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ᴘᴇɴɪᴛᴇɴᴄɪᴀ

—¿Cómo era tu antigua casa?

Tomura despegó su vista de la pantalla del televisor al estar compitiendo contra Ningyō en uno de los tantos juegos de su Atari, observándola los segundos necesarios para no perder su atención sobre la partida ya que nunca perdía contra ella.

—¿A qué te refieres? No he vivido en ningún otro departamento con Kurogiri. Solo este.

—No me refiero a eso, bobo —comentó la chiquilla, quejándose cuando perdió una vida en el Space Invaders —. Hablo de en donde vivías antes de llegar con el Maestro, cuando estabas con tus papás... Nunca hablas nada de eso.

—Ah pues... Tú tampoco lo haces.

—Eso es porque nunca me preguntas —se jactó al sacarle la lengua en una expresión infantil, soltando algunas risitas por lo bajo.

—No es como que eso me interese demasiado para ser sincero.

—¡Que cruel eres!

El silencio se volvió a hacer presente mientras los niños estaban concentrados en subir sus puntajes que se mostraban en la pantalla, aunque Shigaraki tuviera al menos el doble que la de cabellera durazno, quien ni de broma iba a conseguir superarlo en esa partida. Por un rato el único ruido presente era el de sus dedos tecleando los botones de los controles alámbricos y el sonido que provenía del televisor.

—Entonces Tomura... ¿me lo contarías?

—¿Por qué te interesa tanto eso?

—Porque en el anime que estaba viendo los amigos se contaban sus secretos para conocerse mejor. Decía que así había confianza y ¡se volvían mejores amigos!

—Ya te he dicho que la vida no es como en la televisión!

—Lo sé, pero... Algunas veces tienen razón, ¿no...? No sé casi nada de ti y... Me gustaría.

La mirada rojiza del niño la contempló de reojo sin que ella se percatara. El siquiera imaginarse a sí mismo tocando el tema le hacía sentir indigestión así que eso no pasaría ni en un millón de años. Lo que Shigaraki más buscaba era conseguir olvidar las memorias que lo atormentaban, ¿de dónde sacaba ella la idea que le confiaría sus pesadillas?

—Pues yo no recuerdo nada.

—¿Eeehhhh? ¿Pero qué dices, bobo? ¡Es imposible que no recuerdes nada! —le aseguró la pequeña—. ¡No seas un mentiroso!

—Es la verdad. Era todavía demasiado pequeño como para recordar bien cuando llegué con el Maestro.

—¿Y cómo fue?

—No pienso decírtelo.

—¡Que cruel eres conmigo! ¿Por qué no?

—Porque no te servirá para nada el saberlo, estás mejor sin hacerlo.

—Pero eso no quita que lo quiera saber, Tomura... —musitó la niña al inflar sus mejillas, teniendo una pequeña idea—. ¡Ya sé! ¿Y si yo te lo cuento? No recuerdo muchas cosas, pero... Así al menos me conocerás más y ¡verás que soy de confianza! Prometo no contarle a nadie lo que me digas, ni a mis peluchitos.

—No lo sé, lo pensaré.

—¡Eso es mejor que nada!

La sonrisa de satisfacción que invadía el rostro de la niña parecía irreal, ¿tan feliz le ponía hablar de sí misma o de él? Aquella idea le parecía absurda a Shigaraki.

—Entonces habla.

—Bueno, antes tenía una bonita casa donde vivía con mamá y papá —contó la de cabellos durazno—. Pero... Un día la tierra se sacudió de una manera muy fea, recuerdo que estaba muy asustada cuando papá me sacó al jardín de nuestra casa y me ordenó quedarme ahí mientras él iba a buscar a mamá. Esperé por horas, pero nunca salió de lo que quedaba de nuestra casa y al final mi hermanito mayor fue a buscarme.

Shigaraki había escuchado ya de labios de su Maestro algunas cosas de Ningyō, como el hecho que se había quedado huérfana mientras iba en el jardín de niños a causa de un terremoto que sacudió su prefectura y que había sobrevivido casi de milagro. All for One también había comentado que por lo especial de su singularidad todos habían creído que carecía de poderes aún durante el tiempo en el que se había quedado al cuidado de su hermano mayor, quien tal parecía haberla consentido como única solución lógica para un chico universitario que había perdido a sus padres y, además, debía de hacerse cargo de su hermana quince años menor que él, una situación complicada.

—Neal era el chico más guapo de todos —presumió Ningyō con una risita—. De hecho, me recuerdas mucho a él desde la primera vez que te vi. ¡Tenía el mismo color de cabello! Aunque ambos teníamos los ojos de mamá, según él. Me gustaba mucho estar con él, pero... Hubo gente mala que me lo quitó y yo... Lo extraño.

Y de manera abrupta la niña dejó de hablar. Se volvió un ambiente en el que costaba respirar por lo que Shigaraki no quería estar más tiempo así. Estaba a punto de inventarse una excusa para salir de ello cuando Ningyō se puso de pie, acomodó su falda y sin decir nada tomó a Fuki que dormía en su regazo para así dirigirse a su habitación, acto que hizo obvio cuando azotó la puerta. Tomura estaba seguro de haber visto lágrimas deslizarse por sus mejillas en los cortos instantes que logró mirarla.

Había sido culpa de ella por haber querido hablar de ese tema.

Ningyō no solía durar más de un par de horas triste, cosa que le beneficiaba al de cabellera celeste ya que no debía de soportar sus lloriqueos, aunque sí su presencia irritante.

—Shigaraki, por favor, no seas malo —rogó la niña de cabellos durazno, quien infló sus mejillas en un gesto infantil al estar tirando del suéter de su compañero, hablando de manera que alargaba las vocales que pronunciaba.

—Ya te he dicho que no, cállate —se quejó el infante al darle un manotazo a la chica, haciéndola caer de sentaderas en el piso al lado del sofá en el que él estaba concentrado jugando Zelda.

—Pero te prometo que no te dolerá ni te molestaré mucho, ¡puedo hacerlo incluso mientras juegas! —insistió la pequeña al mirarlo con su nariz arrugada por el disgusto y una expresión que la hacía parecer un cachorro regañado—. Y además te vas a ver muy bonito cuando termine de peinarte, ya verás que sí.

Los orbes carmesíes se posaron en ella unos instantes antes de que el de cabellos celestes bufara, dándole la espalda al seguir jugando.

—Te he dicho que no, punto final.

—Uhm... Shigaraki, ¿estás enojado conmigo...?

—No —respondió él, levantándose de su lugar en cuanto escuchó que la puerta principal se abría. Apagó su consola y se dirigió a su habitación, dejando sola a su compañera.

—Kurogiri, ¡bienvenido a casa!

—Gracias, Shitai. ¿Dónde está Shigaraki?

—Acaba de irse a su habitación, ¿por qué?

—Tengo algunos asuntos con él, volveré en un rato más para que comas, sigue jugando.

Ella apenas asintió antes de ver al hombre alejarse por el pasillo que comunicaba las habitaciones, dejándola curiosa de lo que estaba pasando. Hacía cerca de un mes que el chico con el que a veces jugaba estaba extraño, cada vez más distantes de ella, mientras que Kurogiri y su Maestro parecían estarle ocultando algo a la niña. Había ocasiones en las que Shigaraki duraba un largo tiempo fuera de casa y por mucho que preguntara o lo pensara no obtenía ni siquiera una epifanía de la razón detrás de eso.

Pero al final se había terminado por resignar un poco a no indagar más en el asunto ya que no le darían una respuesta como ella la querría, sin embargo, aun así, su curiosidad se mantenía viva. Estaba segura que tarde o temprano descubriría la explicación de todo aquello. Y no importaba cuánto se mantuviera obstinada Ningyō a descubrir la respuesta a sus preguntas porque no la obtendría, al menos Shigaraki no se lo permitiría.

La verdad detrás de todo el asunto radicaba en el entrenamiento personalizado que él debía llevar bajo la estricta supervisión de su Maestro, quien insistía que debía dejar de temer dar a conocer quién era en verdad.

Casi a diario debía de seguir las estrictas órdenes de abandonar la comodidad de lo que podía llamar su hogar para dirigirse a los callejones más obscuros y los barrios bajos de la prefectura donde residía o sus alrededores para empezar a hacerse un renombre entre los individuos del mundo de la villanía, cosa que no era nada sencilla porque al final de cuentas él seguía siendo un chiquillo y el resto por lo menos estaba alrededor de la edad de la adolescencia. Él era el que no pertenecía a esos lugares y una vocecilla se lo susurraba siempre que tenía la oportunidad. Pero, ¿qué podía hacer él para contradecir los deseos de su Maestro? No había forma que se negara.

—Shigaraki, ¿estás listo?

—No quiero ir... —su voz ni siquiera la consiguió escuchar él mismo, pero ahí se encontraba el vacío deseo en su corazón de esconderse de su nueva realidad y solo imaginar que nada de eso en realidad estaba sucediendo.

—Esta vez irás algo más lejos, pasarás allá la noche y te iré a buscar por la mañana.

—Lo entiendo.

De malas dejó su consola portátil sobre la mesada de su habitación y de esa misma tomó con precaución las manos de sus familiares. Fue colocando una a una en el lugar que él mismo les había destinado y al final, con el pulso tembloroso colocó sobre su rostro la de su padre, sintiendo un escalofrío recorrerlo entero y revolverle el estómago.

En lo profundo de su corazón temía no tener lo suficiente para satisfacer a su maestro y con ello causar no solo su furia, sino algo que era todavía peor: la decepción del hombre que lo había rescatado.

En el momento que el portal púrpura se abrió frente a él Shigaraki supo que otra difícil noche se avecindaba y más le valía salir vivo de ella

Shigaraki tenía frío.

Solo había salido con una ligera sudadera puesta y las manos de a quienes en algún momento amó sujetas de su escuálido cuerpo. Esa noche, si bien no amenazaba con llover, sí estaban pronosticados fuertes corrientes de aire que anunciaban el comienzo del inverno.

El niño que llevaba ya algunos meses de haber cumplido nueve años se acurrucaba contra unos botes de basura, solo deseando pasar desapercibido por todos y con eso justificar que no tenía avances en su objetivo. Miraba a sus pies, estando tentado a sentir pena por sí mismo, al final de cuentas ¿por qué no debería hacerlo? Estaba desgraciado, sin familia, dinero o algún talento más allá de su propia mente.

De vez en cuando tenía fugaces y efímeros recuerdos sobre bondad y héroes. Pero se aseguraba a sí mismo que aquello era imposible porque ningún héroe era bueno ni le había salvado cuando necesitaba de ellos. Se sentía apático ante la situación de los demás y entre todo aquello lo único que tenía claro era una cosa: las únicas reglas en ese juego eran las que él y su Maestro ponían sobre los demás.

—Eh, ¿qué esa no es la misma alimaña callejera que nos encontramos el otro día?

Al escuchar la voz de un chico que debía de estar no a más que algunos metros de distancia de él, todos los nervios en el cuerpo de Tomura se tensaron. Por lo menos dos veces se había topado con esa pareja de vándalos y cada encuentro terminaba igual: él golpeado y tirado en el piso, sin llorar o gritar, pero sí ahogándose en la furia que lo invadía por la impotencia que sentía ante la situación.

—Ah sí, ¿qué es eso que traes puesto, rata? ¿Te adelantaste con tu disfraz de Halloween?

Las risotadas burlonas fueron lo que precedió a una fuerte patada contra el vientre del chiquillo, causando que la sangra brotara de entre sus labios a causa del impacto y él se encogiera en su sitio, guardando todavía silencio.

—Es imposible, sabes que nunca hace ruido. Seguramente debe de ser mudo.

—Pero al menos algo de dinero le podremos sacar, ¿no?

—Ni te confíes tanto, debe ser un vagabundo. Solo míralo, seguramente ni sabe lo que es darse un baño.

—Bueno, algún tipo de diversión nos debe poder de dar —mencionó el mayor de ellos al acercarse al chico—. Así que no seas un grano en el culo y copera, ¿quieres?

La mano del tipo se posó en el cabello de Shigaraki, tirando de este en un gesto rudo, obligando así al niño a levantar su vista para mirar hacia él. La mano de su rostro se movió un poco, permitiendo así que su ojo derecho quedara al descubierto, dejando a la vista una mirada cargada de furia y odio.

Si había algo que Tomura odiara con todas sus fuerzas era que lo tocaran. Siempre que podía conseguirlo se encargaba de alejar a Ningyō de él, quien era la única que insistía en tenerlo cerca, mientras que su maestro y Kurogiri habían aprendido a respetar su espacio personal. Aunque pareciera algo irónico, sentir la mano de alguien más encima suyo lo asqueaba tanto que lo llevaba a perder sus estribos.

Oscuros y borrosos recuerdos lo invadían, mismos que la causaban deseos de gritar y de paso vomitarse encima. Lo poco que podía evocar de su infancia más temprana le causaba hacer sentir enfermo y por eso evitaba tener que recordarlo. Cada vez que era humillado por algún vándalo de cuarto aquella sensación de malestar lo invadía y aunque ya se lo había mencionado a su maestro seguía sintiéndose insatisfecho con las posibilidades a su alcance para hacer algo al respecto.

Su maestro le había dicho que debía de darse a respetar, demostrar el verdadero poder que erradicaba en su corazón y si su salvador lo decía entonces aquella era la ley en un mundo reinado por la corrupta humanidad.

El de cabellera celeste terminó tirado en el pavimento de la calle, no teniendo mucho tiempo de reaccionar antes de comenzar a ser pateado entre ambos jóvenes. Podía sentir el impacto de los zapatos en su escuálido cuerpo, teniendo por unos instantes la impresión de ser de cristal y estar a punto de estallar, pero aquello evolucionó hasta convertirse en una grieta que dejó a la fuga toda la impotencia de la que era víctima en todas esas ocasiones que había tenido que callar, dejando que otros marcaran su camino.

Shigaraki estaba harto de permitir eso.

Calculó en el momento y lugar que el siguiente golpe provendría al basarse en los patrones que seguían sus atacantes, prediciendo así su movimiento antes de que sucediera, teniendo los segundos necesarios para rodar sobre sí mismo e impulsarse con el sabor metálico que se había hecho presente en su boca para estirar su brazo y tocar con sus cinco dedos la pierna del primer que había empezado a atacarlo.

No había vuelta atrás. Estaba condenado y arrastraría a su infierno a tantos como le fueran posible.

Ni dos segundos fueron necesarios para que la singularidad del niño surtiera efecto en su víctima. No era la primera de ellas, pero tampoco sería la última. Todo comenzó como un extraño cosquilleo que comenzó en el lugar que era tocado por el infante y que se fue esparciendo en una sensación que se terminó asemejando a estar siendo devorado por diminutas termitas que se iban apoderando de su cuerpo con rapidez.

—¿¡Qué mierda me has hecho?!

Una risa ahogada se escapó de los labios del albino, quien con movimientos torpes comenzó a ponerse de pie, siendo entorpecido por una patada que le proporcionó en el rostro quien era compañero de su principal agresor.

—¡Tu pierna! ¿Qué carajos con eso! ¡Tenemos que hacer algo para parar eso!

Pero ya era tarde para cualquier intento. Shigaraki gritó, avanzando a cuatro patas sobre el asfalto, sin preocuparse en que el sitio donde iba colocando su mano iba sufriendo del efecto propio de su poder. El piso debajo de él se empezó a desquebrajar con mayor rapidez en cada ocasión, dejando escuchar el crujir del pavimento al ser roto por algo que desafiaba cualquier regla de la física. No se permitió dudar al lanzarse contra quienes habían pasado de ser victimarios a los lastimados, tocándolos con sus palmas abiertas y sin atisbo alguno de compasión, lo mismo que ellos habían hecho con él.

Los gritos no tuvieron mucho eco en el lugar ya que se extinguieron casi tan pronto como cuando nacieron. Los hombres ni siquiera habían tenido tiempo de reaccionar cuando se percataron que todo su cuerpo se estaba rompiendo a pedazos, como si estuvieran siendo convertidos en polvo. Sangre, vísceras y miembros del cuerpo que no se habían visto del todo afectados fueron lo que quedaron frente al chico que se había logrado poner de pie.

Temblaba de pies a cabeza, siendo presa de los temblores que precedían al vómito. Sentía que podría caer en cualquier momento, pero a pesar de aquella sensación tan molesta sentía un alivio inexplicable en su alma. Había un silencio de todas aquellas voces que lo habían estado acosando desde que su Maestro le había acogido. Se encontraba asqueado de él mismo, pero sobre todo aquello podía mencionar una extraña comodidad invadiendo todo su ser. Aquella sensación no le molestaba, en cambio, le brindaba los suficientes motivos para querer continuar repitiendo su acción por una muy simple razón: los recuerdos de su pasado se volvían cada vez más borrosos, dando así el indicio que él mismo podría esconderlos de sí mismo.

Desde una cercana azotea su maestro lo contemplaba con una sonrisa de orgullo plasmada en sus labios. Ahí estaba el nacimiento de su sucesor, de aquel que tenía lo suficiente y aún más para lograr todo lo que él siempre había soñado. Sabía que no tenía nada de lo qué sentirse decepcionado porque estaba fomentando el nacimiento de un monstruo.

La maraña de cabello mojado todavía le cubría el rostro a Shigaraki, quien recién había salido de ducharse. Ante su sorpresa, momentos después de haber asesinado a esos dos hombres, un portal se había abierto frente a él. Al parecer su misión era aquella o algo parecido ya que había sido premiado con poder volver al departamento y ser alimentado, sin embargo, no había comido nada de su plato y en vez de ir al estudio donde Kurogiri le había citado, llevaba por lo menos diez minutos de pie fuera de la puerta entreabierta de la habitación de Ningyō.

Podía escuchar cómo provenía desde dentro de la habitación la voz de la niña, además de un leve murmullo que pronunciaba cosas que él no lograba reconocer. No podía ver con claridad por la estrecha rendija que había entre la madera y el marco, pero por las sombras que se formaban estaba seguro que ella no se debía de encontrar sola. Era imposible que ella hubiera hecho alguna amistad y todavía menos probable que los villanos le permitieran tener a alguien en su habitación y como estaba seguro que esa era la situación no comprendía quién compartía el cuarto con su compañera.

Siendo delatado por el chirriar de la madera al abrirse, Shigaraki abrió la puerta por completo para poder descubrir la verdad detrás de sus dudas.

Dándole la espalda al niño había una persona sentada que aparentaba tener una edad cercana a ellos por las dimensiones de su cuerpo. Era ella con quien hablaba Ningyō, quien ni siquiera se percató de la presencia de su tercer acompañante. La chiquilla conversaba alegremente con su amiga, a quien le presentaba todas las muñecas que había estado recolectando en ese tiempo, estando vistiéndolas y peinándolas.

Intrigado por la situación, Shigaraki caminó hacia ambas niñas hasta lograr pararse a un lado de ellas, teniendo así una vista privilegiada de la situación. La tercera persona en esa habitación ni siquiera estaba viva y el murmullo que provenía de sus labios era producto del torpe control que Ningyō ejercía sobre ella, hecho del que se percató Tomura al notar el tono malva en las pupilas de la muerta.

—¿Quién es ella?

No fue hasta el momento en que él pronunció aquellas palabras que la niña salió del letargo en el que había estado sumida y contempló a su compañero con una sonrisa en sus labios que logró rasgar sus ojos.

—¡Es mi nueva amiga! He decidido llamarla Hana, es realmente linda, ¿no lo crees? Aunque necesita ropa limpia y nuevos moños en su cabello, ¡pero primero nos encargaremos de mis hijas! Después la dejaré muy bonita y tú te sentirás envidioso por no haberme dejado peinarte.

El cadáver mostraba pocas señales de putrefacción y si no hubiera sido por los movimientos tan mecánicos que poseía, a simple vista sí hubiera pasada por una persona con vida. Shitai todavía no tenía un control total sobre sus muñecos ya que su poder era demasiado complejo como para dominarlo con facilidad en tan poco tiempo, pero cada vez lograba que sus acompañantes tuvieran acciones más fluidas que imitaban el actuar de cualquier ser vivo.

—¿De dónde la has sacado?

—El Maestro me la trajo. Me gusta mucho su cabello negro, es demasiado bonita y le queda perfecto.

El ojo izquierdo del infante sufrió de un tic al no poder caso omiso del parecido de aquel cadáver con la imagen mental que tenía de quien recordaba como su hermana mayor. Pero aquello era imposible porque ella estaba muerta e inclusive tenía sus manos con él, ¿qué no? Esa era la verdad, debía de serlo.

—¿Pasó algo, Tomura...?

Pequeñas lágrimas de impotencia inundaron los ojos del niño, quien ni dudó en lanzarse contra aquel cuerpo que ante el peso ajeno cayó sobre la alfombra como una muñeca vacía, algo que en realidad era.

—¡¿Qué te pasa?! ¡Deja a Hana en paz! ¡La lastimas! ¡Me lastimas a mí también!

Pero no importaba lo mucho que Shitai chillase y tratara de forcejear con su compañero, él era más grande y fuerte que ella, además de estar cegado por la ira de tener que evocar un doloroso recuerdo. Ni siquiera se detuvo a pensar las consecuencias de sus acciones, sin dudarlo estiró sus manos y una vez encima del cadáver le tocó el rostro con sus cinco dedos.

El grito desgarrador por parte de Ningyō fue lo que alertó a Kurogiri, quien estaba preocupado que lo hubieran escuchado en todo el edificio. Cuando el villano entró a la habitación se encontró con la grotesca escena de Shigaraki nuevamente bañado en sangre y rodeado de vísceras, mientras que, a su lado, Shitai se retorcía entre chillidos y lloriqueos de desesperación ya que según ella se estaba deshaciendo a pedazos.

Tuvo que ser necesaria la intervención del mentor de ambos para encontrar alguna solución a la angustia que debió de experimentar por largas horas la menor, quien al final terminó cayendo desmayada por las secuelas del dolor físico y el golpe mental que sufrió al haber sido desprendida de la consciencia de su más reciente muñeco y mismo del que se había encariñado en tan poco tiempo ya que para ella aquella había sido su primera amiga en un algo tiempo y Shigaraki se la había quitado.

Tomura no pronunció palabra alguna a pesar del interrogatorio al que lo sometió Kurogiri. Todo el tiempo el chiquillo se mantuvo en silencio, mirando hacia su maestro. Era imposible que ella supiera nada de su historia y mucho menos que sola consiguiera un cadáver tan parecido al de la persona que más recordaba Shigaraki haber apreciado en su desgraciada vida, así que ante sus ojos solamente quedaba un culpable: All for One. Él no lograba comprender la razón que lo había motivado a hacer eso con una intención detrás, algo que estaba seguro que había; pero si algo iba a conseguir era demostrar que nadie debía de jugar con él sin una debida justificación y sin llevarse su debido castigo.

Por lástima, en esa ocasión, así como sucedería en otras muchas más, Ningyō terminaría siendo la única afectada por los hechos de otros que terminaban perjudicando la temple de Shigaraki y encendiendo su deseo de desahogar su ira contra alguien. Shitai debería de aprender a hacer penitencia por errores que ella no cometería.

Lamento la tardanza en publicar y encima lo largo del capítulo, pero no podía acortarlo porque dejaría entonces muchas cosas sin ver. Ahora conocen un poco más de la historia de nuestra Ningyō, ¿qué tal les ha venido con eso? A partir de aquí habrán muchos saltos de tiempo entre capítulo y capítulo, me encargaré de dejarlos bien claros cuando se presenten. ¡Espero traer actualización pronto!

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