Un intruso pasajero que invadió lo que quería.

Como roedor hambriento mordió los cimientos.

Te cegó, apagando todos tus sentimientos.

Y yo veía como mi corazón crujía, porque lo sostenía la razón de mi vida.

Masajeaste a tu antojo todo lo que yo te ofrecía, pues mi corazón era testigo de lo que sentía.

¿Pero cómo culparte?

Si ella vendada tus ojos con cenizas y espantaba las verdades.

Apretaba su soga en tu cuello y prefería dominarte.

Ella me observaba pero tú veías negro. Ella fue la causante de que cruzaras el velo.

Diste un último apretón y te llevaste lo que quedó; una escena del crimen donde mi corazón murió.

Y no te culpo, el asesino era yo.