado por una mezcla de tristeza y enojo.
Suga suspiró profundamente.
—¿Y todavía dices que no eres inmaduro? —espetó, rodando los ojos.
Pero mientras preparaba la cena en silencio, comenzó a reflexionar. Había algo en la manera en que Jimin defendía a los conejos, algo que, aunque infantil, era puro. Suga no recordaba la última vez que alguien había mostrado tanta compasión, ni siquiera hacia él.
“Quizá lo herí más de lo que creí”, pensó mientras echaba la carne al fuego. “Es extraño... me importa lo que sienta este chico inmaduro. ¿Por qué? Yo no suelo preocuparme por nadie.”
Esa inquietud lo persiguió hasta la mesa, donde ambos cenaron en un tenso silencio. O al menos, Jimin guardaba silencio. Suga, por su parte, no dejaba de intentar hablar con él, como si buscara reparar algo que ni él mismo entendía.
—¿Vas a seguir ignorándome? —preguntó con un tono que pretendía ser casual, aunque había un rastro de urgencia en sus palabras.
—...
—¿Qué hacías solo en el bosque?
—...
—¿Tienes pareja?
Jimin no respondió, pero Suga notó cómo sus mejillas se teñían de un leve rubor.
—Bien, ya que no respondes. Oficialmente eres mi pareja y te quedarás aquí para siempre.
Aquellas palabras hicieron que Jimin levantara la mirada, sorprendido. Sus ojos se abrieron de par en par antes de apartar la vista, claramente nervioso.
—Entonces, como somos pareja, tenemos que besarnos. Ven —dijo Suga, levantándose con una sonrisa maliciosa.
Si el chico no le iba a hablar, él lo haría hablar…
Jimin negó con la cabeza, todavía mudo y visiblemente nervioso. Suga, sin poder evitarlo, se acercó.
—Vamos, te he salvado la vida hoy. No puedes negarme un beso. Mucho menos cuando soy tan atractivo…—bromeó.
Lo tomó por la cintura, ignorando su resistencia, y acarició su mejilla. Al mirarlo tan de cerca, observando los pequeños detalles de su rostro, algo dentro de él se agitó. Había planeado asustarlo, hacerlo hablar, pero al tenerlo tan cerca, la idea de besarlo dejó de parecerle absurda.
—¡No! —gritó Jimin, empujándolo con todas sus fuerzas.
—¡Hablaste! —exclamó Suga, triunfante.
—¡Y todo por tu intento de besarme!
—¿Acaso no querías?
—¡P-por supuesto que no!
—¿Por qué no?
—Primero, porque soy un chico y los chicos no se besan. Mi abuela me lo dijo.
—¿Quién dice eso?
—Mi abuela. Y yo obedezco todo lo que ella me dice.
Suga cruzó los brazos, estudiándolo con detenimiento.
—¿Y la siguiente razón?
—Porque no creo que podamos ser pareja.
—¿Por qué?
—Porque eres frío y amargado. No creo que puedas amarme de verdad…
Aquellas palabras golpearon a Suga con más fuerza de lo que esperaba. ¿Frío? Sí. ¿Amargado? También. Pero el hecho de que alguien pensara que no podía amar lo dejó aturdido.
“¿Y si tiene razón? ¿Y si nunca podré sentir lo mismo que él podría llegar a sentir?”
Finalmente, Suga desvió la mirada.
—Tienes razón.—soltó un largo suspiro, culpandose por lo que había estado apunto de hacer—. Mejor voy a dormir.
Mientras subía las escaleras, el eco de sus palabras resonó en su mente. Por primera vez en mucho tiempo, Suga se preguntó si lo que él era —su frialdad, su distancia— era una elección o una prisión de lo que había tenido que vivir desde que era pequeño…
Y por primera vez, no estuvo seguro de la respuesta…
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro