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Encantamiento

❄️

Día 7
Encantamiento





Anna corrió emocionada hacia la habitación de su hermana, con la mochila aún en su espalda, el uniforme desfajado y las calcetas sucias.

Sin tocar la puerta, entró gritando y dando saltitos.

—¡Elsa! ¡Adivina lo que me enseñaron en la escuela! ¡Adivina! —chilló.

La rubia, que se encontraba sentada frente a su escritorio haciendo tarea, gruñó. Se había desconcentrado, provocando que la tinta se derramara en sus cosas.

—Más vale que sea algo importante porque si no, voy a echarte de aquí —advirtió, apresurándose a limpiar su desastre.

—¡Por fin me enseñaron a hacer encantamientos! —reveló.

Elsa se volteó a verla, sorprendida.

—¿En serio? ¿De qué tipo?

Anna se acercó a la rubia, y le susurró al oído: —De amor.

La ojiazul se llevó las manos a la boca, emocionada.

Siempre quiso llevar esa clase, pero su padre no le dió la libertad de elegir sus materias en ese momento.

—¿Y funcionan?

La menor se encogió de hombros, —Quien sabe —Elsa frunció el ceño.

—¿Cómo que no sabes? ¿No lo han puesto a prueba? —cuando la tinta fue totalmente removida de la superficie, volvió a sentarse para seguir con sus tareas.

—¡Hey! No me exijas tanto, apenas estamos en la teoría, aún no llegamos a la parte de la práctica. Pero cuando tenga la oportunidad, te enseñaré a hacerlo —le guiñó el ojo.

—¡Bah! Está bien, ahora vete que necesito estudiar —dicho esto, se colocó sus audífonos gigantes, y reprodujo en su teléfono música relajante.

[...]

—Señoritas, el auto las aguarda —dijo el mayordomo, esperándolas en la entrada del comedor.

—¡Ya vamos! —gritó Anna, atascándose la boca de chocolate.

Ambas hermanas tomaron sus mochilas del suelo y caminaron hacia afuera, donde el chófer las esperaba pacientemente.

Entraron al vehículo, y se despidieron del mayordomo.

Ya cerca del colegio, Anna se percató de alguien.

—No puede ser, ese idiota llegó temprano —gruñó, fajándose la camisa y subiéndose las calcetas a la rodilla.

—¿Eh, quién? —Elsa preguntó confundida.

—El prefecto Westergaard, creo que va en el mismo año que tú. Es tan fastidioso, siempre está revisando los uniformes —sacó de su mochila una corbata azul, y la puso sobre el cuello de la camisa.

—Son las reglas, debes acatarlas.

—Sí pero no me gusta, me siento asfixiada —y jaló de la corbata, haciendo énfasis a lo que se refería.

La mayor sólo rodó los ojos. Anna tenía un alma muy rebelde, difícil de domar. Lo que la hacía merecedora de múltiples regaños y citatorios, sobre todo de Westergaard.

Los dos se odiaban mutuamente.

—¡Al rato nos vemos, Ralph! —chilló Anna, agitando la mano hacia el chófer antes de bajar del auto.

—Aquí estaré —respondió el otro.

En cuanto las chicas pasaron las rejas de seguridad del colegio, el empleado abandonó el lugar.

—Aquí viene tu mejor amigo —susurró Elsa, en un tono burlón.

—¿Qué? —dijo la pelianaranjada, sin saber a quién se refería.

—Buenos días, señoritas —saludó Hans Westergaard, revisando de pies a cabeza el uniforme.

—Hoy si traje la corbata —bramó Anna.

—Es lo que veo, felicidades. No es tan difícil cumplir las reglas.

Elsa se rió, mientras que su hermana arrugaba la nariz fastidiada.

[...]

En el receso la rubia estaba en la biblioteca utilizando su ordenador para una investigación, cuando su paz se vio interrumpida por una joven exaltada.

—¡Elsa, Elsa! ¡Mira lo que tengo aquí! —su hermana la zarandeó con fuerza.

—¡Anna! ¡Ten cuidado con mis audífonos! —apartó sus manos de ella. Y se enfocó en revisar su aparato.

Puso frente a sus ojos un vaso blanco de papel.

—¿Tanto escándalo por agua? —hizo una mueca de desaprobación.

—No es agua... –se acercó al oído de su hermana, y murmuró–. Es el encantamiento de amor. Hoy por fin lo hice, aunque no sé si funcione —le entregó el vaso a la mayor para que pudiera examinarlo.

—Mhm –la ojiazul lo miró de cerca–. ¿Por qué el color rosa opaco?

—Le eché colorante vegetal, dos gotitas  pero no tomó mucha pigmentación.

—Con razón, fue muy poco —la dejó en el escritorio, Anna lo tomó.

—¿Sí, verdad? Le dudé mucho, la maestra dijo que cualquier mezcla externa al encantamiento podría disminuir la efectividad. No quise arriesgarme. ¿Qué estás buscando? —pronto dejó su experimento alado de otro vaso.

—Mi proyecto de Física.

Mientras las hermanas estaban charlando, cierto pelirrojo tomó uno de los vasos. Elsa se dió cuenta.

—Nos vemos al rato en el centro comercial —Hans ondeó la mano a su amigo que se alejaba de ahí.

El muchacho se llevó el vaso a la boca. La rubia, muy asustada, golpeó a su hermana en las costillas.

—¿Qué? —chilló, sobándose el torso.

—El v-vaso —tartamudeó, apuntando al objeto.

El prefecto se terminó de beber el encantamiento.

—Ay no... –Elsa se paralizó, mientras que su hermana se iba alejando a zancadas–. ¡Adiós, yo no quiero ser la primer persona que vea!

—¡¿Cómo dices?! —se levantó de golpe.

Para cuando ella reaccionó, el muchacho había enfocado su vista en ella.

Sus pupilas se dilataron, sus mejillas tomaron un color rosa y su boca estaba entreabierta. Elsa pasó saliva con dificultad.

—¿E-estás bien? —preguntó la muchacha, retrocediendo en pequeños pasos.

El varón no dijo respuesta, en cambio se abalanzó a ella y la envolvió en sus brazos.

—¿Acaso se acerca mi hora, o por qué veo a tan bello ángel? —canturreó.

—¡No! ¡Adiós! —la rubia lo empujó lejos y corrió fuera de la biblioteca.

—¡No te vayas, mi hermoso ángel del paraíso! —Hans le siguió.

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