06. Crujiente como las alitas de pollo.
★ wtf, un mes pasó tan rápido????
★ actualización rápida
★ Taigen y Mizu son bestis 🧚♀️🧚♀️🧚♀️
—Mierda, este hombre es más crujiente que las alitas de pollo. ¿Con qué clase de belleza acaban de ser bendecidos mis ojos?
Mizu puso los ojos en blanco cuando escuchó las palabras cargadas de "humildad" de su amigo. Ella cogió una toalla de los percheros y le dio una fuerte palmada en la espalda desnuda.
—Será mejor que te cubras las pelotas con algo, Taigen —Mizu arrugó la nariz con fastidio—. Practicar el adamanismo en los vestuarios públicos no es un gesto agradable, sé considerado conmigo.
Taigen recibió una puñalada en su ego cuando su némesis (mejor amiga) de toda la vida, le dijo eso. No tenían la mejor relación, eso era claro, pero que ella pisoteara vez tras vez sus momentos inspiradores (como verse semidesnudo al espejo para apreciar sus pectorales), era ser cruel y despiadado.
—¡Ni siquiera estoy desnudo! Tengo los calzoncillos puestos —Taigen reprochó, le quitó la toalla y se la envolvió alrededor de la cintura—. Lo dices solo porque no quieres admitir que te gusta.
—Tal vez solo a tu mamá y a tu novia no les importe la vista, pero en mi caso, prefiero lavarme los ojos con ácido a tener que ver un pene en contra de mi voluntad. —Mizu respondió con tanta seriedad que incluso él pensó que estaba hablando con sinceridad sobre el ácido.
—¡Qué va! Mizu, estoy seguro de que nunca has tocado un pene en tu vida —Taigen apoyó la espalda contra la pared del vestidor—. No hables de cosas que no sabes.
Ella se encogió de hombros y le restó importancia. No tenía una razón aparente para explicarle a Taigen si alguna vez tocó o no a un miembro viril masculino, ya que ni siquiera debería hacerlo para saber que los hombres eran brutos, casi animales, en el sexo. Su perspectiva se basó en las experiencias que escuchó de muchas mujeres y que, afortunadamente, no fue el caso para ella las únicas veces que tuvo el honor (o más bien, el horror).
—Ahórrate tus charlas de educación sexual para Akemi, solo vine a practicar ¿Recuerdas? —Mizu señaló la pelota de baloncesto en una de las sillas.
—Akemi está bien educada, no tengo nada que enseñarle —se rió Taigen. Él buscó en su bolso su ropa deportiva y se la puso en un abrir y cerrar de ojos para no "perturbar" la cabeza de su amiga—. Y sobre el juego, solo vienes a perder contra los mejores, es decir: yo.
Mizu reflexionó sobre cómo tiene tanta paciencia para aguantar a un hombre como Taigen. Pensar que se trata de su bondad solo porque lo conoce desde que eran niños es lo más lógico, porque estudiaron juntos desde el jardín de infantes hasta el último año de secundaria (y ahora en la universidad Shindo). Pero no tiene tanta relevancia si ya saben quiénes son.
Siempre eran ellos dos, a pesar de que la madre adoptiva de Mizu generalmente no la dejaba salir a jugar, de vez en cuando se escapaban para pasar tiempo juntos en la playa cerca de su casa o caminar por los campos verdes; y si no estaba con la compañía de Taigen, Mizu pasaba la mayor parte de su día con el viejo Eiji, su vecino de la infancia en Kohama. Ella aprendió a leer con él antes que los demás niños de su clase en la escuela primaria, pues al anciano con ceguera le gustaba sentarse fuera de su casa y escuchar de su boca las historias de mil mundos que estaban dentro de sus viejos libros guardados en la biblioteca.
—Ya sabes lo que dicen: el decimonoveno es la vencida. —Mizu se burló de Taigen. Ya ha perdido la cuenta de todas las veces que le ha ganado jugando al baloncesto.
—Te odio —Taigen refunfuñó y le mostró el centro del medio—. Entiendo por qué no tienes papá.
—Taigen... —Mizu se rió más fuerte en respuesta—. Lo siento, te dije antes que tu progenitora piensa que eres lindo incluso en pelotas, pero no recordé que no tienes mamá. —suspiró y le dio sus condolencias a Taigen con un toque de sarcasmo.
—Eres una malagradecida, Mizu. —Taigen tomó impulso con la pelota de baloncesto y se la arrojó a la cara. Ella la atrapó, haciéndola rebotar varias veces.
—¿Y? ¿Ya se lo dijiste a tu mamá?
En ese momento, Taigen fue tras Mizu por el balón. Ella salió del vestuario y, mientras cruzaba la cancha, todavía con Taigen interponiéndose en su camino para evitar que hiciera una cesta, Mizu pasó la pelota entre sus piernas abiertas, evadió a su amigo y la atrapó de nuevo. Con un salto, calculó la fuerza que necesitaba aplicar y logró clavar la pelota en la canasta.
—Solo estaba calentando —Taigen le dio un codazo a Mizu en la costilla—. Ahora sí es enserio.
—Oh, vamos, Taigen, eres patético. —Mizu soltó una carcajada. Él no era de esos hombres que admiten la derrota tan fácil, es obstinado hasta la coronilla de su cabeza.
—Voy a presenciar cómo lloras en las finales del campeonato.
—Lo dudo. —Mizu chasqueó la lengua y caminó hacia las gradas, donde estaba su bolsa de deporte. Eran las siete de la mañana y su estómago pedía a gritos algo de comer.
Según lo acordado, Mizu y Taigen se reunieron para un entrenamiento en una parte remota del campus universitario a las cinco de la mañana, la hora en que solo las personas más valientes se atreven a tomar una ducha fría antes de salir de casa, y se quedaron allí hasta que se acabó el tiempo.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Taigen. El cálido sol de la mañana golpeó su piel y sintió que su temperatura, ya de por sí alta, aumentaba gradualmente.
—Iré a tomar un café.
—¿Dónde? Yo también tengo hambre.
—¿Cuándo vas a dejar de hacer preguntas innecesarias? Puedes conseguir tu propia comida sin mi dinero. —Mizu frunció el ceño en una expresión fingida de irritación. Las caras largas siempre fueron su punto fuerte.
—Solo tengo curiosidad —Taigen rodeó los hombros de Mizu con su brazo izquierdo—. Estoy preocupado. Mi cuñada trabaja en una cafetería y no quiero que estén solas, ya sabes cómo son los jóvenes de ahora.
—Antes de juzgar a la juventud, primero fíjate en ti mismo —Mizu lo empujó a un lado con ayuda de su cadera—. Y no eres mi hermano, idiota.
—Auch, eso me dolió. —Taigen se llevó una mano al pecho.
—Idiota. —Mizu sacó su teléfono de su bolso. Tenía un mensaje de Kōzaki.
Taigen suspiró. Se dio cuenta de que durante unos días su amiga estuvo más atenta al teléfono y, no iba a negar que le tomó por sorpresa enterarse por boca de Mizu de que tenía una pareja que era mujer. Parecía lesbiana, de eso no tenía ninguna duda, pero no esperaba que hablara en serio.
¿Tal vez fue el destino? Taigen era el novio de Akemi, la mejor amiga de Yōhei Kozaki, quien pronto se convirtió en la novia de Mizu después de que se conocieran a los pocos meses, algo que no es típico del estoicismo de su amiga. Había algo extraño en esto, ya que no recuerda haber visto a Kōzaki chocar con Mizu antes de que fueran compañeros de cuarto, pero con Mizu, nunca podrías esperar nada..
Él, que había estado pensando durante mucho tiempo, se acercó cautelosamente a Mizu y le preguntó—: ¿Es normal que se traten de una manera tan formal? No puedo imaginar llamar a Akemi por su apellido.
—¿Kōzaki y yo? —Mizu desvió la mirada mientras buscaba una justificación. Los japoneses no llaman a una persona por su nombre de pila si no tienen una relación cercana, de ahí la verdadera razón por la que ella prefirió llamarla Kōzaki y no Yōhei. Pero, por supuesto, no podía decirle eso a Taigen.
—Obviamente, cabezona.
—A Kōzaki no le importa, creo.
Ambos caminaron durante un largo rato hasta llegar a la Cafetería Honne, allí Taigen se despidió y se marchó a su casa, dejándola sola. El único ruido adentro del lugar que se escuchaba era el de la radio sumado al olor del café. Fue un sentimiento de gloria para el estómago de Mizu tener la dicha de comer algo delicioso luego de hacer deporte.
—Esta vez, sí. Voy a dejar Taigen.
La mano de Yōhei se detuvo a mitad de camino alrededor de la mesa, y Ringo apagó la máquina de café de inmediato. Faltaba media hora para que abriera la cafetería, a las ocho de la mañana, cuando los dos amigos se reunieron alrededor de Akemi como si se tratara de un interrogatorio.
—Claro, y soy la próxima candidata a la presidencia de Japón. —Yōhei se cruzó de brazos con una expresión de incredulidad.
—¡No te rías! He escrito un discurso y todo. —Akemi corrió a la sala del personal, sacó un cuaderno de su abrigo y regresó. Ella le entregó las hojas a la pelirroja.
—No es por nada, Akemi, pero ¿Un discurso? —Ringo sonrió nervioso por tener que dar su opinión. No le gustaba ser igual de mordaz que Yōhei, pero este caso ya era extremo— ¿Es una graduación o una ruptura?
—Es que quiero que sea memorable.
—Memorable sería si no volvieras con él en una semana. —Yōhei dijo con ironía y se apartó, continuando su labor de limpiar las mesas.
Akemi siguió a su amiga. Le indignaba que ella no quisiera creerle, incluso Ringo lo pensaba, aunque él no diría mucho sobre su opinión personal.
—No, esta vez he decidido que quiero estar sola. Es definitivo ¡Créanme! He cambiado la cerradura.
—¿Le cambiaste la cerradura al departamento? —Ringo abrió la boca con sorpresa.
—¿Y eso va a detenerlo? —Yōhei le dio un golpe a Akemi con el trapo—. La última vez, cuando tú todavía vivías conmigo, él entró por la ventana.
—La peor parte es que tú lo ayudaste a subir. —Ringo apoyó los argumentos de Yōhei.
Akemi podría reconocer a sus amigos en cualquier lado. Ellos tres eran muy dispares entre sí en muchos aspectos, tanto en personalidad como físicamente. Esto tenía sus ventajas en ciertas situaciones, pero no en esta.
—Ustedes siempre están en mi contra —Akemi se dejó caer sobre el asiento—. ¿Creen que es tan difícil para mí dejar a Taigen? Voy a terminar fingiendo que me convertí en un zombie.
—Claro, porque la necrofilia es donde trazas la línea —Yōhei apoyó su mentón sobre el hombro de Ringo—. ¿Que vamos a hacer con ella? Está cada vez peor.
Ringo le dio golpecitos en la espalda. —Akemi es así, pero va a recapacitar... Algún día.
—¡Basta! Ya me decidí —Akemi dio un golpe a la mesa y sacó su teléfono—. Le voy a enviar un mensaje.
Ringo y Yōhei negaron con decepción. Además de ser una relación tóxica, era de goma, porque se estiraba pero nunca se rompía. No importaba si Akemi se iba a otro país, Taigen encontraría la manera de hacerla volver, así tuviese que empacarse a si mismo en un paquete de Amazon con tal de llegar a la puerta de la casa de su novia.
—Voy a cambiar el letrero de "cerrado". —Ringo se movió lo más lejos que pudo de sus amigas cuando Akemi sacó su teléfono, buscando el número de su futuro ex.
Yōhei, en cambio, respiró hondo y decidió que era hora de dejar de lado sus preocupaciones por su amiga. Con determinación, se dirigió al baño y frente al espejo, recogió su cabello pelinaranja en una coleta alta y prolija, asegurándose de que cada mechón rebelde quedara en su lugar. Luego, se colocó el delantal blanco que colgaba detrás de la puerta, adornado con el logo de la cafetería: una taza humeante con tres pequeñas ondas de vapor que formaban la silueta de un corazón, simbolizando el calor y el amor que ponían en cada taza servida.
Con el delantal puesto, Yōhei se sintió lista para enfrentar el día. Se dirigió a la cocina, donde el aroma del café recién molido llenaba el aire. Tomó el portafiltro, lo llenó con el café molido y lo presionó firmemente. Enganchó el portafiltro en la máquina de espresso y seleccionó la opción para un americano. Mientras la máquina trabajaba, Yōhei tomó una taza precalentada y observó cómo el líquido oscuro y aromático se mezclaba con el agua caliente, creando la bebida perfecta para el primer cliente del día. Con una sonrisa, colocó la taza en la barra justo cuando la campana de la puerta anunciaba la llegada de alguien ansioso por disfrutar la cafeína.
Ella terminó de dar el cambio a un cliente habitual cuando una presencia llamó su atención. A través del cristal, vio a Mizu, una figura alta y atlética con cabello negro azabache —que caía en una coleta hasta la mitad de su espalda— y unos ojos azules que parecían reflejar el cielo despejado de la mañana.
Mizu entró con paso decidido, su uniforme de baloncesto contrastaba con el ambiente tranquilo de la cafetería. Ella se sentó en una de las butacas altas junto al mostrador, y Yōhei no pudo evitar sentirse un poco intimidada por la confianza que irradiaba la estudiante de astronomía, que lucía mejor como deportista.
—¿Un café para recargar energías después del entrenamiento? Invita la casa. —Yōhei ensanchó su sonrisa para darse moral a sí misma. Ella se preguntó si su relación falsa duraría mucho, porque mientras estuviera vigente, el café de Mizu es gratis excepto para su bolsillo.
—¿Acaso tienes algo más fuerte que el café? Quizás un espresso doble con un chute de energía extra. —Mizu hizo una seña con sus manos.
—Si por "energía extra" te refieres a un par de galletas, entonces sí, puedo hacer eso. En la Cafetería Honne hacemos magia. —Yōhei le guiñó un ojo.
—Oh, ¿galletas? Esperaba algo más... ¿cómo decirlo? ¿Proteínico?
—Bueno, podría intentar disolver un poco de proteína en polvo en tu café, pero no me hago responsable del sabor.
—Hmmm —Mizu entrelazó sus manos sobre la mesa—. Pero si sabe a suela de zapatilla, espero que pagues el próximo.
Yōhei suspiró dramáticamente. —Nunca pensé que tener una novia me saldría tan caro.
—Pero piensa en todos los beneficios. Tienes el privilegio de preparar café para la estrella del equipo de baloncesto. —Mizu dijo mientras se acomodaba el vendaje que tenía en el antebrazo.
—Sí, claro, y el privilegio de ver mi salario desaparecer como espuma de café.
—Si te consuela, puedo fingir que no me gusta y dejar una mala reseña en línea.
—Eso solo empeoraría las cosas. Mejor hazme el favor de fingir que es el mejor café que has probado. —Yōhei mostró sus dos pulgares arriba.
—Esperaré.
Mizu se apoyó en el mostrador de la cafetería Honne, observando cómo Yōhei, cuya estatura superaba la suya por varios centímetros, manejaba con destreza la máquina de café. El pelo naranja de Yōhei, largo y luminoso, se balanceaba al ritmo de sus movimientos mientras ella presionaba el café molido. Había una gracia en su concentración, una danza silenciosa entre el barista y su arte.
Ella pensó para sí misma mientras observaba el vapor que se elevaba de la máquina si fue correcto aceptar este juego de ser su novia falsa solo por su propio beneficio, además del café gratis. Sin embargo, no tenía vuelta atrás, Mizu es una mujer de palabra que cumple sus promesas.
Yōhei colocó con cuidado la taza de capuchino frente a Mizu, sacándola de sus pensamientos. La sonrisa de Yōhei era genuina, pero detrás de sus ojos, Mizu pudo ver un reflejo de su propia incertidumbre. Ambas estaban jugando un papel.
—Aquí tienes, el café más caro y, por supuesto, el mejor para mi novia. —Yōhei le lanzó un beso al aire.
Mizu hizo una mueca de asco por el gesto. Luego sacudió la cabeza y se acercó para oler el café. —Uh, podría acostumbrarme a esto. ¿Qué tal si extendemos nuestro acuerdo por... digamos, el resto de la temporada?
—¡Ay! Creo que mi billetera acaba de sufrir un ataque al corazón —Yōhei fingió tener un desmayo—. Agradezco tu oferta, pero paso.
—Que aburrida. —Mizu levantó la taza de capuchino y el vapor se enroscó suavemente en el aire.
Con una mirada de expectativa, tomó un pequeño sorbo, dejando que el sabor cremoso y robusto llenara su boca. Sus ojos se abrieron con sorpresa en una impresión genuina que no pudo ocultar. Yōhei, que observaba desde el otro lado del mostrador, no pudo evitar soltar una risa al ver la expresión de Mizu.
—Te dije que hacemos el mejor café de Kioto.
En ese momento, Ringo apareció, sosteniendo una bandeja de mochis frescos y esponjosos. Con una sonrisa traviesa, los colocó frente a Mizu.
—Para la novia de mi amiga y compañera, solo lo mejor. Quizás no me avisaron, pero, merecen un poco de dulzura después de lidiar con Yōhei desde que viven juntas. —él dijo y luego desapareció dentro de la cocina, no sin antes observar de reojo a la ojiazul.
***
El vapor se disipó lentamente mientras Mizu salía del baño envuelta en la calidez de su pijama favorita a las ocho de la noche. El aire fresco de la sala contrastó con el calor que aún emanaba de su piel, y se dirigió hacia la cocina. Yōhei estaba frente a la estufa, concentrada en preparar un estofado que se cocina lentamente y se comparte directamente de la olla, ideal para una noche fría. Es una receta que Ringo tuvo que explicarle por videollamada mucho antes.
Mizu entró a la cocina y vio a Yōhei con un delantal, cantando alegremente mientras cortaba finas láminas de carne de res.
—¿Qué estás haciendo? —Ella preguntó con curiosidad contenida—. Es mejor pensar en como vamos a convencer a todos de que nuestro noviazgo es real si apenas nos conocemos. —se apoyó contra la pared con la toalla envuelta alrededor de su cabello.
—¡Estoy cocinando sukiyaki! Eso significa que vamos a cenar juntas, espero que tengas hambre —respondió Yōhei con entusiasmo—. Y sobre nuestra relación, es simple, actuaremos como cualquier pareja. Terminaremos las frases del otro, compartiremos anécdotas... ya sabes, las cosas cursis. Justamente como lo hace Taigen y Akemi.
Mizu rió sin gracia. —¿Cursi? Claro que no.
—Ya sé, no puedo ni imaginarte siendo cursi. —Yōhei hizo una expresión de pésame.
—Hey, puedo ser muy romántica cuando quiero. —protestó Mizu, aunque su sonrisa traicionaba su diversión.
—Cuando pase, el mundo se parte en dos —bromeó Yōhei y señaló la olla—. Y esta receta que estoy preparando, es perfecta para una cena romántica falsa, ¿no crees? Estoy practicando mis habilidades culinarias.
Mizu levantó una ceja. —Si vas a seguir con esta farsa, al menos deberías aprender a cortar la carne correctamente.
—No seas tan fría. Ven aquí y te mostraré cómo se hace. —Yōhei se rió.
Contra su mejor juicio, Mizu se acercó. Yōhei tomó su mano y juntos comenzaron a cortar la carne, ella guiando sus movimientos con una calidez que hizo que el rostro de Mizu se suavizara un poco, pues era pésima en la cocina.
—Ahora, agregamos esto a la olla con verduras, tofu, y fideos udon —explicó Yōhei, mientras Mizu observaba la olla caliente con una mezcla de interés y escepticismo.
—¿Y cómo exactamente esto nos ayudará a parecer una pareja real? —preguntó Mizu, aún dudosa.
—Tengo la impresión de que no creciste en Japón, Mizu. Recuerda que compartir sukiyaki es íntimo, es como decir "lo que es mío es tuyo". —dijo Yōhei, guiñándole un ojo.
Mizu se cruzó de brazos. —Bueno, espero que tu plan funcione bien.
—Shhhhh, cierra la boca y ayúdame.
Mientras Yōhei preparaba la carne, Mizu comenzó a añadir los ingredientes en la olla caliente. El aroma del sukiyaki llenó la cocina.
—Siempre me pregunté cómo se ve el mundo desde allá arriba. ¿Es diferente? —Mizu preguntó, revolviendo el estofado.
—Oh, definitivamente. Por ejemplo, puedo ver la calvicie de nuestro vecino desde la ventana. —Yōhei señaló a la contraria con el cuchillo.
—Eres ridícula, nosotras no tenemos ningún vecino calvo. —Mizu cogió la carne y la añadió.
Al terminar de preparar todo, se acomodaron en la mesa baja, con el sukiyaki humeante frente a ellas. Las dos apreciaron el marrón terroso de la carne, el verde brillante de las cebollas y el translúcido brillo de los fideos.
Las dos tomaron sus palillos y compartieron una mirada de aprecio silencioso. Yōhei degustó primer la dulzura del mirin mezclándose con la salsa de soja salada, después, disfruto la carne tierna que casi se deshacía en la boca y el aporte de sabor de las verduras; ella le preguntaría a Ringo más tarde dónde consiguió los ingredientes de mejor calidad en el mercado.
Con una reverencia hacia la comida, Yōhei y Mizu consideraron este momento como algo casi sagrado. Para la azabache, el acto de comer era una forma de honrar cada ingrediente y el esfuerzo puesto en la preparación. Por lo tanto, prefería el silencio y que sabores hablaran por sí mismos.
Mizu agradeció internamente por la paz que le brindaba la comida luego de un día estresante metida en sus estudios y en cosas que no le correspondían. Después, se dispuso a comer sin necesidad de palabras.
Finalmente, llegó el bendecido viernes.
Mizu se percató del tiempo que llevaba fuera, junto a su equipo de baloncesto, y se deslizó sobre su moto con una agilidad que contradecía su estado de ánimo, pues estaba con la mente girando en un torbellino de tareas y responsabilidades.
El motor rugió en simpatía con su prisa mientras las calles pasaron en un borrón cuando se dirigía a la residencia estudiantil. Al llegar, subió las escaleras de dos en dos, con su respiración acompasada a los latidos de su corazón.
La puerta de su habitación se cerró con un clic detrás de ella, y el agua caliente de la ducha lavó no solo el sudor del día, sino también parte del estrés que llevaba sobre sus hombros. Su parte favorita de jugar baloncesto, es que le ayudaba a calmarse en el momento de practicarlo y podía mantenerla milagrosamente cuerda.
Con movimientos mecánicos, Mizu se vistió con ropa cómoda y práctica, adecuada para un largo día de estudio. No había tiempo para demoras; la clase era inminente, y ella no es de las que llegaban tarde.
El transcurso de la clase de astrometría terminó con el sonido del timbre, dispersando a los estudiantes en un murmullo de conversaciones y planes para el fin de semana. Mizu recogió sus libros, su laptop y salió del aula, sintiendo el peso de la libertad del viernes en sus hombros. Sin embargo, todavía no podía ir a descansar.
Ella suspiró; no había llevado su moto a la universidad ese día y no tenía forma de movilizarse tan rápido por la ciudad. Entonces, abrió la aplicación de taxis y solicitó uno, dirigiéndose al parque donde el hombre con quien su madre la había comprometido hace dos años, Mikio, la esperaba.
Él estaba sentado en una banca con una chaqueta de cuero negra, en contraste de sus botas y su cabello peinado hacia atrás, el clásico de los hombres de mediana edad que usaban en su pueblo.
—Siéntate, Mizu. —dijo Mikio con una voz que pretendía ser suave pero que no podía ocultar su autoridad. Ella obedeció, manteniendo una distancia prudente.
Mizu se sentó junto a él, con su postura erguida y su mirada fija en el horizonte. Mikio la observaba, buscando algún indicio de debilidad en su expresión.
—Mizu, has estado en Kioto demasiado tiempo —comenzó—. Desde que te has ido tu madre ha estado preocupada y depende incluso de mí.
—¿Mamá?
—Sí. Sabes bien que Kohama es tu hogar. Yo soy tu hogar.
Ella le devolvió la mirada, imperturbable. —Kioto es donde estoy construyendo mi vida ahora, Mikio. No hay nada para mí en Kohama.
Mikio se inclinó hacia adelante, intentando capturar su atención. —Pero piensa en nosotros, en lo que podríamos ser. Puedo darte una vida cómoda, una familia. Tendrás otra oportunidad si vuelves.
—Una vida cómoda no es lo que estoy buscando para mí —Mizu se mantuvo inmóvil, su voz no mostraba emoción—. Y una familia... no con alguien que no entiende mis sueños. Lo que pasó entre nosotros terminó.
Mikio frunció el ceño, su frustración estaba creciendo por lo testaruda que se había convertido su Mizu. —Estás siendo egoísta. ¿Qué hay de lo que yo quiero? ¿De lo que tu madre quiere?
—Lo que tú quieres no puede dictar lo que yo hago con mi vida —respondió Mizu, su tono aún calmado pero firme—. Y mi madre... ella eventualmente entenderá.
Hubo un silencio tenso entre ellos, roto solo por el sonido de los niños jugando en la distancia.
—Volverás a Kohama —insistió Mikio, se notaba en él un borde de desesperación—. Por nuestro amor, por el compromiso que hicimos.
—El amor no es manipulación, Mikio. Y un matrimonio basado en la obligación no es un compromiso en absoluto —Mizu se levantó, su silueta se recortó contra el cielo que comenzaba a oscurecer—. No volveré. Ahora tengo una pareja y estoy persiguiendo la carrera de mis sueños.
—¿Una pareja?
—Como escuchaste. No te quiero cerca mí ahora que estoy empezando de nuevo.
Con esas palabras, Mizu se alejó, dejando a Mikio solo con sus pensamientos y una decisión que tomar. Ella esperaba que contarle que tenía a alguien más fuera suficiente para ahuyentarlo por un tiempo.
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