Capítulo uno
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Colocó sus zapatos a su lado, se quitó el suéter y miró abajo. Allí estaba la enorme cuidad que tanto le atormentaba. ¿En serio iba a terminar con todo? ¿Sentiría dolor?
La verdad era que sólo estaba alargando las cosas, esperando a que alguien llegara y lo salvara de su muerte.
Y eso hizo; esperó 5, 10 y 15 minutos. Ya se había cansado, ya no quería estar ahí. Se rendiría, no importa nada.
¿Y qué si muere? No tiene amigos, su familia lo odia, tiene miles de deudas y apenas puede llegar a fin de mes con sólo comer un onigiri al día.
Es suficiente.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos, amenazando con salir. No las detuvo, era tonto hacerlo ahora.
Temblando alzó un pie y lo puso en el borde de la barandilla. Se agarró para subirse apropiadamente y depronto, estaba del otro lado de la barda, al borde del edificio. Un paso y ya no estaría vivo.
“Bien. Sólo tengo que soltarme”
Empezó a temblar. Tenía mucho, mucho miedo. Se preguntó que había echo en toda su vida para llegar hasta este momento. ¿Al menos había sido buena persona? La única cosa buena que había echo era alimentar a un gato de la calle, que además había muerto frente a él por un tonto conductor ebrio.
Su vista se nubló por las lágrimas. Se resignó y puso un pie en la nada. Aún no se atrevía a soltar su agarre de la barda.
Sintió el vacío bajo la planta del pie. ¿Así sería volar?
Se fue soltando lentamente de una mano, y luego de la otra. Ya sólo tenía un pie en la tierra. Moriría.
Tomó un respiro, y relajó sus músculos. Fue ahí que se dejó caer.
Pero una mano grande lo tomó de su muñeca. Estaba con todo su cuerpo fuera del edificio, con un extraño sosteniéndole y aferrándolo a la vida.
— ¿¡Qué carajo!? — gritó ese desconocido, enojado.
Lo tomó por su antebrazo con su mano libre y lo arrastró hacia dentro de la barandilla, haciendo que los dos cayeran al suelo.
— ¿¡Eres jodidamente idiota o algo así, extra!? ¿¡Estás mal de la cabeza!? — bueno, eso no está muy lejos de la realidad.
Kanashimi se relamió los labios, intentando procesar la situación. ¿Alguien lo había salvado? Ugh, ahora tendría que pasar por el mismo proceso de auto-convencimiento para suicidarse.
Apretó sus manos y frunció el ceño. Miró mal a ese chico y se mordió el labio.
Enojado y en un ataque de adrenalina por su fallido intento de matarse, se levantó del piso y corrió hacia la baranda, subiéndose rápidamente, pero sin lograr pasar al otro lado.
El rubio desconocido frunció aún más el ceño, si eso era posible, y fue tras él.
A nada de que Sumū se dejara caer, el extraño logró tomarlo de nuevo de la muñeca, más fuerte que antes. Definitivamente ese chico hacía mucho ejercicio.
— La vida es jodidamente especial cómo para perderla. Ya bájate de ahí, idiota.
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