O6 | Punto de quiebre
—¡Kou, voy a salir un momento, ¿necesitas algo?!
Entre la música de fondo que resonaba en la habitación, escuchó vagamente el sonido de la voz de su hermana mayor a través del pasillo. Cinco segundos después, ésta se asomó brevemente por el umbral de la puerta para poder observar su rostro y, verificar que no tuviera algún problema. Al verlo sentado en el borde de su cama, mirando a través de la ventana hacia el exterior, bajó la mirada al suelo con un sentimiento de impotencia por no poder hacer nada por él y no saber cómo animarlo.
—No te preocupes, hermana —susurró sin despegar la vista del grisáceo paisaje de invierno—. Ve con cuidado.
—¿Seguro? Yo...
—No necesitas preocuparte por mí —interrumpió un poco más alto con una risa amarga—, no soy un bebé, solo estoy manco.
No pudo evitar fruncir los labios en un intento por acallar los sollozos que repentinamente querían escapar de sus labios. Ver a su hermano en ese estado de tristeza le preocupaba y, ahora que había corrido a Keiji de su vida era mucho peor. Si bien, su ex amigo seguía al pendiente de su salud a través de ella y su familia, no era lo mismo. Koutaro lo extrañaba.
¿Cómo no hacerlo? Habían pasado más de ocho años juntos, como mejores amigos. Fueron los mejores días de su vida y si tuviera la oportunidad, los volvería a repetir; es que, a pesar de su constante ansiedad, Keiji le transmitía la calma que necesitaba en sus momentos más difíciles. Sus rachas de complejo de inferioridad siempre eran sustituidas por las palabras motivacionales y sermones más lindos que un amigo le pudiera decir; ni hablar de la gran confianza forjada a lo largo de los años. Por supuesto, todo era recíproco, su menor tampoco era un robot como para no caer de bruces un par de veces. El hombre de por sí era inseguro, necesitaba su propia motivación.
Lástima que gran parte de esa motivación se hallaba en las palabras alentadoras de Bokuto... y Bokuto ya no las tenía más.
No desde... eso. No se atrevía a mencionarlo.
Aunque no era necesario mencionarlo. Pese a que quisiera hacer como si nada pasara, bastaba con ver unos centímetros hacia abajo, donde sobre su regazo descansaban sus manos hinchadas y con manchas, para volver a la realidad.
Qué jodido tenía que ser vivir toda la vida con eso.
Y qué jodido tenía que sentirse para pensar seriamente en arrancarse los brazos... O la vida.
Empero, si se ponía a analizarlo más a detalle, ambas ideas lo llevaban a lo mismo; vivir sin brazos era equivalente a morir, porque su vida seguía siendo el voleibol y, eso había terminado para siempre. No jugaría más, no viviría más.
Su hermana se fue en silencio, aunque para ser franco, a Bokuto ya no le importaba si se iba y lo dejaba solo; desde el momento en que dejó de ser un adulto funcional, todo en él era un desastre: la barba y el cabello le crecieron, engordó unos cinco o seis kilos y el insomnio estaba plasmado en su rostro ojeroso y pálido. Si alguien lo viera en ese estado, resoplaría y diría que ese no era el verdadero Bokuto; incluso él mismo les daría la razón.
Suspiró por centésima vez en el día y miró el reloj de pared con desgano. Eran las tres más cinco de la tarde, buena hora para estar entrenando sus remates justo antes de parar para degustar un buen almuerzo. ¡Oh, cierto! No podía porque era un inválido.
En la estación de radio decidieron que Claro de Luna era una buena pista para recordarle que debería luchar por su bienestar, que no se rindiera y que necesitaba con urgencia a alguien en quien desplomarse; pensó en Keiji, ¿qué estaría haciendo ahora mismo? Seguramente viviendo con un peso menos encima, siendo finalmente libre de tener que cuidar de un gran idiota como él.
Resopló abatido. Era de esperarse, todos sus amigos estarían haciendo sus vidas felices, mientras él se pudriría en el abismo de lo que significaba estar muerto en vida. Y no era justo tener ese pensamiento tan egoísta de querer que por lo menos alguien —Keiji, para ser más específico— se pudriera con él. No era justo para nadie de los que lo miraban con condescendencia tener que lidiar con su patético trasero.
Por eso, entre el melódico sonido del piano en la radio, decidió que «ya no más».
Ya no más sufrimiento.
Ya no más egoísmo.
Ya no más vida.
Con todo el dolor que sentía —físico, emocional, ¿qué más daba? Estaba roto de cualquier manera— tomó el poco coraje que le quedaba para tomar entre sus manos casi inmóviles, unas tijeras del cajón de la mesita de noche; sintió su piel arder como el infierno con el contacto, pero tuvo que tomar todo su autocontrol para no soltarlas y en vez de eso, alinearlas con uno de sus brazos y hacer un rápido corte que se profundizó a medida que el dolor incrementaba; siseó para no gritar, el dolor era insoportable en su diestra, pero aún faltaba la zurda, por lo que rápidamente hizo lo mismo y soltó las tijeras, cuyo sonido al caer retumbó en sus tímpanos.
Al final no supo si dejó caer su cuerpo al suelo o a la cama mientras se desangraba, lo único que le importaba era dejar este mundo, dejar de sufrir. Quién sabe, a lo mejor la reencarnación existía y podría renacer en un niño fuerte y sano que no tuviera que dejar sus sueños atrás por un claro error —o castigo— del destino.
—¡Koutaro!
Escuchó nuevamente la voz de su hermana entre el sonido de la radio y la bruma de la agonía; luego fueron pasos acercándose apresurados y otros sonidos que no pudo distinguir. Su visión ya estaba borrosa, ¿estaría llorando, o solo se trataba de la vida escapándose de sus manos? ¡Oh, maldito chiste sin gracia!
Se sentía un poco mal por hacer sufrir de esta manera a su hermana, su familia y todos los que lo querían, pero era mucho peor hacerlos sufrir por mucho más tiempo al verlo en ese estado; en cambio, si desaparecía de este mundo, ellos solo lo extrañarían un par de meses, o años, antes de rehacer sus vidas.
Eso era un poco menos egoísta, ¿no?
—Bokuto, escúchame... ¡Quédate conmigo!
Esa no era la voz de su hermana.
¿Acaso era su ángel guardián que venía por él?
Aunque estaba destinado a ir al infierno como todos aquellos que decidían desafiar a los dioses y poner fin a su vida, por un momento anheló la idea de tener un ángel guardián que lo guiara a su camino en ascenso al cielo.
Pero ese no era el caso. Solo se trataba de su amado sufriendo con la voz desgarrada de tanto llorar.
Y deseó por todos los cielos, poder abrir los ojos una vez más para mirar el rostro de aquel al que amaba y decirle que ya no se preocupara, todo estaría bien.
Ya no podía.
«Qué ironía que una canción tan hermosa como Claro de Luna los llevara a un punto de quiebre».
Siguiente capítulo: Al límite
Haikyuu!! © Haruichi Furudate
Kintsugi 2020 © Sultiko
—Enero 17, 2022—
¡Gracias por leer!
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