☆꧁༒Cuatro༒꧂☆
☆꧁༒☬ℙⒺяг@☬༒꧂☆
☆꧁Pasado꧂☆
Hinata soltó una risotada mientras corría tras los cachorros felices que saltaban en sus cuatro patas, alegres por el juego que siempre ganaban.
Konohamaru se detuvo detrás del grupo, justo frente a ella. Levantando la cola y bajando su torso, estaba gruñendo, pero su cola alegre lo traicionaba. Hinata se agachó, con una postura de pelea y mostrando los colmillos que ya había controlado. Luego puso sus manos en garras, mostrando sus uñas peligrosas y negras largas. Ella también gruñó, su pecho vibrando.
El cachorro soltó una especie de ladrido, y saltó, sin poder evitar la diversión. Saltó en su lugar, una y otra vez y luego salió corriendo detrás del grupo que ya se había escondido en el bosque. Hinata se quedó en cuclillas, sonriendo sin poder evitarlo. Estar con los pequeños siempre le alegraba, y su "trabajo" era cuidarlos unos días por semana. En realidad, no era un trabajo para ella y los niños la adoraban, así que todos eran felices.
Hinata caminó lentamente hacia el bosque, dejando que los niños terminarán de esconderse. No tenían permitido salir de la periferia segura de la manada, así que no estaba preocupada de que se fueran muy lejos. Era un juego que siempre jugaban, los niños lo amaban, porque siempre estaban tan ansiosos que jamás podían esperar que ella los encontrará y siempre saltaban sobre ella. Hinata, casi siempre simulaba que se asustaba, aunque había aprendido mucho con Kakashi que la había empezado a entrenar para agudizar sus sentidos.
—¡ Uno, dos, tres! ¡Voy por ustedes!— gritó alegremente, terminando con un pequeño gruñido divertido.
Hinata cerró los ojos, agudizando su sentido del oido como le había enseñado Kakashi. Escuchó a los pájaros trinar y a algunas ardillas moverse por las ramas. Su ceño se frunció, mientras mantenía sus ojos cerrados e inclinó la cabeza cuando escuchó un pequeño jadeo. Sonrió cuando tomó una profunda respiración, apartando el olor a césped húmedo, madera y aire fresco y reconoció el aroma. Omoi siempre se mantenía cerca del terreno de la manada, así que no le pareció raro que no se apartará tanto de la entrada. Pero, ella amaba al pequeño tímido, así que casi siempre lo dejaba para los últimos. Quería que su autoestima subiera y siempre intentaba halagarlo cuando lograba algo.
Dio unos pasos, aún con los ojos cerrados, y sintió otro aroma, y mordió su labio para evitar sonreír. La pequeña Mirai siempre estaba cerca de Omoi, ella lo cuidaba, pero Konohamaru estaba aún más cerca, él la cuidaba a ella. Dejó al trío para después y siguió avanzando.
El juego avanzó como lo hacía siempre, y pronto tenía al grupo de diez cachorros saltando en sus pies, jadeando y mordiendo levemente sus tobillos mientras avanzaban. El día estaba caluroso, húmedo, pero ella sintió cuando algo cambió en el ambiente.
El grupo estaba descansando en un claro, dónde la sombra y el viento los refrescaban. Hinata estaba sentada, su espalda contra el tronco de un árbol y desde allí, podía ver a todos los cachorros. La mayoría estaba tomando una siesta y hasta a ella le daban ganas de dar una cabeceada. Pero, siempre se mantenía alerta.
Era muy extraño, pero a veces había ataques a la manada, considerando que Minato no tenía todo el apoyo de otras manadas cercanas. Ya había pasado un tiempo de que él era Alfa y de que ella había llegado a la manada, pero siempre había algún lobo que creía que podría derrocarlo.
Los pajaros volaron desde un árbol, haciendo que se pusiera alerta. Se puso aún más ansiosa cuando Konohamaru, el cachorro que era el mas dominante del grupo, levantó la cabeza de un tirón. Ella lo observó fijamente, notando sus ojos negros alertas y escudriñando los alrededores. Su ceño se frunció cuando vió como las orejas puntiagudas fueron hacia atrás y el pelo de su lomo se erizó. Para cuándo Konohamaru comenzó a gruñir, varios del grupo se habían despertado de su sienta.
Hinata se levantó rápidamente, pero los cachorros ya estaba a su alrededor mientras Konohamaru se había puesto cerca del bosque, gruñendo, como si fuera una gran amenaza para lo que sea que los espiaba.
—¡Alarma!— gritó Hinata cuando vió ojos brillar no muy lejos.
Los diez cachorros tiraron sus cabezas hacia atrás y aullaron al anusimo.
—¡Vamos, vamos!— apremió mientras apuntaban hacia la salida del bosque—. Konohamaru —, llamó mientras sus garras y caninos salían.
El claro, que había estado tan tranquilo sólo unos segundos antes, se volvió una revolución de gruñidos y ladridos, pisadas de cachorros corriendo y gruñendo, hasta algunos aullando y gimiendo. Hinata corrió hasta donde aún estaba el testarudo de Konohamaru, aún erizado y gruñendo; lo tomó del lomo y lo levantó torpemente, ya que él era muy pesado. Ella sintió una opresión en su pecho cuando escuchó un gruñido, podía identificar que era un macho adulto y a este se sumaron dos más.
— Mierda, mierda..— murmuró una y otra vez mientras tropezaba con Konohamaru en brazos, yendo hacia la entrada de la manada.
Por encima de los golpes furiosos de su corazón en sus oídos, escuchó las pisadas pesadas por atrás de ellos. Los cachorros ya no estaban cerca, ella tenía la esperanza de que hayan corrido a la manada y pronto entraría la ayuda. Sus respiraciones eran jadeos duros, e intentaba esquivar lo que sea que estuviera frente a ellos. Pero, cometió un error.
Giró la cabeza para ver qué tan cerca estaban los intrusos, no vió nada, pero desviar la mirada del camino fue estúpido. Supo que había cometido un error antes de que su tobillo se doblará hacia un lado. Ella gritó, tapando el ruido de "crack” que hizo su hueso y cayó hacia adelante. Abrazo lo más que pudo a Konohamaru, girandose hacia un lado para evitar caer sobre él. El golpe la dejó sin aire, haciendo que sus brazos se aflojaran. Él cachorro giró por el suelo, lejos de ella mientras sentía que su visión se nublaba por un segundo. Agitó la cabeza, intentando sacarse de encima la visión borrosa y gritó por el cachorro.
—¡Corre, vamos!— le exigió.
Konohamaru se puso en sus cuatro patas, y dudó, pero ella le gruñó mostrando los dientes. Era una orden, no una petición.
Ella lo vio irse mientras hacía una mueca. Se volvió, mirando su pie torcido de manera extraña y apretó los dientes cuando intentó moverlo. Iba a intentar acomodarlo, pero levantó la cabeza cuando patas pesadas detuvieron su carrera justo frente a ella. Hinata miró fijamente al enorme lobo adulto que se alzaba a unos pasos de ella. Su pelaje era negro con matices cobres, sus patas delanteras tenían manchas grises y sus ojos eran como pozos negros sin brillo. Su largo hocico se abrió,mostrando enormes dientes y más largos colmillos que brillaban por la baba. Un poco de espuma se amontonaba cerca de la comisura de su hocico, y puso su cabeza más hacia abajo, mirándola fijamente.
Hinata ni siquiera parpadeo, sabiendo que estaba por saltar sobre ella cuando las garras de sus patas delanteras hurgaron en la tierra seca. El viento sopló, agitando las hojas sobre ellos, como si el tiempo se hubiera detenido. Ella escuchó el aullido del viento, triste, como aquella noche y sus ojos se afilaron.
Ella no había sobrevivido a lo que le habían hecho sus, dizque, hermanos de manada, para morir a manos de un lobo que ni siquiera conocía. Su cuerpo se tensó, sus uñas se clavaron en la tierra y gruñó también.
Su sonido no era tan intimidante como un lobo totalmente transformado, pero Kakashi siempre se preocupó en entrenarla. Cada tarde que tenía libre, él le enseñó lo que sea que ella podía aprender. Mostró sus dientes afilados y volvió a gruñir.
—¡Vamos, pedazo de mierda!— lo desafío.
Ella supo que te estaba hundida en lo más profundo, cuando dos lobos salieron de los costados de donde ella estaba. Ambos tenían la mirada fija en ella, sus expresiones decían que iban a matarla entre los tres.
Pero, desde su espalda escucho los aullidos de los centinelas. Se acercaban, pero parecían demasiado lejos...
El lobo que estaba justo frente a ella dió un paso hacia su dirección, gruñendo. Ella pelearía, pero no podría vencer a un lobo, sabía que era imposible. La vida una vez más le estaba dando un golpe, tal vez el último, diciendo que nunca sería feliz completamente.
Hinata sonrió a su pesar, estaba feliz de que por lo menos los cachorros hayan podido huir. La manada de Remolino había sido lo más cercano a un hogar de lo que había tenido. Kakashi había sido un gran padre, siempre evito llamarlo de ese modo, pero no porque no lo quisiera. Era para siempre recordarse que él no tenía la obligación de acogerla y cuidarla, pero él siempre la trató como si fuera de su sangre. Kushina una gran madre y Minato un tío protector. Y, aunque a veces molesto y demasiado mandón, Naruto una ilusión de su hombre perfecto. Ella había hecho amigas, verdaderas y los niños habían sido su alegría cada día. Si, su vida había sido difícil, pero él último tiempo se había sentido parte.
Moriría por esa manada.
Hinata estaba demasiado concentrada en el lobo que estaba al frente de ella, por lo que no supo que el lobo de su derecha iba a atacarla hasta que fue muy tarde. Giró su cabeza hacia allí, viendo cómo el lobo marrón se lanzaba con un salto hacia ella. Instintivamente su cuerpo fue hacia atrás, mientras veía al enorme lobo suspendido en el aire. Obligó a sus ojos a permanecer abiertos, por eso vió como otro lobo se lanzaba rápidamente sobre el lobo que la estaba atacando.
Ella gritó, viendo cómo el lobo de Kakashi y el intruso se enredaban en el suelo, cerca de ella. Era la tercera vez que veía a Kakashi luchar por ella, y no pudo evitar que sus ojos se llenarán de lágrimas mientras veía como los otros dos lobos desconocidos se lanzaban a ayudar a su compañero.
Hinata estiró sus manos, aprovechando la distracción de los otros lobos y acomodó su tobillo. Ahogó el grito que quiso dar por el dolor, y aunque su pie palpitaba y dolía como los mil demonios, se arrastró hasta un árbol para levantarse. Ella debía salir de la pelea, sólo era una distracción para Kakashi.
Mientras intentaba levantarse con la ayuda de un tronco tirado, escuchó su gruñido. Las pesadas pisadas de un poderoso lobo que conocía muy bien.
Naruto fue un borrón que pasó cerca de ella, lanzándose a ayudar a Kakashi que gruñía y gemía por las mordidas que ya le habían dado. Hinata se mantuvo quieta, sabiendo que todo estaría bien cuando vió como su fuerte mandíbula se cerraba sobre el lomo del intruso más cercano y con un rápido movimiento lo lanzó hacia un lado. Naruto era un lobo enorme, hasta ahora no había visto a otro tan grande como él, y sabía aprovechar eso a su favor.
Él se levantó en sus patas traseras, empujando y desequilibrando al lobo que estaba sobre Kakashi y luego se lanzó sobre el otro, mientras su padre se levantaba de nuevo. Ambos pelearon, mezclando gruñidos, pero rápidamente los intrusos se dieron cuenta que no podrían ganar a ambos y salieron a correr.
Ella vió como Naruto giraba su cabeza hacia ella, como si estuviera corroborando que estuviera bien y luego aulló, corriendo tras los intrusos justo cuando más centinelas llegaban.
Hinata sonrió, viendo cómo un grupo de siete lobos seguían a Naruto, sabía que los intrusos no podrían ir muy lejos. Los gruñidos y pisadas fueron como una alegre música para sus oídos y luego soltó una risotada, como si no pudiera retenerla, al ver a su padre acercarse cojeando. Probablemente fuera la adrenalina, pero le parecía gracioso ver a su lobo gris cojeando con los mechones de pelos alterados. Kakashi se detuvo cerca de ella, sentándose en sus cuartos traseros y redujo sus ojos marrones.
Hinata sonrió.
— Ya estás algo viejo para estar peleando, ¿Verdad?
Kakashi gruñó con molestia, pero Hinata rió. Su padre se acercó, empujando parte de su rostro con la fría naríz. Ella estiró las manos y las sumergió en el espeso y grueso pelaje cerca de su cuello. Acarició con sus uñas, sonriendo mientras miraba su rostro. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sin prestar atención a los aullidos lejanos, miró fijamente a Kakashi.
— Gracias —, murmuró.
No le agradecía por haber corrido hacia ella, para salvarla. Le agradecía por todo, una vez más. Ella sabía que si no fuera por Kakashi, probablemente jamás habría llegado hasta Remolino, ni siquiera lo hubiera pensado. Tal vez estaría como una paria en su antigua manada. En los mejores de los casos, muerta, sin sentir nada ni que nadie se burlaba de ella por sus defectos. Kakashi hizo un ruido sordo, como si no necesitará que ella le agradeciera. Hinata negó con la cabeza, pero sonrió.
Él se dejó caer a su lado, Hinata había notado que sus patas temblaban un poco.
— Descansa un rato—, le sugirió mientras acariciaba su lomo. Cuando vió que él apoyaba su cabeza en su regazo y cerraba los ojos, ella volvió a sonreír—. Eres el mejor padre— le murmuró, feliz de saber que estaba bien, aunque cansado.
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