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🪷 | 𝐶𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 18

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𝓛𝓪 𝓒𝓸𝓷𝓬𝓾𝓫𝓲𝓷𝓪 𝓕𝓪𝓿𝓸𝓻𝓲𝓽𝓪
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"La carta para Shinobu Kocho"

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El sonido del rápido galope de un corcel hacía eco a los alrededores del frondoso bosque. El sol apenas comenzaba a bañar con su calidez el manto terrestre. Las horas tempranas de la mañana son perfectas para hacer un día productivo y deportes, como ir de caza, una de las actividades favoritas del chico de orbes amarillos. Había ido solo a cazar, ya que ninguno de sus hermanos lo quiso acompañar.

De repente, paró su caballo y se bajó del lomo agarrando su arco y flecha. Corrió adentrándose más al bosque, guiándose instintivamente por los soniditos de un conejo marrón al que le había puesto los ojos. Aunque el conejo era rápido, esto no le preocupaba en lo absoluto a Urogi. Le estaba siguiendo el paso sigilosamente y aún sin verlo podía sentir en dónde estaba como si fuese un halcón en vuelo acechando a su indefensa presa. El asustado animal intentó esconderse debajo de un tronco, pero el hueco era demasiado pequeño para su tamaño por lo que se quedó afuera escarbando. Urogi se detuvo y con pasos cuidadosos y silenciosos se fue acercando poco a poco.

La hierba alta le daba camuflaje y aprovechó eso para esconderse mejor detrás de un árbol. Una sonrisa se dibujó en su rostro, agarró una flecha y la estiró en su arco apuntando calculadoramente al conejo.

-Ya te tengo, chiquito... -susurró ampliando su sonrisa.

Un segundo antes de soltar la flecha vio con asombro cómo el conejo cayó muerto a causa de otra flecha. Apretó sus puños y mandíbula de la rabia.

Bajó su arma volteando a ver para atrás, llevándose otra sorpresa al ver la persona que osó arrebatarle la presa de sus garras.

-¡¿Eh?! ¡¿Tú qué haces aquí?!

Su hermano menor posó su arco en su hombro y caminó tranquilamente hacia el conejo ignorando al de ojos amarillos que le gritaba. Agarró de las orejas al animal muerto y lo metió en un saco. No fue hasta que hizo eso que le dirigió la palabra a su hermano mayor.

-Vine a cazar... ¿Por qué? ¿Es un delito? -dijo con indiferencia.

-No te basta con robarte el trono, también te robas mi presa. -gruñó entre dientes saliendo del matorral y caminando hacia Zohakuten.

-Yo no robé nada. Te dije que también vine a cazar. -contestó ignorando el primer comentario. -Y si tú eres lento no es mi problema. -se alzó de hombros.

Urogi frunció sus labios en señal de disgusto y suspiró profundamente.

-Tsk, como sea. No es el único animal en este bosque. -murmuró caminando al lado de su hermano, pero éste lo detuvo.

-Ciertamente no, este bosque es perfecto para cazar. Yo ya he ganado muchos trofeos. Admira.

Sin previo aviso Zohakuten lanzó una bolsa hacia Urogi. El contenido de la bolsa se dejó ver haciendo que al chico de ojos amarillos se le formara una expresión de horror y asco cuando visualizó aves muertas. El único animal que se tiene prohibido para sí mismo cazar.

Del susto dio unos pasos sobresaltado hacia atrás y terminó tropezando con una roca que lo hizo caer sentado.

-¡AAAAHH! ¡MALDITO, DUENDE! ¡Eso es asesinato! -exclamó horrorizado señalando la bolsa.

-Ni que hubiera cazado a tus gallinas blancas. -rodó los ojos.

El oji-dorado tomó las dos bolsas y las cerró. Zohakuten también ama salir de caza, es un deporte perfecto para él y colecciona los animales que caza como trofeos. Urogi lo miró con los ojos entrecerrados, luego se paró del suelo y lo siguió.

-Haces eso para molestarme, ¿verdad? Ojalá te comportaras así frente a nuestros padres que creen que eres un santo... De santo no tienes ni tu nombre. -se cruzó de brazos.

-... Exclamó el hijo más responsable. -murmuró el menor con sarcasmo.

Tal comentario hizo parar el andar de Urogi y fulminó con la mirada a su hermano menor.

-Yo sólo te mostraba mis trofeos, no es para tanto. Deberías estar orgulloso que lo haga frente a ti. -dijo Zohakuten sin mayor importancia. -¿Tú haz logrado cazar algo más?

-No, apenas me topé con ese conejo y ya te lo llevaste a la verga. -dijo Urogi y tomó su arco para ponerlo sobre su hombro, de la misma forma que el menor. -No hay ciervos por esta área. Ya se me fueron las ganas de cazar... -suspiró el moreno de ojos amarillos recostando su espalda en un tronco.

-¿Y Karaku? ¿No te quiso acompañar?

Urogi chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

-Dijo que otro día. Últimamente tiene la cabeza en las nubes por alguien.

Urogi miró hacia arriba al escuchar unas ramas crujiendo y recuperó su sonrisa. Rápidamente agarró nuevamente su arco y tomó una flecha y la estiró, apuntando cerca de la copa del árbol... Soltó la flecha y se vio como un pequeño animal caía muerto del árbol.

-Al menos no me iré con las manos vacías. -se dijo a sí mismo Urogi agarrando a la ardilla.

Zohakuten lo miró con interés, queriendo que su hermano mayor terminara lo que había comenzado a contar.

-¿Por alguien?

Urogi lanzó la ardilla en un pequeño saco que siempre carga para meter a los animales que caza. Luego se dió la vuelta para mirar a los ojos a su hermano menor.

-Sí, algo así... En estos días te perdiste de algo bueno. En el campo de entrenamiento Karaku y Aizetsu estuvieron estuvieron a punto de matarse. ¡Y lo más gracioso es que es por una mujer! -exclamó riendo a carcajadas.

Zohakuten escuchó atentamente a su hermano mayor hablar. Normalmente no le interesaría pero la historia logró asombrarlo un poco por la mención del tercer hermano.

-Espera... ¿Karaku y quién? -hizo una mueca de confusión.

-Sí, ya sé, también me sorprendió. Parece que esa chica tiene un encanto para poner locos a dos de nuestros hermanos... Ahora tengo curiosidad... -Urogi acarició su mentón con dos dedos, y luego abrió sus ojos al entrar en razón. -¡¿Y yo por qué carajos te cuento todo esto?! ¡Se supone que te odio!

-Parece que después de todo sí me aman. Pero yo no -dijo con ironía Zohakuten. -Nunca voy a entender por qué pierden el tiempo con rameras que lo único que buscan es casarse con alguno de nosotros por nuestro estatus y fortuna. -comentó Zohakuten asqueado. -Me dan asco. No quiero que ninguna mosca muerta se me acerque. Por eso a la última que me vino con sus mierdas le di una buena razón para quererme. -concluyó chasqueando la lengua al recordar el incidente en un evento del palacio.

-Sabes que si llegas al trono uno de tus primeros deberes es desposar a una doncella noble, ¿cierto?

El contraataque de Urogi hizo parar en seco a el oji-dorado y torció sus labios en una mueca de desagrado para después dar una arcada. Urogi no se aguantó y explotó en risa agarrando su estómago.

-¿Entonces qué? ¿Renunciarás a tu puesto de heredero? -le dijo Urogi buscando persuadirlo. Pero la respuesta del menor le borró la sonrisa.

-Sigan soñando.

El menor caminó hacia su caballo que lo esperaba casualmente cerca del caballo de Urogi. Guardó los dos sacos en una bolsa más grande que tiene amarrada en la silla de montar. Mientras que Urogi había buscado a su caballo y tomándolo de la correa lo llevó hasta donde estaba su hermano menor.

-¡Oye! ¿Hacemos carrera hasta el palacio? -sonrió desafiante. -¿O tu ego te lo impide?

Zohakuten lo miró de reojo y después se subió al corcel para ordenarle a éste que corriera en dirreción contraria. El caballo salió disparado.

-Tomaré eso como un sí. -dijo dando una risita y se apresuró a montarse a su caballo.

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Alrededor del palacio rodean mansiones pertenecientes a nobles, jefes del ejército o grandes comerciantes que gozan con una alta economía para darse cómodos lujos, ya sea por sacrificio de trabajo o herencia de familia. Una de las grandes mansiones no pertenece a nadie más que al comandante. Giyuu Tomioka fue un huérfano que fue criado junto a su hermana mayor por un viejo amigo de su padre, Sakonji Urokodaki, el anterior general del ejército, quien se encargó de entrenarlo personalmente para hacerlo fuerte. Mientras que Tsutako, su hermana, se casó al cumplir la mayoría de edad con un comerciante rico.

Por su personalidad fría, tenaz y firme asociaban al joven adulto con un verdugo. Después de todo, fue entrenado desde pequeño para tener una inquebrantable actitud como jefe de soldado. Sin embargo, esto no definía quien era en realidad en su interior.

-¡Ush! ¡Que te quedes quieto, Tomioka! ¡Pareciera que estuviera persiguiendo a un ratón! -le decía su esposa correteándolo. -¡Ven aquí!

Por la mañana los dueños de la mansión se levantaron temprano. En especial Giyuu quien debía salir a hacer su importante labor. Shinobu, mientras tanto, había estado persiguiendo a su esposo por toda la mansión para arreglarle su uniforme, que según ella estaba mal puesto.

La diferencia de altura entre la joven pareja, hacía que para Shinobu, Giyuu estuviera casi corriendo, aunque en realidad él sólo caminaba normal.

Giyuu la miró de reojo y con un suspiro paró su andar para verla a los ojos.

-¿Qué sucede, Kocho? Tengo prisa. -preguntó con su voz neutra.

-¡Te estoy diciendo que tienes mal puesta la capa del uniforme! ¡Parece un trapo! -exclamó ella acercándose. -Déjame ayudarte... -dijo con una voz más suave.

La chica oji-violeta dio unos pasos hasta quedar frente a él y con cuidado agarró la capa arreglándola bajo la atenta mirada de Giyuu. Al terminar ésta se lo ajustó y le dió pequeñas palmadas, como si lo planchara con sus propias manos.

-Listo, ¿ves? Estás decente. Ahora sí te ves como el comandante... Qué guapo~ -le susurró dibujándole con sus dedos una sonrisa al oji-azul.

-Gracias, Kocho. -le dijo en voz baja mirándola detenidamente a los ojos.

-Eres hermoso... -le murmuró acariciando sus mejillas. Giyuu no quería responderle por pena, pero su sonrojo lo delató.

Shinobu se paró de puntitas dispuesta a darle un beso al chico pelinegro que instintivamente cerró sus ojos esperando sentir el choque de sus labios. Pero para su sorpresa, abrió sus ojos cuando sintió que Shinobu agarró su ropa del cuello y lo jaló fuertemente hacia ella.

-Escúchame bien, Giyuu Tomioka. -habló con voz amenazante. -Te conozco bien, así que si te encuentras por casualidades de la vida a (T/n) no la trates mal, ella es mi amiga ahora, ¿si?No asustes a mi niña. Mucho hiciste con traerla aquí como esclava. Si ella me dice algo sobre ti te dejaré durmiendo con los perros. Te lo advierto. -le sonrió la chica con dos venas marcadas en la frente.

La cara de Giyuu se distorsionó en una mueca de sorpresa y desagrado. Se esperaba cualquier cosa menos eso. Sabía algo de que Shinobu ahora entabló una amistad con la chica que compró como esclava hace un par de meses pero no pensó darle importancia. Ahora hubiera preferido venderla a cualquier casa de nobles, en vez del palacio.

<<¿Es en serio? Sólo esto me faltaba.>> Pensó el pelinegro.

-No deberías hacer amistad con esa niña... -dijo él pero ella lo acribilló con la mirada, suspiró rendido. -Pero está bien. Siempre y cuando ella me respete.

Shinobu volvió a sonreír brillantemente como una pequeña estrella y abrazó a su esposo.

-¿Te he dicho lo mucho que te amo, amorcito? -dijo dándole besitos cariñosos en la mejilla.

-Sí, Shinobu, también te amo. -susurró suspirando mientras le devolvía el abrazo.

Las únicas dos personas que apreciaban al verdadero Giyuu, y con las que él mismo se sentía seguro en demostrarlo son su hermana y Shinobu.

Aún recuerda el principio difícil que tuvo en su relación con la oji-violeta. Como fue un matrimonio arreglado de la noble familia Kocho por conveniencia, no tuvieron ni tiempo para conocerse antes de la boda. Todo sucedió demaciado rápido y cuando menos se lo esperaban ya estaban siendo unidos en sagrado matrimonio y viviendo juntos. La convivencia fue un dolor de cabeza, Shinobu lo mandaba a dormir a cualquier otra habitación que no fuera la recámara principal.

No obstante, justo por esa razón de estar viviendo juntos y estar obligados a compartir fue que se dieron tiempo para conocerse y flecharse.

Para Giyuu, Shinobu es una pequeña mariposa delicada aparentando ser una abeja arisca. Y para Shinobu, Giyuu es un tarado que en realidad es una masita por dentro.

Cada uno conoció su verdadero yo, por eso se enamoraron.

Como era costumbre, fueron a la habitación del comedor y se sentaron esperando que sus sirvientes trajeran la comida, y a los minutos estuvo lista. Una taza de arroz, sopa de miso y verduras encurtidas acompañadas con tazas de té.

-Provecho, señores. -dijo una sirvienta inclinándose un poco por respeto al poner los platos en la pequeña mesa.

-Muchas gracias, Yuko. Sé que todo está delicioso. -agradeció Shinobu con una sonrisa para después tomar los palillos y comenzar a comer. Acción que imitó Giyuu.

Comieron en silencio, degustando el exquisito desayuno. Aunque Shinobu de vez en cuando era quien le hablaba al chico, y éste la escucha atentamente, abriendo la boca de vez en cuando para responderle.

A los minutos alguien tocó la puerta y pidió permiso para entrar. Cuando se lo concedieron éste se presentó.

-Señorita, Kocho. Le ha llegado una carta. -avisó un sirviente entregándosela en sus manos a la chica.

-Te lo agradezco. -dijo la oji-violeta sonriendo a lo que el sirviente se retiró de la habitación.

Giyuu la miró con curiosidad mientras bebía té.

-¿Una carta? Espero que no tenga que ver con impuestos. -bromeó sarcástico Giyuu y siguió comiendo tranquilamente.

-Lo dudo. El gobernante no es tan intenso. -dijo dando una risita Shinobu y abrió el sobre.

Shinobu abrió el papel comenzando a leer el contenido de la carta calmadamente. Sin embargo, a medida que iba leyendo su sonrisa se desvaneció, y en su lugar su rostro tomó un aura tenso. Giyuu, al notar el cambio de expresión tan repentino de Shinobu le extrañó.

-... ¿Pasa algo? ¿Qué dice la carta? -preguntó alzando una ceja.

Shinobu tragó saliva mientras su corazón se aceleraba tanto que juraría que se le saldría del pecho. Giyuu estaba genuinamente confundido, y no podía decirle la verdad. Al menos aún no.

-Déjame leer. -dijo el oji-azul tratando de agarrar el papel.

-¡No!

Giyuu la miró aún más confundido cuando ella quitó sus manos. Reuniendo fuerza mental suspiró y volvió a sonreír forzadamente, pero disimulando lo mejor que podía para suavizar el momento y engañar a su esposo.

-Es un mensaje del palacio. Quieren que me encargue de un diseño grande para el cuidado del jardín, no es nada importante. -explicó con la primera excusa que pensó.

Giyuu abrió su boca estando un poco sorprendido, aunque algo le decía que no era la razón de la anterior actitud de Shinobu. Pero decidió dejarlo pasar.

-¿Segura que no pasa nada?

-Sí, sí, estoy bien. No te preocupes. Sólo me tomó desprevenida esto, es todo. Sabes que yo puedo con estas cosas, soy prácticamente la jardinera real. -amplió un poco su sonrisa.

Giyuu la miró con un poco de desconfianza, siendo notado por Shinobu.

-¡Vamos, come rápido! ¡La comida se enfría y debes irte! -exclamó buscando que él olvidara ese asunto.

-Está bien, está bien. Tampoco quieras que me atragante. -rodó los ojos y siguió comiendo.

Shinobu le acarició el hombro sonriendo, y luego siguió con su comida. Pero ahora era incapaz de seguir disfrutando la compañía de su esposo y el rico desayuno.

No podía simplemente olvidar las palabras de esa carta.

Él iba a volver al país otra vez, y ella no lo quiere ver ni en pintura.

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Los dos caballos corrían a toda velocidad, recorrieron el sendero del bosque hasta la calle principal donde se aproximaban a la puerta principal del palacio. Los caballos pura sangre que utilizan la realeza o incluso soldados son bien cuidados para que sean fuertes. Por lo que ambos corceles son igual de rápidos e iban casi a la par. En un instante Urogi logró ir a la delantera, sin embargo, Zohakuten sabía perfectamente una técnica para hacer que su caballo aumentara la velocidad de su galope.

El menor movió las manos hacia adelante, jalando la cabezada (correa del caballo), a la vez que empujaba las piernas para indicarle al caballo que extendiera su zancada en el trote, lo cual el animal acató de inmediato. Urogi abrió su boca totalmente sorprendido pero no se quedó atrás.

Algunas personas en la calle se quitaron asustadas, otras literalmente se tiraron a un lado antes de que fueran atropelladas por los veloces animales.

Eventualmente Zohakuten llegó de primero a la puerta principal y detuvo su caballo con un chasquido. Urogi llegó a los segundos imitando la acción.

-¡No es justo! ¡Tú comenzaste a correr antes que yo me montara a mi caballo! -se quejó el oji-amarillo.

-Pero si íbamos a la par hace unos minutos. Que tú no sepas manejar a tu caballo es diferente. -dijo Zohakuten mirándolo con desdén. -Yo siempre gano. -aseguró con aires de orgullo.

Los soldados custodios se encargaron de abrir las puertas para permitirle el paso a los dos príncipes. En cuanto las puertas fueron abiertas ellos pasaron junto a sus caballos en un trote suave.

Y alguien más les dió la bienvenida, su hermano de ojos rojos. Parecía esperarlos y como siempre, no se veía de buen humor.

-Hola, Seki~ es muy temprano para que tengas cara de culo, ¿no crees? -bromeó Urogi entre risas.

-¿En serio una carrera? Ustedes no tienen nada bueno que hacer. -dijo Sekido cruzado de brazos y luego miró a Zohakuten. -Pensé que estabas más juicioso, ¿no?

-No hice nada malo, Sekido. Quería dejarle en claro a Urogi que no me puede ganar, nada más. -le contestó tranquilo el menor para acto seguido bajar del caballo. -Aparte, fuimos a cazar.

-Quirii dijirli cliri i Irigi. -murmuró burlándose el oji-amarillo mientras también bajaba del lomo del animal.

-Nada bueno hacen. Agh. -chocó la palma de su mano contra su frente. -Como sea. Zohakuten, padre quiere hablar con nosotros.

-¿Conmigo también? -exclamó Urogi sonriendo.

-Tú no, sólo me mencionó a mí y a Zohakuten. Largo.

Urogi hizo un puchero sintiéndose indignado y pasó caminando al lado de sus dos hermanos sin voltear a verlos.

-Como si me importara. Iré a darme un buen baño. -dijo en voz alta para que lo escucharan y estiró sus brazos. -¡Oye, tú! Hazte cargo de mi caballo, ahora. -le ordenó a un sirviente para que guardara al animal en el establo.

El sirviente, quien llevaba unas telas para lavar, paró de caminar y lo miró algo desconcertado.

-Pero Alteza, yo no atiendo el estab-

-¿Te pregunté? -le preguntó Urogi acercándose, a lo que el chico negó rápido. -Perfecto, ahora sé obediente y haz lo que te ordené, ¿si, bonito? -dijo sonriente mientras le daba unas palmadas a una mejilla del sonrojado muchacho antes de retirarse tranquilamente.

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A Shinobu le estaba costando más de lo normal disimular una sonrisa. Si no se controlaba no sólo terminaría siendo delatada por una sonrisa que parece más una mueca falsa, sino también por el humo saliendo de sus orejas por la rabia que se había apoderado de sus emociones.

Le cuesta creer que ese maldito volverá sólo para joderle la vida justo cuando todo marcha perfecto.

En definitiva esa carta sólo había llegado a ella como una burla.

La mañana se le había echado a perder y de la peor forma posible. Después de lo sucedido en su hogar Giyuu terminó de desayunar y se despidió de ella. Al quedar sola Shinobu quemó la carta, necesitaba deshacerse de eso cuanto antes. Pero sabía muy bien que quemando un pedazo de papel no taparía el sol con un dedo.

Había salido de su casa para regresar al palacio. Realmente no era necesario que fuera ese día, todo ese tiempo estaba libre a menos que la llamaran. Sin embargo, con lo sucedido quería distraerse con algo o se volvería loca. Caminaba por unos pasillos cerca del jardín del palacio. Sus pasos fuertes resonaban en el suelo de lo enojada que estaba.

Pronto alguien al verla pasar por un pasillo corrió hacia ella.

-¡Shinobu-san! Pensé que hoy no estaría aquí. -exclamó una voz a lo lejos.

Shinobu vio a (T/n) correr sonriente hacia ella, rápidamente cambió su cara a una más suave y tranquila, al menos quería aparentarlo.

-(T/n)-chan, qué gusto verte. Hace un tiempo no te veía. -dijo con tranquilidad dándole un abrazo. -Vine porque tengo unas cosas que hacer. -mintió.

-¡Me alegra mucho, hay cosas que tengo que contarte!

-¿En serio? -dijo con sorpresa. -Ven. -tomó su mano. -Vamos a sentarnos y me contarás todo.

Ambas se sentaron en un banco dentro de un salón. (T/n) le contaba sobre que la misma emperatriz quiso que le hiciera un regalo a uno de sus hijos al ver sus habilidades en el tallado de madera gracias a la peli-rosada y otras cosas más.

-No se si seas muy afortunada o desafortunada. Pero de lo que estoy segura es que tan mala suerte no tienes. -comentó Shinobu.

-¿Tú crees? -murmuró (T/n) mirando hacia sus pies. Shinobu asintió.

-La emperatriz tiene una actitud muy dura, pero suave a la vez. Después de todo es la esposa de nuestro rey. Estoy segura que si le agradaste es por una buena razón. -dijo sincera. -A las mujeres no nos tienen tan útiles como a los hombres. Por eso es que en estas clases de oportunidades, aunque sean muy mínimas te hace valiosa.

(T/n) la miró por unos cortos segundos y volvió a poner su vista en sus pies.

-Si tú lo dices tienes razón. Con el tiempo que ha pasado me he acostumbrado bastante, pensé que nunca lo haría... Pero aún así, no es algo que quería. Te soy sincera me arrepiento bastante de no haber valorado lo suficiente mi vida antes de llegar a la capital. -dijo mientras exhalaba aire lentamente.

Shinobu sonrió esta vez sin fingir y de manera comprensiva le acarició el cabello como si lo estuviera peinando.

-No valoramos lo más preciado hasta que lo perdemos, es un viejo refrán cierto.

-Shinobu-san. -la llamó y la chica le hizo una seña de que continuara. -Tú... ¿Te haz arrepentido de algo en el pasado?

Ese comentario le hizo recordar de golpe otra vez lo de la mañana a Shinobu. Por unos minutos agradables se le había ido de la mente. Sus labios se fruncieron en seguida y bajó la mirada al suelo.

-No, nunca me ha pasado algo así. -dijo en un tono un poco bajo.

Shinobu estaba actuando extraño, y (T/n) pudo percibirlo después de unos minutos de estar hablando con ella.

Eso le recordaba a alguien.

Tanjiro tiene un excelente desarrollo del sentido del olfato. Recuerda que él siempre podía darse cuenta de sus emociones aún cuando ella aparentaba otra emoción. Y si bien, (T/n) no tendrá un olfato como él, el pelirrojo una vez le explicó señales de que una persona está fingiendo.

-¿Pasa algo? -se animó a preguntar. -Te noto preocupada.

La sonrisa de Shinobu perdió su forma por unos segundos. No esperaba que ella se diera cuenta, luego volvió a sonreír.

-Claro que sí, ¿por qué no lo estaría? -dijo tranquila.

-Sólo preguntaba. -dijo haciendo un ademán con sus manos en señal de no importancia.

-No tienes de qué preocuparte. Estoy muy bien. Nada podría molestarme. -dijo buscando una manera de convencerla.

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Pese a que siguió hablando con la chica pelinegra con mechones morados, ésta al final le dijo que tenía que hacer un asunto primordial. Por lo que se despidió sin dar muchas vueltas. (T/n) no pensó mal de esto, Shinobu es una chica trabajadora, y le creyó que está bien aún con la actitud de ésta desde que la vio. Pero decidió ignorar esto. No debía ser nada malo.

Iba caminando tranquila llegando al área del harén mientras pensaba en Shinobu.

<<Qué será lo que le preocupa tanto a Shinobu-san?>> Pensó dando un pequeño suspiro. <<Espero que no sea nada malo.>>

Inesperadamente alguien la agarró del brazo y la atrajo a un rincón detrás de una pared. Al ver su rostro se le fue la respiración por segundos del susto.

-¡Déjeme en paz! -exclamó tratando de soltarse.

-Calma, calma . No te haré nada... -hizo una pausa alzando sus manos en señal de paz. -Por ahora. -sonrió mostrando sus dientes.

(T/n) lo miró alzando una ceja y se soltó del agarre a la fuerza.

-No me vas a volver a dar una patada, ¿o sí? -bromeó acorralándola contra una pared.

(T/n) abrió sus ojos sorprendida. Eso era justo lo que tenía planeado hacer, pero se retracto al último segundo. Aunque todavía no era un mal momento para hacerlo.

-Hablo en serio, justo ahora no tengo ganas de hacer nada. -la soltó alzando levemente sus brazos.

Obviamente no iba a confiar en él ni a creerle, pero se notaba bastante tranquilo y sin tener otras intenciones en ese momento. Lo cual agradecía y funcionó para que por lo menos (T/n) relajara la tensión en su cuerpo.

-No quiero que me mires así. -su mano viajó a su mejilla donde la acarició acercando un poco su rostro. -Pensé que te había gustado lo que hicimos.

-¡¿Por qué me gustaría algo tan desagradable?! -atacó sin paciencia. -Desde un principio me negué.

-Pero, ¿por qué te haces tanto la difícil? -dijo recostándose a una pared. -¿Hay algo de malo en mí?... -entrecerró sus ojos. -¿O acaso te gusta más mi odioso hermano?

-¡No me gusta ninguno! ¡Lo he tratado de explicar! -exclamó molesta empujando su pecho aunque no funcionó mucho.

Karaku hizo un puchero, quería gustarle de alguna manera. Pero no iba a negarse que entre más ella lo rechazara era un motivo más para obsecionarse más con ella.

-¿Te gustó mi pequeño regalo? -le guiñó el ojo.

(T/n) frunció levemente su ceño. Había olvidado ese pequeño detalle. Ahora hubiera sido la oportunidad perfecta para tener el kimono en sus manos y estrellarlo en su cara. Eso hubiera sido satisfactorio.

-Eso horrible. -mintió. Obviamente el kimono es hermoso, pero no lo admitiría.

Pensó que con ese comentario lo enojaría, pero sorpresivamente no fue así.

-Ah... ¿Así que no te gusta? No hay problema. ¡Te conseguiré otro mucho mejor! -dijo calmado y sin borrar su sonrisa. -Dime si quieres alguno. Podría encontrar el indicado para ti en menos de cinco minutos. -le susurró tomándola por la cintura.

-¡No quier-!

En un movimiento repentino que no vio llegar Karaku estrelló sus labios contra los de ella a la vez que apretaba el agarre en el cuerpo. Pelear contra su fuerza era ridículo así que (T/n) se quedó estática. Karaku no perdió un segundo en meter su lengua y darse un rápido saboreo mientras apretaba y acariciaba su cintura.

Esta vez el beso fue corto por lo que se separó sin mencionar el fino hilo de saliva que quedó entre ambos.

-Lastimosamente tengo algo importante que hacer ahora. -dijo mientras agarraba el rostro de (T/n) con sus dos manos y me daba un beso rápido. -Siento irme rápido. Pero te prometo que pronto volveré.

Sin decir nada más el oji-verde se fue de ahí caminando tranquilamente y dejando a una (T/n) impactada.

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Dentro de las habitaciones reales hay pequeñas bañeras, guardan el agua tibia a una temperatura agradable para cuando alguien de la realeza desea tomarse un baño. Las aguas aromáticas con pétalos de flores, el vapor y la calma del ambiente brindan una sensación relajante. Perfecto como a el de orbes amarillos le encanta.

Tal como lo había pensado por la tarde decidió darse un baño. Su cabello estaba amarrado es una coleta para cuidar de él en el agua. Mantenía sus ojos cerrados, recostado en una esquina de la bañera. Antes de sumergirse en el agua se había puesto una crema hidratante para cuidar bien de su piel. Estiró sus brazos cuando sintió que sus músculos comenzaban a dormirse mientras dejaba salir un jadeo de satisfacción y curvaba sus labios en una pequeña sonrisa.

Sin embargo, su confort le fue abruptamente interrumpido cuando escuchó golpes en la puerta y la voz de su sirviente pidiendo permiso para entrar.

-Entra. -respondió con voz serena sin abrir los ojos.

El hombre caminó con pasos rápidos. Dio una reverencia al llegar hacia su amo sin despegar la mirada del suelo en ningún momento.

-Estuve investigando tal como me lo pidió, Alteza.

Cierto, como había quedado con la duda de quién era el artesano de la preciosidad de palomas talladas quiso claramente preguntarle por curiosidad a su madre, pero ella se encontraba ocupada y no le atendió. Así que tuvo que buscar otros métodos.

-¿Y? -preguntó acomodando tranquilamente un mechón de su cabello.

El sirviente hizo una pausa de segundos, pensando en la respuesta que le daría a su amor y cómo lo tomaría.

-Es una... chica... del harén.

Los ojos de Urogi se abrieron en ese momento. Juró que había escuchado mal y debía lavarse los oídos. Dirigió su mirada al hombre alzando una ceja.

-Creo que no te escuché bien, repite nuevamente.

-Que la persona que talló es una chica del harén, Alteza. -volvió a repetir sin problema.

El ceño de Urogi se frunció más para acto seguido soltar una sonora carcajada.

-Tienes que estar tomándome el pelo. ¿Cómo que una mujer? ¿Y del harén? Esas no saben nada de esa clase de artesanías... Es decir, sé que si saben de arte pero no eso. Imposible. -decía entre risas mientras acomodaba su cabello.

-Disculpe, pero así es. Eso investigué. -aseguró el hombre.

El oji-amarillo se quedó callado un momento, siguiendo totalmente incrédulo. Se había criado desde niño con un pensamiento algo diferente de las mujeres.

-¿Quiere que la busque? Usted sólo dígame.

Éste agarró una copa de una mesita al lado y se sirvió vino. Luego de beberlo volvió a dejar la copa en su lugar y respondió.

-No. No, ya no me interesa. Olvídalo. -respondió Urogi tomando otro sorbo de su vino.

Su sirviente entendió su desición y luego de inclinarse ante él para salir de la habitación Urogi pensó bien lo que haría. No le terminaba de convencer eso pero ahora sentía más curiosidad que antes.

-¡No, espera! -lo llamó a lo que el sirviente lo volteó a ver. -Cambié de opinión. Tráela mañana.

ESTOY VIVAAA

¿Me extrañaron a mí o a la historia? :D (ya sé, a ninguna *cry*)

¿Les gustó el mini maratón de caps?

Las partes que hice "Temporada 1 y Temporada 2" son prácticamente trailers. Lo vi en una historia y lo quise hacer, se ve bonito jeje.

Estuve dos pinches meses sin actualizar. Nunca había estado tan bloqueada de ideas. Pero lo gracioso es que lo que no hice en dos meses lo hice en una semana y media XD

Por cierto, ¿recuerdan lo de ponerle nombre a rayita? Estuve a punto de hacerlo pero me dio weba xd

¿Ustedes qué creen que le pasará a Shinobu? ¿Por qué reaccionó así al leer la carta? ¿A quién se refiere?

Discúlpenme si sienten que la trama avanza lento y ya se quieren coger a todos los hermanos xd Quiero darle protagonismo y desarrollo a algunos personajes secundarios, aunque sea un poco para que no estén de adorno nomás cuando aparece rayita.

Eso es todo, vayan a leer el cap 19. Disfruten.

Bye ❤️

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