
Onze | 𝘊𝘪𝘵𝘢𝘴。
El hall de entrada de nuestro hotel.
No se me habría ocurrido mejor lugar para encontrarnos principalmente, que el mismo espacio que cruzamos juntos todos los días. Han pasado millones de cosas y, aunque el miedo me coma por dentro, sé que tengo que hacerlo.
¡Debo ponerme esos malditos pantalones de una vez!
ㅡBuenos días a la mejor amiga del mundo ㅡcanturreó Pucca, abrazando a Chingㅡ. Tobe dijo que me dejó un paquete antes de irse al trabajo, pero no quiso dejarlo en la casa.
ㅡClaro, el paquete está aquí; aunque no es exactamente un paquete ㅡmetió la mano en la caja registradora y sacó una cartaㅡ. Es esto. Espero que sea dinero.
ㅡDéjalo en paz, no tiene que darme dinero todo el tiempo ㅡrió Pucca, con las mejillas sonrosadas.
La carta, entonces, decía: “recuerdo el primer día que nos vimos; el carrito vacío de supermercado golpeó la bolsa de comida para gatos que llevabas, esparciéndola por todo el suelo... si quieres más información; ve a la calle Miles, entre la Avenida 509 y el Gran Parque”
ㅡ¿Quieres que te llame un taxi?
ㅡNo, caminaré. ¿Quieres hacerme compañía?
ㅡLo siento, tengo trabajo ㅡse encogió de hombros, señalando su computadoraㅡ. Suerte con tu... ¿cómo le llamas? Ah, sí, tu "amigo"
ㅡ¡Ching!
Aquellos lugares a los cuales le indicaba ir eran especiales por razones simplonas. Hay una cafetería en la Avenida 509, almorzamos ahí la tarde que Pucca me comentó que su esposo se iría en un viaje de negocios a Nueva York.
El Gran Parque fue el destino y el lugar de las salidas constantes de la casa que compartía con Garu. No quería estar ahí adentro y yo quería hacer un picnic. Por dos semanas enteras caminamos los alrededores del parque.
El hombre con la gran botarga de oso le hizo señas y, luego, le entregó otra carta y una rosa roja. La segunda carta decía: “recuerdo las salidas que tuvimos por estos alrededores y me alegro muchísimo que no hayas declinado ninguna oferta sobre salir a caminar por el Gran Paeque conmigo... no vas a encontrarme aquí, pero en mi florería estará esperándote Abyo con otra sorpresa”
Hizo lo mencionado en la carta, sonrojándose de vez en cuanto por sus recuerdos de aquellos días. Una sonrisa siempre surcaba sus labios en cada recuerdo. Abyo, el prometido de Ching, estaba esperándola en la florería, con un ramo de flores de muchos colores y el pequeño overól amarronado de la tienda.
ㅡ¿Y esto? ㅡsonrió, metiendo su nariz en el ramo de flores.
ㅡMi jefe de medio tiempo lo dejó para tí ㅡsonrió en complicidadㅡ. Ah, y dijo algo sobre una montaña.
ㅡ¿Una montaña? Nunca estuvimos en las montañas ㅡcomentó, pensativa.
Abyo se encogió de hombros: ㅡDijo que era un lugar especial. Le dije que iba a ser mejor si me dejaba una nota, pero no lo hizo. Por cierto, mencionó un lago, ¿eso te suena a algo?
ㅡ¿Eh?... ¡ah, sí!, ¡La Montaña del Lago Azul! ㅡsus ojitos brillaronㅡ. ¡Sé dónde es! ㅡrecorrió sus alrededores con los ojosㅡ. ¿Es la bicicleta de tus pedidos?
ㅡSí, ¿por qué?
ㅡ¿La estás usando ahora mismo?
ㅡEh..., creo que no.
ㅡBien. ¿Me la prestas?
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