Páramo
❄️
Día 14
Páramo
Despertó en medio de la nada, con su cabello suelto y el vestido que planeaba usar en su coronación.
Miró hacia todas partes, intentando descifrar lo que estaba sucediendo con ella.
—¿En dónde... Estoy? —susurró, poniéndose de pie.
Grandes campos de flores abarcaban todo el páramo, y uno que otro árbol hacía sombra.
Miró al cielo, se dió cuenta que las nubes no avanzaban. Parecían estancadas en el aire, como si el tiempo no corriera.
Probó utilizar sus poderes, pero se llevó la gran sorpresa de que... No los tenía.
—¿Qué está pasando? —Elsa se asustó con su descubrimiento.
Volvió a intentarlo, pero no obtuvo resultados.
—¡¿Hola?! ¡¿Hay alguien aquí?! –gritó con todas sus fuerzas–. ¡Anna, Kai, Gerda! ¡¿Dónde están?! —uno por uno fue nombrando a las personas más cercanas que tenía, pero no había rastro de ellos.
De hecho, no había rastro de ninguna huella humana o animal.
Empezó a correr hacia el árbol más cercano, como la hierba estaba alta no pudo ver un pequeño pozo en la tierra. Su tobillo se atoró en ella, y cayó al suelo.
Las lágrimas no tardaron en salir, resbalando por la extensión de sus mejillas hasta caer a la nada.
Tenía muchísimo miedo, no sabía dónde estaba y por qué sus poderes no la acompañaban. Se arrastró al árbol, y se hizo bolita apoyando su espalda en el tronco.
Gritos y cristales rotos oyó dentro de su cabeza, entonces fue capaz de recordar.
"—¡No, Gerda! ¡Esto es una maldita condena, una maldición! Dime, ¿por qué no puedo ser normal? ¡¿Por qué tengo esto?! —gritó, deshaciendo su peinado.
—Princesa Elsa, tranquilícese por favor —la mujer intentó acercarse a ella, pero la rubia no se lo permitió.
—¡No lo hagas, soy peligrosa! —explotó en llanto.
—Su alteza, las emociones que está experimentando son propias de la ansiedad y los nervios por la coronación. Si descansa un rato, todo volverá a la normalidad —aseguró el mayordomo.
Ambos caminaban hacia Elsa, que retrocedió exaltada. Los jarrones que se encontraban detrás de ella se desplomaron contra el suelo, rompiéndose en pedazos.
—Desearía que esto no me pasara a mí. Desearía no tener poderes... ¡Desearía no estar aquí!
El recuerdo llegó a su final.
Esto la desconsoló más, agregando la culpa a su mar de emociones.
—Yo provoqué esto —gimoteó, escondiendo el rostro en sus manos.
[...]
Cuando ya no le quedaban lágrimas para llorar, se levantó del árbol y caminó hacia una dirección al azar, en busca de algo que pudiera ayudarla a pasar la noche, ya que su observación había sido errónea. El tiempo sí pasaba.
Sus pies estaban adoloridos, el vestido se llenó de tierra y si no fuera porque tenía mallas cubriendo sus piernas, seguramente los insectos la habrían atacado sin piedad.
Viendo el lado positivo, el viento era fresco con un agradable aroma a madera y tierra mojada. Signo de que en alguna parte había agua o estaba lloviendo.
Se detuvo para descansar, apoyándose en un pequeño árbol.
—El paisaje va cambiando, al menos no estoy yendo en círculos —se dijo a sí misma como forma de consolación.
Le tomó tiempo entender que a veces había cosas que no podía controlar, y no significaba que fuera su culpa.
Un mosquito entró a sus fosas nasales, provocándole un estornudo fuerte.
—Malditos zancudos —gruñó, poniéndose en marcha.
Cada tanto daba vueltas sobre su eje para observar lo que la rodeaba, hasta que alcanzó a percibir una manche grande y blanca.
—¿Qué es eso? –arrugó la frente de tanto intentar enfocar–. Parece una... Casa... —al percatarse de la similitud que encontró sin querer, corrió tan rápido como pudo. Incluso temiendo que fueran alucinaciones suyas.
Pero ahí estaba, grande y algo descuidada. Subió con cuidado los escalones del pórtico, sintiendo sus latidos resonando atrás de sus orejas.
Colocó su mano en la perilla, y la giró. La puerta se abrió con facilidad. Una pequeña campanita encima de la entrada sonó, alertando a quien sea que fuera el dueño de la casa.
Examinó con detalle el lugar. Una sala pequeña sin televisión, y alado el comedor que constaba de una mesa y una silla. La cocina estaba al fondo, con varios platos sucios en el fregadero.
—No lo entiendo... Si esto es la nada, ¿entonces por qué hay una casa?
La campana detrás de ella volvió a sonar. Su cuerpo se paralizó por el miedo. Su respiración se volvió pesada e insegura.
No quería dar la vuelta, no quería encontrarse con su final. Pero debía hacerlo, tenía que descubrir qué estaba pasando ahí.
Cuando dirigió su mirada a la entrada de la casa, se topó con un varón pelirrojo igual de sorprendido que ella. Su frente estaba sudorosa y cubierta por su cabello largo, su ropa estaba manchada de tierra y a juzgar por su barba, hacía tiempo que no se afeitaba.
—¿Acaso estoy soñando? —se preguntó apenas en un hilo de voz.
—Lo siento, no sabía que era tu casa. Yo eh... Tengo tiempo que estoy varada aquí y no sabía a dónde ir hasta que encontré este lugar—explicó.
—¿También tú? —Hans se acercó a la chica, que se puso nerviosa ante su cercanía.
Aún tenía el miedo de lastimar a los demás con sus poderes.
—No voy a hacerte nada —murmuró, con su voz apagada y ronca.
—¿Cómo llegaste aquí? —la rubia cambió de tema.
—No lo sé, sólo desperté en el páramo una noche de otoño —se paró frente a ella, aún dejando espacio suficiente. Se fijó en su vestido azul con curiosas y familiares siluetas, tanto al final de la falda como en el centro del corset y en el inicio de su cuello a la altura de las clavículas.
—¿No hay nadie más aquí? ¿Un pueblo, una aldea, o algo que se le parezca? —el muchacho titubeó al responder.
—Hay... Pero nadie habita en ellas. Son restos de antiguos asentamientos Estamos completamente solos —el estómago de Elsa se revolvió con esta nueva información.
¿Completamente solos?
El miedo se apoderó nuevamente de ella.
—No... No puede ser posible... —sus piernas flaquearon, y por un momento creyó que se desmayaría.
El pelirrojo la atrapó entre sus brazos, y la puso en uno de los sillones.
Su cabello era platinado, con un fuerte aroma a rosas. Su piel era tan blanca y suave como si se tratara de una muñeca de porcelana. Había pasado tanto tiempo ahí que empezaba a olvidar cómo eran las chicas.
—¿Estás bien? —formuló con torpeza, avergonzado de que su cuerpo reaccionara así.
—Yo no quería esto –empezó a llorar–. Me equivoqué, no sabía lo que deseaba, quiero volver a mi casa —se abalanzó hacia él, acurrucándose sobre su torso.
¿Y ahora qué debería hacer? El muchacho pensó con ansiedad.
Dijo "desear"...
—¿Cuál fue tu deseo?
—Dejar de estar en mi hogar —respondió, limpiándose los mocos.
—Yo... Deseé estar lejos de mi familia... —pronto una teoría surgió en la cabeza de Hans a la vez que recordaba el texto que una vez uno de sus hermanos mayores le había leído cuando era pequeño.
Se dice que el universo contiene tanto poder espiritual, que nos concede lo que tanto manifestamos.
Pero debemos ser cuidadosos, el universo no mide la magnitud de nuestros deseos ni palabras, tampoco discierne de la realidad. Simplemente se deja ser guiado con el cantar de nuestros corazones.
—No creo que seamos los únicos. Estamos en algún lugar del planeta, muy lejos de la civilización.
—¿Y cómo estás tan seguro? —gimoteó, alejándose de él.
—Porque estás aquí. Eso significa que nuestros deseos fueron cumplidos, pero no como nosotros lo imaginábamos.
Deseos cumplidos. Luego eso hizo click en su cabeza.
Por eso ya no tenía sus poderes, porque deseó no tenerlos. Estaba cansada de vivir con miedo de que la descubrieran, de que se saliera de control, de lastimar a los que más amaba. De matar a su gente.
Pero ahora... Ya no estaban, ya no había nada por la cual temer, ya no representaba un peligro para la humanidad.
—Como una nueva oportunidad... De vivir —susurró ella. Hans asintió.
—Sí, algo así.
Levantó sus manos, y las observó con detenimiento. Tronó los dedos, formó círculos con el índice, incluso apuntó a ciertos objetos, pero no salía nada.
Una extraña sensación de tranquilidad se plantó en lo profundo de su pecho.
Y con Hans sucedía lo mismo.
La violencia con el que sus hermanos lo trataban, la humillación del mayor y el desprecio de su padre lo motivaron a desear estar lejos de ellos, de esa asquerosa familia que lo atormentaba.
Cuando llegó a ese lugar no pudo evitar sentirse intrigado por la forma en la que se dieron las cosas, estaba acostumbrado a que ignoraran su presencia o que no lo tomaran en cuenta pero jamás había experimentado estar en total y completa soledad, sin un alma a su alrededor.
Al principio creyó que todo mejoraría, pero conforme los meses pasaban, las alucinaciones se hacían cada vez más presentes. Voces de personas charlando a sus espaldas, el ruido de la madera crujir como si estuvieran dando pasos, la llave del grifo siendo abierta.
Por eso colocó esa campanita en la entrada, para saber cuándo era real o no.
Mientras limpiaba la hierba alta con el azadón en el patio trasero, había oído los murmullos de una chica, pero lo atribuyó a su deteriorada salud mental. Y en cuanto la campana se agitó, tiró la herramienta y rápidamente corrió a la casa.
¿Podría ser cierto lo que ella dijo? ¿Podría ser que esta era su segunda oportunidad de vivir? ¿De ser feliz?
Así era. El universo leyó los corazones de dos almas desafortunadas, destinadas a encontrarse.
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