Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

george

Aterricé en Mónaco anoche, y desde entonces todo ha sido una maldita pesadilla de la que no puedo escapar. No he hablado con Daisy en una semana, aunque, sinceramente, se siente mucho más. La vi en las historias de Charles, Pierre e incluso en las de Lando. Parecía estar pasándola genial, sonriendo, disfrutando de la vida como si todo estuviera bien. Jodidamente bien. Y aquí estoy yo, destrozado, llorando por ella como un idiota.

Esta noche hay una fiesta en uno de esos bares privados a los que siempre vamos cuando estamos aquí. Decidí ir, aunque solo fuera por despejarme, tal vez tomarme un par de copas y olvidar por un rato lo que está pasando. Pero, si soy honesto, la verdadera razón es que tengo la esperanza de que Daisy no esté ahí. No sé si podría verla ahora, con esa sonrisa suya que me rompe en mil pedazos cada vez que la imagino.

Cuando llego, todo está en calma por fuera, la fachada del bar da la impresión de que está cerrado o que apenas hay actividad, pero tan pronto como me abren la puerta, las luces y la música me golpean como una bofetada.

—¡Georgie! —escucho que alguien grita sobre la música.

Levanto la vista y veo a Lando tropezándose hacia mí. Me abraza, tambaleándose, arrastrando las palabras con la evidente borrachera que lleva encima.

—Te he extrañado tanto, mi amigo —dice con una sonrisa amplia— ¿Sabes quién vino? ¡Daisy!

Mi cuerpo se tensa al escuchar su nombre. No puedo evitarlo. Solo oírla me provoca una mezcla de ansiedad y desesperación. Y aquí está Lando, borracho, diciendo lo que menos quiero escuchar en este momento.

—Lando, ¿cuánto tomaste? —pregunto, intentando mantener la compostura y reírme un poco de él, aunque mi mente ya está en otra parte, buscando a Daisy.

—No lo suficiente aún. Debo irme, se supone que soy el DJ —dice mientras se aleja, tambaleándose por la pista.

Lo observo alejarse, pero mi mente ya no está con él. No importa cuántas veces intente convencerme de que verla no será tan malo, mi corazón late como loco en mi pecho. Siento el peso de todo el maldito bar sobre mis hombros. Busco entre la multitud algún rostro conocido, pero en lugar de encontrar consuelo, lo primero que veo es a Lorenzo. Por supuesto que está aquí. Por supuesto que él también forma parte de esta pesadilla.

A unos metros de donde estoy, la veo. Daisy. Gritando desenfrenada una canción junto a Charlotte, completamente ajena a todo, completamente despreocupada. Su risa resuena por encima de la música, y aunque intento no mirar demasiado, no puedo evitar sentir esa mezcla de dolor y deseo en el estómago. Me ha tenido hecho mierda toda la semana, mientras ella parece estar perfectamente bien, disfrutando de la vida como si nada hubiera pasado. Me digo a mí mismo que no debería estar aquí, pero algo en mi interior me obliga a quedarme, a observar, como si ver a Daisy fuera lo único que me mantuviera conectado a la realidad.

Me acerco al grupo de Carlos, Daniel, Pierre y Esteban. Solo necesito distracción, algo que me haga olvidar, aunque sea por un rato, cómo se siente tenerla tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Cuando estoy lo suficientemente cerca, comienzan a gritar hacia mí.

—Tú estás demasiado sobrio, George —dice Esteban, y después empieza a hablarme en francés, aunque, sinceramente, no estoy prestando mucha atención a las palabras. Solo estoy aquí físicamente, mi mente sigue con Daisy.

—Vamos por unos chupitos para ti —dice Daniel, guiándome hasta la barra.

Miro a mi alrededor. Todos parecen estar ebrios esta noche. ¿Soy el único que no puede desconectar? ¿El único atrapado en su propia cabeza?

—Si digo algo que quiero decir, ¿prometes no golpearme? —pregunta Daniel, una sonrisa juguetona en su rostro. Asiento, más por inercia que por convicción, y tomo el primer shot que me pasa— Daisy se ve especialmente caliente hoy.

Mis ojos vuelven instintivamente a ella. La veo a lo lejos, brillando con una luz que siempre ha sido suya. Tomo otro shot sin decir nada, simplemente observando.

—Lo sé —respondo finalmente, tomando otro con Dani. Es un hecho, no puedo negarlo. Se ve increíble, jodidamente increíble.

—¿Y qué esperas para acercarte? —insiste Daniel, siempre directo, sin filtro.

Niego ante su pregunta. No quiero hablar de eso ahora. No puedo. Solo el pensamiento de acercarme me hace sentir expuesto, vulnerable. No estoy listo para enfrentarla, no hoy, no cuando ella parece estar disfrutando de su vida sin mí.

Volvemos a la mesa y esta vez se nos ha unido Charles.

—¡George! —exclama Charles, feliz de verme, y por un segundo me siento un poco más tranquilo. Al menos aquí, entre amigos, puedo esconderme de mis propios sentimientos.

—¿Cómo estás? —le pregunto, dándole un golpecito en la espalda.

—Bastante bien, disfrutando de las vacaciones —responde con su habitual alegría, pero noto que Pierre no deja de mirarme, serio, como si supiera algo que yo no.

—¿Qué hay de ti, Russell? —pregunta Pierre, finalmente rompiendo el silencio.

—He estado mejor —admito, sin querer entrar en detalles. No quiero darle a nadie el placer de saber lo mucho que me está costando todo esto.

Pierre remoja sus labios con la lengua, y hay algo en su mirada que me incomoda. Lo siento venir antes de que siquiera lo diga.

—Sí, eso he oído —su comentario es seco, casi cortante. Sé que sabe algo, o al menos, sospecha. Pierre nunca ha sido de los que se guarda las cosas.

En algún momento, el resto del grupo se dispersa, y de repente, solo estamos Charles y yo en la mesa. La música sigue retumbando a nuestro alrededor, pero el ambiente parece haberse enfriado un poco. Entonces, la veo. Daisy, tambaleándose hacia nosotros, con Charlotte ayudándola a caminar. Están evidentemente ebrias, y aunque debería apartar la vista, no puedo.

—¡Charlie! —grita Daisy, dirigiéndose a Charles. Su voz es tan fuerte, tan clara, pero al mismo tiempo, me ignora por completo. No sé si no me vio o si está eligiendo ignorarme a propósito. Pero maldita sea, soy yo el que debería estar enojado, no ella.

Charlotte, por otro lado, me mira directamente.

—Y George —murmura, señalando mi presencia y haciendo que Daisy, finalmente, me vea.

—George... —su voz sale sorprendida, como si no esperara verme aquí. Y entonces, ocurre lo inevitable. Nuestras miradas se cruzan, y no puedo evitar recorrerla con los ojos. Se ve hermosa. No, más que eso, se ve como un jodido ángel con ese vestido blanco y su pelo ondulado cayendo perfectamente sobre sus hombros. Cada detalle de su apariencia es un recordatorio de lo que estoy perdiendo, de lo que nunca he podido soltar.

Ella también me mira, y siento cómo sus ojos recorren mi rostro, bajando hasta mis manos, que en este momento están apretando el respaldo del sillón con tanta fuerza que mis nudillos están blancos.

—Si quieren besarse, solo díganlo y nos iremos —interviene Charles de repente, sacándonos a ambos de la burbuja en la que nos habíamos encerrado por un segundo. Su comentario es ligero, pero rompe la tensión en el aire.

—Yo... necesito otro trago —dice Daisy, al aire, como si eso fuera la solución a todo, y sin siquiera mirarme de nuevo, se dirige hacia la barra.

Desde donde estoy, puedo ver a Daisy reírse a carcajadas junto a Lorenzo. La escena me molesta más de lo que debería, especialmente por cómo se miran, compartiendo esos chupitos como si no existiera nada más alrededor. La velocidad con la que beben, la forma en que se niegan con la cabeza, son como pequeñas señales que me están volviendo loco. Quiero saber de qué están hablando, por qué demonios se miran de esa manera, por qué Daisy le permite estar tan cerca de ella. No puedo evitar sentir una mezcla de celos y frustración, algo que nunca había sentido tan intensamente hasta ahora.

Mientras sigo observándolos, escucho a Charles y Charlotte susurrar algo entre ellos. No puedo evitar sentir que sobro en esta mesa, que ya no pertenezco a este grupo en este momento. Es como si todos estuvieran en una sintonía diferente, una que no incluye la tensión que me está carcomiendo por dentro. Me levanto y me dirijo a las escaleras, buscando cualquier cosa que me distraiga.

Pero entonces escucho su voz.

—George —me llama desde abajo. No necesito verla para saber que es Daisy. Reconocería su voz, sus pisadas, en cualquier lugar.

Me detengo en las escaleras, sin darme vuelta.

—¿Qué quieres, Daisy? —le digo sin mirarla. Escucho sus pasos apresurarse hasta que llega al mismo escalón que yo.

Cuando finalmente la miro, ella me observa con esos ojos grandes y hermosos, enmarcados por sus pestañas, como si supiera exactamente cómo desarmarme.

Concéntrate, George.

—No quiero que estés enfadado conmigo —me dice con una suavidad que casi me rompe.

Respiro hondo, tratando de mantenerme firme, de no ceder a esa mirada.

—Tengo derecho a estar enojado si quiero —respondo, cruzando los brazos, tratando de poner una barrera entre nosotros. Si no lo hago, sé que podría sucumbir al impulso de tocarla— No había necesidad de mentir, y aun así lo hiciste.

Ella baja la mirada por un momento, claramente arrepentida, pero sus palabras siguen saliendo con fuerza.

—No quería que te enojaras conmigo.

—Lo terminé haciendo de todas maneras, así que...

—Te amo —me interrumpe de repente. No me lo esperaba, no de esta manera, no aquí. Su voz tiembla un poco, y puedo ver en sus ojos el miedo, la vulnerabilidad— Te amo más de lo que alguna vez amé a alguien, y estoy con un miedo constante de hacer las cosas mal, George. En serio lamento haber mentido, nada pasó entre Lorenzo y yo ese día.

Quiero creerle. Lo juro. Pero no puedo evitar recordar que está ebria. Que lo que me está diciendo ahora puede que no lo recuerde mañana, o que lo diga solo porque el alcohol le da esa valentía que de otra manera no tendría.

—Dímelo cuando tu nivel de alcohol esté por debajo de lo permitido —le respondo, intentando mantener una pizca de distancia emocional. Pero sus ojos se llenan de tristeza, como una niña herida, y por un segundo me odio por hacerla sentir así.

—George —su voz es apenas un susurro, casi un lamento. Se tambalea un poco, y el olor a alcohol me envuelve—, en serio lo siento. Por todo. Por cerrarme, por mentir, por no hacerlo bien —dice llorando—, pero, ¿podemos ir juntos a casa esta noche?

Mi instinto me dice que debo negarme, que debería dejarla lidiar con esto por sí sola, pero no puedo. No cuando se ve tan vulnerable, tan perdida. Me quedo en silencio por un momento, pero cuando ella pone su mano sobre mis brazos cruzados, acariciándolos con suavidad, cualquier resistencia que tenía se desmorona.

—No quiero dormir sin ti —murmura, y siento como mi autocontrol comienza a fracturarse. Mis manos, que hasta hace un segundo estaban firmemente cruzadas, se encuentran rodeando su cintura sin que apenas me dé cuenta. Nuestros rostros se acercan, apenas rozándose. Mi mente me grita que no es el momento, que ella no está en sus cabales, pero mi cuerpo la desea de una manera que no puedo describir.

Dios, necesito besarla.

Me inclino ligeramente hacia adelante, pero en el último segundo me detengo. En lugar de besarla en los labios, llevo su mano a la mía y le doy un beso suave en los nudillos. Es lo único que me permito hacer en este estado de confusión.

Daisy entreabre los labios, sorprendida. Cierro los ojos por un segundo, tratando de recomponerme. Cuando los abro de nuevo, ella jadea suavemente, más audible de lo que seguramente esperaba.

—Me gusta tu vestido —murmuro, tratando de desviar mis pensamientos. Pero la verdad es que no es solo el vestido. Es ella, toda ella, la que me tiene en este estado.

—¿Tienes cómo volver a casa? —pregunto, buscando una excusa para alejarnos de esta situación peligrosa. Ella niega con la cabeza—. Supongo que te llevaré a casa entonces.

El camino hacia el taxi es silencioso. En cuanto nos sentamos, Daisy se queda dormida apoyada en mi hombro. No puedo evitar sonreír. Paso mi chaqueta por sus hombros y dejo que se acurruque contra mí. Es un gesto tan natural, tan íntimo, que me hace preguntarme cómo hemos llegado a este punto de confusión.

Cuando llegamos a mi departamento, la cargo cuidadosamente, intentando no despertarla. Decidí traerla aquí, a mi lugar, para evitar cualquier interacción con Lorenzo o cualquiera que pudiera incomodarla más. La recuesto en mi cama con cuidado, y mientras le quito los zapatos, murmura cosas incomprensibles.

Hasta que dice algo que me deja congelado.

—¿Puedes follarme? —pregunta, y por un segundo, no sé cómo reaccionar. Me río internamente, porque sé que mañana probablemente no recordará esto, pero burlarme de ella será divertido.

Me meto en la cama, pero mantengo mis manos firmemente a mi lado. Ella, sin embargo, se pega a mí, buscando mi abrazo.

—Day, duérmete —le susurro, apagando la luz.

—Te extrañé, George —dice en un murmullo.

—Duérmete —repito, inhalando el aroma de su cabello, tratando de concentrarme en cualquier cosa que no sea lo que siento en este momento.

—Te amo mucho, ¿tú me quieres? —me pregunta, dejando un beso en mi mandíbula, y siento que el corazón se me detiene por un segundo.

—Yo te amo también. Ahora, duérmete —le respondo, mi voz apenas un susurro.

—¿Puedes abrazarme? —insiste.

—Ya lo estoy haciendo.

—Más fuerte.

Y lo hago. La atraigo hacia mí, envolviéndola con mis brazos, sintiendo cómo su cuerpo se relaja por completo. Mientras me quedo en la oscuridad, con ella en mis brazos, me pregunto, ¿qué voy a hacer contigo, Daisy Verstappen?



holiss, cómo andan??
espero que les guste mucho <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro