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♡◖ ! 21 % recuerdos ‹ ˖ぅ

Cuatro pequeñas patas abrían surcos en la tierra húmeda del bosque, su respiración agitada y su pecho ardiendo por el esfuerzo de la carrera, pero no se detendría, perder no entraba en su vocabulario. Sentía el aliento de sus compañeros rozar sus patas traseras, así que aceleró el paso. Esquivando raíces con facilidad, quebrando ramas. A máxima potencia, en su límite, atravesó la última línea de árboles y se abrió paso al territorio despejado que bordeaba el río. Siguió hasta que sus patas sintieron el frío del agua, mientras una suave neblina grisácea envolvía su figura y, dónde antes había estado un pequeño lobezno de pelaje castaño, apareció un joven muchacho de pelo revuelto y sonrisa triunfal.

━ ¡Gané!

Otros dos jóvenes aparecieron de entre los troncos, con cabezas gachas y hombros caídos.

━ ¡No es justo, nos has cortado el paso en la curva de la roca!

━ Lo único que oigo es que no saben perder.

El más joven de los tres suspiró irritado y pateó un pequeña piedra.

━ Exijo la revancha.

━ Denahi, no importa cuántas veces lo intentes, siempre acabarás perdiendo contra mí. Soy invencible.

El niño habló con prepotencia y su mellizo rodó los ojos.

━ Quizás, si no hicieras trampas, podríamos ganarte algún día.

━ ¿Tú también, Kato? Está claro que, aquí, el único que sabe jugar soy yo.

━ No digas chorradas, Koda, nosotros...

━ ¡Chicos! Nuestras madres nos buscan, es la hora de la comida.

Un cuarto pequeño apareció en el río, con la respiración agitada en su forma humana.

━ ¡La revancha hasta la aldea! ━ Gritó Koda, cambió de forma y corrió dejando atrás a sus amigos.

━ ¡Eh, eso no es justo!

Denahi fue el siguiente en unirse a la competición, seguido de Kato y Elu.

La cuadrilla corrió a toda velocidad atravesando el bosque de vuelta a su hogar. Las risas silenciosas resonando en sus joviales mentes. Amaban sentir la libertad del aire acariciando sus pelajes, las almohadillas de sus patas impactando contra la tierra a cada zancada, la conexión de sus dos mitades naturales. Su amistad se forjaba en la plenitud de la infancia. Como niños sin complejos, corrían ajenos a los problemas de los adultos, sintiendo la única preocupación de limpiar el barro de sus ropas antes de que sus madres les regañaran. Aquella era la felicidad en su estado más puro e inocente, felicidad absoluta. Sin conflictos, sin diferencias. Aunque no siempre era así.

El tiempo pasó y los cuatro amigos crecieron. Los mellizos desarrollaron fuertes músculos y cuerpos atléticos, figuras altas y robustas que acompañaban sus duros rasgos y facciones marcadas. Sus personalidades seguían siendo como la noche y el día. Kato era silencioso, paciente, de esas personas que parecen mantenerse siempre al margen pero que están ahí, atentos, esperando su momento para actuar. Y Koda era...como un tifón. Arrasaba todo a su paso, con su fuerza física y sus descaradas maneras, con su soberbia desmedida y siempre pagado de sí mismo. Aún así, los hermanos eran como uña y carne. Elu, el más joven del grupo, no había tenido tanta suerte en la ruleta de la pubertad. No era tan alto ni tan fuerte como ninguno de los mellizos, ni tan apuesto. Su complexión era estirada y desgarbada, su rostro estirado y su nariz aguileña y algo torcida, rompiendo con la simetría de sus facciones. Aún así, era un chico brillante, la inteligencia era su don. Y luego, estaba Denahi. Si bien no era tan robusto como los hermanos, era igual de alto y atlético. Con piernas largas y veloces, ágil como un puma. Él era el líder, no lo habían acordado, no lo habían decidido, pero todos, en el fondo, lo sabían, aunque a algunos les costara aceptarlo. Quizá fuera por sus dotes de liderazgo, por su fuerte carácter temerario o por su encanto natural, o quizá fuera porque estaba escrito en sus genes. Pero él estaba el el lugar más alto de la jerarquía de su pequeño grupo, al igual que su padre estaba por encima del resto de lobos de la manada.    

━ Ey, ¿vamos a buscar a las chicas?

La propuesta de Elu parecía casual, aunque todos sabían que, tras su tono despreocupado, se escondían las ganas de encontrarse con Yoomee, la joven loba de la que llevaba enamorado algún tiempo. La chica era un hueso duro de roer, malhumorada y bastante fría, pero Elu bebía los vientos por ella.

Los cuatro amigos marcharon juntos hacia la cabaña de la joven. Ella y su amiga descansaban tranquilamente en el porche, disfrutando del suave Sol de primavera. Denahi sonrió, aquella tarde, Taima se veía más bonita que nunca.

La mejor amiga de Yoomee era una chica extrañamente pálida y de cabellos castaños, que vivía pegada a un libro de manera permanente. Ella y su familia habían vuelto hacía unos meses a la aldea, tras pasar un tiempo en la manada de sus abuelos. Lo que el futuro líder sintió por la tímida joven fue amor a primera vista. Aunque, por desgracia, no fue el único.

La mente de Koda funcionaba algo así como la de un pequeño cachorro. Si le quitas un juguete a un niño, sin importar que lo esté usando o no, él llorará y pataleará hasta conseguirlo de vuelta. Quizá nunca se hubiera fijado en Taima si no hubiera notado el brillo en los enamorados ojos de Denahi al contemplarla. Tan dulce y delicada, tan distinta a él, y tan enamorada de su mejor amigo.

Koda se sintió herido y despreciado cuando la joven rechazó su confesión, y su orgullo fue pisoteado cuando comenzó una relación con Denahi. Se veían tan felices, tan radiantes juntos, una dulce y joven pareja, perfecta, enamorada. Y Koda solo deseaba poder ser él el que rodeara la fina cintura de Taima, el que ocupara un hueco en el consejo, el hombre al que todos admiraran, el padre de la criatura que crecía en el vientre de la hermosa mujer. Él solo quería ser Denahi.

Koda era un hombre ambicioso y corroído por los celos, una persona con un carácter nocivo que acabó por destruir todos los restos de sus amistades desde el día en el que el padre de Denahi murió y el joven fue nombrado nuevo líder de la manada.

El día del nacimiento del sucesor de la línea de líderes, Kato arrastró a su mellizo a mostrar sus respetos ante el nuevo heredero.

Había un nudo atascado en su garganta, que se agrandó al ver a la agotada Taima sosteniendo a un diminuto bebé, a la criatura que sería el recuerdo eterno de lo que pudo ser y no fue, el vivo retrato de Denahi. Le habían llamado Minho, como a su abuelo, y tenía los profundos ojos negros de su padre y aquella pequeña nariz de botón característica de su familia. Aunque había heredado la inconfundible palidez de su madre y sus extraños cabellos castaños. Koda sintió náuseas, aquel niño era el broche perfecto para una familia perfecta, todo aquello que él nunca tendría porque la única mujer a la que alguna vez llegó a amar había decidido rechazarle por su amigo. ¿Qué tenía Denahi que él no? Era el líder. Koda siempre creyó que ese puesto le quedaba grande, que él mismo habría hecho un mejor trabajo. Denahi era irresponsable e impulsivo, demasiado benévolo y entusiasta, cualidades que no encajaban con la imagen de un buen alfa según Koda. Y su creencia se reafirmó el día del incidente.

Habían pasado diecisiete años, diecisiete idílicos años de paz en la aldea, cuando la alarma sonó. Una de las manadas del sur se había adentrado en su territorio y amenazaba con destruir sus hogares. Los clanes deberían luchar por la supremacía de razas. Denahi convocó a todos los lobos que pudieran combatir a la batalla, entre ellos Koda, Kato, los recién casados Elu y Yoomee y, pese a las oposiciones del líder, Taima también se encontraba entre las filas de guerreros. Aquella fue la primera y la última vez que los amigos volvieron a estar juntos después de veinte años.

No tenían un plan, no tenían una estrategia, cuando el enemigo atacó. La batalla fue desigual, desorganizada, les ganaban en número y las bajas comenzaron a producirse. El primero en caer fue Elu, el dolorido aullido de Yoomee desgarró la noche como un cuchillo atraviesa la carne. Todos sintieron el dolor en sus propios cuerpos y no necesitaron oír el mensaje.

Hubieron pérdidas pero, por suerte para la manada, contaban con cantidad de lobos fuertes, guerreros experimentados que sabían luchar, y las condiciones no tardaron en igualarse. Aún había esperanza para la aldea.

Koda corría en la noche, rastreando enemigos rezagados cuando lo oyó. El aullido del jefe, un sollozo desesperado a la nada. Viró su dirección y corrió hacia aquel desesperado grito de auxilio. Entonces, los vio. El cuerpo sin vida de una loba yacía sobre la tierra y un lobo la acariciaba lastimosamente con su hocico, llorando sobre los restos de su amada e intentando inútilmente que reaccionara, ignorando al otro animal que contemplaba la escena con morbosa satisfacción. Koda observó el cuerpo inerte, ese inconfundible pelaje plateado en su forma lobuna podría distinguirlo en cualquier parte, pese a estar cubierto de espesa sangre. Algo dentro de él se rompió. Si Denahi hubiera sido un líder más competente, si hubiera sido firme, Taima no estaría muerta. Necesitaba culparle. Todo era su culpa, nada de eso habría pasado si él hubiera sido el líder, no habrían muerto Elu, ni Taima, por eso, creyó que Denahi no merecía su ayuda, no merecía vivir. En silencio observó cómo el asesino de Taima se acercaba lentamente a Denahi, que estaba demasiado ocupado llorando la muerte de su amada como para preocuparse por su propia vida. No hizo nada cuando lo vio saltar, y tampoco se movió cuando escuchó el aullido de dolor de Denahi cuando las fauces de su atacante se cerraron en su yugular. Solo cuando el alfa dejó de moverse, Koda atacó al lobo enemigo.

Él fue el encargado de anunciar la muerte del líder y su esposa.

Los recuerdos solían asaltarle en la soledad de su habitación, aun cuando hacían más de cinco años de aquello. No se arrepentía, no se lamentaba, quizá lloró la muerte de Taima, pero el pasado era pasado y quizá ahora tuviera la oportunidad de acabar con el último miembro de esa familia y tomar el lugar que siempre mereció, el de líder de la manada.


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