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ᵤₙₒ.

Harry Potter y la piedra filosofal.

Ese día fue jueves. Genevieve recordaba todo con tanta precisión que parecía que lo tenía tan tatuado en su memoria como un encanto hechizador; recordaba el clima cálido del momento, el sol ardiente, el día frenético y la alegría que la carcomió cuando lo conoció.

Genevieve era una joven mujer muggle, tan delgada y pequeña que parecía que se quebraría en cualquier momento. Cabello tan negro como la noche y ojos tan llamativos como la luna llena. Labios carnosos y delicados, figura angelical y sonrisa tan encantadora que brindaba la confianza de cualquiera. Parecía una veela, aunque ella no tenía nada relacionado con el mundo mágico.

Era un tanto mayor; contaba con veintitrés años de edad y no tenía ningún prospecto. Trabajaba en una cafetería conocida en medio de la calle, el holy coffe, que se dedicaba especialmente en la venta de cafés, pasteles, pastelillos, pan dulce y otros, en ocasiones, vendían desayunos o aperitivos pequeños que atraían a más personas a descansar en el lugar. Usualmente no estaba muy llena la cafetería, casi sólo había una o dos mesas ocupadas, y cuando se iba un cliente, solía venir otro, y así sucesivamente.

Cuando los padres de Genevieve comenzaron a envejecer, ella, a diferencia de sus hermanos, decidió dedicar sus días a atender aquel negocio, siendo proclamada como la nueva dueña que estaba de un lado a otro por el lugar, mientras sus padres, en ocasiones, solían ir a apoyarla a atender el negocio. Comúnmente su día empezaba desde temprana hora para comenzar a preparar todo para tener un lugar impecable. Su madre a menudo iba a ayudarla a cuidar el lugar para que su día no fuera tan casado. Pero, curiosamente, ese jueves su madre nunca llegó, como también, nunca llegó cuando él venía a ver a Genevieve.

Él era Remus Lupin, un hombre mayor que ella por ocho años, un mago que también era hombre lobo desde niño. Un marginado y un desempleado, sin amigos ni seres queridos ante su situación.

Él había llegado a su cafetería por una casualidad, más que nada, porqué una característica que destacaba en la mujer era su necesidad de ayudar a otros. Constantemente su familia solía regañarla por su exceso de sensibilidad y bondad que tenía, pues, además de que sus ingresos no fueran demasiados, cuando contemplaba a una persona necesitada, ella no dudaba de brindarle su apoyo con algún aperitivo para que sobreviviera y calmara su hambre. Y aunque Genevieve solía tener discusiones grandes con su familia por esas acciones, aun así, la mujer creía que todos merecían una oportunidad; por eso solía ayudar a toda persona que podía.

Por eso, ese jueves, cuando su tienda se vacío, Remus paso lentamente frente a su tienda. Tan hambriento y débil después de una luna llena; su rostro estaba sutilmente decorado de diversas heridas. Su cabello estaba despeinado y mal cortado, su ropa era vieja y se notaba que estaba demasiado desgastada.

Fácilmente el corazón de Genevieve se estrujo y abrió la puerta de su local, dándole la bienvenida.

El hombre la miró asustado y perplejo, sin creer que lo estaban invitando a entrar. Por ende, Genevieve insistió. El hombre no parecía muy convencido de aquello, por ende, la mujer incremento su oferta a una dona y a un café. Remus la miró tan detalladamente para asegurarse que aquella mujer era alguien indefensa que sólo quería ejecutar su buena obra del día. Resignado, se sentó en una mesa y aceptó la comida de la mujer mientras ella no comprendía como el hombre no olía mal, sino que olía a chocolate.

Remus, al tener la comida frente a él, comenzó a oler la dona y después de eso, la devoró rápidamente y después tomó de un trago su café, sin prepararlo ni esperar que se enfriará. Ante eso, Genevieve creyó que estaba muy hambriento y le ofreció más, pero él se negó, aunque no se largó. Sin embargo, la pelinegra no temía de él.

Con curiosidad, la mujer intentó hacerle conversación, pero él estaba muy evasivo. Finalmente, el hombre habló solamente para despedirse, agradecer, y se retiró.

Paso una semana exactamente, y una vez más fue jueves. Él entró como si fuera un cliente normal, y curiosamente, una vez más, la cafetería estaba vacía. Él le pidió lo mismo de la vez pasada y extrañada, ella se lo otorgó.

El hombre tenía El profeta en sus manos y consumió de sus alimentos con total tranquilidad, provocando que la curiosidad de Genevieve incrementará. Fue entonces que Remus, al recordar la razón por la cual volvió, siendo esa que, ella era la primera persona que lo trató con decencia en años, Remus decidió hablar con la pelinegra al terminar sus alimentos.

Le contó un poco sobre su vida. El misterioso hombre finalmente se presentó como el señor Remus John Lupin, admitió que no era de por aquí y por eso, en aquel día, se había visto tan perdido y descuidado. Cuando Genevieve intentó averiguar más sobre él y su procedencia, el hombre se negó y le pidió mejor que le hablará un poco sobre ella y su pequeño negocio.

Genevieve era muy ingenua, la ventaja era que Remus no era un hombre malo. Así que le contó sobre ella, su cafetería, sobre sus padres y, finalmente, de su necesidad de ayudar a otros y su pensamiento sobre las oportunidades.

Aquel hombre sonreía de vez en cuando con los comentarios, hasta que, finalmente se retiró, no sin antes, pagarle a Genevieve lo que consumió ese jueves y el pasado, con unas extrañas monedas que ella no comprendió.

En Hogwarts, Mad-ClepGirl (Dianessa)🐧

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