—¿Vas a ir con esa ropa? —interrogó el hombre mientras miraba al chico de arriba hacia abajo.

El menor asintió sin decir nada, encogiéndose de hombros. El mayor lo miró y se fue a la cocina.

—¿Tan mal me veo? —preguntó en su mente el chico, mientras su mirada se fijaba en el televisor.

—No creo que el problema sea la ropa —respondió una pequeña vocecita en su cabeza.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—¿Lo dices tú o lo digo yo?

—No juegues conmigo ahorita, se supone que debo actuar normal.

—Estas hablando con tu subconsciente, creo que eso es bastante normal.

—Normal sería que hablara con una persona real.

—Auch, eso dolió. Pero en fin, si necesitas hablar con alguien, puedes hacerlo con él.

—¿Con mi padre? Para eso sigo hablando en mi mente —el chico soltó un pequeño bufido.

—Tarde o temprano tendrás que hablar con él.

—¿Por qué?

—Es lo que quieres, en lo profundo de ti, deseas hablar con él.

—No... no creo que pueda. Tan solo mira como critica mi ropa, una conversación normal sería un desastre total.

—Sabes porque está actuando así, y también sabes porque lo ignoras. Solo no lo quieres hablar en voz alta.

—No me gusta hacia donde se está dirigiendo esta conversación.

—No me culpes, tú eres el que quiere hablar de esto. Mientras más lo ignoras, más aparece en tu mente.

—No quiero pensar en eso, me basta con soportar a mi padre.

—Pues, inconscientemente lo estás haciendo, cada cosa que digo la estás pensando.

—No me ayudas en nada.

—Tú no te ayudas en nada. 

—¿El problema no es mi ropa?

—De todos los problemas, ese es el más insignificante. Solo... le das más importación para no hablar de cierto tema...

—Otra vez le estás dando un giro a la conversación. No quiero hablar de eso.

—Por supuesto que lo quieres. ¿Acaso te lo tengo que repetir?

—Cada cosa que digo la estoy pensado. Sí, ya sé, solo que no lo quiero aceptar. Es más fácil bloquear recuerdos de mi mente, tú eres experto en eso, ¿no?

—Con ayuda de algunas otras partes del cerebro, pero sí.

—Míralo, está cocinando, antes hablamos cuando era la hora del almuerzo, ahora solo... no hay nada.

—Puedes cambiar eso. Lo quieres cambiar.

—Tengo miedo. Las cosas ya no son como antes.

—Lo sé, te conozco perfectamente. Espera, un momento, ¿acaso eso...? ¿Acaso eso que sientes es culpa?

—Si fuera mi padre también me odiaría.

—No digas eso, no fue tu culpa lo que pasó. No tuviste la culpa de...

—No lo digas. No lo hagas.

—... la muerte de tu madre.

—Siempre termino en esto, no hay manera de sacarlo de mi mente, ¿verdad?

—Mientras más intentas no pensarlo, más aparece en tu mente. Pero no es tu culpa lo que pasó.

—¿Cómo no iba hacer mi culpa? Si hubiera hecho algo más, tal vez si hubiera dicho algo más...

—No te tortures, no es tu culpa, ¿me entiendes? Tu madre se fue, y no es tu culpa.

—La extraño tanto... si estuviera aquí, tal vez mi papá me hablaría. Pero ya no está, ¿qué más queda por decir?

—Sabes que puedes hablar con tu padre, está a unos metros de ti. Y aunque no lo creas, quedan muchas palabras por pronunciar.

—No la veo aquí y no creo que pueda sentir algo más. Qué patético soy, ¿verdad? Llorando aquí, enfrente del televisor.

—No eres patético, ¿me entiendes? Saca esa palabra de tu mente ahora mismo.

—No puedo sacar lo que siento, ¿y piensa que voy a sacar lo que me han dicho?

—Puedes empezar por no creer lo que te dicen los demás. Tu hermano no tiene razón, no eres patético.

—No quiero hacerlo, ¿sabes? Son tantas cosas que no quiero hacer, pero me siento obligado.

—Allá en la cocina está el hombre que te dio la vida y te crío, ¿él no es una razón para querer hacerlo? ¿Para querer vivir?

—No lo sé... ya no sé lo que es vivir.

—Sí necesitas hablar con alguien. ¿Cuántas voces escuchas en tu mente que te dicen que nada vale la pena?

—Muchas, todo el tiempo.

—Pero aquí estoy, y te digo que sí vale la pena. Y lo puedes sentir, solo que no lo quieres aceptar.

—No puedo ni aceptar que ella de haya ido, ¿cómo pretendes que acepte que algo vale la pena?

—Haciendo un cambio. Levantándote del mueble, e ir a la cocina a hablar con tu padre. No es tarde.

—¡No quiero hacerlo! No quiero hablar de eso. Si hablo de eso, me voy a romper. Ni siquiera quiero ir al funeral.

—Tu padre tampoco quiere, por eso critica tu ropa. Es la única manera en la que siente que lo que pasó no es real. ¿Qué más el hecho de negar que su hijo se viste bien para ir al funeral de su esposa? ¿Crees que él no está peleando consigo mismo en este momento?

—Me dices esto porque ya lo sé, y no lo quería aceptar. Pero eso no me hará cambiar de opinión. Me quiero quedar sentar en este sofá, pensado que mi padre me está odiando, que critica mi ropa y no ir al funeral.

—Estas cayendo en un hoyo que no tiene fondo, y eres el único que te empuja. Yo solo puedo ayudarte con palabras.

—La única que podría sacarme de este hoyo era ella. Mientras no esté, seguiré rodando en la profundidad.