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020

El aire en Venecia tiene una cualidad especial, como si la ciudad misma exhalara siglos de historia. Hay algo único en la manera en que el aroma salado de los canales se mezcla con la fragancia de las flores que brotan en los balcones de las viejas casas venecianas. El murmullo de las góndolas, deslizándose lentamente por las aguas oscuras, parece formar parte de una sinfonía natural, acompañada solo por el suave crujir de las antiguas piedras que cubren las estrechas calles de la ciudad.

Es una noche perfecta. El cielo está tan despejado que parece más grande y cercano de lo normal. Las estrellas, como diminutas joyas esparcidas sobre un terciopelo negro, titilan suavemente, creando un manto de calma que cubre todo a su paso. Las calles son un reflejo de la serenidad del momento: desiertas, excepto por nosotros, iluminadas tenuemente por faroles de hierro forjado que emiten una luz cálida y dorada. 

Estos faroles se reflejan en las ondulaciones del agua de los canales, creando un espectáculo hipnotizante que solo se puede disfrutar aquí, en la mágica Venecia.

Pierre y yo caminamos juntos, nuestras manos entrelazadas como si fuéramos dos almas que se han unido más allá del tiempo. Es un sentimiento que no puedo explicar, pero que siempre he sentido cuando estoy cerca de él. Mi vestido azul, tan suave como el cielo nocturno, ondea con la brisa que acaricia nuestra piel, y siento su frescura al rozar mis piernas, un delicado recordatorio de la noche que estamos viviendo. 

El sonido de nuestros pasos sobre el pavimento de piedra se mezcla con el murmullo lejano de las aguas, creando una armonía perfecta, como si todo en este momento estuviera sincronizado.

—Venecia de noche es como un sueño, ¿no crees? —le pregunto, rompiendo el silencio que hemos compartido con tanta comodidad durante todo el paseo.

Pierre sonríe, y esa sonrisa suya, tan genuina y llena de ternura, ilumina su rostro, incluso más que las estrellas que brillan sobre nosotros. En sus ojos hay una mezcla de admiración, y esa chispa que siempre me hace sentir como la única persona en el mundo para él.

—Sí, pero el sueño más hermoso aquí esta noche eres tú, jolie —dice, sus palabras saliendo con una suavidad que me llega al alma.

Me detengo en seco, mirándolo con incredulidad. Un rubor se apodera de mis mejillas de inmediato, como una ola que no puedo detener. Es imposible no sentirlo, sobre todo cuando él dice cosas como esa.

—¿Siempre tienes que decir cosas como esa? —pregunto, mi voz apenas un susurro, más por costumbre que por verdadera molestia.

Pierre, como siempre, responde con una dulzura que me derrite.

—Solo cuando son verdad —responde con una suavidad que me hace apretar su mano con un poco más de fuerza.

Sus palabras, esas siempre tan cargadas de sinceridad, me desarman por completo. No puedo evitar sonreír. ¿Cómo puedo resistirme a alguien que ve la belleza en mí de una manera tan pura? Venecia parece aún más mágica con él a mi lado, como si la ciudad hubiera cobrado vida solo para nosotros. Mientras caminamos, pierdo la noción del tiempo, hasta que Pierre se detiene bruscamente frente a un pequeño puente que cruza un canal estrecho y tranquilo.

—Espera, no te muevas —me dice con una sonrisa traviesa mientras suelta mi mano y saca su teléfono móvil.

—¿Qué haces ahora? —le pregunto, sabiendo ya lo que está por hacer, pero con esa curiosidad que siempre me asalta cuando está cerca de su cámara.

—Necesito una foto tuya aquí —responde con un tono serio, como si estuviéramos posando para una obra maestra. —El vestido, las luces, el reflejo del agua... todo es perfecto.

—Pierre... —protesto, aunque, en el fondo, sé que no tiene sentido discutir. Es como una tradición entre nosotros, sus fotos son su manera de capturar no solo lo que ve, sino lo que siente en ese preciso instante.

—Vamos, jolie. Solo una —insiste, con esa mirada juguetona que me hace ceder al instante.

Resoplo con fingida molestia, pero me coloco exactamente donde me indica, con el canal y las luces doradas de los faroles reflejándose en el agua justo detrás de mí. El aire fresco de la noche acaricia mi piel mientras él ajusta el ángulo de su cámara, concentrado en el encuadre, como si la escena fuera algo sublime, una obra de arte por sí misma.

—Perfecto. Ahora, mira hacia el agua —me ordena con suavidad, y me pierdo en el suave movimiento del canal, dejando que mi mente se calme con el reflejo de las luces en el agua.

Escucho el clic del obturador varias veces, pero no me giro hasta que siento su presencia cerca de mí, sintiendo su cercanía, su calidez.

—¿Puedo verlas? —pregunto, con curiosidad, sin poder ocultar el deseo de ver cómo me ve él.

—Aún no. Tengo más ideas —responde con un tono travieso que me hace reír. Antes de que pueda decir algo más, me toma de la mano y me guía hacia otro rincón junto al canal.

Este nuevo rincón es aún más mágico que el anterior. Una góndola vacía está amarrada bajo un farol que arroja un resplandor cálido y dorado sobre el agua, y el lugar parece sacado de un cuento antiguo. Pierre me posiciona justo al borde del canal, observando la escena con atención, como un artista que está buscando la perfección en cada detalle.

—¿Sabes? Estás disfrutando demasiado esto —le digo con una sonrisa burlona, mientras me cruzo de brazos, observando su rostro concentrado.

—Por supuesto —responde sin perder su enfoque, con una sonrisa de complicidad—. ¿Qué otra oportunidad voy a tener para fotografiar a la mujer más hermosa del mundo en la ciudad más hermosa del mundo?

Su halago me hace reír y sacudir la cabeza, aunque mi corazón late un poco más rápido. Me dejo llevar por el momento mientras Pierre sigue tomando más fotos. Poco a poco, me voy relajando, envolviéndome en el ambiente romántico de la noche, en la atmósfera única que solo Venecia puede ofrecer.

—Ahora haz algo espontáneo —me dice de repente, con un brillo en los ojos que me hace saber que está disfrutando cada segundo de esto.

—¿Algo como qué? —pregunto, sin entender muy bien lo que tiene en mente.

—Lo que quieras —responde, como si fuera un niño que le pide a su amigo hacer algo divertido—. Solo sé tú misma.

Sin pensarlo demasiado, levanto los brazos y giro sobre mí misma, dejándome llevar por la libertad del momento. Mi vestido azul fluye con el movimiento, y el aire fresco de la noche lo acompaña con su suave caricia. Me río mientras giro, disfrutando de la sensación de ser libre, de vivir en este instante con él. Cuando finalmente me detengo, veo que Pierre tiene esa mirada en su rostro, esa que me hace sentir como si fuera el centro de su universo, como si no hubiera nada más importante en este mundo que yo en ese preciso momento.

—¿Qué? —pregunto, ligeramente avergonzada, sin poder evitar sonrojarme un poco por la intensidad de su mirada.

—Nada —responde con voz suave, acercándose hacia mí. Baja su teléfono y, sin previo aviso, me envuelve en un abrazo. Apoya su frente contra la mía, y por un momento, el mundo entero desaparece a nuestro alrededor—. Solo estaba pensando en lo afortunado que soy.

Mi corazón late más rápido ante sus palabras. Puedo sentir el latido de su corazón contra el mío, y sus palabras resuenan en mi mente, como un eco suave que me hace sonreír.

—Yo también soy afortunada, mon cœur —murmuro, sintiendo que no hay ningún lugar en el mundo donde prefiera estar en ese momento.

Nos quedamos así un rato, rodeados por la belleza de la noche veneciana, con el sonido de nuestras respiraciones como única melodía. Finalmente, Pierre se separa, su rostro iluminado por una sonrisa serena y feliz. Levanta su teléfono una vez más, y con esa misma ternura en la mirada, dice:

—Una más. Esta vez juntos.

—¿Cómo? —pregunto, con una sonrisa curiosa.

—Selfie. Vamos —responde, y me acerco a él. Nos inclinamos el uno hacia el otro, y en el último segundo, Pierre me besa la mejilla justo cuando toma la foto.

—¡Pierre! —protesto entre risas, aunque no puedo evitar la sonrisa que se dibuja en mis labios.

—¿Qué? —pregunta con fingida inocencia, mientras guarda su teléfono. —Es la mejor forma de capturar el momento.

Sacudo la cabeza, pero no puedo dejar de sonreír. Continuamos caminando

por las calles tranquilas de Venecia, deteniéndonos de vez en cuando para admirar alguna tienda de máscaras venecianas, o simplemente para contemplar el reflejo de las luces en el agua, que se funden con el alma de la ciudad.

Finalmente, encontramos un pequeño café junto al canal, con una terraza al aire libre que parece sacada de una postal antigua. Nos sentamos, y Pierre, como siempre, pide dos copas de vino. Mientras yo observo las góndolas que pasan lentamente frente a nosotros, susurrando secretos al agua, me siento llena de una paz inexplicable.

—¿Sabes? —digo, apoyando mi barbilla en la mano mientras lo miro a los ojos, con una sonrisa suave—. Creo que esta es una de las mejores noches de mi vida.

—La mía también —responde él, inclinándose hacia adelante para tomar mi mano con una suavidad que me deja sin palabras—. Pero no es solo por Venecia, jolie. Es porque estoy aquí contigo.

Mi pecho se llena de calidez ante sus palabras, y no puedo evitar apretar su mano con más fuerza, como si quisiera que este momento durara para siempre.

—Eres imposible —murmuro, aunque mi sonrisa traiciona completamente mis palabras.

—Y tú eres increíble —responde él, con una mirada tan llena de amor que hace que mi corazón palpite un poco más rápido.

Pasamos el resto de la noche conversando, riendo, disfrutando de la compañía del otro, envueltos en la atmósfera única de Venecia. Cuando finalmente decidimos regresar al hotel, el aire fresco de la noche nos acompaña mientras caminamos lentamente por las calles vacías, el murmullo lejano de las góndolas todavía presente en nuestros oídos.

Al llegar a nuestra habitación, Pierre se detiene en la puerta y me mira con una sonrisa suave, esa que siempre tiene cuando está pensando en algo que no me ha contado.

—¿Sabes algo, jolie? —dice, con una mirada profunda que solo puedo descifrar en ese instante—. Si pudiera quedarme aquí contigo para siempre, lo haría.

Me acerco a él y lo abrazo, apoyando mi cabeza en su pecho, sintiendo su respiración tranquila y constante.

—No importa dónde estemos, mon cœur —respondo en un susurro—, siempre que estemos juntos.

Y en ese momento, mientras la ciudad de Venecia duerme a nuestro alrededor, sé que sus palabras son ciertas. No importa el lugar. Pierre es mi hogar.

Estoy tumbada en la cama, mirando el calendario de mi teléfono como si pudiera darme las respuestas que necesito. La fecha marcada con un círculo rojo, la que indica el día en que debería haberme llegado el periodo, quedó atrás hace tres días. Tres días. Me repito que no es tanto tiempo, que pueden ser muchas cosas: el estrés, el viaje reciente a Venecia con Pierre, el cansancio acumulado. Pero la ansiedad no me suelta. Intento respirar profundamente, pero siento un nudo en el pecho que no me deja.

Sobre la mesa de noche está el test de embarazo que compré esta tarde. El simple envoltorio blanco me resulta intimidante, como si fuera más grande de lo que realmente es. He pasado horas mirándolo, incapaz de decidir si quiero saber la verdad o si prefiero quedarme en esta incertidumbre un poco más.

No puedo hacerlo sola. Sé que no.

Tomo el teléfono y escribo rápidamente un mensaje en el chat grupal con mis amigas: "Chicas, necesito veros. Es importante. ¿Podemos quedar esta tarde?"

No pasan ni dos minutos antes de que Sienna me responda: "¿Qué pasó? ¡Dime que estás bien!". Luego aparece un mensaje de Allegra: "Claro que sí, nos vemos. ¿Dónde quieres?". Emma, siempre directa, escribe: "Estamos aquí para ti. Dinos dónde." Y finalmente, Venecia, como siempre calmada, pregunta: "¿Todo bien, cariño? Estoy lista para lo que necesites."

Les pido que nos veamos en mi apartamento, porque no tengo fuerzas para salir. En menos de una hora, están todas aquí, rodeándome en mi sala como si supieran que mi mundo tambalea.

Sienna es la primera en romper el silencio mientras se sienta a mi lado en el sofá y me abraza con fuerza. —Vale, Scarlett, escupe ya. ¿Qué está pasando? Porque me tienes mordiéndome las uñas desde tu mensaje.

—¿Estás bien? —pregunta Emma desde el otro lado, su tono más suave de lo habitual. Ella nunca muestra nervios, pero esta vez parece preocupada.

Respiro hondo, intentando encontrar las palabras. Miro a las cuatro, que me observan con atención. Allegra tiene los ojos entrecerrados, como si estuviera descifrando mi silencio, mientras Venecia me sonríe con ternura, siempre paciente.

—No me ha bajado el periodo —digo finalmente, con la voz temblorosa.

Por un segundo, todas se quedan en silencio, como si procesaran lo que acabo de decir. Luego Sienna abre mucho los ojos. —¿Y cuánto llevas de retraso?

—Tres días —respondo, pasándome una mano por el cabello.

—Tres días no es tanto —dice Emma rápidamente, intentando calmarme—. Podría ser cualquier cosa. Has estado viajando, ¿recuerdas? Los cambios de rutina afectan un montón.

—Sí, pero nunca se me retrasa tanto —respondo, con la voz quebrada.

—¿Has hecho un test? —pregunta Allegra, señalando hacia mi mesa de noche.

Niego con la cabeza, sintiendo cómo me tiemblan las manos. —Lo compré esta tarde, pero no... no puedo hacerlo sola. Tengo miedo de lo que pueda decir.

Venecia, que ha estado callada hasta ahora, se acerca y toma mis manos entre las suyas. —Scarlett, no tienes que hacerlo sola. Estamos aquí. Sea lo que sea, vamos a estar contigo.

Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, y Sienna me abraza de nuevo. —Si quieres, hacemos el test juntas. No hay presión. Pero una cosa te voy a decir: Pierre te ama. Sea cual sea el resultado, él va a estar contigo.

—Eso es cierto —dice Allegra, asintiendo con decisión. —Ese hombre está loco por ti. Podrías decirle que has decidido irte a vivir a la luna, y él estaría empacando un traje espacial.

Me río un poco, a pesar de todo. Sus bromas siempre logran arrancarme una sonrisa, incluso en los momentos más tensos.

—Es verdad —añade Emma, cruzándose de brazos—. ¿Recuerdas lo nervioso que estaba antes de tu cumpleaños el año pasado? Pasó semanas planeando todo porque quería que fuera perfecto. Si alguien va a apoyarte pase lo que pase, es él.

—Y si por alguna razón no lo hiciera —dice Sienna, con una sonrisa que no disimula su tono amenazante—, sabes que nosotras le patearíamos el trasero por ti.

—¡Sienna! —exclamo, entre risas.

—Lo digo en serio —responde ella, guiñándome un ojo.

Después de unos minutos más de bromas y palabras de aliento, finalmente me levanto del sofá. Camino hacia la mesa de noche y tomo el test con manos temblorosas. Lo sostengo un momento, mirando el envoltorio.

—¿Estás lista? —pregunta Allegra, acercándose.

—No, pero supongo que nunca lo estaré.

—No importa si no lo estás —dice Venecia con calma—. Nosotras estamos aquí.

Asiento y respiro profundamente. Me encierro en el baño, dejando a mis amigas esperándome al otro lado de la puerta. Todo mi cuerpo tiembla mientras sigo las instrucciones del test, y una vez que termino, lo dejo sobre el lavabo.

El tiempo parece alargarse mientras espero. Miro el pequeño aparato, y luego cierro los ojos, incapaz de enfrentarlo todavía.

—¿Scarlett? —llama Sienna desde afuera—. ¿Estás bien?

Abro la puerta y las veo a las cuatro mirándome con expectación. Sienna entra primero y me toma del brazo. —Vamos a verlo juntas.

Me quedo de pie frente al lavabo, con mis amigas a mi lado, y siento una oleada de fuerza al tenerlas cerca. El test está allí, mostrándome el resultado que cambiará todo, pero antes de mirarlo, cierro los ojos por un momento.

Pierre, pienso. Sin importar lo que diga este test, sé que lo amo, y sé que lo enfrentaremos juntos.

Abro los ojos, y el mundo parece detenerse mientras me acerco al resultado.

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