
ᴵ ᶜᵃⁿ ʷᵃⁱᵗ ᶠᵒʳ ʸᵒᵘ ᵃᵗ ᵗʰᵉ ᵇᵒᵗᵗᵒᵐ
VII: Las dudas...
⚠︎ TW! Mención de drogas y uso y consumo de las mismas ⚠︎
Lorenzo:
La oscuridad del sueño era densa, sofocante y opresiva, un peso que se hundía justo en el centro de mi pecho como una manta plomiza y desagradable que no conseguía quitarme de encima aún a pesar de todos y cada uno de mis esfuerzos, porque, esto no solo era un sueño, y vaya que cada ápice de mi ser lo sabía, porque lo sueños nunca eran tan vividos, nunca eran tan tangibles y tan reales, los recuerdos si que lo eran… en especial aquellos que con tanto ahínco yo me había esforzado por esconder e ignorar como si nunca hubieran tenido lugar, esos, esos eran los peores porque, sin importar que, siempre conseguían volver y cuando lo hacían siempre era con una claridad abrumadora que me envolvía por todas partes sin tener el más mínimo interés en dejarme escapar.
Estaba allí de nuevo.
Un cuarto lúgubre y tan mal iluminado que era imposible distinguir las manchas de humedad en las descaradas paredes, pero, vaya que yo sabía que estaban allí así como lo estaba el aire viciado con su regusto metálico característico de la sangre y el químico acre qué poco a poco se encargaba de destruirme, de destruirnos. Las pocas lámparas de gas baratas que se balanceaban en el techo parpadeaban cada pocos segundos, haciendo que la habitación luciera cada vez más y más como la locación de una película de terror.
Y él estaba frente a mí. Inclinado sobre una mesa sucia y desorganizada, usando un viejo trozo de cable para atarse el brazo con ayuda de sus dientes con la experiencia de alguien que había llevado a cabo la misma acción un sin número de veces.
—No deberíamos… —mi voz estaba rota y las palabras crepitaban por completo irregulares en el vacío opresivo de la habitación.
—Relájate —respondió él sin siquiera mirarme, su típica indiferencia embargando su entero semblante incluso en medio de aquellas circunstancias—. Dijiste que lo harías una vez más.
Mis dedos temblaron con fuerza en torno al agarre qué mantenía sobre mi propia jeringa desgastada. No quería hacerlo, muy en el fondo yo no quería hacerlo. Sabía muy bien lo que vendría después del subidón: el eterno vacío, el opresivo dolor, la sensación de hundirme cada vez más y más en un pozo sin fondo del que jamás podría salir. Pero… allí estaba él y siempre había sido él quien había conseguido arrastrarme consigo, sin importar cuales fueran las circunstancias, y esta, la peor circunstancia de todas, no había sido la excepción.
—Vamos, Lolo —dijo girándose hacia mí con esa sonrisa torcida que siempre lograba derribar todas y cada una de mis defensas—. Tú confías en mí, ¿no? —sus palabras eran tan incisivas como el pinchazo de la aguja y yo sabía muy bien lo que él estaba esperando de mí.
Lo vi inyectarse primero, la aguja hundiéndose en la marcada piel de su antebrazo con una facilidad mecánica y automática, una nueva cicatriz que jamás conseguiría sanar del todo mientras dejaba escapar un suspiro pesado, su cabeza cayendo hacia atrás mientras la aguja usada caía al suelo junto con las otras.
—Tu turno —me dijo y yo quise negarme, mis dedos vacilaron en su agarre. Había tantas cosas que se sentían mal. La habitación de repente estaba más fría, más opresiva y yo quería soltar la jeringa pero mis manos no me respondían de forma alguna porque mi mente y mi ser entero necesitaban, ansiaban el contenido de aquella jeringa, lo necesitaba para seguir adelante, lo necesitaba para vivir y fingir que podía pasar un solo día sin inyectarme aquella mierda era el remate del mal chiste que yo estaba hecho.
—S…si —fue todo lo que dije antes de presionar el émbolo de la jeringa dejando que aquel liquido mortal se deslizara en mis venas demasiado contaminadas y destrozadas como para protestar de alguna forma. Un sonido agudo comenzó a resonar en mis oídos como una atronadora alarma qué con cada segundo aumentaba su intensidad haciéndome sentir que mi cabeza estaba a punto de estallar.
Y, verdaderamente, aquello sería mucho más piadoso que el destino que se encontraba aguardando por mí detrás del subidón qué ya empezaba a embargar mis terminaciones nerviosas.
Fue entonces cuando desperté.
Mi cuerpo se sacudió con violencia como si hubiera sido alcanzado por un rayo, el sudor se encontraba empapando mi frente y provocando que la camiseta se pegara a mi cuerpo como una segunda y desagradable capa de piel. Mi respiración era tan erratica que no dejaba de silbar de forma aguda en mis pulmones mientras mis manos no dejaban de temblar, mía dedos crispados como si aún me encontrase sosteniendo la maldita jeringa contra mi brazo, ciertamente, no era la primera vez que tenía este tipo de pesadillas, pero, hacia mucho que ninguna se sentía tan intensa, tan real. Parpadee varias veces buscando que mis ojos es enfocaran en la oscuridad de la habitación, estaba tan agitado, con mi corazón por completo desbocado, que me tomo unos cuantos segundos darme cuenta de donde estaba: el cuarto de Luca, en el hotel, a años luz de aquel recuerdo que nunca había cesado en atormentarme sin importar el paso del tiempo.
A mi lado, el mullido colchón de la cama se movió y yo volví la cabeza para posar mi mirada en el rostro de Luca mientras él se incorporaba sobre uno de sus codos para devolverme la mirada con la preocupación destacando claramente en todas y cada una de las líneas de su atractivo rostro—. ¿Estas bien, Lorenzo? —cuestionó con su voz por completo ronca por lo adormilado y desorientado que, muy seguramente, se sentía justo ahora.
No pude responder de inmediato en medio de mi lucha por estabilizar mi respiración y regular los desbocados latidos de mi corazón en mi pecho que prácticamente ardía con fuerza a causa de la violencia de sus golpeteos—. Solo… solo fue un mal sueño —murmuré sintiendo el amargo y acre sabor del miedo impregnando mi paladar.
—¿Una pesadilla? —su mirada se suavizo ligeramente pero él continuo estudiándome con atención aún en medio de su somnoliento letargo—. ¿Sobre qué?
—El pasado —fue todo lo que dije, no quería entrar en detalles pero, era más que obvio, por la expresión de su rostro, que el mayor sabía perfectamente de lo que yo estaba hablando justo ahora, lo sabía así como yo mismo era capaz de saber que las mismas pesadillas también lo atormentaban a él en sus peores noches, aquellas donde la línea entre pasado y presente se desdibujaba con alarmante facilidad, una facilidad que, en su caso, no debía estar muy lejos de ser su entera realidad, tal y como lo dejaban ver las recientes cicatrices que discurrían sobre la piel de sus antebrazos, allí donde todas la cicatrices deberían ser tan solo un vago fantasma del pasado, tal y como era mi caso…
Pero, para Luca no era así.
Y yo no podía quedarme callado. No esta vez, no después de aquel horrible y opresivo recuerdo que se había deslizado hasta lo más profundo de mi psiquis, enredándose allí, justo en lo más profundo, para nada dispuesto a dejarme en paz hasta que yo hiciera algo al respecto.
—No puedes seguir así —mi voz salió más baja de lo que había pretendido, mi entero semblante aun por completo afectado por el correoso y ácido peso de la pesadilla, pero, aún así, mis palabras fueron firmes y contundentes, queriendo llegar a él mientras sentía como el sudor frío y pegajoso perlaba cada centímetro de mi piel.
—No empieces —Luca dijo con un suspiro exasperado escapando de sus labios mientras se dejaba caer sobre la cama colocándose un brazo sobre los ojos para buscar esconder la molesta expresión de su rostro.
—No estoy empezando. Estoy tratando de hacerte entender que esto no va a llevarte a nada bueno.
Una risa seca y sin humor se escapo de los labios del mayor mientras permanecía en aquella posición sobre la cama, buscando evitarme por completo—. ¿Y qué sabes tú sobre lo que es bueno para mí?
—Sé que te estas destruyendo y sé que todavía la sigues usando —le dije sintiendo como el abrasador ardor de la ira y la frustración me quemaban la garganta con cada palabra que parecía quemar sobre mi lengua como ácido.
Luca se quito el brazo de los ojos y se incorporo de golpe, la expresión de su rostro era incisiva—. Cuidado. No tienes ni idea de lo que estás hablando.
—¿Ah, no? —yo sabía que desafiarlo y provocarlo estaba muy lejos de ser la mejor de las opciones, pero yo estaba demasiado frustrado y enojado para pensar en detenerme. Quería darle un puñetazo para que entrará en razón de una vez por todas, pero también quería abrazarlo para hacerle saber que no tenía que pasar por esto solo, quería ambas cosas al mismo tiempo y aquella dicotomía era muy agotadora para mi pobre mente demasiado reactiva por la pesadilla—. ¿Entonces qué? ¿Vas a mentirme en la cara?
—Cállate —espetó, su voz era baja y estaba cargada de furia contenida y de una amenaza velada que yo era capaz de reconocer muy bien.
—No —respondí, sintiendo como mis manos se crispaban en puños que no dejaban de temblar debido a la frustración—. No me voy a callar, no está ve…
Antes de que yo pudiera darme cuenta, o siquiera pudiera ser capaz de terminar la oración, él me agarro del cuello de la camiseta, empujándome con fuerza sobre la superficie de la cama, la violencia del golpe sacudió mi entera anatomía y consiguió dejarme sin aire por unos cuantos segundos, pero, aún así yo no aparte la mirada de sus ojos donde una mirada amenazante resplandecía bajo la escasa iluminación de la habitación, su agitada respiración golpeando de lleno en mi rostro mientras su agarre permanecía firme sobre la prenda que él mismo me había prestado para poder dormir—
¿Crees que puedes venir aquí y decirme que mierda hacer? —susurro con sus labios peligrosamente cerca de mi rostro en un gesto más amenazante y peligroso que cualquier otra cosa—. ¿Eh, Lorenzo?
Trague saliva sintiendo la presión de su cuerpo sobre mi propia anatomía—. No tienes que hacer esto solo —dije con mi voz impregnada de una calma por completo artificial que estaba muy lejos de sentir justo ahora.
Su mandíbula se apretó con fuerza, desde mi posición pude apreciar a la perfección la forma en la que sus músculos se tensaron y, por un segundo, pensé que iba a golpearme, después de todo, no sería la primera vez… Pero, en lugar de eso, me soltó de golpe y se apartó de mí, colocándose de pie y dándome la espalda—. Vete a la mierda —murmuró pasándose una mano por el corto cabello negro.
—No —replique incorporándome sobre los codos hasta quedar sentado sobre la cama, volviendo la cabeza para mirarlo—. No voy a irme.
—¡Deberías! —grito, girándose hacia mí otra vez con cada una de las líneas de su expresión por completo crispadas a causa de la furia y la frustración que se encontraba embargando su entero semblante—. ¡Deberías largarte y dejarme pudrirme en paz!
—No voy a hacer eso —dije asegurándome de mantener mi voz lo más firme posible—. No contigo.
Su mirada se suavizo, tan solo por un segundo antes de que volviera a endurecerse mientras se pasaba la lengua por los dientes en el típico gesto que llevaba a cabo cuando estaba tratando de controlarse y contenerse—. Eres un puto idiota.
—Lo sé —le respondí sin siquiera detenerme a dudarlo mientras él se dejaba caer en la cama una vez más con la cabeza entre las manos. Yo no me moví de mi lugar, me quede allí, junto a él, porque no importaba cuántas veces intentará empujarme o apartarme, yo no iba a irme, no está vez.
No sabia que era lo que quería, pero yo no iba a dejar que Luca se hundiera en esta mierda.
El día siguiente había llegado con demasiada prontitud, y, había traído consigo una nueva jornada de servicio comunitario obligatorio que tanto Max como yo debíamos llevar a cabo como parte de la enorme sarta de consecuencias que no habían dejado de perseguirlos desde aquel fatídico podio en Australia desde el cual las cosas no había dejado de complicarse y torcerse cada vez más y más como el remate del mal chiste que estaba hecha mi trayectoria mediática por la Fórmula 1.
“Un desastre de relaciones públicas”
Así me había llamado Ophelia Vivienne, y, aunque yo la odiaba con todo mi ser por la forma en la que había capitalizado mi vida entera, debía reconocer que la periodista tenía algo de razón. Yo era un desastre. En especial después de lo que había estado pasando en mi vida en los últimos días, en especial después de lo que había pasado la noche anterior: Luca, la playa, el beso, las cicatrices, las pesadillas y las promesas vacías…
Todo era un desastre, y yo era el epicentro de aquel desastre.
No estaba borracho por primera vez en mi vida después de un fin de semana de carrera, pero, un inusual y letal tipo de resaca pesaba sobre mi semblante casi de la misma forma en la que lo haría una etílica, se trataba de una resaca emocional que envolvía todos y cada uno de mis sentidos y emociones tornándolas más letárgicas y reactivas que de costumbre, convirtiéndome en un manojo de nervios y ansiedad que tan solo empeoraba segundo con segundo a causa de mi evidente falta de sueño dela noche anterior, de tal forma que, en estos precisos instantes, podía sentir la abrumadora tensión del ambiente adhiriéndose a mi entera anatomía como una segunda y desagradable capa de piel de la que no era capaz de desprenderme de forma alguna por más que lo intentará con cada ápice de mis exiguas fuerzas matutinas.
Max se encontraba conduciendo a mi lado, sus manos aferrándose al volante con más fuerza de la necesaria dado que tan solo nos encontrábamos en medio de nuestro camino hacia el centro comunitario, pero, aún así, los nudillos del holandés se encontraban por completo blancos mientras sus orbes azulados se negaban a apartarse de la carretera. No había dicho ni una sola palabra desde que nos habíamos encontrado al salir del hotel y todos y cada uno de mis patéticos intentos por iniciar una conversación había sido rechazados o ignorados con crudeza por el tres veces campeón del mundo quien estaba por completo molesto en estos precisos instantes, tal y como lo había estado desde la noche anterior cuando los maliciosos comentarios de Lando habían dado en el blanco y lo habían afectado más de lo debido, tal y como seguramente el piloto inglés había esperado que fuera…
Y eso era una auténtica mierda. Max no era solo mi compañero, él era mi amigo, uno de los pocos amigos auténticos que tenia en medio de todo este maldito circo, en ocasiones yo incluso había llegado a considerarlo como mi mejor amigo, y su enojo e indiferencia se encontraban afectándome de una forma que yo realmente no era capaz de soportar en medio de las actuales circunstancias donde el resto del mundo ya estaba en mi contra. Y vaya que yo había tratado de hablar con él desde que había subido al auto hacia unos cuantos minutos, pero, ahora mismo aquello parecía por completo imposible, el tenso silencio se extendía en medio de ambos como una barrera infranqueable que era por completo inmune a todos y cada uno de mis intentos.
—¿Vas a decirme que mierda te esta pasando o que? —Max soltó de repente, un suspiro frustrado envolviendo sus palabras mientras continuaba con la vista fija en la carretera.
Así que ahora era a mí a quien le pasaba algo. Interesante… muy interesante considerando que había sido él quien se había dedicado a ignorarme desde la noche anterior por un asunto que no le concernía ni en lo más mínimo, nada de esta situación le concernía y yo estaba seguro de que él lo sabía. Pero, aún así y, muy a pesar de mi orgullo, cerré los ojos por unos cuantos segundos y tomé aire buscando en mi convulsa y caótica mente la forma correcta de iniciar esta complicada conversación.
—No es fácil de explicar —murmuré al fin, abriendo los ojos para posar mi vista en la ventana y en el tráfico de Miami que se extendía más allá de esta.
—Hazlo fácil, entonces —respondió de inmediato, su tono de voz incisivo y afilado—. Porque estoy harto de tu maldita actitud y tus secretos de mierda, que pueden afectar el rendimiento del equipo cuando aquí estamos peleando por un campeonato.
Me pase mi diestra por el rostro tratando de encontrar con todas mis fuerzas las palabras adecuadas—. Esto no afecta al equipo ni al campeonato de ninguna forma, Max.
Una risa amarga se escapo de los labios del susodicho ante mis palabras—. Si lo hace, aunque no quieras admitirlo. Si te afecta a ti, afecta al equipo entero —no pensé en responderle porque vaya que tenia razón—. Mira, no espero que me cuentes todo, pero al menos dime si estás bien, Enzo —dijo con un tono de voz mucho más suave, pero, en el cual aun se podía traslucir la molestia y la frustración que permanecían latentes en el ambiente.
—Estoy bien —me apresure a responder. Era una mentira por completo descarada y vaya que ambos lo sabíamos.
—Joder, ni siquiera sirves para decir mentiras —Max dijo mientras golpeaba el volante con una de sus manos, por completo frustrado y exasperado.
Un suspiro se escapo de mis labios y me hundí en mi asiento—. No quiero que te preocupes por eso, Maxie.
—Demasiado tarde —murmuró él mientras su mandíbula se apretaba en su típica expresión de enojo mal contenido—. Tienes una pinta horrible, peor que de costumbre, y ni siquiera estas borracho. ¿Quieres que me quede callado? No puedo.
Su preocupación verdaderamente me afectaba más de lo que quería admitir, pero, aún así, yo no podía decirle todo lo que estaba pasando en mi caótica vida en este momento, ni a él ni a nadie—. Solo… déjalo, ¿si? No es tan simple como crees.
El rubio volvió su cabeza hacia mí por un segundo y dejo que su mirada se posara en mi rostro, el enojo y la decepción mezclándose a partes iguales en todas y cada una de las líneas de su expresión—. Nunca nada es simple contigo. ¿Por qué tienes que ser así?
Ojalá supiera la respuesta a ese cuestionamiento porque era exactamente la misma pregunta que yo me había hecho desde hacia ya mucho tiempo como para recordar cuando, en efecto, había sido la primera vez. ¿Por qué yo tenia que ser así? Un desastre andante que intoxicaba y arruinaba todo de lo que estaba cerca como una suerte de corrosivo veneno para el que no existía ninguna suerte de antídoto, razón por la que había tenido que vivir con eso desde que había cumplido los cinco años, adaptándome a ser el niño problemático al que nadie quería cuidar y que no era aceptado por ninguna guardería, resignándome a mi autodestructiva naturaleza que me había llevado a los peores y más oscuros lugares imaginables de los que aún no conseguía salir por más que me engañara diciendo que aquello había quedado en el pasado, conformándome con las migajas de algo que no podía ser llamado vida con toda la mierda que me caía encima desde todas y cada una de las direcciones posibles, fingiendo que todo estaba bien cuando la realidad no podía estar más alejada de eso, pretendiendo todo el tiempo sin que nunca nadie fuera capaz de notarlo, así que, ¿por qué yo era así? Maldita sea, ni siquiera yo era capaz de encontrar la respuesta a esa pregunta, así que lo único que me quedaba hacer era seguir pretendiendo.
Como de costumbre.
Ante mi evidente falta de respuesta, Max chasqueo la lengua contra el paladar claramente enfadado y continuo conduciendo hasta que llegamos al lugar donde debíamos llevar a cabo nuestro servicio comunitario de hoy: un centro algo descuidado que se ubicaba a las afueras de la ciudad de Miami, se trataba de un edificio viejo con pintura descascarada decorando la fachada y un patio lleno de niños que correteaban de un lado a otro con sus vocecitas y gritos de euforia infantil elevándose en medio del abrasador calor que imperaba en el ambiente.
Max apago el motor del auto, pero, no salió de inmediato, se quedo sentado en su asiento con la vista fija en el árbol al otro lado del parabrisas, sus dedos tamborileando contra el volante en un gesto cargado de enojo e impaciencia como si estuviera esperando algo. Yo permanecí en mi lugar y deje que un suspiro se escapara de mis labios mientras pasaba una de mis manos por los zarcillos de mi cabello negro, revolviéndolos mientras las palabras y explicaciones daban vueltas en el interior de mi mente sin orden ni concreto, picando en mi lengua por ser pronunciadas…
—Luca y yo… —dije con mi voz sonando más tensa de lo que había pretendido—. Somos amigos, nos conocemos desde que éramos niños.
Era verdad. A medias, pero era la verdad y eso era lo que contaba, ¿no?
Max frunció el ceño y volvió la cabeza en mi dirección, sus profundos ojos azules, analizándome y evaluando la veracidad de mis palabras—. ¿Amigos? —repitió con aquella única palabra cargada de total incredulidad.
—Si —asentí, sosteniéndole la mirada para que mis palabras no resultaron sospechosas—. Desde niños.
—¿Y cuando pensabas decírmelo? —dijo con una risa sin humor escapando de sus labios sin que sus ojos se apartaran de mi rostro.
—No entiendo porque debería habértelo dicho —le respondí, finalmente apartando mi mirada para abrir la puerta del auto, el aire caliente filtrándose con rapidez y pegándose a mi piel como una segunda capa de desagradable humedad—. No tiene importancia.
—Claro que importa —respondió antes de que yo pudiera salir del auto para escapar de la conversación, su tono de voz era firme y decisivo—. Porque te afecta, y lo sabes.
Apreté la mandíbula y me mordí el interior de la mejilla con fuerza mientras salía del auto, cerrando la puerta de un ligero portazo mientras el holandés hacia lo propio, acomodando la gorra de Red Bull sobre su cabeza con un suspiro mientras me miraba por completo expectante, en busca de más explicaciones.
—Mira, Verstappen. No quiero hablar más de eso —le espete dejando que mi lengua se deslizara sobre la incipiente cicatriz que destacaba sobre mi labio inferior—. Solo quería dejar las cosas claras para que volvieras a hablarme como una persona normal.
—Esta bien. Pero esto no se queda aquí —dijo el rubio mientras suspiraba y asentía de forma lenta y pausada, sopesando la entera situación en su mente—. Si las cosas se ponen jodidas quiero que me digas.
No respondí, pero verdaderamente agradecí que las cosas entre ambos parecieran haber vuelto a la normalidad una vez más después de los sucesos del día anterior, y eso estaba bien, porque estos días ya eran lo suficientemente jodidos sin tener que estar peleando con la única persona que estaba de mi lado en mi equipo de mierda donde todos esperaban ansiosos a que yo cometiera un error para deshacerse de mí a las primeras de cambio.
Juntos nos dirigimos hacia la entrada del centro comunitario y, tan pronto como notaron nuestra presencia, un animado y eufórico grupo de niños se apresuro a correr en nuestra dirección para recibirnos con gritos y risas, llenando el aire con sus pequeñas voces cargadas de alegría y miles de preguntas, para nada dispuestos a darnos un respiro. Un suspiro se escapo de mis labios y me forcé a esbozar una sonrisa mientras me colocaba de rodillas en el suelo para saludar a los más pequeños del grupo, chocando los cinco con ellos mientras hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad y paciencia para soportar las horas que tenia por delante en este maldito lugar lleno de críos escandalosos y pegajosos por el sudor.
Fue entonces cuando, Max, quien a su vez, se encontraba hablando con unos cuantos niños pequeños que se habían abrazado a sus piernas nada más verlo llegar, frunció el ceño y me miró de reojo—. Explícame algo, Enzo —dijo con el tono de voz más calmando que era capaz de proferir en medio de la actual situación—. ¿Por qué demonios el imbécil de Norris esta tan obsesionado con saber que pasa entre ustedes dos?
Me tense de inmediato, sin siquiera ser capaz de evitarlo, sintiendo como un desagradable escalofrió me recorría la espalda, anudándose en la base de mi columna ante aquel cuestionamiento—. No lo sé —respondí encogiéndome de hombros con fingida indiferencia mientras me colocaba de pie—. Es un psicópata loco y esta obsesionado conmigo. No tiene nada mejor que hacer.
—¿Ah, si? ¿Eso es lo que piensas de mí? —mi cuerpo se congelo por completo estático en su lugar, apunto de chocar los cinco con otro niño, cuando escuche aquella molesta e irritantemente familiar voz a nuestras espaldas.
Mierda.
Volví la cabeza lentamente para encontrarme con su figura apoyada casualmente contra una de los muros del centro comunitario con los brazos cruzados sobre su pecho y una ceja arqueada en una expresión tan incisiva y peligrosa como la sonrisa que era esbozada por sus labios—. Por favor, Lorenzo, no te detengas con tus hermosos cumplidos —dijo con si tono de voz por completo teñido de burla y condescendencia—. Me interesa saber más sobre lo que piensas de mí.
Max se removió a mi lado, por completo incomodo mientras fingía prestarle atención a las palabras de la niña que se aferraba con fuerza a su pierna derecha. Maldito cobarde, yo no podía creer que le tuviera miedo al imbécil de Lando Norris. Era patético, los dos eran patéticos.
—Parece que en serio tienes el mal hábito de espiar conversaciones ajenas, Norris —le dije con un tono de voz tan burlesco y seguro como el que él mismo se encontraba usando.
—Solo cuando dicen cosas muy interesantes de mí —respondió dando un paso hacia adelante con su mirada posada en mí, buscando provocarme tal y como lo hacia siempre, en todas y cada una de las oportunidades que se le presentaban.
Me mordí el interior de la mejilla con fuerza, tratando de regular mis pensamientos para evitar hacer cualquier cosa estúpida que pudiera conseguir meterme en más problemas de los que ya me perseguían por su culpa—. Bueno, pues ya oíste lo que querías. Ahora puedes largarte.
Lando sonrió de forma burlesca y se inclino hacia mí de tal forma que sus siguientes palabras solo fueron audibles para mis oídos a causa de su repentina cercanía—. Si crees que esto termina aquí, eres más imbécil de lo que pensé.
No tuve tiempo de responderle, antes de que pudiera pensar en hacerlo, él se alejo con aquella arrogancia que caracterizaba todos y cada uno de sus movimientos, dejándome atrás con un desagradable nudo en el estómago y la certeza de que algo iba a salir terriblemente mal para mí el día de hoy.
Tal vez debería haberle hecho caso a mi madre y abandonar mis sueños de ser piloto de Fórmula 1, en cuanto tuve la oportunidad.
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El ambiente en el interior del centro comunitario era opresivo y sofocante y, eso, tan solo exacerbaba de forma considerable la incomoda y agresiva tensión que se suscitaba entre Lando y yo, ya que, como parte del incómodo y mal chiste que estaba hecho todo este asunto del servicio comunitario, ambos debíamos llevar a cabo nuestras tareas tan juntos como nuestros equipos de prensa lo consideraran necesario para disipar la tensión que había estallado con los golpes en el podio, pero no lo suficiente para avivar los rumores del “romance prohibido y problemático” que todos pensaban que teníamos. Todo el entero asunto era agotador a más no poder, y en medio de las actuales circunstancias, no había nada en el mundo que se me antojara menos que ser usando como un títere para la propaganda y publicidad de la FIA. Yo solo quería estar lo más lejos posible de aquí, lo más lejos posible de él.
Los niños corrían de un lado a otro riendo y gritando de una forma que ya se me antojaba de lo más insoportable, las voces de los verdaderos voluntarios presentes se encargaban de llenar los escasos espacios de silencio con risas forzadas e instrucciones que yo no era capaz de entender y mucho menos acatar, tan hiperconsciente como lo estaba de la presencia de Lando junto a mí, su simple existencia haciendo el aire más denso y mucho más insoportable provocando que mi cuerpo entero picara y se retorciera en busca de aquel conocido alivio qué solo el alcohol era capaz de darme en las situaciones más estresantes de todas, y vaya que esta era una de las situaciones más estresantes en las que me había visto envuelto desde que me había subido a un Go Kart.
—Entonces… —inicio Lando, resquebrajando el tenso e incómodo silencio instalado entre ambos mientras volvía la cabeza para posar su verdosa mirada en la expresión de pocos amigos que estaba siendo esbozada por mi rostro—. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Limpiar los pisos pegajosos o repartir comida con sonrisas falsas, ya sabes cono si quisiéramos estar aquí?
Use mi diestra para alborotar aun más mi revuelto cabello qué ya se encontraba húmedo y pegajoso a causa del calor que imperaba en este lugar donde ni siquiera los ventiladores parecían funcionar como deberían—. No lo sé, me parece que aún no nos asignan nada.
Norris chasqueo la lengua con impaciencia mal disimulada, cruzándose de brazos mientras se apoyaba contra la pared mas cercana, una mueca de asco mal disimulada crispando las facciones de su rostro ante el contacto con el muro—. Genial. Eso significa que tenemos tiempo de sobra para hablar de que me consideras un “psicópata loco obsesionado contigo”
Un gruñido exasperado de escapo de mis labios mientras colocaba los ojos en blanco ante sus molestas palabras—. ¿Otra vez con eso?
—Pues claro. No me gusta que la gente hable mierda de mí, menos cuando no tienen el valor de decírmelo en la cara —Lando estaba buscando provocarme, yo lo sabía, y, lo peor de todo el asunto, es que estaba en el camino correcto para lograrlo si continuaba comportándose de esa forma, tentado mi muy exigua paciencia.
—No es mierda si es la verdad —me gire hacia él, mirándolo directamente a los ojos sin dudar por un solo segundo.
Sus ojos se entrecerraron y por un momento tuve la sensación de que iba a hacer un comentario verdaderamente cruel y desagradable, tal y como era su maldita costumbre cuando se sentía acorralado, como una serpiente lanzando todo su veneno, pero, en lugar de eso, una sonrisa perezosa elevo las comisuras de sus labios, no era un gesto amable, sino todo lo contrario, era letal—. Sabes, creo que me gusta cuando te pones a la defensiva. Significa que me estoy acercando a una respuesta, ¿no?
Fruncí el ceño y lo mire con todo el odio y desprecio que su sola presencia me provocaba—. Estas loco.
—¿Lo estoy? —inclino la cabeza, fingiendo pensarlo—. Porque cada vez que menciono tu pequeño secreto, reaccionas como un animal salvaje acorralado que solo sabe morder y gruñir para defenderse.
Apreté con fuerza mis nudillos, tanto que las viejas cicatrices de nuestra primera pelea, punzaron y protestaron de forma enérgica, provocando que un fuerte ramalazo de dolor me recorriera el brazo entero mientras me disponía a contestar de la forma más hostil qué fuera capaz de idear… pero, antes de que una sola palabra salir de mis labios, una de las voluntarias del lugar se acerco a nosotros con una carpeta en la mano, sonriendo de manera amistosa, por completo ignorante de la tensión que crepitaba entre ambos.
—Chicos, que bueno que están aquí. Los necesitamos en la cocina. ¿Pueden ayudar? —cuestionó la chica con su mirada ambarina yendo de uno a otro.
Como si pudiéramos negarnos, maldita mierda.
En su lugar, me obligue a sonreír, ignorando la mirada burlesca y divertida del piloto de McLaren—. Claro que si, sin problema.
La chica asintió y comenzó a guiarnos hacia la cocina, nosotros la seguimos con nuestros pasos levantando uno que otro eco en los pasillos vacíos que se encontraban adornados con varios dibujos hechos por los niños en un intento por hacer que el lugar se viera menos gris y lúgubre. Lando se coloco a mi lado, inclinándose en mi dirección para susurrar en mi odio—. Esto va a ser divertido, ¿no crees, Lorenzo?
—Callate —le respondí de inmediato de una forma casi automática provocando que una risita cargada de sorna se escapara de sus labios mientras ambos llegábamos a la cocina qué se encontraba bullendo a causa del caos y el ruido: ollas chocando entre sí con metálica discordancia, los voluntarios corriendo de un lado a otros buscando llevar a cabo varias tareas a la vez, el murmuró constante de las órdenes y el susurro conjunto de las conversaciones triviales mantenidas por todos los presentes, era toda una cacofonía de ruidos que hubiera conseguido poner de los nervios a cualquier persona, pero, verdaderamente, a mí solo me molestaba un ruido: la risa baja y por completo burlesca de Lando, que no dejaba de seguir de cerca cada uno de mis pasos como si fuera una mala suerte de sombra bastante pegajosa qué se había adherido a mí.
—Deberías relajarte un poco —dijo con ese tono de sorna camuflado con falsa condescendencia, justo la combinación perfecta que siempre conseguía ponerme de los nervios de la peor forma posible hasta conseguir empujarme al difuso límite de mi paciencia, que, cuando se trataba del piloto inglés, nunca era mucha—. Estas demasiado tenso, cualquiera pensaría que te estoy amenazando de muerte o algo así.
Apreté los dientes con violenta fuerza mientras colocaba unas cuantas bandejas sucias en el lavado—. Déjame en paz, Lando.
—¿Por qué? Es divertido ver como intentas actuar como si nada estuviera pasando y luego fallas miserablemente —dijo mientras se apoyaba contra el lavaplatos, fingiendo estar ocupado con un trapo que alguien había dejado olvidado allí—. Vamos, inténtalo. Finge que nada paso, es divertido.
Me detuve de golpe en mi lugar. Por completo estático como si hubiera sido alcanzado por el más mortífero de los rayos. No podía entenderlo, todo en Lando Norris era tan contradictorio, él, en sí mismo era una contradicción andante a la que, por más que yo lo intentará, no era capaz de darle forma alguna, era escurridizo y cambiante, como un maldita serpiente que se alejaba cuando trataba de alcanzarla pero que, tan pronto como le daba la espalda en busca de algo de paz, se lanzaba a atacarme, sin piedad y directo a la yugular con un objetivo más que claro presente en ambas acciones: hacer todo el daño posible pero sin llegar a matarme, porque eso no sería divertido, porque la diversión para él radicaba en el hecho de jugar conmigo y con mi mente de la forma más retorcida posible. Yo no sabía que le había hecho, porque me odiaba tanto desde el momento cero, pero, ya estaba por completo harto de soportar sus malditas estupideces qué tan solo se habían encargado de arrastrarme al más profundo de los agujeros en lo que reputación mediática se refería.
Me gire hacia él con los puños apretados y los nudillos picando debido al dolor—. No todos podemos fingir tan bien como tú lo haces —le espete antes de que yo siquiera pudiera ser consciente de las palabras que habían salido de mi boca, profiriéndolas antes de que pudiera pensarlo mejor, mis ojos abriéndose debido a la impresión y mis dientes tirando de mi labio inferior.
La burlesca y arrogante sonrisa del inglés se congelo en su rostro, fue tan solo un breve instante casi imperceptible, pero fue más que suficiente para que yo pudiera notarlo aun en medio de mi estado actual—. ¿De que estas hablando? —cuestionó con su voz carente de su acostumbrada seguridad y diversión.
Así que había tocado un nervio. Eso era bueno, para variar.
Di un paso hacia él, asegurándome de mantener mi voz no más alta que un ácido susurro para que ninguno de los voluntarios presentes fuera capaz de escuchar nuestra conversación—. Sabes exactamente de lo que te estoy hablando. No voy a hacer como si eso nunca hubiera pasado, como si tú no estuvieras allí… como si no me hubieras besado esa noche en Australia.
Y allí estaba. La mayor tensión que pesaba en medio de nosotros, algo que ambos sabíamos que estaba allí pero que nunca nos habíamos atrevido a nombrar por miedo a la enorme sarta de consecuencias que podía traer consigo, consecuencias que podían ser incluso más aterradoras que aquellas que ya nos encontrábamos enfrentando con el constante acoso de la prensa, los fanáticos y los directivos de la FIA. Allí estaba el enorme elefante blanco en la habitación del que ninguno de los dos quería hablar pero que tampoco éramos capaces de ignorar del todo, haciendo nuestra relación mil veces más turbulenta y caótica hasta el punto en el que resultaba insoportable estar en el mismo espacio por más de cinco minutos, tal y como había quedado demostrado con el cariz qué había tomado esta situación…
La mandíbula de Lando se tenso con tanta fuerza que pude apreciar a la perfección como se movía el musculo bajo su piel, sus ojos verdes se oscurecieron de forma casi total, y, por primera vez desde que lo había conocido en el Paddock, él no pareció capaz de encontrar una respuesta—. N… no… —inicio pero las palabras murieron en su boca casi de inmediato, su lengua deslizándose por su labio inferior en un gesto nervioso que rara vez lo había visto llevar a cabo—. No fue la gran cosa. Estábamos borrachos.
—No. Yo estaba borracho —le espete con el ceño fruncido—. Tú estabas tan sobrio que hubieras podido conducir tu ridículo monoplaza a la perfección.
Él apartó la mirada de mi rostro, tratando de recuperar el control qué había perdido—. Fue insignificante.
—¿Insignificante? —espete buscando su mirada con mis ojos, contemplando como tragaba saliva por completo acorralado.
Fue allí cuando, algo pareció cambiar de forma súbita en la expresión de Lando, una risa breve e incisiva escapando de sus labios mientras volvía a mirarme con el odio y el desprecio resplandeciendo en sus orbes verdosos, sin un solo rastro de su anterior vacilación siendo apreciable en las líneas de su expresión—. ¿Sabes qué es gracioso?—. Dijo cruzándose de brazos, la intensidad en su mirada consiguiendo que mi corazón diera un vuelco en su ritmo normal—. Que hables de fingir como si fueras un maldito santo. Pero tú eres el primero en actuar como si nada hubiera pasado entre nosotros, ¿eh?
—¿De que carajos estas hablando? —fruncí el ceño sintiendo como la irritación burbujeaba en mi pecho a la par de la confusión.
Lando inclino la cabeza, evaluándome con una mezcla de incredulidad y fastidio—. No te hagas el imbécil, Borja. Sabes muy bien de que te hablo, lo has sabido siempre, tú y yo… en F3.
—¿F3? —cuestione genuinamente desconcertado mientras trataba de entender que mierda estaba pasando.
—Si, F3 —repitió con una sonrisa perezosa que era por completo artificial—. ¿O ahora vas a decir que me lo imagine?
Abrí la boca para responder pero las palabras murieron en mi lengua sin siquiera llegar a tomar forma. No recordaba a que se refería, no había nada en mi mente que pudiera darle una explicación a las acusaciones del piloto de McLaren—. No sé de que me hablas —admití finalmente con un tono de voz más defensivo de lo que pretendía a causa de lo confundido que me sentía.
La expresión de Lando se hizo agresiva al instante—. Claro que no —su diestra revolvió los rizados zarcillos de su cabello por completo frustrado—. Es bastante normal olvidar años enteros de tu vida y luego actuar como si nada, a todos nos pasa.
—¿Perdón? —replique sintiendo que esta conversación estaba tomando un rumbo que yo no podía controlar. Mi cabeza práctica amenazando con romperse en dos a causa de lo confundido que me sentía justo ahora.
—No importa, Lorenzo —respondió con brusquedad, dándose la vuelta para caminar hacia el otro extremo de la cocina—. Solo espero que no vayas a fingir otra vez.
Me quedé allí sin saber muy bien que hacer, que decir o siquiera que pensar mientras algo en el interior de mi pecho se revolvía por completo incomodo porque yo me moría por gritarle qué no estaba fingiendo nada, que simplemente era incapaz de recordar cualquier cosa con respecto a aquellos años donde mi vida había tocado el peor fondo de todos.
El frío del baño me envolvía mientras me apoyaba contra el mugroso y desvejecido lavamanos con la vista fija en mi reflejo que me devolvía la mirada a través del cochambroso espejo. Unas cuantas cristalinas gotas de agua goteaban lentamente del grifo mal cerrado, su ritmo monótono ambientando el rugir desbocado de mis confusos pensamientos que no me habían dejado ni un solo segundo de paz.
Fórmula 3.
Había algo allí. Algo que yo no era capaz de alcanzar del todo, recuerdos que se escurrían cono agua entre mis dedos entre más trataba de atraparlos, fragmentos sueltos de imágenes que a duras penas podían ser considerados y llamados recuerdos, como fotos desenfocadas en el fondo de mi mente. Las luces del Paddock, las carreras donde sentía que era invencible, las fiestas después donde nada me importaba… y en medio de todo, Lando. Su mirada que parecía constante, la forma en la que jugábamos a desafiarnos.
Maldita sea, hasta esta misma tarde yo ni siquiera era capaz de recordar que habíamos estado en la F3 al mismo tiempo.
Me revolví el cabello con frustración mal contenida. No lograba verlo del todo con la claridad que me hubiese gustado, todo se escapaba de mis manos, envuelto en una espesa neblina qué no se disipaba aun a pesar de mis más arduos esfuerzos. Una importante parte de mi vida por completo fuera de mi alcance al otro lado de una puerta cuya llave había perdido incluso antes de saber que la puerta existía.
Cerré los ojos tratando de evocar algún recuerdo a la fuerza, pero lo único que podía ver era una imagen que era más que nítida para mi, porque siempre me perseguía en mis pesadillas: un cuarto oscuro, la luz tenue de una lámpara sucia, la sensación del suelo frío bajo mis piernas y la voz de Luca diciendo que me relajará…
Al parecer ese era mi único recuerdo de mi tiempo en Fórmula 3.
Instintivamente me subí la manga de la chaqueta y me mire el antebrazo sabiendo muy bien lo que encontraría allí, aquello que me aseguraba de esconder de todo el maldito mundo, allí estaban, las cicatrices de punción, desvejecidas pero imborrables sobre mi piel, con un suspiro entrecortado pase los dedos sobre ellas, sintiendo la textura áspera de su desagradable historia bajo la yema de mis dedos.
—Maldita mierda… —susurre con un nudo formándose en mi garganta mientras apoyaba mis manos en el lavabo respirando hondo para tratar de regular el desbocado ritmo de mi corazón que estaba muy cerca de rayar en el pánico y la desesperación. F3, las carreras, las fiestas, Lando, Luca… nada estaba claro porque yo nunca había estado allí realmente, siempre estaba al otro lado de los efectos de la heroína y por mucho que yo quisiera recordar y tener una respuesta para todos los interrogantes que se suscitaban en mi mente a raíz de las palabras de Lando, la verdad era desgarradoramente simple: yo no podía recordar. No podía porque todo mi paso por la Fórmula 3 había estado envuelto en un espiral de caos, heroína y las peores decisiones.
Salí del baño sin que mi mente dejara de dar vueltas una y otra vez con violento frenesí tratando de juntar las dispersas piezas de lo que había sido mi temporada en la F3. Algo tenia que haber aún en el fondo de mi mente, alguna pista que me ayudará a recordar que había pasado conmigo, que había pasado con nosotros.
Yo tenia que saberlo. Y si no podía encontrarlo en mi mente entonces solo quedaba preguntarle a él. Era la solución más lógica, después de todo… pero eso no quería decir que fuera la más sencilla.
Encontré a Norris en el comedor vacío, sentado en una de las sillas con su rostro apoyado en una de sus manos mientras revisaba su teléfono de forma distraída. Tan pronto como noto mi presencia, levanto la vista y su expresión se endureció de inmediato como si ya estuviera más que listo para otro enfrentamiento entre nosotros, nuestra acostumbrada normalidad.
—¿Qué quieres, Borja? —espetó él por completo fastidiado mientras guardaba su teléfono sin apartar sus ojos verdes de mí.
Ignore el tono de su voz y camine hacia él—. Necesito saber lo que paso en F3.
Sus cejas se alzaron, por completo sorprendido ante lo directo de mis palabras, pero antes de que pudiera responder su mirada se desvío hacia mi brazo. Me tomo tan solo un segundo darme cuenta de que algo no estaba bien, y él solo necesito ese segundo para notar lo mismo con respecto a mí. La burla de su expresión se desvaneció bajo una profunda mueca de confusión mientras sus ojos permanecían fijos en las marcas expuestas que discurrían sobre mi piel, yo seguí la mirada de sus ojos y mi corazón se detuvo por unos segundos al ver mi manga recogida hasta el codo, dejando a la vista las cicatrices que debían estar escindidas.
Mierda.
Intente bajar la manga a toda prisa, pero era más que obvio que Lando ya las había visto.
—¿Qué es eso? —pregunto con su voz llena de una curiosidad genuina.
—Nada —respondí demasiado rápido y demasiado a la defensiva, entendiendo como se había sentido Luca la noche anterior cuando yo mismo había visto sus cicatrices.
—No me jodas, ¿son…? —frunció el ceño, inclinándose ligeramente hacia adelante para tratar de ver más de cerca, yo retrocedí de forma instintiva casi en pánico—. ¿Qué te paso?
—No es asunto tuyo —lo mire esperando a que soltará alguna suerte de comentario sarcástico y burlón, tal y como era su costumbre, pero Lando no lo hizo, su expresión permaneció por completo sería con un tenue vestigio de desconcierto qué me hizo sentir jodidamente expuesto y vulnerable.
—¿Es por eso que no recuerdas nada? —pregunto el ojiverde finalmente, su voz más baja.
Me mordí el labio inferior sin cuidado alguno, sintiendo como la presión en mi pecho aumentaba de forma alarmante con cada segundo que él pasaba mirándome, con cada palabra qué salía de sus labios. No quería hablar de esto, no con Lando Norris—. Olvídalo, ¿quieres? Solo responde a mi pregunta.
Él me analizo por un momento bastante largo, su mirada moviéndose de mi rostro pálido a mi brazo con las cicatrices cubiertas antes de suspirar con fuerza y apartar la vista—. No sé que carajos te paso... pero si quieres respuestas, tal vez deberías empezar por allí —señaló mi brazo con un brusco movimiento de su barbilla antes de colocarse de pie.
Siempre huyendo cuando se sentía acorralado, que irónico que fuera él quien tenía la urgencia por abandonar la habitación lo más pronto posible, dadas las circunstancias.
“Tal vez deberías empezar por allí”
Suspire y baje la mirada de nuevo a mi brazo. Las cicatrices estaban allí, viejas pero por completo imborrables, un recordatorio constante de un pasado con el que no estaba en paz. Pase los dedos sobre mis cicatrices, sintiéndolas aun a través de la tela de la chaqueta, un viejo hábito que nunca desaparecía del todo, recordándome que los años en Fórmula 3 se sentían como un profundo agujero negro en mi memoria. Un borrón de noches largas, autodestrucción, Lando y… Luca.
Pero en este caos no se trataba del brasileño, porque a él podía recordarlo perfectamente como la constante que era en mi vida.
Pero… Lando, Lando, Lando.
Los pocos recuerdos que había conseguido arrancar del vacío de mi mente eran fragmentos desordenados, recuerdos borrosos qué bien podía ser invenciones de mi mente: nosotros riendo en algún garaje, su voz susurrándome al oído mientras nos escondíamos de los demás, pequeños retazos de felicidad que, rápidamente, se veían desvanecidos bajo el familiar ardor de la heroína corriendo por mis venas mientras todo se volvía más fácil, más ligero, más falso.
Esto no estaba funcionando.
Cerré los ojos y apreté los puños, sintiendo la urgencia de salir de ahí para tomar algo de aire fresco, verdaderamente no podía soportar el pasar más tiempo con mis pensamientos de mierda, así que, salí al exterior dejando que el cálido aire me golpeara en el rostro y, de inmediato, como si fuera una mala broma, lo vi a él, apoyado contra la baranda del pequeño intento de balcón con el que contaba este lugar, un cigarrillo se encontraba balanceándose de sus labios y las tenues volutas de humo se elevaban en el aire sobre su cabeza, su postura era relajada y tan pronto como me acerque a él sus ojos se posaron sobre mí, la expresión de su rostro dejaba ver que se sentía por completo harto de mí y de mi presencia.
—¿No sé supone que deberías estar adentro ayudando a limpiar las mesas o algo así? —le dije apoyándome en la baranda junto a él en un intento por parecer indiferente.
Él se encogió de hombros y jugueteo de forma distraída con el cigarrillo en medio de sus dedos—. Si no me van a pagar, entonces que no se quejen cuando desaparezco.
Reí de forma divertida ante sus palabras y me mordí el labio inferior de forma ligera. No sabia como empezar, pero si que sabía que tenía que decir algo, la necesidad me carcomía por dentro mientras jugueteaba con el borde de mi chaqueta tratando de darle forma de palabras a mis caóticos pensamientos que volaban de un lado a otro en mi mente. Finalmente solté un suspiro, por completo resignando a decir lo más simple que fui capaz de idear—. Oye… —inicie sin mirarlo directamente mientras me lamia los labios de forma ligeramente ansiosa—. Lamento mucho… ya sabes… no recordar mucho de lo que paso antes —finalmente me atreví a mirarlo descubriendo que él mismo se encontraba contemplándome con una ceja arqueada en una expresión inquisitiva, tratando de descubrir si yo estaba hablando en serio o no.
—¿Eso es una disculpa? —cuestionó con una media sonrisa burlesca antes de llevarse el cigarrillo a los labios para darle una ligera calada.
—Si. No. Mierda, no lo sé —fruncí el ceño y de forma automática deje que una de mis manos alborotara mi cabello para tratar de aliviar un poco la incomodidad que sentía recorrer mi entero semblante—. Solo sé que... probablemente es raro para ti que yo… qué yo no recuerde lo que sea que haya pasado entre nosotros.
—“Lo que sea que haya pasado” —repitió el menor, saboreando y sopesando mis palabras antes de negar con la cabeza y apartar su mirada de mí—. Déjalo, de todas formas no fue la gran cosa, fueron niñerías…
—No fue a propósito, el olvidarlo todo, me refiero —me apresure a decirle, sintiéndome jodidamente ridículo por lo patético que sonaba.
—Si, claro, porque accidentalmente olvidaste años enteros de tu vida. Ya te dije que a todos nos pasa —Lando restallo con sus palabras impregnadas de una ligera irritación que me dejaba ver que lo que sea que hubiera pasado entre nosotros no habían sido “solo niñerías”.
Un suspiro cansado se escapo de mis labios y me frote el rostro con una mano. ¿Por qué todo tenia que ser tan complicado?—. Lando, oye… solo, en serio, lamento no haberme dado cuenta antes, de ti, de nosotros —yo no estaba seguro de porque había dicho eso, pero ahí estaba, flotando en medio de ambos como una verdad incomoda de la que ninguno quería hablar, como el beso, como todo lo que tenia que ver con nosotros dos.
Lando dejo que sus ojos me observaran por un largo instante antes de encogerse de hombros, como si nada de esto le importará, como si no fuera la gran cosa, cuando era más que claro que para él resultaba ser todo lo contrario—. No te preocupes, Lorenzo, yo recuerdo lo suficiente por los dos.
Una risita divertida se escapo de mis labios y la verdad no pude evitar pensar que esto no estaba tan mal—. No está tan mal, ¿eh? —le dije ladeando la cabeza hacia la izquierda posando mi mirada sobre él.
—¿Qué? —pregunto sin mirarme una vez más.
Me encogí de hombros antes de responder:—. Esto. Estar aquí sin querer matarnos el uno al otro.
Esta vez Lando si que me miró, sus verdosos orbes posados en mi rostro antes de reír de forma burlesca y divertida—. No te emociones demasiado, Enzo —dijo sin ningún tipo de dureza o mala intención, casi como si fuera algún tipo de broma.
Sonreí sin poder evitarlo y me apresure a ocultarlo volviendo la cabeza en la dirección contraria. Si, definitivamente esto no estaba tan mal, tanto que casi, casi podía llegar a acostumbrarme.
Nota de autora:
Holi 😶🌫️ 👻 Aparezco para traerles otro capitulo un poco largo jeje pero que la verdad me gustó mucho.
De nuevo quiero aclarar que todo en esta historia es netamente FICCIÓN y que no busco normalizar o romantizar los comportamientos y actitudes de los personajes que a su vez no tienen nada que ver con las personas de la vida real.
Otra cosa que también me parece prudente mencionar aqui: esta historia es de dos male oc x Lando, basically es un poliamor, no lo dije desde el inicio porque nmms giros argumentales, pero pues debido a la insistencia de ciertas personas aquí se los dejo. 😶🌫️
También cabe aclarar que la relación de Lando y Lore es un enemies to lovers, lo que quiere decir que las cosas entre ellos son algo lentas, es un slow burn ps, si están buscando algo rápido this is not the place. 😶🌫️
Y ya, espero que este capitulo les gustará, acepto todo tipo de quejas, sugerencias, transferencias jeje y muchas gracias por los 200 votos, en serio lxs amo.
Btw, también gracias a Sunni que hizo el mejor banner de la vida.
Sin más que decir nos vemos en el siguiente cap. 😶🌫️🏎
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