ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 1: ᴇʟᴀꜱᴛɪᴄ ʜᴇᴀʀᴛ
Na-Yeon observaba en silenció a las personas caminar a su alrededor, ajenas a los pensamientos o el sentir de las demás personas. Todas enfocadas en sus vidas, sus sueños, dolores y vivencias del día a día. Cada ser humano que transitaba por ese lugar tenía una historia, al igual que ella. Todos debían tener una, era la ley de la vida, sin importar qué.
A ella, honestamente, no le gustaba recordar la suya. Prefería recordar solo los buenos momentos de los únicos años en los que había sido realmente feliz. Había escuchado que la felicidad era efímera, y vaya que era verdad.
Lo había comprobado de la manera más amarga.
Aún podía saborear esos momentos a los que se aferraba para no olvidar. Nunca había entendido su propósito en la vida; todos tenían uno. Sin embargo, ella no creía que el suyo era ser infeliz, o tal vez sí. Tal vez merecía todo lo que le ocurría por haber huido de su destino años atrás. Por lo menos, si se hubiera quedado aún, So-Yun seguiría a su lado.
Las risas de las personas la distrajeron por un segundo de su dolor, y el viento soplo en su dirección, queriendo detener cada pensamiento que le atravesaba el corazón; cada risa, palabra o situación en donde sentía que el mundo estaba en sus manos.
Se inclinó, cubriendo su rostro con ambas manos, suspiró y cerró los ojos deseando regresar el tiempo atrás. Era demasiado cansado rogarle al cielo una nueva oportunidad para intentar sonreír de nuevo. Tan cansado que las ojeras debajo de sus ojos demostraban lo difícil que era conciliar el sueño y su demacrado cuerpo, la lucha que llevaba consigo misma por terminar sus alimentos todos los días.
Era demasiado complicado empezar de nuevo, más difícil que cuando huyo de casa a los dieciocho años. Esa vez todo fue diferente. La vida que le esperaba y el iniciar fue complicado, más la fe y esperanza de encontrarse con So-Yun años después la motivo a luchar.
Ahora no tenía nada por lo que luchar.
So-Yun se había marchado sin dejar rastro hacía tres años atrás, y semanas después, Young-Il la abandonó sin decir ni una sola palabra. Su corazón roto había vuelto a doler por las dos personas que más amaba en su vida, mientras se desangraba en soledad.
Esta vez no hubo fe ni esperanzas que la ayudaran a querer salir adelante, y la depresión que la acompañó en su juventud había vuelto, trayendo consigo mucho dolor.
Había perdido su trabajo al pasar semanas encerrada en su apartamento, solo saliendo a buscar aquello que no quería ser encontrado. Había dormido en la calle después de no poder pagar la renta, y terminado en un trabajo que solo le daba lo suficiente para existir. Las deudas no hicieron más que incrementar cada vez más hasta el punto de asfixiarla con solo recordarlo.
Diez mil novecientos millones de wones, una cifra que iba en aumento con el pasar de los días. Ya no tenía como pagar el dinero que creyó la haría encontrar a su hermana. Las opciones se habían acabado y la desesperación la estaba terminando de consumir.
El bullicio de las personas que transitaban el parque fue desapareciendo, al igual que la luz del día, dejando que la oscuridad la abrazase. Miró una vez más a su alrededor, deseando volver a encontrase con So-Yun tal cual había sucedido años atrás en ese mismo parque. Deseo que sus ruegos fueron escuchados por una última vez.
Un leve sollozó brotó de sus labios, y un par de lágrimas descendieron por sus pálidas mejillas al comprender que eso no sucedería. La felicidad jamás volvería a ella.
―Señorita ―la calmada voz de un desconocido la sobresaltó ―. ¿Tiene un minuto?
El hombre delante de ella sonreía con amabilidad. Desconfiada, ella se puso de pie, llevando su mano de manera discreta al bolsillo trasero de su pantalón.
―No me interesa adquirir ningún plan telefónico o lo que sea que venda ―soltó con recelo, sin despegar su mirada de él.
Él suspiro.
―No se trata de eso. Quisiera hablarle de una gran oportunidad que le va...
Na-Yeon lo ignoró, comenzando a caminar hacía la salida del lugar. No necesitaba saber de tratos mágicos que le resolverían la vida, o mucho menos inversiones estúpidas, cuando eso fue lo que la había arruinado.
―Señorita ―le escuchó llamarla nuevamente, Na-Yeon suspiró, deteniendo su andar para voltear a verlo―. ¿Quiere usted jugar un juego conmigo?
―Las damas de compañía están del otro lado de la calle, idiota ―soltó ofendida, frunciendo el ceñó.
Él sonrió, enfureciendo más a Na-Yeon. Era igual o peor que los tipos ricos que visitaban el bar donde ahora trabajaba de camarera.
―No esa clase de juego... me temo ―murmuró, viéndola de arriba abajo con cuidado mientras se acercaba a la banca al lado de ellos para poner el maletín que sostenía en una de sus manos y abrirlo―. ¿Ha jugado ddakji alguna vez?
Na-Yeon dejó de ver el dinero junto a los sobres color rojo y azul en el maletín para mirar al hombre sin expresión alguna. Sus húmedas mejillas eran lo único que podían delatar su llanto anterior.
―Juegue ddakji conmigo ―insistió el desconocido ―. Cada vez que me gane, le daré cien mil wones. ¿Le parece?
―Me parece que usted me quiere ver la cara de estúpida, señor ―soltó, cruzando sus brazos sobre su pecho sin intenciones de moverse ni un centímetro ―. ¿Esto es algún tipo de cámara escondida?
Sonaba demasiado bueno para ser verdad. En otras circunstancias, se habría marchado, pero ahora, a solo unas horas de tener que pagar los intereses de una de sus tantas deudas y no tener dinero, debía intentarlo. De igual forma su curiosidad no la dejaría dormir si se iba en ese instante.
―Dejaré que usted empiece primero, señorita ―él pareció reconocer la decisión en su mirada ―. ¿Qué color le gusta más?
Na-Yeon bufó, señalando el color rojo. Era demasiado mala jugando, no era su culpa, sino de sus padres que la habían obligado a crecer demasiado rápido, prohibiéndole hacer cosas que una niña debería.
Una vez el sobre azul estuvo en el suelo, lanzó con fuerza el suyo, intentando girar en vano el de su contrincante. Se sintió estúpida bajo la mirada burlona que el hombre le lanzó mientras se agachaba a tomar su sobre. Dio dos pasos hacia atrás para darle el espacio suficiente para lanzar.
Sin esfuerzo alguno, él hizo girar su sobre.
― ¿No tiene cómo pagar? ―soltó de pronto, tomándola por sorpresa.
― ¿Pagar qué?
Él sonrió de nuevo.
―Lo siento ―la falsedad en sus palabras era demasiado notoria―. Olvide decirle que si perdía, entonces usted tendría que pagarme a mi cien mil wones. ¿Tiene con que pagarme? ―Na-Yeon entreabrió la boca con sorpresa mientras las uñas de sus dedos se encajaban entre las palmas de sus manos ―. Puede usar su cuerpo para pagarme.
―Qué mierd... ―el insulto quedo en el aire, la bofetada que él le propinó la tomó por sorpresa, su rostro giró hacia la izquierda con brusquedad y un pequeño corte que tenía sobre la mejilla afectada, sangró.
Na-Yeon observó las pequeñas gotas carmesí manchar los dedos de su mano, la molestia que sentía minutos atrás incremento y haciendo uso de toda su fuerza, se giró hacía él, abofeteándolo con ira. Llevó con prisa la mano al bolsillo trasero de su pantalón, sacando con rápides su navaja, acortó la distancia entre ambos, con su mano izquierda lo sostuvo con fuerza de su corbata, obligándolo a inclinarse, mientras que con su mano derecha sostenía la navaja cerca de su cuello. Tal y como Young-Il le había enseñado.
...
Na-Yeon se encontraba sentada sobre el pasto, esperando que Young-Il saliera de una reunión de negocios en su oficina. La calidez del verano y la luz solar que se filtraba entre las hojas del inmenso árbol que Young-Il poseía en su hogar podría decir que era su parte favorita de la casa.
Solo ahí podía estar en silencio, sin que las voces del pasado la atormentaran cuando se encontraba en soledad. El olor a bergamota y vainilla junto a unos toques de cedro, la hizo sonreír sin ni siquiera voltearse. Su respiración cerca de su cuello la hizo estremecer, al igual que la cercanía de ambos al él inclinarse hacia ella.
― ¿Cómo estuvo la reunión? ―soltó, girando su rostro para verlo. Sus ojos brillaron al verlo.
Young-Il sonrió antes de robarle un fugaz beso.
―Bien, todo está bien ―soltó con la tranquilidad que siempre poseía ―. Lamento tardar.
―No me molesta esperar, comprendo que estabas ocupado con esos inversionistas.
Young-Il asintió y extendió su mano hacía ella para ayudarle a ponerse de pie. Una vez de pie, él no dudó en atraerla hacía él en un abrazo; el pequeño cuerpo de Na-Yeon encajaba perfecto entre aquellos brazos que la hacían sentirse a salvo.
Él inclinó su cabeza para besarla con intensidad, el mundo se detuvo para ambos mientras sus labios danzaban en perfecta sintonía.
―Te tengo un regalo ―susurró sobre sus labios una vez el beso finalizó.
Na-Yeon parpadeo con sorpresa alejándose. Por su parte, él llevo su mano izquierda al bolsillo de su pantalón, de donde extrajo una pequeña funda de tela, extendiéndola hacia ella.
Aún sin entender, Na-Yeon tomo la pequeña bolsa de terciopelo entre sus manos. El frío del metal que se colaba a través de la pequeña bolsa de tela la desconcertó, pero aún más fue ver el objeto.
―No lo entiendo ―susurró, elevando la mirada para verlo.
―En unos días tendré un viaje de negocios, sin embargo, me preocupa que tú y So-Yun viajen solas después de salir del trabajo. Es por ello por lo que me gustaría que tengas con que defenderte. No soportaría saber que algo te ha pasado.
La mano de él acaricio su mejilla, Na-Yeon lo observó a los ojos, notando la preocupación que él decía profesar. Su corazón latió de prisa al saberlo.
―Yo... yo no sé usar esto ―susurró, bajando la mirada al objeto.
―Yo te voy a enseñar, aegiya.
― ¿Tú cómo sabes? ―pronunció Na-Yeon con desconcierto. Young-Il solo sonrió al ver la expresión en el rostro de su amada.
―Fui policía antes de encontrar a mi padre, ¿lo recuerdas, cariño? ―contestó con simpleza―. Saber usar una navaja es lo más sencillo que sé manejar.
...
El desconocido se movió un poco con nervios. Ella por su parte, odiaba admitir que el rostro lleno de sorpresa de él, le causó mucha satisfacción.
-¿Verdad que duele, imbécil? -siseó con enojo -. Vuélvase a cruzar en mi camino y le aseguró que lo dejaré sin manos, ¿entendido?
El hombre asintió. Na-Yeon le lanzó una última mirada llena de molestia antes de alejarse. Pudo sentir la mirada de él sobre ella todo el tiempo mientras se alejaba, como si estuviera analizándola. Ella, por su parte, decidió ignorarlo. Sostuvo con precaución la navaja hasta que se cercioró no la estuviera siguiendo. Fue entonces cuando la guardo de nuevo en su sitio y se permitió bajar la guardia.
El olor a moho y humedad que la recibió al llegar a su pequeño y horrible departamento ―si es que podía llamar así a las cuatro paredes donde solo cabía su cama y un viejo mueble―, la hizo toser. Se acercó a la única ventana que había en el lugar y la abrió un poco, solo para permitir que el aire fresco entrara.
Dio un vistazo a su figura en el espejo. Su mejilla con pequeños rastros de sangre y su desgastada ropa no hacían más que hacerla parecer un vagabundo en ese momento. Se deshizo de su desgastada chaqueta y tenis para dejarse caer sobre la cama con cansancio.
Él día había sido lo suficiente difícil como para pensar en el siguiente. Ese día la habían golpeado dos veces: una de sus prestamistas y luego el señor cachetadas. No sabía que era peor en ese momento; haber creído que podría ganar cien mil wones o pensar que sabía jugar.
Al final, era una inútil, tal como su padre se lo había dicho una vez.
...
Na-Yeon repetía una y otra vez las mismas respuestas que su padre le había ordenado memorizar. Él la observaba en silencio, sentado en su viejo sofá favorito de su despacho. En una semana, por fin se haría formal su compromiso y Na-Yeon sabía que debía lucir y ser perfecta. Intentaba ponerle empeño el que para muchas mujeres sería el día más feliz de su vida, pero ¿cómo ponerle empeño y amor a algo que ella no deseaba?
Era demasiado difícil memorizar la cantidad abismal de números que su padre quería, pero hacerle entender eso a él era más complejo.
―Treinta y tres, veinticuatro ―hizo una pausa al olvidar el siguiente número ―, dos ―murmuró con temor.
Su gritó de sorpresa al ver a su padre ponerse de pie, furioso, fue acallado por la mano de él alrededor de su cuello. Su espalda chocó con el armario, haciéndola soltar un pequeño quejido de dolor.
―Es tres, ¡tres! ―exclamó molesto ―. Eres completamente inútil, Na-Yeon. No sirves ni para memorizar algo tan sencillo.
Na-Yeon sintió su corazón latir con prisa, sus manos aferradas con desespero sobre la de su padre, pidiendo ser liberada, y la sensación de miedo recorrerle el cuerpo fue algo que le consumió por muchas noches. Más las palabras que él soltó antes de abandonar la habitación crearon pequeñas grietas en su interior.
―Espero que no seas igual de inútil para darle hijos a tu marido. Lo único que tendrás que hacer es abrir las piernas no creo que hasta eso vaya a ser difícil para ti.
...
La luz de un nuevo día se colaba por su ventana. Na-Yeon bostezó a la vez que abría los ojos mientras miles de pensamientos surcaban su mente. Le dolía la cabeza y su estómago rugía por el hambre.
Se levantó de su cama para acercarse al microondas cerca de la entrada, tomó una taza y vertió en ella un poco de agua de una botella junto a uno de los paquetitos de ramen que se habían vuelto su dieta. Llevó ambas manos a su cabeza, peinando su oscuro y largo cabello hacía atrás, mientras su mirada estaba fija en la cuenta regresiva del microondas.
Hoy visitaría al tipo que se encargaba de buscar a su hermana, iría a trabajar y, con suerte, su pago del día serviría para pagarle a uno de sus tantos prestamistas. No era lo acordado, pero esperaba fuera suficiente por esa vez, o estaría de nuevo en problemas.
Una hora después llegó a su lugar de trabajo, caminó hasta la bodega en donde guardó su bolso dentro de un casillero y sacó su delantal. Un largo y tedioso día le esperaba.
Limpió y trapeo como solo en los días de torneo de futbol sucedía. Su cadera y tobillo le dolían lo suficiente como para mantener plasmada una mueca de dolor en su rostro por lo que restaba de su jornada laboral.
―Na-Yeon ―escuchó la voz de su jefe a sus espaldas. Suspiró, cerrando su casillero para girarse a mirarlo ―. Aquí esta tu pago de hoy y esto es por tu tiempo de servicio ―su voz tranquilidad contrarrestaba con el caos que nació en el interior de ella.
― ¿Hice algo mal, señor? ―se apresuró a preguntar, afligida.
―No realmente ―contestó con tranquilidad―. Es solo que muchos clientes se han quejado últimamente de las expresiones de tu rostro y que eres algo lenta...
Un balde de agua fría cayó sobre Na-Yeon al comprender esas palabras. Apretó con fuerza la correa de su bolso, su rostro sin expresión era bueno ocultando sus ganas de llorar.
―Usted sabe que tengo problemas en mi tobillo por una lesión... estas semanas he doblado turno porque mis compañeras no llegan a trabajar. Es normal que me encuentre cansada, el dolor es insoportable muchas veces, sin embargo, nunca he faltado. Es injusto, ¿no lo cree? ―una risa irónica brotó de sus labios mientras sentía ganas de llorar.
―Lo siento, Na-Yeon.
Era mentira, las personas como él jamás sentirían empatía de las personas como ella. Ellos solo utilizaban a aquellos necesitados a su antojo en busca de su propio beneficio. Igual que sus padres.
―Suerte encontrando a alguien que quiera trabajar como esclavo con una paga de mierda ―soltó, sustituyendo su tristeza por molestia al pasar por su lado para ir a la salida, no sin antes tomar ambos sobres con su dinero.
Definitivamente la vida la odiaba.
La tristeza la embargaba con cada paso que daba hacía el lugar donde vivía. Aún intentaba comprender cómo alguien podía tener tan mala suerte como ella. Golpe tras golpe, se ponía de pie, pero cada vez era más difícil querer seguir...
―Oye, princesa ―Na-Yeon se detuvo en seco antes de entrar a su bloque de apartamentos. Se giró lentamente hasta quedar frente al hombre ―. ¿Tienes mi dinero?
―Tengo una parte... mi jefe no me pagó mis horas extras como debía.
― ¿Eso debería importarme? Te presté dinero porque prometiste que me darías más de lo acordado y ahora sales con tus mentiras.
Na-Yeon dio dos pasos atrás, asustada al verlo sacar un arma. Él acortó la distancia entre ambos dejándola sin escapatoria. Ella soltó un quejido de dolor cuando él la sujetó fuertemente de su barbilla para obligarla a mirarlo. Su maloliente aliento la hizo querer vomitar al escucharlo hablar.
―No me gustan las mentiras. Tienes quince días para conseguir mi maldito dinero o si no... ―Na-Yeon no sabe si se estremeció por el miedo o por la sensación del frío metal del arma recorrer desde su cuello hasta su ombligo, o fue por el miedo ―. Yo encontraré la manera de que me pagues. ¿Entendiste?
Na-Yeon cerró los ojos asintiendo. Él se alejó de ella, desapareciendo entre las sombras de un viejo callejón. Fue entonces en donde por fin ella se permitió llorar.
El dolor que sentía en su cadera debido a la lesión de su tobillo no era nada comparado con el de su interior. Quiso gritar y patalear como una niña, pero ni aun cuando era una niña, ella pudo hacer eso.
Aunque, solo a veces, las niñas grandes podían llorar.
Levantarse el día siguiente fue más pesado que todos los días anteriores. No obstante, Na-Yeon tenía un propósito que no había podido realizar el día anterior; ir con el hombre que se encargaba de buscar a su hermana. Tal vez, solo vez, obtener alguna pista de ella le daría la suficiente fuerza para continuar, para no rendirse.
Con Young-Il había sido diferente. Él solo había desaparecido y nunca más supo de él. Aunque, en los primeros meses, lo busco deseosa de alguna explicación, al final comprendió que solo tal vez él solo había dejado de amarla. No lo culpaba; puede que solo se haya cansado de ayudarla a sanar y recoger los pedazos rotos que otros rompieron.
Jamás dejaría de estar rota... igual de frágil que una muñeca de porcelana.
No lo odiaba por querer una vida mejor lejos de ella. Jamás podría odiarlo.
Con los sobres de ramen escaseando, esa mañana no se permitió comer nada. Salió de prisa de su diminuto departamento, observando con atención todo a su alrededor. Lo último que quería era tener otro encuentro con alguno de sus cobradores. Odiaba admitir que ya había tocado fondo. Bueno, desde hace mucho lo había hecho solo que había intentado resistir un poco más la tormenta, sin darse cuenta de que se encontraba en un barco sin salvavidas.
Cuando llegó a la pequeña y desordenada oficina, su estómago gruño en el momento en que el olor a comida entró por sus fosas nasales. Cerró los ojos y contó hasta tres antes de entrar.
―Aún no tengo información ―dijo el hombre, apenas logró visualizarla ―. Sabes cómo es esto.
―Sé que usted es un inútil ―bufó ella, dejándose caer sobre una de las viejas sillas frente al escritorio―. Llevamos casi tres años en esto y nada. ¿Cómo es posible que sea tan difícil encontrarla?
―Esto lleva su tiempo y lo sabes.
¿Lo sabía? Sí, pero ¿cómo podía decirle a su corazón que ya la búsqueda había terminado? Era tan injusto y doloroso ver cómo sus esperanzas se iban marchitando sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.
―Búscala una vez más ―pidió, con la voz casi convertida en un susurro, desviando su mirada a las personas del otro lado de la ventana―. Por favor ―finalizó, extendiendo un par de billetes hacía el hombre.
―Esto no es suficiente ―pronunció él, levantándose de la silla en la que se encontraba sentado. Sus pasos hicieron eco en el viejo piso de madera. Na-Yeon contuvo la respiración al sentirlo acercarse a ella por la espalda―. Tal vez podrías pagarme el resto del dinero de diferente forma ―soltó, tomándola por sorpresa, deslizando su mano indecorosamente por su hombro con una confianza que ella nunca le brindó.
―Tal vez debería cortarle la lengua ―gruñó ella con molestia, poniéndose de pie de golpe y girándose a mirarlo furiosa―, o tal vez sus asquerosos dedos. Infeliz.
El hombre se alejó sorprendido por tales palabras. Desde que había empezado a tratar con Na-Yeon, jamás imaginó que ella podría tener tales alcances. Definitivamente ella no era la mujer que había llegado a su oficina años atrás; había cambiado o bien evolucionado hasta convertirse en algo horrible.
―Era una broma ―intentó excusar su falta de respeto, nervioso.
―Pues yo no soy su amiga o lo que sea para que intente bromear así conmigo. Por mí, puede irse al carajo con todas sus bromas ―escupió, con enojo, dando varios pasos a la salida―. Si no tiene ninguna pista de mi hermana para dentro de un mes, le cortaré su lengua para que deje de andar "bromeando" con mujeres que están desesperadas por encontrar a sus familiares. ¿Entendió?
Su asentir frenético y su pecho subiendo y bajando solo le confirmo a Na-Yeon que ese hombre no era más que un cobarde. No era alguien agresivo, lo reconocía claramente porque ella había crecido con un padre y estado comprometida con alguien así. Ese hombre no lo era; solo era un hijo de perra que intentaba aprovecharse del dolor y desesperanza de las mujeres que pisaban ese lugar en busca de sus servicios. Era asqueroso y repulsivo pensar en cuántas pobres almas habían caído en sus chantajes por falta de dinero.
Abrió la puerta encontrándose con la mirada inexpresiva de No-Eul. Ambas se miraron saludándose con la mirada, como solían hacerlo cada vez que se topaban en ese mismo lugar. Solo un par de veces habían cruzado palabra, pero lo suficiente para saber que ella buscaba a su pequeña hija. Na-Yeon podía entender su dolor a la perfección, porque, a pesar de que ella y So-Yun solo tenían una diferencia de cinco años, la amaba como si fuera su hija.
Na-Yeon se preguntaba a veces cómo hubiera sido su vida si nunca So-Yun y Young-Il se hubieran ido. Solía pensar en ellos la mayor parte de sus días y soñarlos al dormir. Odiaba admitir que nunca había sido lo suficientemente valiente para querer vivir sin ellos. Y es que, en el fondo, no era más que aquella adolescente asustadiza que temía del futuro que le esperaba.
Nunca había sido fuerte en realidad; solo se engañaba así misma, buscando tener el valor para sobrevivir en ese mundo que se tragaba a los débiles como ella.
Tres años habían bastado para derrumbarla por completo. Todos los pedazos de su ser, que se había esforzado por sanar, estaban de nuevo viniéndose abajo y el dolor era lo único que la hacía sentir viva...lo único que le hacía saber que aún estaba con vida.
―Aquel día se fue sin dejarme darle esto ―Na-Yeon levantó la mirada del suelo para encontrarse con la sonrisa perfecta del fanático de las cachetadas. Él extendía una de sus manos frente a ella con una pequeña tarjeta, mientras que en su otra mano sostenía con fuerza su maletín.
Ahí, en la zona más alejada de ese parque, él la había encontrado de nuevo.
― ¿No le quedó clara mi amenaza? Además, no salgo con imbéciles de trajecito, menos con unos de gustos exóticos ―soltó alejando su mano de un manotazo―. Suerte cumpliendo sus fantasías ―agregó, a la vez que se ponía de pie para alejarse de él como anteriormente lo había hecho.
―Bueno, en ese caso, podría darle mi otra tarjeta ―está vez, le toco correr para alcanzarla. Se detuvo frente a ella, extendiendo no una, sino ahora dos tarjetas―. Una la llevará a participar en unos juegos infantiles en donde podrá ganar suficiente dinero, y la otra es mi numero personal. Es ganar o ganar, ¿no cree?
― ¿Qué clase de juegos infantiles puede hacer a alguien ganar dinero? ―su voz, llena de curiosidad y duda, hizo sonreír al hombre―. Es estúpido.
―Para nada. Le aseguro que es real. De todas formas, ¿qué puedes perder con ir?
Na-Yeon miró dudosa las tarjetas, su mirada fija en una específicamente. Estiró su mano para tomarla, dejando la otra sobre la mano del hombre para su desilusión.
―Gracias ―susurró mirándolo una última vez antes de alejarse. Él solo asintió, observándola marchar sin despegar su mirada de ella ni un solo segundo.
Durante todo el camino a su apartamento, Na-Yeon observaba de vez en cuando la tarjeta en su mano, indecisa sobre si llamar o no. Podría ser una mentira, solo una broma de mal gusto ideada para personas desesperadas como ella, o tal vez algo mucho peor. Sin embargo, básicamente ella ya estaba muerta de no conseguir todo el dinero que debía.
Prefería morir a volver a vivir la misma pesadilla que la había marcado de por vida.
Solo le quedaba nadar hacía la corriente con la esperanza de no ahogarse.
Si usted elije jugar, diga su nombre y fecha de nacimiento.
―Once de noviembre del noventa. Kim Na-Yeon ―pronunció sin saber lo que le esperaba.
Holaaa, lamento tardar en publicarles este primer capítulo. Me he atrasado un poco por temas escolares y laborales, honestamente espero que la espera haya valido la pena y este capítulo haya sido de su agrado.
Si todo sale bien, Dios mediante el domingo les estaré subiendo el segundo capítulo así que les pido que por favor voten y comenten en cada capítulo, ya que, esto a mí me motiva y me ayuda a seguir intentando traerles lo mejor.
Por cierto, los flashbacks estarán de manera desordenada, espero no les moleste y no sé si les gustaría capítulos 100% del pasado ¿les agrada la idea? A mí, personalmente, me emociona.
Sin más que agregar, gracias por estar aquí.
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