Hoy miré el cielo, estaba nublado, oscuro, iba a llover.

Me quedé observando por largo tiempo. Aunque no pareciera, de alguna manera todo se veía hermoso, las nubes cubrían gran parte del cielo y pequeños rayos del sol sobresalen de entre ellas. Me quedé en blanco por unos minutos, no había nada en mi cabeza, y me gustó esa sensación de paz, me gustó sentir que no hay nada provocando esa ya tan conocida ansiedad, me gustó cerrar mis ojos con esa tranquilidad cubriendo mi cuerpo, hasta que llegaste a mi lado y me preguntaste qué ocurría conmigo.

Quise confesarte todo, mi boca estuvo dispuesta a soltar y decir cada una de las palabras que estuve escondiendo por años. Mi silencio duró unos segundos y tú solo me mirabas con amabilidad.

Te respondí que no ocurría nada, por supuesto, me creíste. Porque tu novia apareció, y no alcanzaste a ver mis ojos pidiendo a gritos que vieras el dolor de mi alma. Tú atención se la llevó ella, y te olvidaste de que en algún momento estuve ahí, a tu lado, conversando contigo.

Sinceramente creo que el que actúes como idiota me ayuda a olvidarte, pero desde luego, nada en esta jodida vida es fácil, porque después me sonríes y todo aquel esfuerzo se derrumba.

Sí, lo admito, una sonrisa tuya puede hacerme caer de inmediato. Suena estúpido. Es estúpido. Pero no miento. Me encantaría que fuera una mentira.

Sin embargo, no me has sonreído, solo le has dedicado cada uno de tus gestos a ella, mostrándole esa característica sonrisita de conejo que tienes. Y creo que eso es bueno, ¿Cierto?

Digo, no me ilusionas. No tanto.

— ¿Puedo besarte de nuevo?

La pregunta que me hizo BangChan me vino de sorpresa, porque tú estabas con tu novia, y yo estaba a unos pasos de ustedes, y dejaste de mirarla para mirarme. Me sentí importante.

— Bésame.

Y pronto sentí sus carnosos labios chocar con los míos. Soy inexperto, pero BangChan logra enseñarme, lleva todo el control de la situación, y me gusta, porque...

Por fin siento que algo se mueve dentro de mí.