
ᴠɪɪɪ. 𝗆𝗈𝗈𝗇 𝖽𝗎𝗌𝗍
POLVO LUNAR
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Un par de combates pasaron rápidamente, dejando como ganadores al Uchiha y al chico de los insectos. No prestaba mucha atención a las peleas, ya que, para ser honesta, no me interesaban. Sin embargo, el anuncio del siguiente duelo me sacó de mis pensamientos. Esto iba a ponerse interesante. Los dos tortolitos enfrentándose… ¡una maravilla! Más le valía ganar.
—¡Próximo combate: Sabaku no Kankuro contra Aya Mikazuki!
—¡¿Qué?!— Aya exclamó, completamente confundida. Al darse cuenta de lo alto que había hablado, se cubrió la boca con ambas manos mientras sus mejillas se teñían de rojo.
—Esto tiene que ser una broma de mal gusto…— escuché murmurar al chico del gorro de gato, claramente incómodo.
Me acerqué a Aya, colocando una mano en su hombro para animarla. —Tranquila, Aya. Confío en ti, sé que lo harás genial.
—No es eso, Shiko… Es que…— tartamudeó, aún más sonrojada.
—Lo sé, pero tienes que demostrar lo que vales. Dale con todo. Si de verdad le interesas, lo entenderá. Y si no, pues te buscas algo mejor. No es como si perdieras gran cosa, ¿no?— comenté con un guiño y sacando la lengua.
—¡Nadeshiko!— Aya, indignada, me golpeó en el hombro con suficiente fuerza para que girara sobre mí misma.
—Recordatorio mental: nunca volver a enfadar a Aya…— pensé, todavía tambaleándome.
El árbitro los llamó para iniciar el combate, mientras yo, medio mareada, me unía a Naruto y Sakura en las gradas.
AYA
El combate inició de inmediato. No iba a darle la oportunidad de usar sus trucos o algún jutsu, así que decidí atacar primero. Mi corazón latía con fuerza, no tanto por el miedo al enfrentamiento, sino por la confusión que sentía al estar frente a él. Desde la primera vez que lo vi, algo en él me había cautivado. ¿Existe el amor a primera vista? En mi caso parecía que sí.
Sacudí mi cabeza, intentando alejar esos pensamientos de mi mente. No podía permitirme distracciones. Era crucial centrarme en la pelea y dejar a un lado cualquier sentimiento que pudiera interferir con mi desempeño.
Mi plan inicial era sencillo: atraparlo en uno de mis jutsus para inmovilizarlo y obligarlo a rendirse. Si eso fallaba, recurriría a mi Naginata invocada, un arma que nunca me había fallado en combate. Metí la mano en mi colgante y extraje un poco de polvo lunar, un recurso único de mi clan, el Clan Mikazuki. Este polvo, creado con energía lunar, era uno de los secretos mejor guardados de mi familia. Sólo nosotros podíamos manipularlo, y su uso estaba estrictamente reservado para situaciones en las que la energía lunar no estuviera presente, como ahora, bajo la luz del día.
Moviéndome con rapidez y precisión, tracé una circunferencia perfecta alrededor de él mientras lo observaba cuidadosamente. Sus ojos reflejaban confusión, y debo admitir que lucía adorable en ese momento. Pero sacudí otra vez mis pensamientos. Esto era una batalla, no un lugar para enamorarse.
Cuando terminé el círculo, me agaché y dibujé una luna creciente en el suelo con el polvo restante. Mi voz resonó en el campo de batalla cuando grité:
—¡Getsuryū Fūin: Yokusei!
Rápidamente formé los sellos necesarios y coloqué mis manos sobre la luna creciente que acababa de dibujar. En ese instante, el círculo comenzó a brillar con una intensa luz azulada, cegándolo temporalmente. Del suelo surgieron cadenas brillantes, que se enredaron alrededor de él, inmovilizándolo por completo.
—¡Ríndete!— le ordené, manteniendo mi posición. Para que el jutsu se mantuviera, debía permanecer en esa postura durante al menos uno o dos minutos, pero él no lo sabía.
—¡Nunca!— respondió, intentando resistirse con todas sus fuerzas.
Podía ver el esfuerzo en sus movimientos, la determinación en sus ojos. Algo en su resistencia me hacía admirarlo aún más, aunque sabía que debía mantenerme firme. No podía darme el lujo de fallar. Sin embargo, cada segundo que pasaba, mi corazón latía más rápido. Esta no era solo una batalla física; también lo era emocional. Y sabía que el verdadero desafío sería mantenerme fría y enfocada hasta el final.
Maldita sea, el jutsu estaba a punto de deshacerse. Si no lograba que se rindiera de una vez...
—¡Hazlo! ¡Si no lo haces, acabarás muy mal!— lo presioné, mi voz cargada de urgencia.
Vi cómo sus ojos vacilaban. Estaba cediendo, y su boca comenzaba a abrirse para pronunciar las palabras, pero ya era demasiado tarde. Los minutos habían pasado y el jutsu se deshizo.
Con un jadeo, aparté las manos del suelo y me eché hacia atrás. El jutsu había requerido demasiado chakra. Mi respiración se volvió errática mientras intentaba calmarme y recuperar algo de energía.
Kankuro se enderezó, su mirada fija en la mía, intensa y desafiante.
—Ahora me toca a mí...— murmuró con un tono bajo y peligroso, mientras sus ojos destellaban de determinación.
De repente, la cosa que llevaba en la espalda cobró vida, sus cintas desatándose con movimientos fluidos. Era un títere. Todavía estaba agotada, y él lo notó. Sin perder tiempo, lanzó su marioneta hacia mí. Salté hacia atrás con dificultad, tambaleándome al caer. Saqué un kunai, mi último recurso; no tenía suficiente chakra para invocar mi naginata.
—No te lo tomes personal, muñequita.— sonrió con descaro, su voz cargada de burla.— Debo admitir que me has llamado la atención desde el principio, pero mi hermano está observando. No quiero lidiar con su ira, ya sabes... cosas de hermanos.
Sus palabras me distrajeron por un instante, y fue suficiente para que su títere me atrapara por detrás. Sentí sus manos de madera envolviendo mi cintura y sujetando mis brazos con fuerza. Comencé a patalear desesperada, consciente de que estaba a punto de partirme en dos.
—Ríndete.— ordenó con calma, imitando mis palabras de antes.
—¡Jamás!— le grité con rabia, pero el maldito títere apretó más, arrancándome el aire.
Como último recurso, miré hacia las gradas. Allí estaban todos observándonos. Mi mirada se cruzó con la de Nadeshiko, quien asintió con seriedad, indicándome que debía rendirme. La frustración me llenó, pero no tenía otra opción.
—¡M-me rindo!— grité con voz entrecortada, apenas pudiendo respirar. Si no lo hacía, aquello sería mi final.
El agarre cedió y caí al suelo, completamente exhausta. Mi vista comenzó a nublarse, todo giraba a mi alrededor. Poco a poco, la oscuridad me envolvió mientras perdía la conciencia. Lo último que escuché antes de desmayarme fue la voz de Kankuro:
—Mierda...!
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