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❄ 17 - A real nightmare

CAPÍTULO 17 | UNA PESADILLA REAL

La lluvia otoñal había tomado fuerza, repiqueteaba contra el techo y los ventanales. Y así como una tormenta se desataba fuera, dentro de Jungkook se formaba otra, una mucho más oscura y aterradora que los relámpagos que partían las nubes y quemaban el cielo nocturno.

La carta que le había enviado el príncipe heredero lo había descolocado tanto que trajo amargos recuerdos que se manifestaron en sus sueños, tiñéndolos de miedo y dolor, convirtiéndolos en una pesadilla más real de lo que le gustaba admitir.

Era entonces un niño pequeño de ojos vivaces y azules como el océano, que a su corta edad poseía una inteligencia que enorgullecía a sus padres, y una habilidad para el combate y cacería digno de un habitante de la tribu protegida por las panteras, en un lugar donde el invierno reinaba casi todo el tiempo y que los veranos eran más similares a una primavera a medio florecer.

En él todo era genuino; su apariencia, su forma de ser, sus creencias e incluso su nombre le pertenecía y podía vivir libremente como él, como Zenith, hijo del líder de la tribu Nix.

Sin embargo, un día el cielo se nubló y el aire se volvió más pesado. El ruido de caballos galopando desenfrenados y una multitud de gritos, silbidos y risas macabras rodeó la pequeña aldea. Unos hombres salvajes de armaduras de cuero y arcos llegaron a amenazarlos, alegando que las riquezas, las mujeres y territorio de los Nix sería ahora propiedad mongola, porque así lo decidió su Khan, un hombre llamado Nayantai.

Lo que Jungkook recordó, escondido en la tienda principal y en brazos de su abuela, la vidente de la tribu, escuchado sus palabras que intentaban calmar su terror, fue la matanza que empezó en el momento en que su padre Aslac y el resto de guerreros se negaron a rendirse.

Aunque su abuela le cubrió los ojos, Zenith pudo escuchar todo, reconociendo las voces, gritos y quejidos de familiares y amigos con los que, irónicamente, el día anterior había jugado, reído y compartido buenos momentos.

Entonces su madre, Aimel, que estaba embarazada, entró agitada en busca de su primogénito. Pero tras ella, un soldado mongol ingresó a la tienda, empujándola y haciéndola caer. Zenith rompió en llanto y se tiró hacia su madre, protegiendo su vientre con su cuerpo mientras el bárbaro lo pateaba.

La abuela tomó una espada corta que guardaba, pero otro enemigo entró y se encargó de ella, apuñalándola sin compasión ante las súplicas y llanto del pequeño y su madre. Una anciana no podía hacerle frente a una bestia.

El momento en que el cuerpo de la querida abuela cayó sobre la alfombra, quedando en un charco de sangre, sus cabellos blancos atados en un par de trenzas se tornaron carmesí y el brillo abandonó sus ojos azules, Zenith supo que la había perdido y que se hallaba en real peligro. Su sangre hirvió.

Justo antes de que el soldado mongol los matara, llegó Aslac y los hirió para luego cortarles la cabeza al ver el cuerpo de su madre sin vida. Conteniendo el llanto, tomó el collar de tres diamantes en forma de rombo, el símbolo de la tribu, y lo colgó en su cuello, tomando a su hijo y mujer para sacarlos de ese infierno.

La horrible pesadilla no parecía querer terminar y sólo incrementó más el dolor del muchacho, cuyo nombre ahora era Jungkook, y lo transportó a otro momento tortuoso.

En una prisión gélida, Zenith colgaba de sus muñecas, aprisionadas por unos grilletes mohosos que carcomían su piel.

Después de la destrucción de su tribu, el niño y sus padres pasaron infinidad de dificultades, y aunque dieron todo de sí para escapar, la horda mongola era más rápida y más grande que ellos, eran peor que sabuesos al buscar a sus presas y cuando pensaron que se habían librado de su horrible destino, los atraparon y llevaron a una construcción en lo profundo de las montañas.

Los días pasaron ante sus ojos, pero Zenith ni siquiera había sentido el tiempo cambiar. En su cuerpo y mente aún perduraban los gritos, el sonido del fuego consumir las tiendas, el llanto de los niños que una vez fueron sus amigos, el último respiro de su abuela y pérdida de familiares, de su tribu, su hogar.

Fue cuando conoció a un hombre unos años mayor que él, se podría decir que era un adolescente, pero en sus depravados ojos se veía más maldad que un guerrero adulto. Su nombre era Tebengri y según lo que escuchó de otros mongoles que resguardaban la prisión, era el favorito del Khan, quien ordenó destruir a los Nix.

Ese chico ordenaba golpear a Zenith todos los días, le molestaba que el niño no llorara como otros por más daño que recibiera, sólo soltaba gruñidos iracundos y de dolor, pero no llanto. El niño de ojos azules había secado todas sus lágrimas, tanto que se sentía enormemente vacío, como un muñeco sin vida, pero consciente de todo.

Zenith estaba en una celda, a su izquierda se hallaba su madre en la misma situación que él y a su derecha, su padre que no dejaba de pensar en cómo escapar, incluso cuando habían pasado semanas allí y todos los demás prisioneros ya se habían rendido.

Pero un día, uno de los peores guardias mongoles, que odiaba a Aslac porque este le había devuelto un golpe cuando lo intentaban torturar, decidió desquitarse con Aimel. La madre de Zenith estaba débil y parecía que moriría en cualquier momento, pero lo único que la mantenía consciente era la voz de su esposo y su hijo.

El bárbaro quiso abusar de Aimel en frente de Zenith y Aslac, ambos gritaron enfurecidos y asustados, desgarrándose la piel de las muñecas, lastimándose los músculos agotados de estar colgados. Los ojos de ambos hombres se tornaron dorados, con la furia del mismísimo sol en ellos.

El escándalo llamó la atención de más guardias, entre ellos Tebengri, quien se maravilló al ver que ambos varones no eran humanos corrientes, por lo que el precio de ellos subió y serían vendidos como los esclavos más caros.

Aslac logró reventar los grilletes desgastados, después de estar semanas intentando romperlos, pero fue golpeado a más no poder, dejándolo moribundo. Tebengri ordenó que nadie tocara las tres celdas y así pasaron varios días más, encarcelados y maltratados por aquellos monstruos disfrazados de humanos, como los denominó Zenith.

No fue hasta unos días después, que Zenith encontró la manera de escapar.

...

Jungkook despertó agitado, quedando sentado, sosteniendo su pecho con una mano. Sintió sus ojos arder y al mirar a un espejo, notó que estaban encendidos de un amarillo oro. Su piel brillaba por una ligera capa de sudor, el corazón le retumbaba en los oídos y se le apretujaba dolorosamente, como si fuera un nudo.

Se levantó, sintiendo el cuerpo tembloroso y se poyó en el alfeizar de la ventana cerrada, corrió las cortinas y fue entonces que notó que ya no llovía. Pero, además de eso, vio la sombra de un hombre en el tejado, agachado, esconderse.

Un gruñido rasposo abandonó sus labios antes de siquiera poder contenerlo y Jungkook miró a Hwayoung en la cama, aún dormida. Sin duda, fue buena idea que se quedara con ella después de recibir esa carta.

Teniendo en mente aquello, el pelinegro se encargó de destruir la carta hasta que fuera imposible recuperarla, quemándola hasta que se convirtió en ceniza.

El toque en la puerta de la casa llegó a sus oídos y escuchó cómo uno de los sirvientes recibió a Beomhwa y unos cuantos soldados más, quienes buscaban al capitán Jeon. Jungkook se vistió con rapidez, siendo iluminado por una tenue linterna que encendió y tras terminar de ponerse su abrigo, notó que las sábanas de la cama se rozaron entre sí y que un gemido perezoso por parte de Hwayoung le indicó que la chica había despertado.

—Mi señor, ¿qué sucede? —Se restregó los ojos para dejar atrás su visión borrosa por el adormecimiento, acostumbrándose a la luz del ambiente, vislumbró a su esposo poniendo la funda y su espada en la cintura.

—Tengo trabajo qué hacer. No salgas sola, por precaución, mantente siempre cerca de mi madre y los sirvientes que te acompañen hoy en el mercado —Le ordenó, a lo que la chica frunció las cejas, confusa. Sin embargo, al verlo con afán por irse, ella soltó un sonido de afirmación.

Jeon entonces se encontró con su amigo y algunos hombres de ese escuadrón. Beomhwa, claramente preocupado, le hizo una seña para que salieran y hablaran. El muchacho de ojos bicolores lo siguió y el menor de los Jung habló al fin.

—Hace poco de media hora llegó una carreta de caballos cubierta. El conductor estaba muerto, amarrado para que pareciera un comerciante, no tenía identificación —Caminaron hasta llegar a las puertas de la ciudadela, donde la mercancía que llevaba la carreta estaba esparcida en cajas de madera en el suelo lodoso.

—¿Qué llevaba? —Preguntó Jeon, a lo que los hombres se miraron entre sí, incómodos y Beomhwa soltó un suspiro agotado.

—Míralo por ti mismo —Le señaló unas cuantas cajas que estaban abiertas.

El olor metálico y repugnante a sangre llegó a la nariz de Jungkook, poniéndolo alerta. Al acercarse, sintió un escalofrío arañarle la espalda y su estómago se retorció con un sentimiento entre asco e incertidumbre.

Todas las cajas estaban llenas de oro recién extraído, sobre el metal precioso había una cabeza cortada y sanguinolenta que empapó y manchó la mercancía. Una tela roja con el símbolo tejido de los Kithanos cubría el rostro del decapitado.

—Creemos que esto es un aviso de que se apoderaron de la mina del norte y posiblemente también del fuerte cercano a ella, quitándonos un punto importante de vigilancia justo en la frontera con el reino rebelde de Lunae —Explicó Beomhwa.

Jungkook caminó, mirando cada una de las cajas y pudo notar que todas las cabezas pertenecían a hombres, por lo tanto, mineros de Astrum, tal vez de los que se negaron a dejarse someter, pensó Jeon.

Se acercó entonces a otra de las cajas y ordenó que la abrieran, revelando que esta a diferencia de las otras estaba llena de diamantes puros. Todos los hombres soltaron una exclamación de sorpresa, y si Jungkook no controlara bien sus emociones, lo habría hecho también. No pudo negar que se llegó a estremecer y un sabor amargo se esparció en su boca al saber de dónde provenían esas piedras brillantes.

Astrum no poseía diamantes, por lo que era imposible extraer de la mina. Sin embargo, el territorio más cercano de donde provenían era Heims Regnum, el reino casi enemigo de Astrum.

También, era el reino donde Jungkook había nacido.

Era más que obvio que Tebengri estaba detrás de todo eso, y esa caja era una clara amenaza hacia Jungkook. Sin duda, que ese hombre lo hubiera encontrado después de tanto tiempo era un enorme problema que Jungkook tendría que solucionar lo más pronto posible, o todo lo que habían construido sus padres en esos años sería en vano.

—Entonces si están en la mina, aquel batallón que iba camino a las montañas tras el ataque a los almacenes son quienes se han apoderado del Fuerte del Noroeste —Musitó por lo bajo Jeon. A Beomhwa se le iluminó la mirada al comprender.

—De paso, La Triple Alianza tiene su base en Lunae... eso significa que en efecto han hecho una alianza con los Kithanos, de otra manera ellos no tendrían nada que hacer aquí —Comentó Beomhwa, a lo que Jeon asintió.

—Rebeldes y salvajes unidos —Exhaló algo abrumado el capitán de ojos bicolores, los cuales estaban oscurecidos por toda la situación y su mente trataba de procesar lo sucedido, y cómo parecía que el pasado se encaprichaba por atormentarlo y recordarle mil veces que por más que deseara ser otra persona, en el fondo siempre sería Zenith, un forastero viviendo como alguien de Astrum.

—Si lo que ustedes dicen es correcto, entonces debemos darnos prisa en detener a esas plagas —Una voz ronca y baja, algo perezosa como si acabara de levantarse, llegó a los oídos de ambos capitanes.

Una cabellera larga y rubia ondeó con el aire e hizo presencia un sujeto particular, con una cicatriz rojiza que atravesaba uno de sus ojos, haciendo que la mirada de ese varón fuera intimidante y tuviera fiereza. Los hombres hicieron espacio para que él pasara.

Tras él, el hermano mayor de Beomhwa y primogénito de los Jung, Hoseok, se posó a un lado acompañando al que portaba un uniforme oscuro con detalles dorados.

—Capitán Min, capitán Jung —Saludó Jungkook a ambos.

Min Yoongi y Jung Hoseok eran los capitanes del tercer y cuarto escuadrón respectivamente. A diferencia de Beomhwa, Jimin y el propio Jungkook que eran de protección de Astrum, el dúo de líderes que compartían irónicamente una cicatriz en el rostro eran las fuerzas especiales del reino y se encargaban de las misiones más complejas y peligrosas.

Beomhwa hizo una reverencia y se dirigió a ellos —. Para que ustedes estén aquí significa que esto es grave.

Hoseok asintió, en silencio.

—Nosotros nos encargaremos de esto. Muchos de los informes llegaron retrasados y otros fueron falsificados, por eso tardamos tanto en enterarnos del problema de las minas. Sin ese oro estaremos en aprietos y, además, los Kithanos se esparcirán por las entrañas del reino como una peste si no actuamos a tiempo —Aclaró Yoongi.

—El príncipe heredero nos ordenó ir a controlar la situación. Tú tienes algo más que hacer, Beomhwa —Le dijo Hoseok a su hermano, a lo que el menor asintió, mirando a Jungkook.

—Tengo que hablar contigo de algo, sígueme —Posó su mano en el hombro de Jungkook.

Jungkook miró a su amigo y el castaño se recostó contra una de las paredes de la muralla de la ciudadela.

—Ayer un par de exploradores volvieron a mi escuadrón. ¿Recuerdas el informante desaparecido? —Jeon asintió y Beomhwa continuó —, hay rumores de que un hombre fue arrojado a los acantilados que quedan en las montañas cercanas a la ciudadela, hay un bosque muy espeso y por eso es el lugar más apropiado para enterrar un cadáver. Necesito encontrar así sea una pista, un hombre no puede simplemente desaparecer sin acatar una orden como la que le dimos.

—¿Quieres que te eche una mano? —Le propuso Jungkook, a lo que Beomhwa sonrió amplio.

—Sí, por favor. Me ayudaría mucho que tu par de lobos lo rastrearan, tengo la funda de una daga que él me pasó momentos antes de salir esa madrugada a controlar el ataque, puede que aún conserve su olor. ¿Todavía no han vuelto de su cacería?

—Ya pasaron un par de semanas —Jungkook miró el sol que aparecía en las montañas lejanas, con un tono acaramelado que tiñó con claridad la oscuridad del cielo, dando paso al amanecer —, volverán pronto.

Los ojos de Jungkook se dilataron ligeramente al escuchar en el horizonte un par de aullidos largos y claros, una señal de que sus lobos habían regresado por fin.


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