27 de junio
Querido diario:
Ahora sí te contaré lo que pasó. Se me ha hecho muy difícil asimilarlo, y a la vez me ha hecho encontrar nuevos sentimientos, una mezcla entre cariño y odio, y a la vez asco.
Esto es lo que sucedió: una de esas veces en que tuve que prostituirme, estaba un poco consiente, así que recuerdo bien lo que pasó. Escuché una conversación entre dos hombres, al parecer entre uno de los dueños de este prostíbulo y uno de los clientes. Decía así:
Dueño del prostíbulo: Es un poco pequeña.
Cliente: no me importa, me gustan así.
D: la mataremos pronto, así que disfrútelo.
La verdad, eso de que me matarían no me asustó, y es que ellos siempre le dicen eso a sus clientes. Ni idea por qué.
El punto es que, en el momento en que el cliente corrió las cortinas que tapan el lugar, vi en él un rostro muy particular: el de mi padre. Cuando lo vi, no podía creerlo. Mi progenitor en un prostíbulo, con menores de edad, aparte que él dijo que las menores de edad le gustan más.
No me imagino qué pensará mi mamá si lo llega a saber, y quizás hace cuanto tiempo lo hace.
Después de verlo, él me reconoció, y en vez de sacarme de aquí cómo me imagino que lo haría un padre que quiere a su hija, se dio la media vuelta, algo avergonzado, y salió de ahí. No ha vuelto, o por lo menos no he vuelto a oír su voz.
No sé cómo es que he sobrevivido con tanta dosis de drogas y pasando por esto, aunque no creo que me quede mucho.
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