01. La paz nunca fue una opción.
—¿Estás segura de que quieres patearle el trasero a Akemi? —Ringo preguntó. Sus nervios estaban disparados al cien— Existen opciones más civilizadas.
Después de asestar contra la puerta tres fuertes golpes que probablemente resonaron por todo el pasillo del edificio, Yōhei se giró para mirar a Ringo. En efecto, hay muchas opciones tranquilas para tener una conversación como dos adultos, pero ella prefirió recurrir al camino que involucra acción y no palabras.
—No voy a desperdiciar mi saliva hablando cuando un puñetazo explica mejor lo siento. —Yōhei espetó, apretando con fuerza su paraguas.
Ringo, que ya estaba alterado por todo este lío, saltó un poco asustado por la proximidad de la chica. Un instrumento simple para protegerse de la lluvia como un paraguas, ahora parecía un arma para asesinar a alguien, y además, la apariencia desaliñada de Yōhei: su cabello rojo empapado, su maquillaje manchado y su expresión asesina no ayudaron mucho a calmarlo. Incluso pensó en escribir el guión que diría cuando Discovery lo entrevistara sobre el caso de asesinato de Akemi.
—Sé que quieres matarla, pero por favor entiende... —Ringo trató de razonar con la bestia furiosa que quería moler a patadas la puerta del nuevo apartamento de Akemi—. De seguro ella tenía miedo.
Yōhei se detuvo. —¿Miedo a qué? La persona ofendida aquí, soy yo. Ella fue la que me traicionó al mudarse con ese Pejelagarto. —acusó.
Él se quedó con la boca abierta, sabía muy bien que Yōhei tenía sus razones para estar enojada, pero no creyó que le molestaría tanto el tema. Todo comenzó cuando Akemi conoció a Taigen en una fiesta organizada por los alumnos de tercer año de la universidad, varios estudiantes de diferentes carreras se reunieron esa noche; incluso Ringo fue a pedido de Yōhei, quien en ese momento, ya había estado viviendo con Akemi en el mismo departamento durante dos años.
Digamos que su amiga y Taigen eran el típico "amor a primera vista" (dicho por la propia Akemi). Fue cuestión de semanas para que empezaran a hablar y se convirtieran en ese tipo de "amigos" que fortalecen sus lazos de amistad con besos. Entonces, sorprendentemente (no lo fue), Taigen resultó ser una bandera roja que tenía escrito "rompecorazones" en la frente, con rotulador negro y señales de peligro estampadas por todas partes.
Yōhei pasó mucho tiempo consolando a Akemi para saber que podría romperle la cara a Taigen con su bate de béisbol si se atrevía a acercarse de nuevo a su amiga, quien al final, en forma de agradecimiento, cinco meses después (en los que estaba hablando con Taigen en secreto), utiliza a su padre como excusa para mudarse "sola" un poco lejos de la universidad. Conveniente, ¿no? Vivir en un distrito de la ciudad apartado del campus es lo mejor para poder compartir espacio con su amado Taigen.
Ah, pero claro, el mundo es demasiado pequeño, y por eso, al descubrir su engaño, Yōhei quería matarla con sus propias manos.
—¿Acabas de llamar a Taigen "Pejelagarto"? —Ringo tuvo que tomar fuerzas que no tenía para aguantarse una carcajada.
—Límpiate los oídos —ella se quejó—. Son parecidos si los comparas.
Ringo rápidamente sacó su teléfono de su bolsillo y fue al navegador para buscar imágenes de pejelagartos. Desafortunadamente, debido a la lluvia (responsable de dejar a Yōhei con un aspecto desastroso), que seguía cayendo, la señal del teléfono era pésima y tuvo que ir a una esquina junto a la ventana para que sus datos pudieran funcionar. Mientras tanto, Yōhei decidió volver a lo que estaba haciendo.
—¡Akemi! Si no abres la maldita puerta, voy a entrar por el balcón. —advirtió, pero nadie respondió a su llamado. Tal vez Akemi no estaba en casa, ni ella, ni su novio.
—Ahora encuentra las diferencias. —Ringo regresó y le mostró la pantalla de su teléfono: era una imagen que tenía un collage entre un pejelagarto y una foto de Taigen, que probablemente guardó de Instagram.
El humor de Yōhei mejoró en ese instante. Ni la ropa empapada y el enojo pudieron luchar contra el impulso de reír que le produjo.
—Es más fácil encontrar sus similitudes que sus diferencias. —se burló.
Ringo sonrió satisfecho al ver que su amiga se calmaba un poco. Guardó su teléfono y la llevó al ascensor. —Otro día puedes venir y discutir con Akemi, por ahora, vámonos a casa, estás empapada y podrías resfriarte.
—Bueno, como tú digas, papá. —Yōhei refunfuñó, resignado a continuar.
Las puertas metálicas se cerraron y el ascensor comenzó a descender. Ringo tarareó una melodía que apareció en uno de los muchos musicales basados en la antigua época japonesa que le encantaba ver, mientras Yōhei se inclinó sobre una de las paredes y apoyó la cabeza.
—Estuve pensando, Ringo —ella habló y él se quedó en silencio, esperando a que continuara—. El collage que me mostraste... Creo que podría formar un club con camisetas que tengan esa imagen de Taigen estampada en todo el frente y la espalda.
—Qué graciosa —Ringo intentó parecer serio, pero la idea se le hizo divertida—. ¿Y qué nombre le pondrías a ese dichoso club?
Yōhei, agregando suspenso innecesario, miró a Ringo fijamente tal cuál un lémur por cinco segundos que parecieron una eternidad.
—Lo llamaría —Yōhei movió sus dedos como si fueran dos palillos tocando la batería—: El Pejelagarto Fest.
—El peje... ¿Qué?
Eso fue suficiente para que Ringo estallara en un mar de carcajadas, él no sabía qué clase de creatividad tenía Yōhei para improvisar ese tipo de cosas, pero era genial. Una vez que llegaron al primer piso entre bromas, Yōhei abrió el paraguas para los dos y ambos salieron enganchados por el brazo de la recepción.
En medio del aguacero que caía a la salida, un auto blanco acababa de estacionarse, de él, Akemi se bajó con su abrigo de felpa y botas de diseñador que no eran aptas para la lluvia. Ella maldijo en silencio a los cielos por traer el agua en el momento equivocado.
—Zapatos estúpidos. —murmuró Akemi, ella puso un portafolio sobre su cabeza en un intento inútil de protegerse de la lluvia y, cerrando de golpe la puerta del coche, se dirigió hacia el edificio donde se encontraba el departamento que ahora comparte con su novio.
—Ringo, ¿Crees que es Akemi? —Yōhei le preguntó a su amigo.
—No lo sé. —Ringo se encogió de hombros, él agudizó los ojos para ver mejor a la elegante muchacha que parecía una loca corriendo con una carpeta sobre la cabeza.
Yōhei pensó brevemente que tal vez hoy podría golpear a su antigua compañera de cuarto. —¡Akemi Tokunobu! —llamó para verificar.
La chica frenó bruscamente, quizá, si hubiera continuado su camino, se habría salvado. Ella se giró para ver al dúo de amigos parados en medio del estacionamiento, con un alegre paraguas amarillo en un paisaje gris. Era Ringo y... ¿Yōhei? Parecía más loca que la propia Akemi con su aspecto desaliñado.
—Mierda. —Akemi maldijo por segunda vez, dándose cuenta de por qué Yōhei la estaba buscando: se dio cuenta.
Yōhei señaló a Akemi acusadoramente con su dedo índice.
—¡Te voy a patear el trasero! —ella vociferó, saliendo del paraguas para abalanzarse sobre Akemi, quien no dudó en correr en dirección a la entrada del edificio.
Yōhei fue tras ella, la agarró por la manga de su abrigo y tiró de ella hacia atrás. En respuesta, Akemi le propinó un golpe en la cabeza con su portafolio y esta vez, eligió su coche como su próxima parada.
—¡Tienes que escucharme! —Akemi jadeó cuando empezó a reducir la velocidad.
—Los traidores no tienen opinión. —Yōhei aceleró el ritmo. Afortunadamente para ella, Akemi nunca fue una buena atleta, por lo que era solo cuestión de tiempo antes de que pudiera atraparla.
Ringo, que todavía estaba parado allí viendo toda la acción, sintió ganas de sacar su teléfono y grabar cómo sucedía cada situación: al final, Yōhei alcanzó a Akemi y la arrojó al piso encharcado del estacionamiento. Ambas mujeres continuaron discutiendo como si fueran un matrimonio infeliz al borde del divorcio. Una vez, Ringo pensó que Akemi y Yōhei eran novias, porque el comportamiento de las dos (al menos durante el tiempo que vivieron juntos) fue extremadamente suave. Es decir, Ringo no tenía nada en contra de los gustos de la gente, pero pensar que sus dos compañeras de trabajo y amigas fueran novias era extraña.
Por supuesto, su loca idea cayó en el bote de basura cuando Taigen apareció.
—¡Me metiste en un lío! —Yōhei le reprochó a Akemi, que luchaba por quitarla de encima, en vano.
—¡Lo sé! No pensé bien mi decisión —Akemi aceptó la culpa—. No tengo excusas.
La pelirroja apretó su mano en las mejillas de Akemi. —Espero, entonces, que no te arrepientas de esto. —se levantó y volvió al lado de Ringo, quien se despidió de Akemi con una seña antes de irse con Yōhei.
—Te acompaño. —Ringo se ofreció.
—No, estaré bien, Ringo, solo necesito una ducha caliente. —Yōhei le sonrió a su amigo y subió las escaleras paso a paso.
Él optó por no hacerle caso a su petición y la acompañó en completo silencio durante el trayecto. Sabía perfectamente que aunque Yōhei no pateó a Akemi como estaba planeado (considerando que fue una decisión impulsiva que tomó en medio de la ira y la decepción), ahora, después del huracán de emociones que la azotó, solo quedan los vestigios de la tristeza que le trajeron las acciones de Akemi.
A pesar de todo, Yōhei se sentía aliviada de poder volver a su espacio seguro. Mientras buscaba su llave en su bolsillo, se dio cuenta de que la puerta de la entrada estaba abierta. Le pareció algo extraño, ya que siempre la dejaba con doble seguro.
—Ringo —Yōhei llamó en un susurró a su amigo—. Creo que hay alguien, dame el paraguas.
Temiendo lo peor, Ringo le entregó a Yōhei el objeto a Akemi y se puso detrás de ella mientras avanzaban. Al llegar a la entrada, Yōhei abrió la puerta por completo. —¡¿Quién está ahí?! —bramó. Los dos desconocidos que estaban en la habitación dejaron caer sus cajas de impresión. Ella los miró a la defensiva, hasta que se dio cuenta de que conocía a uno de ellos.
—¿Taigen? ¿Qué haces en mi casa? —ella lo señaló con el paraguas.
Taigen, que llevaba el pelo recogido en una cola de caballo para que no estorbara, se puso de pie. —¿Es tu casa? No lo sabía —se encogió de hombros—. De todos modos, no me importa, solo vine a hacer un favor. —señaló a la chica que recogía la caja que había dejado caer antes.
—Mierda. —Yōhei se frotó la cara con las manos.
Había olvidado por completo que su nueva compañera de cuarto se mudaba hoy. Ella se aclaró la garganta con un poco de vergüenza, por corretear a Akemi durante toda la mañana, este asunto se le salió de la memoria. Para colmo, no estaba físicamente presentable.
—Uh, recordé que tengo que hacer algo en la cafetería. Hablaremos más tarde, Yōhei. —dijo Ringo, despidiéndose y marchándose rápidamente.
Taigen tampoco estaba demasiado cómodo, así que improvisó otra excusa muy similar a la de Ringo. —Yo también tengo que irme, vivir con una novia no es fácil. —guiñó un ojo y se fue, cerrando la puerta tras de sí.
La muchacha se levantó del sofá, sacudió su cuerpo como si estuviera estirando sus músculos, se recostó contra la mesa y puso sus manos en sus caderas mientras miraba aburrida a Yōhei, esperando alguna acción. E ignorando el comentario anterior de Taigen sobre vivir con una novia, Yōhei notó que su compañera vestía más oscuro de lo que le gustaría: una chaqueta de cuero negra, pantalones y una camiseta del mismo color con el logotipo de la NASA. Muy friki, en su opinión.
—Eh... Supongo que deberíamos presentarnos. Soy Yōhei Kōzaki de la Facultad de Arte. Estudio fotografía. ¿Y tú quién eres? —preguntó la pelirroja, buscando alguna respuesta de la desconocida, que frunció los labios ante la pregunta general de Yōhei, pero decidió responder por simple cortesía.
—Soy de la Facultad de Ciencias, estoy estudiando astronomía. Mi nombre es Mizu —dijo la recién presentada, y luego revisó una fila de cajas en la habitación—. A propósito...
—¿Eres un estudiante de intercambio? —interrumpió Yōhei. Una de sus principales razones para preguntar era la característica de sus ojos azules.
Es absolutamente normal que los estudiantes vengan de otros países occidentales a estudiar en la Universidad Shindo, y no tiene nada de malo, pero Yōhei tenía un poco de curiosidad, que fue aplastada con el comentario de Mizu.
—¿Y tú, el guasón? —Mizu resopló y se cruzó de brazos—. Eso no te importa.
El Guasón. Yōhei se sorprendió por el comentario de Mizu. Ella no solía tener fe en las primeras impresiones, pero su nueva compañera de cuarto definitivamente podría ganar el premio a la mejor comediante del año. Así y todo, desde el primer plano, Mizu tenía razón, con su aspecto actual, ella podía salir y asustar a la gente en los callejones a medianoche para hacer videos de reacciones de terror en YouTube.
—Escucha, Kōzaki —con su pie en otra de las cajas, Mizu entró en la habitación que pertenecía a Akemi—: cada uno tendrá su propio espacio. No te interpongas en el camino. No toques mis cosas y todo estará bien. —advirtió, y seguido de eso, se encerró.
Tremenda bienvenida. Yōhei pensó, pero optó por fantasear con el agua caliente que iba a recorrir por su cuerpo antes de resfriarse. Entonces, agarró una toalla y se fue a tomar un baño caliente, más tarde tendría tiempo para meditar sobre su relación con su nueva compañera de cuarto, porque, sin duda, sería interesante.
Al entrar en el Honne Café, Yōhei pudo escuchar un grito de alegría y alivio resonando en su interior. Esta es una cafetería que está a dos cuadras de la Universidad Shindo, bastante cerca, de calidad y mucho más económica que la que está dentro del campus. Muchos estudiantes que visitan el local, dedican tiempo a estudiar o beber algo delicioso, todo depende del enfoque, ya que el ambiente de Honne se presta a un momento de paz.
Yōhei se sienta en uno de los taburetes junto a la caja registradora, aburrida y aplastada después de un largo día de estudio.
—¿Estás bien? —preguntó Ringo, tocándole la frente. Ella frunció los labios y sacudió la cabeza con toda sinceridad.
—Me han asignado un proyecto sobre fotografía artística, y no tengo ni idea de lo que voy a expresar en él. Hasta Ise sabe lo que quiere hacer y yo no. —Yōhei dejó caer su rostro en la vitrina.
Aunque ha hecho muchas fotos antes, siempre han sido imágenes más técnicas o documentales, por lo que ella no sabe cómo plasmar un sentimiento o una idea en una foto. Al menos, todavía tiene tiempo suficiente para presentar un trabajo decente y bien hecho, pero mientras no encuentre inspiración, nada servirá.
—No pierdas la fe, pueden hacerlo, como siempre. —Ringo la animó, alborotando su cabello como un niño.
—¡Oye! No hagas eso —Ella gimió, apartó el brazo de Ringo y volvió a acomodarse el cabello rojo— ¿Akemi no vendrá a trabajar? —preguntó al cabo de un rato.
Ringo negó con la cabeza, sacando una bebida de chocolate del refrigerador que luego dejó para que Yōhei la bebiera, considerando que eso le daría la fuerza para seguir adelante con su día. Él se sentó al lado de ella para charlar más cómodamente viendo a la gente pasar por las ventanas de la cafetería.
Por momentos, el Honne Café estaba tan abarrotado que no había mesas para nadie más, ni siquiera fuera, y también había días como hoy: vacíos, silenciosos y sin bullicio de cualquier tipo excepto por la radio. Yōhei comenzó a trabajar allí hace tres años, y su jefe, un anciano de unos sesenta años que fácilmente pudo conocer a Moisés, fue la persona más amable que le ofreció el puesto. Ella todavía le agradece cada vez que lo ve.
—El jefe cambió su horario de trabajo. —dijo Ringo.
—Ya sabes... Dios tiene sus favoritos —continuó Yōhei mientras sorbía el chocolate a través de la pajita en el recipiente—. Y yo no soy uno de ellos, porque ni siquiera me llevo bien con mi nueva compañera de piso.
Si la Residencia Universitaria de Shindo hiciera una aplicación en la que Yōhei pudiera calificar su coexistencia con Mizu con cinco estrellas, no le daría ninguna. Es como si no estuviera ahí. Ella se va temprano y cuando vuelve, se encierra en su habitación. Ni siquiera la ha visto comer en el mes que llevan viviendo juntas.
No es que sea malo, pero ¿qué pasa si Yōhei vive con un asesino en serie o un revolucionario que quiere cambiar el gobierno? Ya ha visto muchas películas para estar preparada ante situaciones de este tipo, quizá esté el motivo por el cual es demasiado paranoica. Por otro lado, siendo más razonable, existe la posibilidad de que Mizu lleve una doble vida como las de los superhéroes y villanos, ¿es ese su secreto? Yōhei no lo sabe, pero algún día lo descubrirá.
—Sé paciente. Es una buena persona de corazón, a su manera, pero lo es. —Ringo se encoge de hombros.
—¿Y cómo lo sabes? —Yōhei terminó de beber su bebida de chocolate y la tiró a la basura—. No has vivido con ella, o puede que no me hayas dicho algo que no sé -puso dos dedos en la frente de Ringo.
Él sonrió nerviosamente. —Nunca mentiría, y tú lo sabes.
—Después de Akemi, perdí mi confianza en cualquier ser vivo. —dijo Yōhei.
—Pero yo soy diferente. —Ringo hizo una expresión de cachorro que podría convencer a cualquiera de que lo que dice es cierto.
—Si estás tratando de lavarme el cerebro haciendo caras tiernas —Yōhei se cruzó de brazos, fingiendo enojo—, déjame decirte que está funcionando.
—Me alegra, pero lastimosamente tengo trabajo que hacer. —Ringo se levantó para atender a unos clientes que recién llegaban.
Yōhei permaneció en su asiento durante unos segundos, observando a su amigo hacer su trabajo correspondiente. Un gruñido salió de su estómago, ella se preocupó en ese momento y sin esperar más, fue al baño de la cafetería. Al contrario de lo que esperaba, el cartel de "fuera de servicio" fue lo que la recibió.
Lo que faltaba. Yōhei entró en pánico, quería despedirse de Ringo pero su dolor se hizo más fuerte, el tiempo era oro en este caso. Ella salió corriendo de la cafetería y echó a correr lo más rápido que pudo en dirección a las residencias universitarias. Cuando llegó a la entrada, a punto de sufrir un infarto, se metió en el ascensor y apretó el botón que conducía al quinto piso tantas veces que parecía como si tuviera un tic en el dedo.
—Joder, joder. —ella chilló mientras salía apresuradamente del ascensor.
Cogió las llaves, las metió en la cerradura y se enfrentó a la puerta en una batalla camp porque no quería abrir. Al final, logró dar paso en la sala de estar de la casa, pero si pensó que eso era todo, también encontró la puerta del baño cerrada con llave. De fondo se oía el grifo de la ducha corriendo.
—¡Mizu! Gritó desesperadamente, golpeando violentamente la puerta. No lo iba a lograr—. ¡Abre la puerta!
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