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Se quedó paralizada por un momento, mirando hacia el techo mientras limpiaba su rostro. Era cerca de la medianoche y, de reojo, verificó que Vander aún estuviera dormido. La incomodidad que la embargaba le impedía moverse con libertad, sumada al dolor punzante en sus genitales. Penso por un segundo que la habia desgarrado o lastimado gravemente.

Estaba semidesnuda, apenas cubierta con su ropa interior, y el frío de la madrugada hacía imposible salir en ese estado. Con el ánimo por los suelos, logró sentarse al borde de la cama, buscando algo con qué cubrirse mientras se abrazaba a sí misma en un intento de consuelo. Al no encontrar nada a simple vista puso los pies en el suelo y caminó hacia el frente de la cama. Tomó una camiseta negra, que por su tamaño asumió que era de él, y decidió ponérsela, ya que no quería andar por la casa en esas condiciones.

Con sigilo, se dirigió hacia la puerta y salió del cuarto, un espacio que ahora consideraba una prisión de tortura. La sensación viscosa en su piel la llevó a decidir darse un baño con agua caliente, con la esperanza de limpiarse y, al menos, relajarse un poco. Cerró la puerta del baño con seguro, preparó la tina con suma delicadeza por el dolor en su cuerpo y esperó pacientemente a que se llenara.

Mientras observaba cómo el agua caía del grifo abierto llenando la tina, su espalda se deslizó lentamente por la pared hasta que su cuerpo encontró el frío suelo del baño. El contacto helado del piso se extendió por su piel como una caricia amarga, pero no reaccionó. Su mirada permanecía fija en un punto invisible, perdida en un abismo insondable, sin rastro alguno de vida o emoción en sus pupilas. Era como si todo dentro de ella hubiera sido arrancado, dejando solo un vacío profundo y oscuro que consumía cualquier atisbo de humanidad. Todo en ella estaba muerto, excepto el peso aplastante de una soledad infinita que la mantenía anclada en ese lugar.

 Después de unos veinte minutos, el agua estaba lista. Comenzó a desvestirse lentamente, cada movimiento dificultado por el dolor que sentía en su cuerpo. Antes de entrar al agua, se miró en el espejo sobre el lavabo, temiendo encontrar algún golpe o señal que delatara lo sucedido. Pero lo que vio la llenó de angustia: su cabello estaba desordenado, con mechones sin forma; su mirada, apagada y cansada, estaba enmarcada por profundas ojeras hinchadas de tanto llorar. Sus labios rojos y su aspecto demacrado eran un reflejo de su sufrimiento.

—¿Qué me pasó? —murmuró, tocándose la mejilla mientras ladeaba el rostro para observar su perfil.

Decidió ignorar su reflejo y se sumergió en la tina, dejando que el agua caliente aliviara sus músculos tensos y su cuerpo adolorido. Permaneció inmóvil un momento, permitiendo que el agua limpiara cada rincón de su piel. Luego, con movimientos lentos y cuidadosos, comenzó a masajear su cabeza, tratando de despejar su mente. Tomó un poco de jabón y limpió su cuerpo con esmero, eliminando cualquier rastro del olor que la atormentaba.

Lo hacía despacio, intentando disfrutar ese pequeño alivio, la única forma que tenía de relajarse y, al mismo tiempo, intentar olvidar los amargos recuerdos que la perseguían

El miedo la invadía al pensar que Powder pudiera enterarse de lo ocurrido, o peor aún, que Vander le hiciera un daño mayor. Tragaba el nudo de asco en su garganta, aceptando su situación solo para proteger a su hermana y evitar que su familia se desmoronara por su culpa.

Con dolor, comenzó a limpiar su zona íntima con los dedos, incertandolos en su interior para quitar cada flujo biscoso en sus labios vaginales. Era dolorosos debido a que la zona ya estaba muy irritada, pero sabía que los actos sexuales podían tener consecuencias, pero desconocía cómo tratarlas correctamente. Así que se limitó a limpiarse, esperando no desarrollar alguna infección.

Al terminar el baño, se secó con una toalla, vació la tina y volvió a ponerse la misma ropa antes de salir del baño. Abrió la puerta con cuidado, procurando no hacer ruido, y regresó a su cuarto asegurándose de que todos estuvieran dormidos. Una vez dentro, buscó entre sus cajones una muda de ropa limpia.

Primero cambió su ropa interior, luego se puso una de sus camisetas de tirantes, habituales para dormir debido al calor nocturno, y finalmente unos shorts cortos que cubrían parte de sus muslos. Se tumbó en la cama, cubriéndose con las sábanas hasta la cadera, mientras la melancolía seguía pesando en su pecho. Contuvo las lágrimas, preguntándose cómo era capaz de soportar tales condiciones. Se sentía estúpida al no encontrar una solución a su problema, y esa impotencia era lo que más la lastimaba

No habia nada mas doloroso que los sucesos vividos continuamente

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El sonido ensordecedor de la alarma retumbó en su cabeza mientras despertaba de su profundo sueño. Se cubrió los ojos por un momento, tratando de protegerse del resplandor matutino que se colaba por la ventana. Con un movimiento lento, tomó su teléfono para apagar la alarma que siempre programaba a las seis de la mañana. Su cuerpo estaba agotado, sus piernas dolían y su ánimo parecía estar por los suelos. Sin más demora, se dirigió al baño, donde lavó su rostro con agua fría, intentando disipar la somnolencia. Al mirarse en el espejo, apartó la vista rápidamente, evitando caer una vez más en pensamientos autodestructivos.

Cepilló sus dientes y peinó su cabello de manera apresurada, buscando al menos verse presentable para enfrentar el día. Al salir del baño, caminó hasta la litera y se detuvo frente a la cama superior, donde dormía su hermana. Por unos segundos, que para ella parecieron eternos, acarició el pálido rostro de la niña. Una mezcla de nostalgia y amor la invadió al contemplar al único ser que realmente amaba en el mundo.

—Despierta, Pow —susurró con dulzura mientras movía ligeramente a la niña—. Es hora de ir a la escuela.

Powder se estiró perezosamente, frotándose los ojos con evidente desgana. Su expresión, carente de entusiasmo, se transformó en un puchero dramático al escuchar las palabras de su hermana.

—Ve a lavarte la cara —le indicó con una sonrisa leve.

Aunque con pesadez, Powder obedeció, bajando con cuidado de la cama para dirigirse al baño. Mientras tanto, Vi se dispuso a despertar a sus demás hermanos. No tuvo que esforzarse demasiado con Claggor. Con un cabello desordenado y un gesto de fastidio, él emitió un gruñido al sentir las palmadas de su hermana.

—Vamos, hombre, a levantarse —bromeó Vi, dándole unas suaves palmadas en la pierna que colgaba de la cama.

—¡Vi, déjame! —protestó él con voz arrastrada, cubriéndose los ojos con el antebrazo.

—Levántate, Claggor —insistió ella con tono burlón mientras recogía unas almohadas del suelo—. ¿Estás despierto?

—Lo estoy... —murmuró él con voz somnolienta, sentándose al borde de la cama.

Vi asintió satisfecha y comenzó a organizar su mochila con rapidez. Guardó sus libros, cuadernos, lapicera, cargador, audífonos y algunas pertenencias personales. Cuando su hermana salió del baño, ella aprovechó para entrar, darse una ducha rápida y vestirse con el uniforme escolar: unos pantalones azul marino, una blusa blanca tipo polo con botones y la insignia de la institución. Completó su atuendo con unos tenis negros.

Al salir del baño, arregló su cama lo más rápido que pudo y se dirigió a la cocina con su mochila al hombro. Esta vez, no podía permitirse mostrar miedo o tristeza; tenía que demostrarse a sí misma que era capaz de sobrellevar cualquier adversidad, incluso si eso significaba sacrificar su propio bienestar. Sus pasos resonaron suavemente en el pasillo hasta llegar a la cocina, donde lo vio.

Él estaba allí, como cada mañana, cocinando. Preparaba el desayuno y el almuerzo para todos, asegurándose de que la comida estuviera caliente y deliciosa. Era un gesto que, a pesar de todo, seguía pareciéndole profundamente paternal, algo que ni siquiera su propio padre biológico había hecho jamás.

—¿No vas a decir buenos días? —preguntó el mayor con tono serio, encendiendo la estufa y sacándola de sus pensamientos.

—Buenos días —respondió Vi en seco, restándole importancia al comentario mientras se sentaba en el comedor. Dejó su mochila en el suelo y evitó mirarlo a los ojos.

—¿Quieres que te prepare algo en especial? —preguntó él, vertiendo aceite en el sartén, que comenzó a chisporrotear bajo la llama.

—Hazme lo mismo que a Powder —contestó ella mientras acomodaba platos y cubiertos frente a cada silla, preparando todo para cuando sus hermanos llegaran. Al terminar, se sentó nuevamente y comenzó a servir cereal con avena en un tazón, añadiendo leche fría.

El sonido del sartén friendo la desesperaba un poco. Movía su pierna nerviosamente mientras intentaba desayunar con normalidad, aunque le resultaba difícil.

—¿Por qué tan callada, linda?—su voz la hizo estremecer, tanto que casi se atraganta con el cereal. Él se había sentado demasiado cerca, invadiendo su espacio personal, y su mano, grande y pesada, empezó a deslizarse por su muslo, cubriéndolo casi por completo. Ella sintió un nudo en la garganta, incapaz de emitir sonido alguno. —Te ves muy bien—murmuró, inclinándose hacia ella mientras apartaba con lentitud un mechón de su cabello rojizo, sus dedos rozando su piel con una intención que la hizo tensarse aún más.

—Gracias—no artículo bien su palabra, su lengua se detuvo al igual que su cerebro, nada estaba conectado. Su mentón fue tomado de forma agresiva, cosa que la tomó muy desprevenida—¡déjame!—su disgusto fue silenciada cuando sus labios fueron juntados con los de el de forma muy rápida y cortante.

Eso fue lo último que paso antes de que Powder llegara a desayunar junto con sus otros hermanos. Esa última situación antes de irse caminando a la escuela le generaba mucho remordimiento, la forma tan morbosa en como la acariciaba era lo que no podía sacar de su mente.

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Entro al salón de clases cerrando la puerta detrás de ella, observo que sus compañeros estaban muy metidos en sus asuntos, algunos charlando, otro haciendo trabajos y unos más en sus teléfonos, nada fuera de lo común. Ver a todos tan unidos le genero cierta incomodidad, qque vieran su maldita cara y su maldito cuerpo. ¿Podrian notar que estaba sufriendo?, esperaba que no.

 A lo lejos logró ver a una chica alta de lacios cabellos negros, sentada en su pupitre con el telefono en sus manos teléfono cruzando sus piernas. Ella era Caitlyn, su mejor y unica amiga en su vida quien a pesar de su estatus social era la mujer más noble que había conocido y eso era lo que le agradaba de ella. La primera ves que llego a esa escuela fue la primera en hablarle y sin importarle su apariencia: el cual era el principal motivo al rechazo, no dudo en ayudarla en cualquier cosa que necesitará.

Era una chica muy hermosa, alta, de rasgos finos y ojos azules, con modales y vocabulario correcto, no por nada era la representante de grupo. Su inteligente era lo mas destacable en ellalo cual no le sorprendía viniendo de una familia dirigente de industrias, pero lo que mas amaba de Caitlyn era la humildad que habia en su alama, el ser mas puro que habia conocido en realidad.

 Fue caminando a su pupitre, el cual estaba ubicado frente al de ella quedando de espalda, pero siempre en las clases volteaba su cuerpo para quedar cara a cara con ella. El nerviosismo invadio su ser cuando la chica levanto su rostro para admirarla, no hacia falta decir que esta abrio los ojos como plato a su estad demacrado.

—¿Qué rayos te pasó? —preguntó Caitlyn con el ceño fruncido, inclinándose un poco hacia Vi—. Tienes la cara demacrada, Dios mío, ¿estás bien?

—No he dormido bien, además no me maquillé —respondió Vi con un tono apagado mientras giraba ligeramente su cuerpo para mirarla directamente.

—Aun así, te ves muy mal. Ya no deberías dormirte tan tarde, Vi. Me preocupas. 

Vi dejó escapar un suspiro, desviando la mirada hacia el pupitre de Caitlyn, donde el brillo del esmalte negro captó su atención. —Debería considerarlo —murmuró, casi como si hablara consigo misma—. Ese color es nuevo, ¿verdad?

—Sí —dijo Caitlyn con una pequeña sonrisa, notando el cambio de tema pero decidiendo seguirle la corriente—. Ayer salí con mis padres. Me dijeron que podía elegir algo y pedí este esmalte. ¿Te gusta? 

Vi asintió levemente. Sabía que Caitlyn siempre tenía algo nuevo, pero lo que realmente valoraba de ella no era su estatus ni sus pertenencias, sino la manera en que siempre estaba ahí para ella. Caitlyn era la única persona con la que realmente sentía una conexión genuina, más allá de las apariencias.

—Bien chicos, saquen su libro en la página setenta y cinco para continuar con el tema —interrumpió la voz del profesor.

Vi no supo en qué momento su agotamiento la venció. Se quedó dormida sobre la fría superficie de la mesa banco, ajena al ruido de los demás alumnos que salían del salón para esperar al siguiente profesor. Todo parecía un eco distante hasta que una voz la sacudió.

—¡Vi, Vi! despierta! —La voz alarmada de Caitlyn la hizo abrir los ojos de golpe. La cercanía de su amiga la sobresaltó.

—¿Qué te sucede? Estabas llorando —dijo Caitlyn con una mezcla de preocupación y ternura, mientras observaba las lágrimas que aún brillaban en los ojos de Vi.

—¿Llorando? —Vi frunció el ceño, confundida. Al tallarse los ojos, notó las lágrimas cerca de sus lagrimales—. Sólo tengo mucho sueño.

—Vi, nunca te había pasado esto —insistió Caitlyn, inclinándose un poco más hacia ella, con el rostro lleno de preocupación—. ¿Estás segura de que estás durmiendo bien? No quiero que vuelvas a esos horarios nocturnos tan horribles. Me preocupa verte así.

Vi dejó escapar un suspiro pesado, cubriéndose los ojos con las manos como si quisiera ahogar el estrés que la consumía. —No, Cait. Hace años que duermo bien, pero es que... mierda —murmuró, dejando caer las manos sobre la mesa—. Necesito algo para despertarme.

Caitlyn la observó en silencio por un momento, notando el cansancio en cada gesto de su amiga. Finalmente, le ofreció una sonrisa suave y extendió una mano para ayudarla a levantarse. —Vamos a la cafetería. Te compraré un café.

Vi aceptó la ayuda de Caitlyn, pero al ponerse de pie, sus piernas temblaron ligeramente. Caitlyn notó aquello con inquietud, aunque no dijo nada. En cambio, ajustó su paso al lento caminar de Vi, manteniéndose cerca de ella. 

—Cait... gracias —murmuró Vi después de unos segundos, rompiendo el silencio mientras avanzaban por el pasillo.

—Siempre estaré aquí para ti, Vi —respondió Caitlyn con una calidez que no necesitaba más palabras. Su preocupación era evidente, pero también lo era el vínculo que las unía.

La época de exámenes era una situación estresante en la que Vi se preparaba casi con un mes de anticipación, debido a que era una persona que se le dificultaba mucho memorizar las cosas. No sienpre sacaba una nota brillante o al menos no en ciertas materias, tales como hiatoria y geografía que llegaban a sacarla de quicio.

Era por eso que sienpre acudía a Caitlyn para una ayuda personal en sus estudios. Siempre considero su epaciencia para enseñar como un don que muy pocos tenían, así que era muy común que se juntaran en la gran mansión kiramman para proceder con los ámbitos de estudios, ya que los exámenes comenzaban.

Mientras charlaban con un café en mano la peliazul soltó una sugerencia nada común entre ellas.

—Vamos a tu casa a estudiar—dijo Caitlyn, y el café en la boca de Vi ardió horriblemente al escucharla..

—¿Qué? No, claro que no. Sabes muy bien que tengo hermanos y podrían molestarnos. Ni siquiera tengo un espacio propio—respondió Vi, su voz temblando.

Quizás Caitlyn pudo a verlo creído si no estuviera sonando tan nerviosa y si sus manos no temblaban tanto, actitudes que no era para nada comunes en su mejor amiga.

La contraria frunció el ceño por confusión, claramente no esperaba una reacción tan negativa. Al ver la obviedad la pelirroja chasqueo la lengua con vergüenza, subiendo sus hombros y abrazándose a sí misma.

—Vi, ¿qué está pasando?—preguntó Caitlyn, frunciendo el ceño. La preocupación se apoderó de su voz—. Te veo tan diferente. Te quedas dormida en clase, luces demacrada... ¿por qué no me dices la verdad?

Caitlyn sintió un nudo en el estómago, una mezcla de incredulidad y frustración. No podía entender por qué su amiga se negaba a abrirse, por qué parecía estar atrapada en una sombra que la consumía.

¿Qué te sucede?

—En realidad, tienes razón. No estaría mal que fuéramos a mi casa—murmuró, pero su tono no era el de alguien que realmente quería.

—¿Qué demonios está sucediendo contigo?—la voz de Caitlyn se llenó de desesperación, sus manos moviéndose con nerviosismo—. Me preocupas. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras te veo sufrir

.—N-no quiero hablar de eso, Caitlyn—dijo Vi, su mirada desviándose—. Solo dime si vas a ir a mi casa para avisarle a... mi padre.

El título le pareció insuficiente. Decir "mi padre" era como intentar encerrar un océano en un vaso. Esa palabra se le atragantó en la garganta, y un miedo profundo la invadió.

Finalmente su amiga decidió dejar el tema d econversacion con un amargo sabor de boca, su mano recorrió la suya con una dulzura que la sorprendió al instante. Ella la miró a los ojos y logró ver algo en ellos, solo que no sabía como describir como sus pupilas se dilataban al verla.

—Estoy contigo Vi, no estas sola en esto.

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Me recuerdas tanto a alguien

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