雪
—Traidor —susurra el viento en su oído y aquel sutil aleteo imaginario lo hace estremecer en su lugar.
La vida es complicada, y Seungkwan lo sabe; por este motivo no se queja a pesar del empujón tan fuerte que acaba de recibir en su hombro (aunque está seguro de que le saldrá un gran moretón pronto). Se limita a arrugar el rasposo papel que ahora apresa entre su palma y lo tira dentro del bolsillo de su chaqueta con discreción, procurando que la tinta no se derrame entre sus dedos.
—¿Estás bien? —le pregunta Wonwoo, haciendo una sutil mueca de disgusto al haber llegado un poco tarde hasta el costado del menor. —¿Te duele?, ¿te lastimó?
Seungkwan suspira, con la mirada perdida en la colilla de cigarro junto a su zapato, escondiéndola de la vista de su pareja a pesar de que sabe que Wonwoo ya la ha visto. No se atreve a mirar al azabache, y mucho menos a mirar hacia atrás, ahí por donde Jihoon se ha ido con pisadas fuertes y palabras dolorosas.
—Estoy bien —responde, evitando a toda costa llevar su mano hasta su hombro y sobar la parte golpeada.
—¿De verdad? —insiste Wonwoo, acomodándose las gafas. —Parece que ese chico tenía algún problema contigo, ¿lo conoces?
Aunque el frío del invierno le cala los huesos, desde que se mudaron ahí, Seungkwan siempre acompaña a Wonwoo hasta la librería. Se queda fuera del local, exhalando vaho o fumando un cigarrillo a escondidas de Wonwoo, pensando si realmente vale la pena causar tantos problemas en la vida del chico que lo ama.
—Amor —lo llama Wonwoo de nuevo tratando de obtener su atención —. Seungkwan.
Los opacos orbes obscuros del menor viajan hasta el rostro de su amante de manera involuntaria.
Claro que vale la pena, Wonwoo siempre valdría la pena. Porque Seungkwan lo ama tan egoístamente que haría todo por continuar a su lado sin pensar en las consecuencias.
—Lo siento —se excusa con una sonrisa —. No lo conozco de nada. Seguramente el tipo estaba de mal humor y yo me le he cruzado en el camino.
Wonwoo alza una ceja. —Claro. Mal momento en mal lugar —dice poco convencido.
Seungkwan sonríe. Se para en las puntas de sus pies y le deja un corto beso en los labios al mayor, sintiendo sus fríos labios entrar en calor y el flequillo azabache de Wonwoo picar contra su piel.
—De verdad —repite —. No es nadie.
Y por un segundo Seungkwan piensa que Wonwoo lo sabe, pero como el chico decide no comentar nada más al respecto, Seungkwan lo deja pasar.
—¿Estuviste fumando? —indaga Wonwoo a pesar de ya saberlo. Seungkwan no responde nada. —¿Tomamos un café? —sugiere entonces, mientras van caminando hombro a hombro sin espacio de por medio, dejando sus huellas marcadas en la suave nieve.
—¿Podemos?
El azabache asiente con tranquilidad. —Podemos.
La cafetería es cálida, casi tanto como alguna vez lo fueron los brazos de su hermano, protegiéndolo del frío más allá de su habitación.
Quizá por eso a Seungkwan le gustaba tanto la nieve, porque los copos le recordaban a la pálida piel de Yoon Jeonghan.
O quizá lo que más le gustaba era el recuerdo de correr sosteniéndose de la cálida mano de Jeon Wonwoo a través de la niebla mientras escapaban juntos del pasado.
—¿Por qué la nieve es blanca? —cuestiona entonces, mirando por la ventana y sosteniendo entre sus manos la taza de café que Wonwoo le ha pasado.
—La nieve... no sé si diría que es blanca. —Wonwoo se deleita con el calor del líquido quemando su garganta y después deja su taza de café sobre la mesa que comparte con Seungkwan. —La nieve está formada por pequeños cristales, ¿no es verdad?
Seungkwan dirige su atención al mayor por primera vez. —Supongo.
—Bueno, la luz rebota en los cristales del hielo, en todas las frecuencias y todos los colores.
—No entiendo —reprocha Seungkwan haciendo un puchero —. ¿A qué quieres llegar?
Wonwoo medio sonríe y deja que su mano haga un recorrido sobre la mesa de madera hasta los dedos contrarios, es ahí cuando acaricia la piel de Seungkwan con cariño.
—Todas las frecuencias del espectro visible combinadas forman el color blanco.
Seungkwan aprieta la mano del mayor y lo mira con curiosidad.
—Entonces la nieve si es blanca y tú solamente eres un nerd.
Wonwoo rueda los ojos sin poder evitar que las curvaturas de sus labios se alcen discretamente.
—Espero una explicación lógica —dijo Jeonghan, tan suave que Seungkwan tuvo que pensarse dos veces si el mayor había hablado o solamente lo había imaginado.
—No tengo nada que discutir contigo —aseguró Seungkwan, cerrando la puerta de caoba tras de sí.
Jeonghan suspiró. Dejó de lado los lentes que antes tenía cubriendo sus bonitos ojos y se inclinó sobre el escritorio.
—Por supuesto que no —murmuró el rubio para sí mismo de mala gana —. Así que lo quieres tanto como para intentar huir.
—Lo amo. Y lo hubiera logrado de no ser por el séquito de...
—No puedes decir esas cosas en voz alta —advirtió y sobó el puente de su nariz —. No lo entiendes, Seungkwan, pero cuando Seungcheol se entere te matará con sus propias manos. Sabes bien que nadie puede irse de aquí; sin decir que has tratado de huir con uno de nuestros enemigos. Mira que meterte con un oficial de policía no ha sido tu idea más inteligente.
—Yo no...
—Escucha —interrumpió una vez más Jeonghan—. Hago lo imposible por mantenerte con vida —regañó el rubio —, y a pesar de lo que has hecho aún estoy dispuesto a abogar por ti.
—Tú no me mantienes con vida. Apenas y me dejas vivir. —Seungkwan se preguntó si el arma junto a las manos de Jeonghan estaría cargada. En un impulso robó la pistola y la sostuvo entre sus resbaladizos dedos, ni siquiera dándole la oportunidad al rubio de detenerlo. —Si no puedo tener una vida junto a Wonwoo entonces no deseo vivir.
Jeonghan se levantó, tan brusco que la silla detrás de él terminó cayendo con un estruendo hasta llegar al piso.
—Seungkwannie, por favor, deja tu berrinche de lado —habló, tratando de sonar calmado —. Piénsatelo bien; me tienes a mi y conmigo no necesitas a nadie más.
—Tú ni siquiera eres mi hermano.
Jeonghan mantuvo el silencio por un segundo que pareció eterno y Seungkwan supo entonces que el mayor se trataba de tragar sus lágrimas.
—Pero te amo —admitió, caminando hacia el frente mientras rodeaba el escritorio que lo separaba del menor. Seungkwan apretó su mandíbula —. Conmigo no lo necesitas a él. No necesitas a nadie más. Dímelo, ¿qué tiene él que no tenga yo?
Cuando Jeonghan estaba a un paso de él, fue cuando Seungkwan se armó de valor.
Apuntó a su propia sien y parpadeó lento sin siquiera pensarlo.
—Seungkwan, basta —advirtió Jeonghan, dejando de caminar y sintiendo sus manos temblar —. Esto es absurdo, ¿en verdad prefieres morir a vivir sin él?
Seungkwan enfrentó al mayor, sin despegar sus ojos de los contrarios, retándolo. Y, justo cuando Jeonghan creyó que no se atrevería a más, Seungkwan se deshizo del seguro del arma.
—¡Detente! Maldita sea, está bien. ¿Sabes qué?, lárgate. ¡Vete y vive una absurda vida infeliz a su lado! —exclamó Jeonghan, tan fuerte que probablemente ya todos lo habían escuchado en las habitaciones contiguas. —Solamente recuerda que cuando regreses llorando yo no volveré a estar para ti. El invierno no es eterno, Seungkwan, y mi amor por ti tampoco lo será.
Seungkwan muerde su lengua cuando cae en la casilla de la cárcel y termina perdiendo dos turnos enteros en el monopolio.
—¡Estas haciendo trampa!
Wonwoo suelta una carcajada gutural y revuelve los cabellos castaños del menor.
—Admite que eres terriblemente malo en este juego, cariño.
Seungkwan hace un puchero y cruza sus flacuchos brazos sobre su pecho, sintiendo como el papel que mantiene en su bolsillo hace un poco de ruido al arrugarse.
Cuando Wonwoo está agitando los dados es cuando Seungkwan se anima a hablar, aprovechando la oportunidad de sacar el tema ahora que su pieza se encuentra encarcelada.
—Si pudieras cometer un crimen —comienza —, ¿qué es lo primero que harías?
Los lentes de Wonwoo resbalan ligeramente sobre el puente de su nariz después de que alza una de sus cejas con intriga. Seungkwan incluso puede visualizar por un momento a Wonwoo con su uniforme azul y la antigua placa dorada del mayor colgada en su pecho con orgullo, resplandeciendo e ilustrando todas las injusticias que resolvió en el pasado.
—Ninguno —contesta sin dudar —. ¿Por qué preguntas algo así?
—Ah, nada más —se excusa el castaño, jugueteando con el anillo a juego que comparte con Wonwoo.
—¿Te encontraron? —inquiere, aunque a Seungkwan aquello le suena más a una afirmación. —¿Fue el chico de esta mañana?
—No sé de qué hablas.
—Seungkwan —le advierte la voz de Wonwoo que momentáneamente le recuerda a la de Jeonghan. El silencio responde sin ninguna palabra del menor, y Wonwoo tira los dados al suelo con brusquedad —. Si te han encontrado tenemos que irnos.
—No quiero irme —reprocha.
Wonwoo junta sus cejas y una arruga se forma en su entrecejo. —No te pregunté lo que querías —dice, arrepintiéndose al momento del tono de voz que ha utilizado —. No podemos dejar que se acerquen a ti. No puedes simplemente arriesgarte así.
Los ojos acaramelados de Seungkwan se pierden en el tablero del monopolio. Los dados terminaron cayendo sobre su propia figurilla, un osito con corbata, y ahora Seungkwan no recuerda la casilla en la que estaba.
—Mi hermano jamás me haría daño, si es lo que temes. —Mueve sus manos lentamente hasta el osito de plástico y lo acuna entre sus palmas como si el exterior fuera a destrozar el frágil material.
—Jeonghan no se puede anteponer a una pandilla entera de criminales. Y quizá lo has olvidado, pero por lo que me has dicho, Seungcheol siempre deseó deshacerse de ti.
—El deseo es mutuo entonces. Lo tendría que haber enfrentado en lugar de huir. Debí haberlo matado mientras... —Seungkwan deja caer el osito, aunque es pequeño y ligero el golpe resuena en los oídos de ambos como una campanilla insistente. El menor se apresura a tapar su boca con sus manos. —No quise decir eso —se disculpa.
Wonwoo tensa la mandíbula y se obliga a permanecer tranquilo. A pesar de todo, Seungkwan siente como la mirada que le da el contrario es sencillamente una mezcla de decepción.
—Sabes que no le haría daño a nadie —se defiende Seungkwan a pesar de que Wonwoo no lo ha acusado de nada —. Sabes que no lo haría —repite.
—No dije nada. —Wonwoo exhala todo el aire retenido en sus pulmones, y a Seungkwan le entran ganas de llorar cuando el mayor retrocede un poco en su asiento para mantener la distancia.
—Lo dijiste todo.
—Pensé que no me ayudarías —dijo Seungkwan extendiendo sus brazos y dejando que el mayor le asegurara la mochila a su espalda.
Jeonghan apretó sus labios en una fina línea. Ajustó una vez más las asas de la mochila y bajó los brazos del castaño cuando hubo terminado.
—Sobre lo que dije antes... lo lamento. Sabes que nada de eso era una verdad.
Seungkwan sonrió. —Lo sé. Yo también lo siento —se disculpó —. Sé que solamente quieres lo mejor para mi.
—Y lo mejor para ti es continuar a mi lado —bromeó con una sonrisa pícara.
Seungkwan rodó los ojos y contuvo su carcajada. El silencio era tan profundo que cualquier sonido más allá de sus murmullos sería evidente para los demás en aquella noche a pesar de estar alejados dentro de las entrañas del bosque.
—Quizá algún día regrese.
Jeonghan movió su mano. Acarició la esponjosa mejilla de Seungkwan, la piel tan suave y frágil como la porcelana bajo la tenue luz de las estrellas.
—Si te vas no podrás regresar —dijo lastimosamente —. Pero te juro por mi vida que aún si no estamos juntos haré lo posible por mantenerte a salvo y alejado de Seungcheol. Por una vez te dejaré vivir.
El castaño evitó que la mano del mayor se apartara de su tacto, apresándola entre sus palmas.
—No tienes que hacer todo esto por mi.
—Pero aún así lo deseo hacer, porque te amo. —Jeonghan logró escapar de la prisión entre las cálidas manos del menor. —Te amo y te amaré por siempre, Seungkwan. No hablo de un amor pasajero, tampoco de un amor fraternal.
Seungkwan vaciló. Sus orbes se perdieron en los contrarios por una milésima de segundo que pronto se convirtió en una eternidad.
Sí; Seungkwan también amaba a Jeonghan. Pero lo amaba como aquella persona que lo acogió entre sus brazos después de haber sido abandonado por su propia familia. Lo amaba como el chico que lo salvó de las calles.
Seungkwan amaba a Jeonghan como si fuera su propio hermano.
Y, a pesar de eso, no se alejó cuando el rubio tomó su cintura para pegarlo a él y besarle la boca con melancolía.
Seungkwan mira a su lado con anhelo y un inherente sentimiento de culpabilidad.
Wonwoo respira tranquilo, su pecho sube y baja en un ritmo constante y suave mientras sus párpados permanecen cerrados en la obscuridad de la habitación.
Seungkwan ama a Wonwoo y, después de leer la carta que Jihoon le entregó de mala gana esa misma mañana, se ha dado cuenta de que no puede ser egoísta en el amor.
Porque Wonwoo nunca pensó solamente en sí mismo, y Seungkwan le debe tanto que está dispuesto a morir para dejarlo vivir sin tener que huir.
Se levanta del colchón con sumo cuidado, evitando hacer algún ruido que perturbe al mayor.
Mientras se lava la cara en el lavabo piensa en Seungcheol, aquel hombre que lo había dejado sobrevivir a su lado solamente por su debilidad ante Jeonghan, y en cómo se arrepiente ahora de haber aceptado la ayuda de personas malas y desconocidas en lugar de haber aceptado una muerte inminente.
Pero Jeonghan había sido tan bueno...
Todos lo habían sido al comienzo, Seungcheol ayudándolo a entender las reglas de la calle, la manera en la que se apunta un arma y Jihoon enseñándole la forma en la que se deshace el remordimiento de una mala acción.
Seungkwan no era una buena persona; pero junto a Wonwoo tampoco se sentía una mala persona.
¿Qué tan cruel debía ser si, incluso sabiendo todos sus crímenes, Jeon Wonwoo, el que alguna vez lideraba la investigación contra Seungcheol y toda su pandilla, lo había amado tanto como para escaparse junto a él?
Cuando su rostro se siente fresco se acerca a la cama una vez más. Admira el perfil del azabache y le deja un beso en la coronilla, sonriendo ante el ronroneo que Wonwoo suelta.
—¿A dónde estás yendo? —murmura Wonwoo, arrastrando las palabras y abriendo con pesadez uno de sus ojos, encontrando el rostro sonrojado de Seungkwan cerca de él.
El castaño siente el golpeo insistente de su corazón ante el temor de ser descubierto, aún así sonríe tragándose su preocupación.
—No tardaré —contesta.
—Te acompaño.
Seungkwan niega con una diminuta sonrisa que se desvanece tan rápido como ha aparecido. —Estaré bien —dice —. Duerme.
Wonwoo medio asiente sin insistir ni una sola vez. —Te amo —dice antes de caer en el sueño una vez más.
Seungkwan se da la libertad de acariciar el bonito rostro cuando la respiración de su pareja se estabiliza de nuevo. Recorre con su dedo cada rincón de piel y, cuando llega a los labios, su propia boca es la que los acaricia.
—Te amo.
Una despedida para uno de los amores de su vida.
Cuando se aleja un paso de la cama sabe que ya no hay marcha atrás. Y también sabe una noche de invierno es un buen momento para morir.
—Te dije que tendrías que deshacerte de mi número —reprochó Jeonghan a través de la bocina del teléfono.
Seungkwan exhaló el humo del cigarro que fumaba directo en el vidrio de la cabina telefónica logrando empañarla.
Seungkwan odiaba cuando Seungcheol fumaba a su lado, exhalando el humo directo en su cara con desdén, como si permitirle vivir no fuera más que un favor para Jeonghan. Y, aún así, el hábito se había arraigado a él, como si Seungcheol lo persiguiera incluso a océanos de distancia.
—No pude hacerlo, lo siento.
Jeonghan suspiró y Seungkwan escuchó un par de ruidos desde el otro lado; imaginó que el mayor estaría encerrándose en el baño para que Seungcheol no despertara.
—¿Estás bien?
—Estoy feliz —respondió en cambio Seungkwan —. Wonwoo consiguió una linda casa para ambos, estamos en...
Silencio. El suspiro de Jeonghan fue lo único que resonó en los tímpanos de Seungkwan. No podía decirle en dónde estaba, no podía hacerlo aunque se muriera de ganas.
—Me alegro de que te vaya bien.
—Gracias. —Seungkwan dejó caer la colilla del cigarro y la piso con la suela de su zapato. —¿Tú cómo lo llevas?
—Igual que siempre —comenzó a relatar el mayor —. Seungcheol piensa que aunque hayas huido no llegarás muy lejos vivo. —Seungkwan asintió, olvidando que Jeonghan no podía verlo. —Es mejor así de cualquier manera, de esa forma dejará de buscarte.
—Gracias —dijo entonces, enredando su dedo en la cable del teléfono fijo —, por todo.
—No me agradezcas. Yo... te amo —declaró, a pesar de saber que no obtendría una respuesta —. Sabes que prometí hacer lo imposible por garantizar tu seguridad, pero eso no significa que logre hacerlo.
Seungkwan se mordió el labio antes de contestar. De un momento a otro se sentía terriblemente mal por haber dejado a Jeonghan atrás.
—Lo sé. Pero estaré bien.
—Seungkwan —lo llamó Jeonghan después de unos segundos en silencio —. Si alguna vez Seungcheol te encuentra, ten por seguro que yo ya lo habré hecho antes —dijo, y Seungkwan alzó una de sus cejas en confusión. Como si el mayor lo hubiera previsto, comenzó a explicarle —. Aunque Jihoon te odie lo convenceré de ayudarme; si alguna vez te entrega algo, tendrás que ir hacia el lado opuesto. —El rubio guardó silencio y Seungkwan incluso pudo escuchar a las cigarras a lo lejos. —Porque Seungcheol habrá descubierto tu paradero.
Seungkwan revisa por última vez el papel que Jihoon le ha dado esa mañana. Los únicos trazos que tiene son un par de sucios garabatos que en su conjunto forman una dirección borrosa.
Su vista se dirige hasta el cielo cuando un copo de nieve se derrite sobre el dorso de su mano con lentitud.
La nieve está bien. A Seungkwan le gusta la nieve blanca tanto como le gusta escuchar a Wonwoo leer o a Jeonghan tararear.
Da un paso al frente cuando la puerta de uno de aquellos almacenes se abre sin advertencia.
El piso de todo el muelle está tan congelado como las aguas, y aún así Jeonghan logra correr sin resbalar hasta que lo aprisiona entre sus brazos como si se tratara de un pequeño niño.
—Hola —saluda Seungkwan con más calma de la que una sentencia de muerte debería darle.
—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —le reclama Jeonghan entonces, tomando los hombros del menor y alejándolo un poco para poder mirarlo a los ojos.
Seungkwan se alza de hombros. No sabe que responder. Jeonghan odiaría a Wonwoo si se enterara que Seungkwan ha decidido entregarse a Seungcheol voluntariamente para dejar de ser egoísta con la vida de aquel hombre.
—Te envié una advertencia —vuelve a decir Jeonghan en desesperación, esta vez midiendo el volumen de sus palabras —. Jihoon dijo que te había entregado el papel. ¡Se supone que te alejarías de aquí, no que vendrías directo a la boca del lobo!
—Yo...
—Si fuera tú alejaría mis manos de él.
Seungkwan gira sobre sus talones de inmediato. Jadea cuando encuentra a Wonwoo apuntando una pistola directo a Jeonghan, con sus mechones azabaches balanceándose con armonía junto a la brisa.
Jeonghan no vacila ni pierde la compostura, se queda a un lado de Seungkwan y reta a Wonwoo con la mirada.
—¡Espera! —Seungkwan da un paso al frente, pero pronto se queda estático. ¿Debía correr junto a Wonwoo, o debía quedarse a un lado de Jeonghan?
Ama a los dos, de maneras distintas, pero lo hace; y no quiere arriesgar a ninguno.
Sabe que está en una situación peligrosa. ¿Por qué Wonwoo tenía que seguirlo? Si Seungcheol lo veía entrometerse terminaría con su vida en un parpadeo, porque Wonwoo podía jactarse de haber sido el mejor oficial de su clase, pero Seungcheol era un hombre despiadado y una mala persona con una buena puntería.
—Seungkwan, ven aquí —lo llama Wonwoo sin despegar la vista de Jeonghan.
—Seungkwan —le advierte a la vez Jeonghan, y es la primera vez que Wonwoo y el rubio están de acuerdo en algo —, debes irte. Ahora.
Y Seungkwan en realidad no tiene que pensar lo que deba hacer, porque cuando el primer disparo resuena en sus oídos de pronto se encuentra a sí mismo sobre el suelo, sintiendo la nieve derretirse bajo el calor de su abrigo.
Está a punto de reclamarle a Wonwoo por haber empezado el fuego, cuando se da cuenta de que no ha sido él.
Seungkwan examina toda la zona. Wonwoo lo mantiene abrazado y cubriéndole la espalda, y Jeonghan está a una pasos, tan desorientado como lo está él mismo.
Entonces lo ve.
Seungcheol sopla al cañón de su pistola después de haber disparado sin un objetivo fijo, como una advertencia, y lo mira con una sonrisa de superioridad. Jihoon, a su lado, se limita a fruncir el ceño hacia Jeonghan.
—Será mejor que te cubras —dice Seungcheol mientras termina de salir de uno de los almacenes —Boo Seungkwan, porque alguien morirá esta noche. Y no seré yo.
El plan de Seungkwan era sencillo: Encontrar a Seungcheol y simplemente aceptar su fatídico destino. Pero ahora estaban Wonwoo y Jeonghan entrometiéndose en su grandioso plan.
¿Qué se supone que debe hacer?
No quiere perder a ninguno. Quiere perderse a él mismo.
—Seungcheol —lo llama entonces Seungkwan. Se incorpora y esconde la mirada de terror cuando no encuentra la pistola entre las manos de Wonwoo, porque sabe que ahora ambos están indefensos —. Creo que tenemos que hablar.
—Hablar es un privilegio que perdiste hace mucho —asegura Seungcheol.
—Seungkwan quiere volver a unirse a nosotros —aboga por él Jeonghan con desesperación palpable en la voz —. Solamente déjalo explicarse, por favor.
Seungkwan piensa por un segundo que quizá Jeonghan tiene más miedo de que muera que él mismo. Mira sus zapatos y encuentra el par de Wonwoo junto a los suyos, es ahí cuando siente el roce del hombro contrario a su lado.
—Debiste habérmelo dicho —murmura Wonwoo y, a pesar de que tiene entrenamiento y bien podría salir de ahí a pesar de haber perdido su arma, su voz tiembla cuando habla.
—Yo no acepto disculpas —asegura Seungcheol —, ni siquiera por ti, Jeonghan.
—Quería ofrecerte un...
—Nada —interrumpe Seungcheol rodando los ojos —. Mejor cállate de una vez.
Seungkwan siente cuando Wonwoo suelta su mano, sin si quiera estar de seguro del momento en el que la ha tomado.
—Choi Seungcheol, ¿por qué mejor no te dejas de juegos? Si te vas de aquí no le avisaré a la policía que te he visto cerca de un muelle —expone Wonwoo.
Seungcheol sonríe y Jihoon se limita a mover su pie con impaciencia. —Audaz de tu parte amenazarme, Wonwoo, considerando que huiste de tu trabajo y tu ciudad por seguirle el juego a un chiquillo delincuente.
A pesar de no tener que explicar nada, Wonwoo no evita hablar. —Se llama amor.
—Tonterías. El amor es para débiles, pregúntaselo a Jeonghan —dice cínicamente, extendiendo la palma que no carga un arma hasta el rubio.
La mirada obscura de Seungkwan encuentra a la delgada figurilla de Jeonghan caminado directo a la mano de Seungcheol, como un perro amansado siguiendo a su dueño. Y el castaño sabe que nada bueno puede salir ahora.
—Confío en ti esta vez, Jeonghan —dice Seungcheol acariciando la mejilla del rubio cuando este llega a su costado, tan fuerte que la piel se tiñe de rojo de inmediato—. Usa bien la bala si no quieres que quien ponga un disparo en su entrecejo sea yo.
Jeonghan vacila un segundo cuando el hombre le pasa el arma. Seungcheol y Jihoon comienzan a caminar para llegar una vez más hasta el almacén, sin siquiera molestarse a mirar atrás de nuevo.
Seungkwan traga en seco, sabe que morirá, por fin. Wonwoo es quien cubre su mano en su totalidad, susurrándole palabras de consuelo que no es capaz de comprender.
Cierra los ojos y da un paso al frente, sabiendo que Jeonghan le apunta directo al craneo.
—Lo siento —susurra el viento en uno de sus oídos.
—Te amo —murmura la brisa en su otro oído.
Abre los ojos sintiéndose perdido de no haber sentido dolor después del estruendo.
Jeonghan tiene los ojos llorosos y el cañón de la pistola arde por el disparo. No se atreve a mirar a Seungkwan, simplemente voltea y sigue en silencio las desvanecidas pisadas de Seungcheol, sabiendo que al final ha sido capaz de cumplir su promesa, y que no tiene más remedio que seguir a Seungcheol para siempre sin jamás ser perdonado.
Seungkwan mira su pecho, examina su rostro y sus extremidades con rapidez, pero todo está donde debería estar y...
El sonido sordo de Wonwoo cayendo de rodillas es lo que hace a Seungkwan voltear.
Los anteojos del mayor terminan destrozados en el suelo ante el brusco golpe. El tiempo pasa tan rápido que apenas en un pestañeo, Wonwoo mira a Seungkwan una vez más antes de que sus pupilas pierdan el bonito brillo.
Y el menor siente sus manos teñirse de carmín cuando trata de evitar que Wonwoo siga cayendo a pesar de que no se podrá levantar después.
Y por un momento el mundo se detiene. Porque Seungkwan sabe que se ha quedado sin nada. Y todo ha sido su culpa.
—No, cariño —dice Seungkwan con el último hilillo de voz que puede soltar, y no sabe si le habla a la sombra de Jeonghan que se alejó con pólvora entre sus manos o la mancha carmín y abundante que brota de Wonwoo como un rio y forma un charco que se absorbe con rapidez en el invierno —. No tenías que hacerlo.
Wonwoo tenía razón. La nieve... Seungkwan jamás diría de nuevo que la nieve es blanca.
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