
絶. 𝐎𝐍𝐄
El ambiente rústico y las aguas ardientes baratas solían interesarle más que esos finos y costosos lugares donde te servían dulces cocteles.
Prefería sacar a bailar a algún Omega mientras estaba borracho y tener una aventura pasajera a estar siendo comido con la mirada por arpías que iban tras su dinero.
Y por supuesto, prefería contratar a su muñequito para que le bailara toda la noche a contratar a cualquier puta costosa.
Por que sí, Soobin adoraba pagar por los servicios de ese Omega de rubios cabellos, de tez pálida, y de labios color durazno. Todo su ser estaba embriagado de él.
De sus ojitos brillantes y llorosos cuando le hacía el amor rudamente, de su aliento agitado cuando le hacía llegar al orgasmo, sus suaves caderas que adquirían un tono violáceo por lo duro que las tomaba, sus gemidos agudos cuando era rudo y sus carnosos y pequeños labios gritando su nombre cuando se venía en el condón cuando aún seguía dentro de él.
Su muñequito era su adicción, su mas grande tentación y su inalcanzable amor de suaves labios color durazno.
Por mucho que lo deseara, su muñequito no era suyo. Era de todos y debía de pagar un precio para ser su dueño por unas horas.
El hermoso y cautivante Omega vendía su majestuoso cuerpo en un prostíbulo vestido de un bar de mala muerte.
―Hola, Soobin ― Su encantadora voz sonó desde atrás. Esa noche lucía precioso.
Simple, agraciado y frágil, así definiría a Kai a simple vista.
Con solo una fina camisa de tela sedosa y ese collar que impedía que cualquiera clavara sus colmillos en esa tersa piel nívea, su lacio cabello rubio algo largo arreglado con gracia, su piel luciendo brillante por el aceite suave que ocultaba medianamente su aroma a coco y vainilla, y sus labios pintados de un suave color carmín. Así lo vio esa noche, luciendo igual de hermoso como siempre.
―¿Venías a verme? ― Preguntó, acercándose con agraciados pasos al mayor quien tomaba desinteresado una copa del agua ardiente barato que sentía que rasgaba su garganta de lo malo que era.
Lo atrajo con posesividad a su regazo, sacándole un suave gemido.
―Sabes que siempre vengo por ti ― Susurró, mordiendo el lóbulo del rubio.
―¿Tanto me necesitas, Alfa? ― Preguntó, escuchando al mayor gruñir grave. Acarició su pecho con cariño, al único que le daba cariño con sus toques.
―No me digas Alfa, sabes que no lo soy ― Pidió, sin querer su voz un poco apagada.
No lo era, pero quería serlo. Deseaba con ganas serlo algún día.
―A mis clientes les gusta que los llame así ― Respondió simple, disfrutando de las caricias del otro. Con el único que las disfrutaba.
―Sabes que no soy cualquier cliente ― Murmuró por lo bajo, tomando del mentón al menor ―No soy cualquier Alfa, Honey ― Susurró suavemente sobre sus labios.
Le vio sonreír suave, su sonrisa desapareciendo cuando escuchó como alguien le gritaba "ven aquí, pequeña zorra, pagué para follar tu culo".
Con una mirada triste se separó del mayor quien miraba con ojos fríos y calculadores al hombre fornido y alto, visiblemente borracho por sus acciones torpes y visiblemente excitado por la erección que había entre sus pantalones.
Antes de que el delicado Omega se fuera, Soobin lo detuvo para hablarle.
―Cuando termines con ese cliente, vendrás conmigo, pagaré lo que queda de la noche para pasarla contigo, muñeco ― Murmuró, viendo al pálido sonrojarse suavemente antes de asentir mientras mordía su labio inferior.
Ambos lo sentían, sabían que a pesar de ser una relación trabajador-cliente había algo mas. Un extraño vínculo que los unía de manera invisible y los hacía querer más. Algo que los uniera aún más.
Un poco triste y algo asqueado, volvió a colocar su faceta de Omega que debía lucir inocente y listo para abrir las piernas frente al hombre fornido.
―¿Cuántas horas seran hoy, Alfa? ― Preguntó al hombre quien no dudó un segundo en tomarle de la cintura, restregando su erección contra él de manera morbosa.
―Dos, precioso, quiero que la tomes con esa preciosa boca tuya como solo una buena puta como tú sabe hacerlo ― Gruñó, prácticamente llevándose a jalones al delgado Omega quien solo pudo darle una última mirada al Alfa pelinegro de la barra.
Gruñó molesto al ver a Kai siendo prácticamente arrastrado por ese hombre pero debía de aguantárselo, él solo era un cliente y su muñequito un trabajador sexual.
Podía comprender a Kai y sus razones para tener ese trabajo. Desde que había habido un golpe de estado por parte de los Alfas de mayor rango, la economía se había vuelto una mierda total, la inflación haciéndose cada vez mas severa y el dinero sencillo comenzando a valer nada.
Si no tenías un par de miles entonces no eras nada.
Lo que más abundaba en esa sociedad de mierda eran los extremos, o muy pobre o muy rico, todo girando alrededor de un gobernador que engullía el dinero del gobierno sin dejar una sola hoja verde para los muertos de hambre que habitaban en el nauseabundo territorio.
Todo estaba en la deriva, danzando de un hilo delgado. Los Omegas se prostituían, Alfas entraban a negocios ilícitos y la violencia reinaba entre aquellos que manejaban alguno de los dos trabajos que parecían ser los únicos que podían callar el rugir del estómago de los muertos de hambre.
Claro, si es que no quedabas preñado o con un agujero entre las cejas por que eso era algo muy común entre aquellos dos oficios, llevando a la ruina total de lo que era la metrópolis, lo "mejorcito" del territorio.
Él tenía suerte, él estaba confabulado con la mafia por que no le tocó de otra para sobrevivir. Sin embargo, podía asegurar con los ojos vendados y las manos amarradas que nadie iría por su cabeza. Los Alfas lo respetaban, él era quien les daba de comer a los muertos de hambre y si lo llegaban a matar se irían colectivamente al infierno en picada.
Suspiró cuando entre la música escuchó los gemidos desgarrados de su muñequito. Solo pudo cerrar sus puños con impotencia. Kai se lo había dicho, él detestaba su trabajo y lo hacía por su madre, quien estaba muy enferma, no podía permitirse un trabajo más decente con el que no ganaría lo mismo.
Contó hasta un número infinito todo el tiempo que se sintió lento, tratando de calmar sus ganas de ir por el Alfa hijo de puta que estaba tocando a su muñequito quien sollozaba adolorido. Sabía que lo estaba lastimando, pero Kai le había dicho que no tenía que interferir pues era su trabajo.
Ahora tenía la mira puesta en un objetivo para esa noche y ese bastardo no vería la luz del día cuando amaneciese.
―Joder, esa puta de verdad es caliente, solo escucha lo bullicioso que es ― Murmuró un tipo a su lado quien tomaba una cerveza.
Le sonrió, viendo a su segundo objetivo en la mira.
―Lo es, ¿Verdad?, dan ganas de pagar por él toda la noche y adueñarse de su cuerpo hasta el amanecer ― Respondió siguiéndole la corriente, el hombre dándole la razón.
―Hermano, sí, es una pena que sea tan caro, solo una hora cuesta miles. Está tan bueno que hasta se antoja pegarle un hijo ― Mencionó, gruñendo al escuchar otra vez los escandalosos gemidos del que sufría en las manos de aquel hombre.
Soobin volvió a sonreír con hipocresía.
―Soy afortunado, lo reservé toda la noche y aunque ganas no me faltan de preñarlo aún respeto su cuerpo y su trabajo ― Habló firme con soberbia cuando el otro le miró sorprendido.
―¿Hablas en serio?, ¿Toda la noche?, maldición hermano, dale de comer a los pobres ― Murmuró grave mientras soltaba un gruñido, totalmente envidioso.
―Ya les doy de comer, no te preocupes ― Susurró, viéndolo fijamente antes de hablar ―Y no solo eso, también mando a descansar a quienes tocan al Omega, por lo que si mi consejo te vale, deberías dejar de ponerle el ojo encima, hermano ― Advirtió con una sonrisa de ojos vacíos al hombre quien palideció al ver el brillo asesino en su mirada, sabiendo que no mentía con lo que decía.
―No, hombre, no lo haré ― Se apresuró decir, casi meándose en los pantalones cuando el otro Alfa se levantó de imprevisto.
―Ah~, dos estúpidas horas y ahora por fin es mi turno ― Masculló con alivio. Volteó a ver al asustado hombre de su lado ―Vete de aquí si es que le temes a la muerte ― Habló con tanta tranquilidad que el otro solo pudo salir corriendo espantado.
Se chocó con el puto hombre que salía de la habitación todavía arreglando la cremallera de su pantalón, una repugnante sonrisa grande adornando su rostro.
Su sucia mirada se posó sobre él.
―Elegiste con sabiduría, hermano, él en serio es un terroncito de azúcar ― Comentó con un morboso tono que sonó tan natural que solo pudo verlo con cierto asco.
―Lo sé mejor que nadie ― Contestó, viendo por última vez al que ya tenía hora y fecha para su muerte, el tiempo fríamente contado.
Entró con cuidado a la habitación a la que ya estaba muy bien acostumbrado y lo vio a él, sentado en el ventanal mientras miraba al cielo con sus ropas a medio poner.
Cuando sintió su presencia le volteó a ver, luciendo frágil con los rastros de lágrimas que trazaron sus suaves mejillas hace unos segundos cuando aquel alfa le había tomado como si fuese un animal o un objeto cualquiera.
―¿Podemos esperar un momento antes de hacerlo?, ese hombre fue muy rudo conmigo ― Pidió con esa suave voz, notando como temblaba ligeramente.
Kai no era de pedir gustos a sus clientes, después de todo él era quien complacía. Sin embargo, podía permitirse hablar con el Alfa pelinegro, él si le escuchaba, el único que lo hacía.
Soobin se acercó al otro quien le miró atento, su mirada sobre la suya en todo momento.
Trazó con su mano la mejilla del menor, viendo como entre su camisa de seda se asomaban las marcas de besos y mordidas en su pálida y pulcra piel.
―Voy a esperar por ti todo lo que sea necesario, Kai, soy muy paciente, lo sabes ― Susurró, viendo al otro sonreírle con un suave rubor que solo aparecía con él, el único que podía verlo.
―Gracias, Binnie ― Le llamó por ese apodo que le había puesto, haciendo reír al Alfa por lo tierno que sonó su nombre entre sus labios.
Tomó entre sus brazos al menor y le vistió con delicadeza, cuidando con cada movimiento al que se quejó por el dolor en sus caderas.
―Él en serio te hirió, me hubieses llamado para darle una paliza ― Susurró al ver hematomas que muy seguramente no le transmitieron placer alguno al rubio, solo dolor.
Kai negó.
―Sabes que no puedo hacer eso, no busco que me cuiden, estoy aquí para complacer y ser usado ― Recordó al pelinegro quien suspiró.
―Solo por eso voy a cuidarte cada vez que te haga el amor ― Mencionó, viendo al otro enrojecer con ferocidad antes de ocultar su rostro en el cuello del mayor, rio ―¿Qué pasa, Honey?, ¿Por qué tan tímido? ― Preguntó, acariciando con suavidad la espalda del menor.
―T-Tú dijiste hacer el amor, e-es muy lindo ― Susurró avergonzado antes de ser abrazado por el Alfa.
―Se que puedo ser rudo ― Susurró ―Pero sé que cada vez que te tomo te hago el amor ― Murmuró, besando la cabeza del Omega quien ronroneó.
―Hm, a mi me gusta que seas rudo por que contigo no duele, solo se siente bien ― Confesó, abrazándose al mayor con firmeza ―También me gusta que me hagas el amor, Soobin ― Agregó, dejando un beso inocente en el cuello del mayor quien suspiró.
Ambos lo sabían, ellos no solo eran trabajador y cliente, eran algo más que no podían explicar con palabras simples.
―¿Quieres ir a otro lugar? ― Preguntó el Alfa, viendo como el otro verle sorprendido.
―¿A dónde? ― Respondió con una pregunta.
―No lo sé, ver películas en mi casa o algo. Tengo helado de fresa, no sé si te guste pero podría comprar otro sabor si quieres ― Ofreció, viendo al otro reír suave.
―Pagaste por mi servicios, mi deber es complacerte y si quieres que vaya contigo a ver películas o comer helado de fresas a tu casa entonces puedes hacerlo. Puedes llevarme contigo ― Destacó.
Besó su cabeza.
―Bien, entonces vayamos, la noche aún es joven ― Soltó mientras llevaba en brazos al pequeño Omega quien se abrazó a su cuello, dejándose llevar con confianza.
Se sintió poderoso al salir, viendo como otros le miraban celosos al llevarse a uno de los trabajadores mas cotizados del lugar.
―Oye, oye, oye, ¿A dónde crees que vas? ― Preguntó el guardia del local al ver como uno de los Omegas era llevado fuera del local.
De su bolsillo sacó un paquetito enrollado, lanzándoselo al guardia quien lo pescó en el aire, su rostro formando una mueca llena de sorpresa.
―Me lo llevo y lo devolveré hasta el amanecer, tú callas y disfrutas del dinero y la droga, ¿Entendido? ― Susurró, viendo al otro asentir manso mientras le abría paso para que siguiera con su ruta.
Sin mas, se llevó a su muñequito a su casa en dónde le cuidaría por esa noche mientras que las horas por las que había pagado un precio caro marchaban de manera lenta.
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