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🪷 | 𝐶𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 21

──𝐓𝐄𝐌𝐏𝐎𝐑𝐀𝐃𝐀 2: Ō𝐊𝐘𝐔𝐔 𝐊𝐈𝐙𝐎𝐊𝐔──

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𝓛𝓪 𝓒𝓸𝓷𝓬𝓾𝓫𝓲𝓷𝓪 𝓕𝓪𝓿𝓸𝓻𝓲𝓽𝓪
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"Memorias"

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FLASHBACK

El verano había teñido los campos verdosos. Hace poco pasó la primavera, estaban en buena temporada. Los árboles de Sakura decoraban el paisaje con sus delicados pétalos rosados como los dulces Mochis, creando un mar de color que contrastaba con el verde de la vegetación. Los pájaros con su canto melodioso llenaban los cielos de una sinfonía natural que resonaba en los corazones de los habitantes.

La antigua capital, Kyoto, como toda gran ciudad era normalmente muy transitada. Las calles tienen muchos comerciantes que ofrecen frutas, vegetales, artefactos o utensilios de cerámica, entre otros. Más allá se encuentran los campos, especialmente de arroz, un alimento primordial. Los campesinos sumergían sus manos en el agua para plantar las semillas con cuidado y otros se encargaban de criar animales de granja.

Adentrándonos en el majestuoso palacio japonés, la luz del sol de verano se filtraba a través de las delicadas celosías de papel, iluminando los salones y habitaciones. Sirvientes caminaban de aquí y allá tranquilamente en su labor, mientras que los soldados custodios se turnaban para vigilar como centinelas los pasillos del palacio.

Pronto la paz y tranquilidad acabó abruptamente. Gritos y chillidos infantiles hicieron eco en el lugar. En uno de los largos pasillos dos mujeres encargadas de ser prácticamente las nanas de cuatro niños corrían como locas... ¿Cuál era el problema? Sólo son cuatro niños tiernos de diez años.

El problema es que eran la encarnación de mismísimos demonios, según palabras de las mujeres.

Pero peor aún, no eran niños cualquiera, eran motivo del orgullo de todo el imperio al ser hijos del emperador. Por lo que su trabajo era el procurar que no se mataran en alguna de sus mil travesuras... O quizás cuidarse ellas mismas de no acabar muertas por los queridos príncipes.

Sekido, el primogénito, destacaba por su seriedad a pesar de su corta edad. Desde niño siempre fue bastante malhumorado. Sus ojos rojos, cual rubíes, ardían con intensidad, mostrando su determinación. A su lado, Karaku, parecía el contraste perfecto. Con ojos verdes, igual que esmeraldas, y expresión relajada irradiaba su personalidad divertida. El tercero, Aizetsu, era como el oji-rojizo pero al revés. En vez de ser fácil de irritar era el menos probable de enojarse. El más inteligente y tranquilo de los cuatro. Sus ojos azules como el zafiro observan como si estuviera siempre reflexionando tristemente sobre la complejidad del mundo. El más joven de los cuatrillizos, Urogi, reflejaba su alma risueña en sus brillantes ojos amarillos tal citrinos, sin duda encarnaba la alegría.

Los cuatro compartían los rasgos idénticos de su padre. Largo cabello azabache y alborotado y piel morena. Mientras que su madre era de piel clara y castaña oscuro, una presencia serena en sus vidas. Al ser de alto estatus vestían con finas y sedosas ropas y túnicas que sólo remarcaban que nacieron literalmente en cuna de oro.

Se encontraban aburridos, además de que les tocaba tutorías y no tenían ánimos de estudiar. Sigilosamente se escabulleron de las mujeres. La idea fue del oji-verde, y aunque Sekido y Aizetsu no son de desobedecer, era eso o escuchar por cuatro horas seguidas a las mujeres hablar como guacamayas en sus lecciones. Pero no estaban sólo ellos, su pequeño hermano menor de cuatro años les hacía compañía y se lo llevaron en su aventura.

-Esas viejas molestan mucho. Le diré a mamá que las corran. -susurró el oji-amarillo. -Y caminan como patos.

Los cinco se habían escondido detrás de unos arbustos con unas grandes y llamativas flores rojas. Estaban apilados como si estuvieran jugando el escondite, aunque prácticamente para ellos esto era un juego.

-No lo hará sólo porque se lo pidas, Urogi. Literalmente para eso las contrataron. -contestó Aizetsu en voz baja. -Aunque sigo pensando que las anteriores era peores.

-¡¿Y qué?! ¡Son unas viejas zopencas! Si no fuera por mí estaríamos en su aburrida clase. -comentó Karaku al oji-azul a lo que éste sólo le blanqueó los ojos.

-Zopencas. -repitió un Zohakuten de cuatro años riéndose por la palabra que le causó gracia y ni sabía su significado.

-¡Shhh! Cállate, Zohakuten. Tú no digas esas palabras. Hace poco nos regañaron porque dijiste "bruto". -le dio un golpe leve en la cabeza a su hermanito quien después lo miró con lágrimas en los ojos.

-¡Cállense! ¡Por ahí vienen esas mujeres! -los silenció el oji-rojo.

Entre en medio de pequeños espacios de los arbustos vieron a las mujeres entrar corriendo al jardín.

-Ay, viejas locas. Me caen mal. -volvió a decir Urogi poniéndoles malas caras. -¡Esperen, tengo una idea! -susurró en un tono emocionado, sus otros tres hermanos lo miraron curiosos.

Las nanas, siendo conscientes que cualquier mínima cosa, aunque sea un raspón, le sucediera a los niños les causaría graves consecuencias. Corrieron por pasillos preguntando por ellos a sirvientes y sirvientas que veían, sin obtener una respuesta. No les quedó de otra que revisar el jardín. Estaban seguras que ahí se encontraban esos mocosos.

-No nos pagan lo suficiente para esto. -se quejó una suspirando pesadamente.

-Esos pequeños demonios no pudieron ir lejos... -murmuró la otra, su compañera asintió y con pasos silenciosos observaron el jardín con cautela. Parecía que estaban buscando conejos para cazar.

-¡Ahí! - exclamó la primera señalando uno de los arbustos al ver una sombra detrás. Ambas sonrieron victoriosas y se encaminaron al lugar.

Con forma rápida las dos abrieron las hojas del arbusto dejando ver al niño de ojos azules sentado en el pasto. Las miró alzando la ceja levemente, no se asustó pese a que en teoría lo habían pillado.

-¡Ajá! ¡Aquí está! -una de las mujeres lo agarró del brazo y lo sacó del matorral.

-¿Dónde están los otros? ¡Usted y los demás están en serios problemas! ¡¿Creen que por ser quienes son pueden escaparse de sus clases?! -regañó poniendo las manos en su cintura.

Aizetsu miró a ambas con una expresión de lástima y calma. No se esforzó en poner mínima resistencia lo cual les daba mala espina.

-Ustedes son las que están en problemas. -dijo tranquilamente. -¡Ahora!

Inesperadamente los otros tres niños le dieron vuelta al papel y cayeron encima de las mujeres asustándolas. Pero para rematar estaban armados, tenían unas poderosas ramitas que encontraron y en la grama. Comenzaron a golpearlas con las ramas. Realmente los golpes no eran nada grave, y casi no dolían, pero al tener a los tres atacándolas en complot les hacía imposible escapar.

-¡Quédense quietos! -les gritó una tratando de quitárselos de encima.

Pero eso no quedó ahí, el plan no estaba completo. Aizetsu que estaba detrás de los otros buscó dos cubetas de agua y se las estampó en las cabezas. Las mujeres sujetaron las cubetas buscando sacárselas mientras sus gritos eran ahogados.

-¡Ahí está el río! -gritó Urogi.

No era un río, claro está, pero para ellos es como si lo fuera. En el jardín, aparte de estanques bien cuidados hay riachuelos donde fluye agua cristalina.

-¡Hay que hacerlo rápido! -avisó Sekido siendo el líder.

Sin mucho esfuerzo encaminaron a sus nanas al riachuelo. Estás aún teniendo las cubetas en la cabeza no veían nada y se tropezaron con sus propios kimonos cayeron de espaldas al agua.

-¡Misión cumplida! ¡Nuevamente nos deshicimos de otras viejas que nos ponen de tutoras! -exclamó felizmente el niño de ojos verdes admirando como a las mujeres se las llevaba la corriente y pataleaban.

-Qué triste... Espero que no mueran ahogadas. -expresó Aizetsu mirándolas con lástima.

Zohakuten se metió entre medio de Aizetsu y Urogi. Él no sabía qué pasaba pero le hacía gracia todo, en especial el sonido "glugluglu" que escuchaba de las pobres mujeres sumergidas en el agua.

-Mira, Zoha. Eso es lo que debes aprender de tus hermanos mayores. -alentó Urogi abrazando por el hombro al más pequeño.

-¡Splash! ¡Splash! -exclamó el más pequeño imitando el sonido de las salpicaduras de agua.

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Al final tuvieron que cargar con la triste noticia del final de esas mujeres...

La triste noticia de que renunciaron sin pensarlo más.

Al quitarse las cubetas de las cabezas y salir del riachuelo, que no es tan hondo, totalmente mojadas y temblando del frío vieron a lo lejos a los niños correr para salir del jardín, perdiéndose a la vista. Ni se esforzaron en perseguirlos, bastó con compartir unas miradas abatidas para ambas ponerse de acuerdo. Ya suficiente habían tenido y estaban seguras de que esos pequeños las matarían algún día. Mejor renunciar que terminar locas o muertas.

-He escuchado acerca de su comportamiento hoy, estuvo mal. Muy mal. -regañaba su padre. No gritaba, pero su expresión y tono de voz decía más de mil palabras. -Es la quinta vez que renuncian sus cuidadoras personales. Nosotros no buscamos a cualquier persona, tratamos que sea alguien perfecto para ustedes, que los cuide y les enseñen pero cada vez que llega una mujer nueva la asustan. Ya tienen diez años, es hora de que vayan madurando. Recuerden quiénes son. Son mis hijos, no hijos de un granjero. -finalizó mirándolos severamente.

Los cinco niños fueron obligados a escuchar la reprendida que le dio su padre por su gran travesura. Estaban todos con la cabeza gacha, no es que estaban arrepentidos, pero respetaban mucho a su padre. El emperador vestía finas túnicas de color naranja fuerte y en su cabeza tenía puesto el eboshi (sombrero color negro de reyes).

-Esas mujeres nos trataban muy mal, papá. Ellas nos gritaban feo. Sólo quisimos gastarles una pequeña broma... -murmuró Urogi moviendo su pie.

-¿Una broma tirándolas al riachuelo? ¿Los trataban mal? Curiosamente sucedió lo mismo con todas las anteriores, qué novedad. -les respondió el emperador entrecerrando los ojos. Conocía cada una de las mentiras de sus hijos, ya no caía en esa.

-¡Sí es verdad, ellas son malas! -dijo el oji-verde siguiendo la corriente.

-¿Pero no dijeron que jugaríamos con todas? -preguntó inocentemente Zohakuten mirando con confusión a Karaku.

Todos miraron asustados a Zohakuten. Unos queriendo matarlo y otros negando con la cabeza y aceptando que fue mala idea que los acompañara. Después de todo es un niño pequeño, y ellos no saben mentir.

Zohakuten los hechó al agua como patos.

-Lo sentimos. No volverá a pasar, padre. -dijeron los cuatro a la vez sin alzar la cabeza. Ya sin tener más remedio que aceptar lo que hicieron.

-Como no sé de quién fue la idea y no quieren hablar los cuatro estarán castigados. No saldrán de sus habitaciones hasta que escriban todo el protocolo. Quiero ver escritas esas páginas de canto a canto. Y sin quejas. -casi se le salen los ojos de la sorpresa, para ellos era el fin del mundo. No tenían de otra que aceptar su triste destino.

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Sus espíritus llenos de energía no iban a soportar más días encerrados, se sentían como los prisioneros en una celda... Una celda con lujos y comodidades, pero una celda.

Transcurrieron cuatro días desde su castigo. Escribir el protocolo del palacio completo era tedioso, ¡Muy tedioso para niños de diez años! No habían avanzado mucho, ni siquiera iban por la mitad. Su padre fue firme en su palabra y su madre no se metió en el castigo. Peor aún, apoyó al rey. Después de todo, los niños no podían salir impunes al deshacerse de las maneras más creativas de sus nanas.

El único que terminó su tarea en un día fue Aizetsu, quién usó su máxima disciplina, pese a que le costó el sueño. Por lo que salía de su habitación tranquilamente sintiéndose atacado por la envidia de sus otros hermanos. A los otros tres les costaba escribir sin parar, incluso a Sekido. Si pasaba una mosca volando se le quedaban viendo como si fuera la primera vez que veían una.

Los dos primeros días estuvieron haciendo su tarea en sus respectivas habitaciones. Pero lograron convencer a su madre de que mínimo los dejara realizar su ocupación estando juntos en la habitación de Sekido prometiendo no hacer escándalo. Al menos sería menos aburrido.

-¡Sigan con su tarea! ¡El rey dio órdenes! -una mujer alzó su voz autoritaria frente a ellos.

Cierto, faltó ese pequeño detalle. Una nueva mujer fue encomendada para educar a los pequeños. Se sentían vigilados por un guardia. Pero esta no era como las demás, parecía estar atenta con sus grandes ojos a cualquier movimiento. Lo más destacable de la mujer era su gran nariz puntiaguda.

Por eso le apodaron la bruja narizona. Pero claro, sólo la llamaban así a escondidas.

-Me llamaron así que debo salir un momento. Los quiero trabajando, le prometí a su majestad que los educaría como los dioses mandan. ¡No los quiero fuera de la habitación ni escuchar un solo grito!

Fue el anuncio de la mujer antes de abrir el shōji y salir. Los tres hermanos se miraron e hicieron una mueca de burla y desagrado antes de continuar escribiendo. Hace rato el sol se había escondido dejando a la noche adueñarse del cielo.

Al ser de noche tenían sueño y estaban cansados. Sus manos estaban rojas y les dolían.

-Se me va a acalambrar la mano. -lloriqueó Karaku moviendo su mano derecha de forma circundante. -Al tonto de Zoha no los castigaron. ¡Y esa bruja narizona parece soldado! Fácilmente se puede poner un aro de adorno en esa nariz, y apuesto que hasta le caberían tres.

-Shh, o yo mismo los saco a patadas de mi habitación. Quiero terminar esta cosa lo más rápido posible. -contestó Sekido apretando los dientes.

Sin esperarlo el shōji fue abierto nuevamente. Los tres miraron la puerta esperando que fuera la mujer pero se llevaron una sorpresa al ver de quién se trataba.

-¿Aún no terminan? Más rápido hago una excursión al monte Fuji que ustedes escribiendo. -se escuchó la suave voz del oji-azul hacer un eco leve en la habitación mientras entraba y cerraba la puerta corrediza.

Sekido rodó los ojos ignorando el comentario, mientras que Karaku le tiró un libro que su hermano fácilmente pudo esquivar.

-Si sólo viniste a burlarte vete. Nadie te quiere aquí, cara de perro mojado. -atacó el oji-verde a su hermano con desprecio.

-¡Yo sí lo quiero! ¡Aizetsuuu! ¡Ayúdanos! -Urogi se lanzó a abrazar a su hermano de ojos azules mientras lo agarraba de sus ropas y lo jalaba. -Si lo haces te regalaré todos mis postres por un mes. -le rogó haciendo un puchero.

-No soy fanático de los postres... Pero acepto, porque me entristece estar solo.

Aizetsu se sentó al lado de los otros tres y los ayudó a escribir. Su mano se movía rítmicamente rápida. Probablemente porque escribir y leer es un pasatiempo para él... O quizás porque a sus hermanos ya estaban por acalambrarse. Rogaban en sus mentes que la bruja, o señora Sayua no regresara muy pronto.

En forma de turno ayudó a escribir a los tres lo más veloz que podía en ese momento, sin dañar su buena caligrafía. Pasaron minutos en que estuvo escribiendo junto a los demás y sí fue de gran ayuda.

-¿Realmente viniste a ayudarnos o querías decirnos algo? -preguntó Sekido con la duda.

-Los quiero ayudar... Pero también quería comentarles algo. Por eso entré cuando vi que la señora Sayua salió. -le contestó mirándolo.

-Corrección, es bruja narizona. ¿Y qué es? ¡Habla! -exclamó impaciente Urogi mientras se acomodaba cruzando las piernas como si esperara un cuento.

Aizetsu instintivamente le dio una mirada hacia atrás, verificando que no entrara nadie ni hubiera una persona escuchando detrás del shōji. Gateó unos pasos acercándose a sus hermanos. Luego poniendo una mano al lado de su boca para bajar el sonido de su voz les empezó a contar:

-Anoche estaba muy aburrido, así que fui a la biblioteca en busca de mi libro favorito. Cuando salí pasé por los pasillos cerca de la cocina real y escuché a dos hombres conversar.

-Siempre supe que eres un chismoso oculto. Pero jamás pensé que lo admitirías. -interrumpió Karaku soltando un bufido.

-Calla. Bueno... Escuché dos cosas que me confundieron bastante. ¿A ustedes les contaron sobre la muerte de nuestro tío?

-Si a ti no te lo han contado, ¿Por qué crees que a nosotros sí? -respondió el oji-verde frunciendo el labio.

-¿Qué tío? -preguntó desorientado Urogi.

-Lo único que sé es que murió enfermo antes de que nuestro padre subiera al trono. ¿Qué tiene que ver? -dijo confundido Sekido.

Aizetsu se rascó su barbilla recapitulando lo que escuchó y pensando de qué manera les diría a sus hermanos. Recordaba bien como la noche anterior pasaba caminando tranquilo con su libro y escuchó la conversación de dos concejales. Se escabulló para que no lo notarán y le funcionó, aunque cuando movió una silla tuvo que casi correr.

Después de pensar los miró con una expresión algo intrigada.

-A mí me dijeron lo mismo. -hizo una pequeña pausa. -Ellos hablaban como si hubiera sido una muerte provocada. No sé si escuché mal, no podía acercarme mucho y me descubrirían...Pero eso no fue lo que más llamó mi atención. Mencionaron algo sobre una masacre a la familia inocente de un antiguo cortesano y que dejaron a su hijo o hija vivo, no pude escuchar bien. -los demás lo miraron preguntándole "Y qué con eso?" -Dijeron que el tío tuvo que ver.

Los tres parecieron por un momento entender la intriga de su hermano y se sorprendieron momentáneamente.

-¿Eh? Papá siempre habla bien del tío, imposible. -se metió Sekido mostrándose muy inseguro y reacio a creer. -Y si lo hizo tuvo que tener razón, no nos concierne.

-¿Pero qué tío? ¡Estoy perdido! -sollozó levemente el oji-amarillo totalmente confuso.

-¡El tío Urami, bruto! ¿Dices que dejaron al niño vivo? ¿Quién sería? ¿Qué pasó? ¡Aaahh, ahora nació en mí averiguar! -decía el de orbes verdes compartiendo su interés mientras movía sus manos en un ademán de emoción.

-No lo sé, quizás escuché mal. Pero quise contárselo por si sabían algo al respecto. -de encogió de hombros.

-¡¿De qué cosas hablan?! -gritó su nana al apenas regresar a la habitación.

A los cuatro se les pusieron los pelos de punta al sentir la presencia de su nueva tutora. Estaban tan metidos hablando que ni notaron cuando estaba por llegar. No terminaban de salir de un problema y se metían a otro.

Ésta los observó por unos segundos y caminó hacia ellos haciendo sonar sus pasos en la madera.

-Si no quiere que le dé veinte páginas más para escribir mejor no desconcentre a sus hermanos. -le dijo a Aizetsu con voz autoritaria.

El oji-azul la miró de mala forma tragándose las ganas de contestarle "¿Por qué no mejor cincuenta?" Pero eso no sería muy propio de sus principios, ni quería más problemas. Suspiró hondo y se puso de pie para salir del lugar sin añadir quejas.

La mujer se giró mirando fuerte a los niños mientras ponía sus manos en la cintura.

-No deben estar hablando de asuntos que no les corresponden. No es propio de alguien como ustedes.

Fue lo último que dijo, como advirtiéndoles sobre no hablar cuestiones del palacio, y más siendo niños. A ellos poco les importaba la opinión de su nana, pero por otra parte concluyeron que tal vez en eso estaba en lo correcto y no se meterían en algo que probablemente era falso.

Al final nunca escucharon a su padre hablar mal de cómo fue su hermano mayor. Y si hubiera tenido problemas, no causaría ningún mal si ya no estaba.

¿Verdad?

FIN DEL FLASHBACK

En un salón se podían ver una vasta estancia adornada con biombos pintados a mano y elegantes pergaminos, se escuchaban voces de ciertas personas y crujidos de papel. La suave luz iluminaba parcialmente la habitación dando un ambiente cálido.

En el centro de la sala, frente a una mesa baja de madera oscura llena de documentos y mapas, se encontraba la persona que se encargó de dar registro. Nada menos que el chico rubio recién llegado al país. A sus veinticuatro años había logrado demasiado en su vida. Muchos podrían decir que se debe a que viene de nobleza y obviamente eso es ventaja, pero también es cierto que es muy vivaz. Con una sonrisa deslumbrante y un aire de despreocupación que daba contraste con la serenidad del entorno. Después de haber atracado en el puerto por la noche descansó en su antiguo hogar para en el amanecer dirigirse personalmente al palacio para dar su informe y relatar sus experiencias y éxitos comerciales.

-Así es, señores, -decía Douma, su voz clara y melodiosa hacía eco en el lugar. -En los mercados del sur de India hicimos buenos intercambios de gemas, mis cálculos nunca fallan. ¡Este trimestre será simplemente espléndido!

Sus llamativos ojos observaron cada presente. Se veían interesados. Estaban presentes el Ministro encargado de la economía, y dos ayudantes, además de la compañía del comandante, Giyuu Tomioka. Justo en él detuvo su mirada por segundos. Giyuu permanecía al lado opuesto de la mesa, con una expresión inmutable. El profundo azul de sus ojos parecían absorber cada palabra. El rubio entrecerró sus ojos viéndolo fijamente... Aún cuando Douma tiene una personalidad muy extrovertida y risueña sus ojos parecieron destellar una vibra extraña por un milisegundo, y Giyuu lo captó.

-¿Pasa algo? -le preguntó alzando una ceja.

-Sólo recordaba las buenas aventuras junto a mi tripulación. -contestó riendo volviendo a tener un aura alegre. -¿Sabes? Incluso tuve la oportunidad de aprender nuevas técnicas de negociación, pero dudo que puedan igualar nuestros propios métodos... ¿No es así, Tomioka? -le dijo sonriendo de lado, con una pisca de sarcasmo. El contrario se limitó a ignorar el comentario.

-Todo me parece perfecto. No esperaba menos de Douma-san, siendo un gran comerciante. -halagó el ministro a lo que Douma le sonrió con aires de orgullo. -Yo creo que podríamos probar con China, ellos son los reyes del comercio y estoy seguro que saldría bien.

Un leve murmullo de aprobación recorrió la sala. Giyuu se mantuvo en con su expresión fría, cuando finalmente respondió su voz salió baja.

-Sí son buenas las ganancias, sin embargo... Debemos asegurarnos que las rutas comerciales se mantengan seguras. ¿Haz encontrado alguna amenaza en tus viajes, Douma?

Douma abrió su boca levemente para contestar pero fue interrumpido por su segunda.

-Uno que otro incidente con ladrones pero nada grave. -en su lugar contestó un chico de baja estatura, tenía hermosos ojos heterocromicos. Pero lo que más destacaba de él era la venda que cubría su boca.

-¿Tú quién eres?

-Oye, no seas tan tosco con mi ayudante. Lo vas a asustar. -trató de bromear Douma. -Es Obanai Iguro. Muy bueno en cálculos. Trabaja conmigo hace un par de años, es confiable.

El pelinegro de ojos azules compartió mirada con el de orbes amarillo y turquesa. No terminaba de darle confianza y el contrario se mostraba igual. Parecía ser reservado porque estuvo casi todo el tiempo callado. Pero ignoró el hecho para proseguir.

-Con esto terminaríamos está reunión, ¿No, Tomioka-san? -le preguntó el anterior ministro a lo que él asintió recogiendo unos papeles.

-Me hace feliz que les agradara todo lo que dije. ¡Mis ganancias son las ganancias del imperio! -exclamó Douma sonriente.

Terminada la reunión dos escribas que se encontraban ahí dieron conclusión de las actualizaciones en el comercio. El imperio había pasado hace una década una baja economía que casi se vuelve crisis, pero por lo visto quedó en el pasado.

Tomioka salió con paso firme, tenía cosas que hacer. Sus días casi nunca, para no decir nunca, estaban ocupados. Pero para su mala suerte lo detuvieron.

-¡Giyuu! ¿Te vas con tanta prisa? -exclamó el rubio para que lo escuchara, esperando que parara su andar pero al ver que no lo hizo caminó rápido para estar a su par.

-No se tú pero yo tengo cosas que hacer. -respondió sin dejar de caminar.

Siguieron caminando unos pasos más. El de ojos azules no quería admitirlo en voz alta pero le molestaba la presencia intensa del contrario. Sin embargo, un comentario le hizo dejar de ignorarlo.

-¿Cómo está Shinobu-chan?

-¿Por qué preguntas por mi esposa? -dejó de caminar y lo volteó a ver frunciendo el ceño.

-¡Oh, no te creía celoso! Ella fue mi amiga. Claramente me preocupo, ¿Qué hay de malo?

-Sin ofender, dudo mucho que ella haya tenido un amigo como tú.

-Jajaja, qué gracioso eres. Sí lo fuimos, pero hace mucho tiempo. Ella es algo rencorosa, quizás no me recuerde. Si te acuerdas mándale mis saludos, ¡Nos vemos! -le dijo el de ojos arcoiris dejando a Giyuu parado y un poco confundido.

No tenía pensado actualizar pero muchas me pedían que lo hiciera.

Tengo una relación amor-odio con esta historia. Es la única historia que me da de comer (es más famosa) y es la que más me estresa escribir.

Quería preguntarles algo. ¿Ustedes quieren que actualice por capítulos o se esperarían a que escriba varios capítulos y luego los publique?

Olvidé mencionar en el capítulo 20 que cambié el periodo. ¿Recuerdan que al principio dije que mi historia se sitúa en el Periodo Nara (710-794)? Eso lo cambié, porque es muy antigua esa era. Lo cambié al Periodo Kamakura (1185-1392) su capital era Kyoto y fue en la época Medieval.


VAMOS A LOS DATOS CURIOSOS:

-En total, los pequeños principitos se deshicieron de treinta nanas a lo largo de su infancia. Un récord.

-Zoha siempre le seguía los juegos a sus hermanos sin saber en que lo metían.

-De niños Sekido y Aizetsu tenían una bonita caligrafía, mientras que los otros dos parecían que escribían con los pies.

-Una vez Karaku le dijo a Urogi que se había comido una de sus palomas, y en realidad era una codorniz. Eso lo traumó por casi un año. (Haré una mención de esto mucho más adelante XD)

-El Douma de mi historia sí tiene emociones, pero sobre su personaje aquí ya verán después.

Espero que hayan disfrutado el primer capítulo de la segunda temporada.

Creo que esta temp y la cuarta serán las más difíciles para mí porque pasarán dramas xd La tercera va a ser como el arco del entrenamiento hashira.

Imagínense a los nenes así.

Tomen agua y cuídense. Muak ✨

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