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Día 5
Vela

—Érase una vez, cuando los enormes árboles del bosque encantado eran apenas unos delicados tallos en la tierra, dos almas puras se encontraron ahí por primera vez.

No hablaban el mismo lenguaje, pues ambos eran de tribus diferentes.

Y aunque no podían comunicarse con palabras, sus corazones encontraron la forma de llamarse el uno al otro.

—¿Ellos... Se amaban? —preguntó una pequeña rubia en un susurro, tapándose la boca con sus dos manitas.

—Sí —respondió la anciana, en un silencioso murmuro.

Los niños suspiraron asombrados. Algunos se abrazaron, otros hicieron muecas de asco.

—¡Buáj, amor! —un varoncito de cabello castaño hizo gesto de querer vomitar.

—¡Shh! —le acallaron los demás, poniendo mucha atención a la abuela de la tribu.

—El bosque estaba totalmente enamorado de su unión, había sido testigo de su romance secreto desde el comienzo, que deseaba que eso nunca terminara.

—¿Un romance secreto? ¿Por qué? —inquirió una niña de rizos rojos.

—Porque sus tribus eran enemigos —contestó la mayor.

—¡No! —lloriquearon los infantes.

—¡Los romances secretos siempre acaban mal!

—Cuando los adultos se dieron cuenta de esto, se enloquecieron completamente. No podían permitir que sus hijos se reunieran con la Tribu odiada.

Sus egoístas corazones no pudieron entender los sentimientos de los adolescentes, e hicieron de todo para romper con su lazo especial. Pero nada de lo que hicieran daban resultados, llevándolos así a pensar radicalmente.

Una noche, cuando los dos jóvenes se encontraban sentados observando las estrellas, fueron emboscados por los soldados de cada tribu.

Una gran pelea se estaba propiciando ahí, unos amenazando a otros con aniquilar a los enamorados si osaban atacar a quien era de su bando.

El diálogo no sirvió de nada, porque pronto hubo sangre derramada.

Y cuando la espada enemiga estuvo a punto de lastimar a la pareja, el bosque encantado decidió intervenir.

—¿Intervenir? ¿Cómo? —preguntó el castaño.

—Los convirtió en el árbol más grande e imponente del bosque, con sus siluetas en el inicio de su tronco. Uno abrazado al otro, como una forma de demostrarle al mundo que nada podría separarlos.

Sólo así las tribus entendieron el significado del amor verdadero. Y ahora, aún después de cien años ese árbol sigue ahí, tan esbelto y fuerte como la noche en que surgió.

—¡Wow! —los niños celebraron, mientras miraban a los protagonistas de la historia escoltarlos a sus espaldas.

Las velas comenzaron a apagarse en cada tienda de campaña, haciéndole saber a los infantes que la hora de dormir ya estaba cerca.

—¡Todos a descansar! Que mañana será un nuevo día —ordenó la abuela, poniéndose de pie.

Nota
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