❪敵❫ 01. freastal
CAPÍTULO UNO ──── 役立つ
"Encuentro"
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—Usted es uno de esos perros rastreros al servicio de Abijah Fowler, ¿no es así?
El instinto de supervivencia, agudizado por el peligro inminente, hizo que sus manos se alzaran en señal de rendición cuando el frío filo de una katana rozó su cuello. El samurái, que sostenía el arma con firmeza, se quitó sus lentes con una mano mientras que, con la otra, no dejó de apuntarle en ningún momento. Aquel hombre, a quien Kōzaki había visto solo tres veces —siendo este encuentro el tercero—, le preguntó con un tono que no dejaba lugar a dudas sobre su imponencia y autoridad.
—¿Qué es lo que sabe de Abijah Fowler?
La primera ocasión que lo vió, el meollo del asunto empezó un día cualquiera. Kōzaki fue a almorzar junto a los cocineros en las plantas bajas del castillo, entonces, se le acercó uno de los súbditos de confianza que servía otro tipo que se escondía como una rata allí junto con Abijah Fowler: Heiji Shindo. Este le encomendó la misión importante de traer a una persona —en su opinión, era de pasos torcidos— que merodeaba por las rutas nevadas de Japón.
Kōzaki desconocía al sospechoso directamente y carecía de información adicional. Sin embargo, dos hechos fundamentales guiaban su travesía: el primero, que su objetivo era un traficante de personas, especializado en adquirir las hijas no deseadas de las familias aldeanas o tomándolas por la fuerza; y el segundo, que su nombre era Hachiman.
Nadie en su entorno laboral comprendía por qué Heiji enviaría a un hombre mudo y con discapacidad visual a una misión tan delicada en pleno invierno. Se murmuraba que él era el más cualificado, quizás, de todos para pasar desapercibido. No obstante, con su mente ya enfocada en su cometido, Kōzaki emprendió su viaje a pie, enfrentando el paisaje nevado y el clima tormentoso. Abandonó el castillo del hombre blanco, llevando consigo un mapa improvisado que Shindo le había proporcionado, delineado con la tinta más oscura que existía para facilitar su orientación.
Su tarea consistía en entregar un mensaje y escoltar a Hachiman hasta la residencia de Fowler, lo cual sería sencillo si él acataba las instrucciones. Sin embargo, personas como Hachiman eran tercas y de mal carácter.
—Entonces es cierto que Heiji enviaría a un perro tonto, casi ciego —rió Hachiman cuando Kōzaki lo encontró cerca de un puente—. Hemos estado esperando bastante tiempo, estas mocosas necesitan comer. —Agarró a una de las chicas que lo acompañaba por el brazo y la empujó hacia adelante.
Kōzaki no se inmutó ante el insulto ni ante sus acciones. Que lo llamaran "perro" era tan natural como portar otros apodos despectivos, confirmando que, para completar su deshonra, su boca no podía pronunciar palabra alguna. Ser mudo y de visión reducida era considerado un mal augurio en muchas familias, aunque para Kōzaki resultaba más una ventaja.
Con la gruesa rama de un tronco, que le servía de bastón, abrió el camino hasta llegar a una oscura y sombría taberna soba. En el interior, solo unos pocos hombres charlaban y bebían. Realizaron su pedido y, tras un breve lapso, Hachiman solicitó más comida.
Todo aconteció con celeridad para Kōzaki. El joven sin manos, que servía a Hachiman, accidentalmente derramó la soba sobre él cuando una de las chicas luchó contra la mano del señor. Inmediatamente, el padre del muchacho se disculpó apresurado y reprendió a su hijo para que limpiara el desastre. Kōzaki contempló cómo los eventos se desarrollaban con vertiginosa rapidez. Hachiman, bruto y problemático, sacó una pistola de aspecto amenazante, cuya forma era desconocida para Kōzaki; con toda probabilidad, era de origen occidental.
Antes de que Hachiman pudiera actuar, un cliente se levantó de su asiento, moviendo la mesa ruidosamente. La atmósfera en la habitación se cargó de tensión mientras discutían verbalmente. El samurái, que captó la atención de todos, se quitó los lentes polarizados que cubrían su rostro hasta ese momento, revelando unos intensos ojos azules.
En aquel instante, Kōzaki se sumió en profundas cavilaciones acerca de la verdadera identidad y los oscuros propósitos de aquel hombre.
Poco tiempo transcurrió antes de que el destino los volviera a cruzar. Tras el infortunado encuentro con Hachiman, Heiji dispuso que Kōzaki, escoltada por otro servidor, emprendiera la búsqueda y entrega de un mensaje vital para un samurái. Al hallarlo, no estaba solo. A su lado se encontraba el joven manco, cuyo nombre parecía ser Ringo, y un tercer samurái con la coronilla rapada, indicio de su pertenencia al Shindō Ryū, discernible por su yukata.
El samurái del Shindō Ryū proclamó que todo aquello no era más que una trampa. No era posible que un enemigo extendiera una invitación amistosa para una ceremonia del té; no obstante, tal era el método característico de Heiji Shindo para suavizar las tensiones, aunque esta vez la estrategia había fracasado, pues el presente escenario auguraba desgracia: una katana rozando su cuello.
—Maestro —Ringo se dirigió lentamente al samurái, su voz temblando levemente con la inclemencia del frío—, creo que es mudo.
El samurái, un hombre de porte imponente y mirada azul penetrante, meditó la información, escudriñando a Kōzaki de arriba abajo. Sus ojos, acostumbrados a discernir la verdad en medio del engaño, parecían querer atravesar la venda que resguardaba los de Kōzaki de la luz del sol.
—He oído a Heiji Shindo mencionar algo al respecto —dijo el samurái tras un prolongado silencio—. Pero con él, nunca se sabe.
Ringo se aventuró a preguntar—: ¿Y qué haremos?
El samurái frunció el ceño.
—Lo mataré si no puede revelarnos nada.
Ringo, con la vista fija en la persona que yacía inconsciente en el suelo, volvió su mirada a Kōzaki. Éste era un hombre algo más alto que él, de cabello negro, ojos vendados y privado del don de la palabra; parecía indefenso, un náufrago en medio de la nieve que los rodeaba.
—Maestro —insistió Ringo con un tono de súplica en su voz—, él no puede hacer mucho, ni siquiera pedir ayuda. Tal vez nadie venga por él.
El samurái, aunque todavía escéptico, finalmente cedió. Con un suspiro resignado, guardó su katana en la funda que colgaba de su cintura.
—Entiende, Ringo —dijo, con una mezcla de cansancio y resignación—, no vamos a llevarlo con nosotros. Que se quede aquí.
Kōzaki contuvo la respiración mientras el samurái, con una elegancia austera, montaba su corcel, seguido de su joven aprendiz. Con manos expertas, ató las riendas de los demás caballos, preparándolos para la partida. El viento invernal aulló a su alrededor, levantando remolinos de nieve que danzaban bajo el cielo plomizo. Una vez que los jinetes se adentraron en la distancia, con su silueta desvaneciéndose en el horizonte, el samurái le lanzó una última mirada inquisitiva. Solo entonces Kōzaki se permitió un suspiro de alivio, sintiendo que la fortuna le había sonreído.
El paisaje era desolado, una vasta extensión de blanco inmaculado interrumpido únicamente por las sombras de los árboles desnudos y el crujido de la nieve bajo sus pies. Kōzaki caminó por los alrededores, sus pasos dejaron huellas efímeras en la nieve. Ella se detuvo a observar al otro acompañante que el samurái había dejado atrás, un hombre solitario envuelto en la fría indiferencia del invierno, portador de un mensaje.
En la mente de Kōzaki daba vueltas la pregunta del samurái. ¿Por qué tenía tanto interés en Abijah Fowler? Ella no realizaba gran cosa, solo trabajos de limpieza en las habitaciones, en los pasillos y demás. De vez en cuando era la encargada de arreglar el desorden que provocaba el irlandés que vivía encerrado allí, pero eso sucedía en pocas ocasiones. Kōzaki normalmente siempre evitaba a toda costa involucrarse en las fechorías de su señor y prefería trabajar como un servidor ejemplar, de esa manera, nadie en ese lugar de mala muerte tenía motivos para quejarse de su comportamiento.
El tiempo le apremió y sus pensamientos volvían una y otra vez al castillo del irlandés, un lugar de poder y peligro. No podía permitirse distracciones. Con una determinación renovada, tiró el bastón junto al hombre caído y sus pasos se encaminaron en busca de su caballo, que nunca dejaba junto a los demás.
Después de haber vendido su caballo por una suma considerable, Kōzaki deambuló por las callejuelas adoquinadas del bullicioso pueblo portuario. Los barcos de pesca se acercaban al muelle con su carga diaria mientras el sol, en su lento descenso, tejía una cortina dorada que separaba el mar del cielo.
Ignorando las miradas de los aldeanos curiosos, Kōzaki se tomó un momento para inhalar profundamente el aire salino y saturado de olor a pescado. Retuvo el aliento durante unos instantes, permitiendo que el suspiro largo que siguió renovara su fuerza para continuar hacia su destino: la entrada al barrio rojo del distrito.
El lugar rebosaba de actividad más allá de lo habitual, obligándola a abrirse paso con reluctancia entre hombres que, ya fuera que estuvieran ebrios o sobrios, se movían de un lado a otro sin prestar atención. Tras sortear varios burdeles, finalmente llegó al que buscaba: el establecimiento regentado por una Oiran que había conocido años atrás, Madame Kaji. Kōzaki empujó la puerta corrediza y la cerró tras de sí; el estruendo resonó en el aire, haciendo que el hombre de guardia en la entrada se incorporara precipitadamente, con una botella de licor aún en las manos. Por el rubor en sus mejillas, Kōzaki dedujo sin dificultad que estaba completamente borracho.
—Kōzaki, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos visitaste —saludó el hombre con una sonrisa al reconocer de inmediato a la recién llegada.
Kōzaki carraspeó con solemnidad y, con gesto serio, bajó la venda que ocultaba parte de su rostro, revelando una mirada severa.
—Si Madame Kaji descubre que ha reincidido en su consumo, lo expulsará de inmediato —advirtió con firmeza Kōzaki. Con un movimiento ágil, desenfundó su ninjato desde debajo de la capa que lo protegía del frío y partió en dos la botella de licor que el tipo sostenía, provocando que se esparcieran los cristales y el líquido sobre el tatami.
Retrocedió junto al hombre para evitar ser salpicado por los restos.
—No era necesario actuar así —protestó al notar que ya no tenía más alcohol para consumir y tendría que limpiar el desorden—. Llamaré a una de las chicas para ayudarme con esto.
—Agradezco la oferta, pero preferiría saber si Madame Kaji puede recibirme. —replicó Kōzaki con franqueza, guardando de nuevo su ninjato bajo la capa negra.
—Madame Kaji está ocupada, pero le informaré de su presencia —respondió el hombre, indicando con un gesto hacia el fondo del pasillo que conducía a las habitaciones—. Ya sabe dónde encontrarla; enviaré a alguien para acompañarlo.
Asintiendo con la cabeza, Kōzaki se giró hacia el pasillo antes de dirigirse una última vez al hombre.
—No olvide limpiar este desastre adecuadamente.
Aunque dudaba que el incidente hiciera que el hombre reconsiderara su comportamiento al recibir a los clientes en el burdel, Kōzaki entendía la importancia de la profesionalidad en cualquier ámbito laboral, incluso en uno que él no consideraba particularmente honorable. Sin más palabras, se encaminó hacia la habitación que Madame Kaji reservaba siempre para él cuando visitaba la posada.
—Joven Ryo Kōzaki, ¿O debería decir Yōhei? Qué sorpresa encontrarle aquí —fue recibida al llegar.
Kōzaki se detuvo al oír la voz de una de las trabajadoras de Kaji llamándola desde atrás. Giró lentamente medio cuerpo y señaló a la mujer con un gesto imperioso del dedo índice.
—Ise, ¿no deberías estar ocupada? —inquirió con voz serena a la prostituta.
Ise respondió con una sonrisa y un encogimiento de hombros, avanzando con parsimonia hacia Kōzaki. —Me han enviado para hacerte compañía, Kōzaki. No es algo que desee especialmente.
Kōzaki resopló ante las palabras de Ise. Aunque a veces resultaba complicado tratar con ella, reconocía su utilidad cuando se lo proponía. Ise señaló en silencio la habitación donde Yōhei se alojaba.
—Vamos —dijo, tomando suavemente el brazo de Kōzaki y guiándola hacia la habitación cerrada.
Kōzaki siguió sin oponer resistencia. Una vez cerrada la puerta corrediza tras ellas, Kōzaki se despojó del sombrero y lo colocó con cuidado a un lado antes de dejarse caer sobre el futón. Se sentía auténticamente agotada.
—¿Cómo va tu herida? —preguntó Ise, sirviendo sake para ambas.
—He estado muy activa, así que no ha mejorado mucho —Kōzaki se frotó el rostro con las manos, visiblemente estresada por la falta de avances en sus planes.
Ise le ofreció una pequeña taza de sake, que Kōzaki aceptó con gratitud. Aunque prefería evitar el alcohol, sabía que lo necesitaba en aquel momento. Dio un sorbo, saboreando el licor en su paladar.
—Tienes suerte de que no sepan que eres mujer —comentó Ise—. Al menos tienes la fortaleza para hacerte pasar por uno de ellos.
Kōzaki reflexionó antes de responder. ¿A qué se refería exactamente Ise? Sabía que las mujeres tenían pocas opciones en aquel mundo: ser esposas o acabar trabajando en un burdel. En ambos casos, debían someterse a la dominación masculina para satisfacer deseos que consideraba deplorables. Sin embargo, para Kōzaki, no era un privilegio tener la capacidad de realizar hazañas que la mayoría de las mujeres no podían. No pretendía hacerse pasar por hombre por simple capricho.
Observando a Kōzaki con expresión pensativa, Ise soltó una suave risa. —No te atormentes tanto, Kōzaki —dijo, deslizando suavemente las manos por el escote de su haori, solicitando permiso con un gesto de sus dedos.
Kōzaki reaccionó ante la mirada de Ise y finalmente asintió, aún reflexionando sobre cómo responderle. Mientras tanto, Ise retiró el haori para examinar su piel. Humedeció un paño y lo pasó con delicadeza sobre la herida en el costado derecho de la espalda de Yōhei.
—Deberías cambiar el vendaje —aconsejó Ise una vez que terminó.
Kōzaki expresó su gratitud hacia Ise por su ayuda, mientras esta última contemplaba su herida apenas cicatrizada en el espejo que se erguía frente a ellas. Ise se incorporó con elegancia y entregó a Kōzaki un rollo de tela blanca, destinado a renovar el vendaje que protegía celosamente el secreto de su identidad. Kōzaki agradeció con una sonrisa la colaboración de Ise, quien junto a Madame Kaji, era la única que sabía de su verdadero ser. La revelación de su género acarrearía consecuencias nefastas para su reputación y la de su familia.
—No es nada. —desestimó Ise con un gesto desdeñoso.
Un estruendo reverberó fuera de la estancia, llevando a Kōzaki a cubrir apresuradamente su pecho con el haori. Ise abrió la puerta para enfrentarse al intruso.
—¿Qué deseas? Estoy ocupada. —inquirió Ise con exasperación, a medida su compañera explicaba la urgencia de su presencia en la sala principal.
Ise quedó perpleja ante la noticia, pero luego indicó con un gesto a su compañera que saliera momentáneamente, cerrando la puerta tras ella antes de regresar junto a Kōzaki.
—Tengo deberes verdaderos que cumplir. —comentó Ise, ajustando su peinado frente al espejo.
—Un visitante peculiar —dijo Kōzaki con interés—. Debes estar ansiosa; los desafíos te atraen.
Dentro del opulento recinto de Madame Kaji, ningún caballero podía resistirse a los encantos de su casa de juegos. Kōzaki, con su habitual tono burlón, provocó una respuesta mordaz de Ise.
—Si no cierras la boca, te entregaré al Shogunato y podré recobrar mi libertad. —musitó con desdén.
Kōzaki, imperturbable, cruzó los brazos sobre su pecho. Conocía a Ise lo suficientemente bien como para saber que ella no podría entregarla al Shogunato. De hecho, en ese escenario, Ise podría incluso encontrar beneficios, dado que ser un ninja era una actividad ilegal y apenas unos pocos se mantenían en ese arduo oficio, siendo este su fatal destino.
—Lo aprecio. —murmuró Kōzaki con discreción. Hubo una breve pausa mientras ella reflexionaba sobre alguna respuesta antes de que Ise se retirara.
Ise se encaminó directamente hacia la puerta, pero antes de partir, escuchó la voz de Kōzaki dirigiéndose a ella.
—Fingir una identidad nunca es un privilegio. —confesó Kōzaki, juntando las manos con solemnidad—. He estado meditando sobre tus palabras, y estás equivocada.
Ise mordió su labio inferior, firme en su posición sin mirar a la figura detrás suyo. —¿Debo agradecer?
—No es necesario. —respondió Kōzaki, observando su reflejo en el espejo antes de volver la mirada hacia Ise—. Volveré más tarde. Tengo asuntos pendientes con Madame Kaji.
Con estas palabras, Ise asintió y dejó a Kōzaki sola en la estancia. Suspiró mientras se acomodaba en el futón, cerrando los ojos. Aunque exhausta, sabía que debía ver a Kaji para abordar un asunto de suma importancia.
Cuando Mizu ingresó al Burdel de Madame Kaji junto a Ringo, anticipó que tendría que esperar un tiempo prolongado para ver a la Oiran, pero nunca imaginó que sería tan excesivo. El constante acercamiento furtivo de las prostitutas invadiendo su espacio personal y el penetrante hedor a incienso impregnando las paredes hasta lo más profundo de sus fosas nasales hicieron la espera aún más angustiosa.
Perdió la cuenta de las mujeres que se le acercaron esa noche, cada una más intrusiva que la anterior. La situación se volvió más incómoda de lo que había previsto, pero Mizu estaba decidida a hablar con Madame Kaji antes de marcharse.
Exploró minuciosamente el burdel, descubriendo su amplitud y espaciosidad. En una gran sala, los hombres exhibían sin pudor los fetiches más inusuales y exóticos que había presenciado hasta entonces. Reconoció que había perversiones aún más ocultas, pero no tenía intención de adentrarse en lo sórdido.
En medio de esa decadencia, algo captó su atención: una figura peculiar junto a una de las prostitutas que inicialmente se le había acercado. No parecía estar adulando a la mujer; más bien, conversaban como viejos amigos. Mizu se tomó un momento para confirmar que era el mismo hombre "discapacitado" que acompañaba a Hachiman en la taberna y que actuaba como asistente de Heiji Shindo.
¿Cómo podía ser posible?
Nota: por fin actualizo esta cosa. Es parecido a la versión anterior pero con leves cambios y con más sentido, lmao. Todavía no fallezco 👹 actualizaré todas mis historias esta semana (Diosito, dame fuerzas).
Milo
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