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影 | Kage.

          En la tarde de su noveno cumpleaños, Takahashi Shūto y su abuelita, Ishikawa Sukoshi, se adentraron al singularísimo bosque Kiseki, ubicado al límite del pintoresco pueblo Kanazawa, con la mera intención de, por tal fecha importante, llevar a cabo una pequeña merienda en un lugar muy, muy especial, al que solo la abuela Sukoshi sabía llegar.

Aquella señora bajita y regordeta, simpática y cariñosa, de cabellos blancos recogidos en un moño perenne y de ojos extraordinariamente agrandados por sus caricaturescos lentes, que poco le servían en realidad, pero que por costumbre los llevaba aun así, era la única familia que le quedaba. Hace dos años, aproximadamente, y debido a una extraña enfermedad que diezmó a la población de Kanazawa, sus padres fallecieron y quedó al cuidado de su huraña abuelita, que vivía en una minúscula casa de arcilla alejada del pueblo y cercana al umbroso bosque Kiseki. En Kanazawa la consideraban una "ancianita loca", pero Shūto sabía que su abuelita era la mejor del mundo, y era, sin duda alguna, la mejor contando historias.

Siempre tenía un precioso cuento para compartirle, y cada uno de ellos le llegaba al corazón. Y aquel día, aquel día tan importante, la abuela Sukoshi estaba por contarle la mejor de sus historias.

―Mi niña, ¿sabes por qué te he traído aquí? ―le preguntó su abuelita, tomándola cariñosamente del brazo.

―Vamos a celebrar aquí mi cumpleaños ―le respondió entre cándidas sonrisas.

―Efectivamente, eso haremos ―dijo aquella―. Pero también te he traído a conocer un lugar muy especial, y a contarte una historia, también muy especial, que luego tú te encargarás de contársela a tus hijos, y tus hijos a sus hijos, y los hijos de ellos a sus hijos.

―Oh... ―se limitó a decir la pequeña, sin saber cómo responder a eso.

Así, sorteando los inmensos árboles amontonados y evitando tropezarse con las piedras y las ramas esparcidas por doquier, Shūto y su abuelita llegaron a un espléndido claro en el que se encontraron una laguna con forma de lágrima, con aguas tan diáfanas que, al asomarse uno en la orilla, fácilmente podía verse el fondo, poco profundo.

― ¡Abuelita! ―exclamó Shūto, boquiabierta ante la increíble belleza de aquel paraíso oculto―. Qué precioso lugar, ¿aquí nos quedaremos?

―Sí, mi niña, aquí nos quedaremos. ¿Te agrada este lugar?

― ¡Me fascina! ―aseguró, efusiva.

―Oh, qué bueno, qué bueno. ¿Te gustaría saber la historia de este lugar?

― ¿La historia...? ―musitó confundida, sentándose sobre un musgoso tronco tumbado cerca de la laguna, dedicándole toda su atención a su querida abuela.

― ¡Claro!, no creerás que esta laguna estuvo aquí siempre, ¿verdad?

―Bueno... ―comenzó a decir la pequeña, pero pronto fue interrumpida.

― ¡Ven, cariño!, acércate, acércate. Déjame contarte la historia, y presta mucha atención ―La abuelita Sukoshi se sentó a orillas del agua, y cuando por fin notó a su nieta tomando asiento junto a ella, le tomó de la mano y comenzó su relato―: Tu tía-tatarabuela, Hatori Hikari, llegó a este lugar hace muchos, muchos años... Por aquel tiempo, el mundo estaba pasando por un muy mal momento: muchas guerras, enfermedades, muchas muertes, y todo estaba de cabeza.

― ¿De cabeza? ―preguntó la niña.

―Sí, de cabeza ―afirmó la ancianita―. Todo estaba de cabeza, las cosas iban muy mal, y los padres de tu tía-tatarabuela decidieron venderla para poder abastecer su alacena, pero a Hikari esto no le gustó, por lo que un día antes del trueque se escapó de la casa, corrió lo más rápido que pudo y se internó al tenebroso Kiseki, corrió y corrió hasta que cayó abatida en algún oscuro lugar de este bosque.

» Su vestidito estaba todo roto, y sus rodillas estaban todas raspadas. Le rugía el estómago por el hambre y le castañeteaban los dientes por el frío. Estaba tan sola y tan afligida que se puso a llorar, y lloró por un buen rato; lloró hasta que escuchó que alguien se aproximaba, y supo que alguien se acercaba por el crujir de las ramas y las hojas secas que cubrían el suelo.

» ¿Serán sus padres?, ¿serán acaso los señores a los que la vendieron? Hikari se asustó mucho y solo alcanzó a cerrar los ojos, como si así pudiera volverse invisible. Aguardó unos minutos, lista para gritar y patalear si alguien se atrevía a llevársela, pero al darse cuenta que nada pasaba, que ni venían a ella ni la llamaban, abrió los ojos para inspeccionar su alrededor, y allí lo conoció.

» Una sombra pequeñita con unos ojos brillantes le observaba escondida detrás de un árbol. Al verla, Hikari se asustó y se echó para atrás dando un fuerte grito, haciendo con esto que la criatura se ocultara. La pobrecilla estaba por echarse a llorar otra vez cuando la criaturita se volvió a asomar, y cuando aquella sombra vio a la niña tan triste y tan asustada, decidió cambiar de forma y se convirtió en un niño, como ella.

» Así, la niña ya no tuvo miedo, y la criatura se pudo acercar lo suficiente como para alcanzarla. Aquel, dándole palmaditas en la cabeza y curándole las heridas, se encargó de cuidarla, y ella, encariñándose con él, le llamo «Kage».

― ¿Sombra? ―murmuró Shūto.

―Precisamente. Aquella criatura cuidó de Hikari y la trajo a este lugar, que era su hogar, y aquí Hikari vivió feliz hasta que enfermó, y tuvo entonces que partir de este mundo al Más Allá.

» Oh, Kage entristeció mucho; fueron sus lágrimas las que formaron esta laguna. Y fue tal el cariño que le tuvo a esa desamparada niña, que el espíritu de Hikari regresó a este mundo en forma de pez, el pez que ahora nada en esta laguna, y que por las noches vuelve a ser Hikari para reencontrarse con su viejo amigo, Kage.

» El amor hace cosas maravillosas, querida ―le dijo su abuelita―. Aunque las personas que amas partan de este mundo al siguiente, debes saber que mientras haya amor, y los recuerdes, ellos siempre volverán a ti.

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