ᴘᴀᴜꜱᴀʀ ᴘᴀʀᴛɪᴅᴀ
La sangre de Kurogiri llegó hasta sus pies cuando tampoco encontró a Shigaraki buscando qué comer entre las alacenas de la cocina. El niño jamás había hecho siquiera el mínimo intento de escaparse de lo que ahora era su hogar, pero esta vez la idea no le parecía tan descabellada para sospechar sobre ello, ya que el hombre no podía hallar algún rastro del niño en todos los riñones del departamento. El villano recién había vuelto de cumplir algunos deberes encomendados por All for One y también de comprar las cosas que habían empezado a escasear en el botiquín de primeros auxilios.
De vuelta a lo que era ahora su hogar había comprado un nuevo cartucho para el Game Boy del infante y un par de muñecas que iban a tener que esperar algunos días antes de poder ser usadas. Kurogiri depositó las bolsas de la compra sobre la mesada para camina rumbo a su habitación, donde pretendía hablar con su superior para comunicarle la noticia y pedir su ayuda. Sin embargo, no necesitó de siquiera terminar de recorrer el pasillo que conectaba las secciones del departamento ya que se percató que la puerta de Ningyō estaba entreabierta de una forma que él no recordaba haberla dejado así.
Al tomar el picaporte y entrar se llevó una sorpresa cuando se encontró enfrente suyo al niño de cabellos celestes sentado al borde de la cama, contemplando a la pequeña en completo silencio, sin siquiera haberse percatado de su presencia. Un suspiro de alivio brotó del mayor, causando que la atención del infante se dirigiera de la que se encontraba inconsciente hasta a él.
—Pensé que no la querías tener cerca.
—Lleva así más de una semana, ¿cuándo despertará? Ni siquiera come, solo duerme.
—Tuvo que pasar por un arduo entrenamiento los días que pasó bajo el cuidado de All for One. Debe ser agotador para ella empezar a familiarizarse con su singularidad.
—Yo también pasé por eso y no es tan difícil. Les dije que era una debilucha buena para nada.
—Pero olvidas la diferencia significativa entre tú y ella. No lleva tanto tiempo desde que su poder se presentó, además, el tuyo es involuntario y lo que ella debe hacer le consume demasiada energía.
—Tú y el Maestro no dejan de repetir lo mismo —se quejó el niño—. ¿Cuál es su particularidad? Porque además de llorar no parece hacer nada bien.
Una sabe sonrisa traspasó los pensamientos de Kurogiri al parecerle que en realidad a Tomura le importaba e interesaba su compañera mucho más de lo que él deseaba confesar inclusive a sí mismo. No contestó a la pregunta y se limitó a caminar hasta la de cabellos durazno para cerciorarse de que su temperatura estuviera dentro de los parámetros habituales y además arroparla ya que parecía ser muy inquieta para dormir y siempre se movía mucho.
—Calculo que debería despertar en cualquier momento ahora que la fiebre se marchó.
—Ajá ¿y eso qué?
—Tu Maestro vendrá por ella en cuanto despierte y recupere sus fuerzas, deberías proponerle que os empiece a entrenar juntos. Estoy seguro que será una experiencia muy fructífera para ti.
Kurogiri se retiró de la habitación sin respuesta alguna, pero más tranquilo al tener la certeza de que Shigaraki seguía sin tener la intención de escapar y que, además empezaba a sentir empatía por Ningyō, así como ya la comenzaba a ver como una aliada. Si todo continuaba de manera, entonces estaba seguro que los planes de quien era su superior podrían cumplirse a la perfección, aunque él desconociera con exactitud de qué trataban.
Aprovechando que ella seguía inconsciente, Tomura gateó a través de la cama hasta quedar encima suyo. Observó de cerca las delicadas facciones de aquello que parecía una muñeca con vida y estiró su mano temblorosa para acariciar de forma superficial la pálida mejilla con su dedo índice, quedando aborto por unos segundos a causa del terso tacto que hubo de por medio debido a ella. Ningyō era su muñeca, el villano que lo acogió se lo había asegurado. Como los chicos no jugaban con muñecas, prefería verla mejor como una mascota que servía como reemplazo de su Tamagotchi. La cuidaría, alimentaría y consentiría con el fin de mantenerla moviendo la colita, tal cual hacía su cachorro virtual mientras seguía con vida. Porque si algo había aprendido era que a toda mascota se le debía de mantener feliz si se deseaba que hiciera trucos.
Cuando Ningyō se removió entre sueños, Tomura apartó su mano abrumado al escucharla llamarlo a pesar de seguir dormida, sin entender por qué los pómulos de ella ahora se teñían de un tenue carmín. Negó al querer alejar aquella duda de su mente y sin prisa alguna regresó a la sala en completo silencio para ver su dibujo animado favorito de esa temporada.
Y tal cual fueron las predicciones del mayor, dos días después los ojos malva de Ningyō se abrieron con pesadez. Una tenue luz se colaba por entre las grisáceas cortinas que cubrían la ventana y aquel rayo le molestaba directamente en el rostro. La niña trató de removerse, pero el cuerpo le pesaba tanto que alzar un brazo parecía el acto más agotador del mundo. Con pereza se movió en un intento de levantarse a penas un poco del colchón, sintiendo su boca y garganta secas, por lo que al hablar su voz salió más rasposa y débil de lo que era habitual en ella.
Ni siquiera necesitó llamar varias veces a Kurogiri cuando éste se presentó en su cuarto y una vez que revisó que todos sus signos vitales estuvieran en orden la cargó en brazos para llevarla al baño principal del departamento donde se encargó de asearla y dejarla presentable ya que ella ni siquiera podía lavarse el cuerpo por sí misma al mantenerse siempre a punto de volver a caer dormida. Gracias a que el mayor estimuló los músculos de sus piernas la pequeña consiguió levantarse y caminar con torpeza rumbo a la cocina, donde comió sin chistar todo el arroz, verduras y pescado que le sirvió enfrente su cuidador.
El resto de la tarde estuvo enfocada solamente a ella para que el dolor de su cuerpo disminuyera y de a poco su voz volviera al tono normal. Pero a pesar de todo eso, el brillo tan característico de ella en su mirada parecía haber desaparecido. Ante los ojos carmesíes de Tomura, quien no la había dejado de observar desde que supo que estaba consciente, ahora más que nunca le hacía honor a su nombre ya que no parecía nada más que una marioneta o muñeca en tamaño real. Se movía solo si Kurogiri la ayudaba, su expresión era casi la misma todo el tiempo y ni siquiera dijo más de diez oraciones hasta que llegó la noche.
La intriga lo carcomía. ¿Qué tanto había podido haber pasado estando bajo la guía privada de su salvador para que ella pareciera muerta en vida? Muy en el fondo se sentía confundido ya que él quería que ella por fin dejara de llorar y hablar todo el tiempo, pero la imagen que tenía enfrente tampoco le satisfacía. Porque Ningyō poco a poco empezaba a parecerse más a él y la misma esencia de dolor y falta de alegría le surcaba el rostro de la forma que a él le parecía cada que veía su reflejo en el agua de la bañera o en la parte trasera de las cucharas. ¿Acaso era que ella había perdido la poca luz que todavía poseía dentro suyo? Para su propia sorpresa, él no deseaba que eso sucediera.
Esa noche Shigaraki se coló en la habitación de Ningyō muy entrada la noche ya que había empezado a tomarle un gusto secreto a verla dormir, pero sus intenciones se vieron arruinadas cuando no la encontró disfrutando de un sueño placentero, sino agazapada en una esquina de su cuarto llorando y aferrada de su gato de felpa. No fue hasta ese momento que Tomura se percató de todas las vendas que cubrían los brazos y piernas de la niña, quien al verlo frente a ella ahogó un sollozo al agazaparse asustada, seguramente pensando que le haría daño.
A causa del brusco movimiento ella soltó un suave gemido de dolor y su acompañante se percató de cómo la tela blanca que cubría su cuerpo se teñía de carmesí en distintas partes de sus extremidades, suponiendo que había pasado algo parecido por debajo del camisón que ella usaba como pijama al verla sostenerse el costado al llorar en silencio. La situación se sobrepuso sobre él al sentirse incluso asqueado, teniendo a penas una pequeña idea de lo que su Maestro pudo haberla hecho pasar basándose en su propia experiencia. Sin hacer ruido sacó con delicadeza de su sudadera las muñecas que Kurogiri le había traído a Shitai y se puso en cuclillas frente a ella, extendiéndole ambos objetos.
Ella posó sus cristalizados orbes en los de él, bajando con lentitud su vista hasta las manos de él. Con temor sostuvo al par de nuevas amigas que recibió y con ilusión las estrechó con fuerza contra su pecho y con una gran sonrisa surcando sus labios al sentir aquello como un milagro en su desgracia, misma que al recordarla le sacó nuevas lágrimas que esta vez no se reprimió en ocultar. La tenue sonrisa en los labios de Tomura desapareció al verla llorar y con inseguridad estiró su brazo para brindarle un par de palmadas torpes sobre su cabeza a la niña, quien lo miró sorprendida por las acciones que parecían tan impropias de él.
—No quiero volver a entrenar con Papá... Por favor, no dejes que me lleven de nuevo allí.
Y aunque Shigaraki fue presa de un malestar en su estómago, sabía que no podía hacer nada para evitar eso, solo quizás seguir el consejo de Kurogiri, por lo que se limitó a hacerle compañía a la niña durante el resto de la noche, siendo sorprendidos por su cuidador en la mañana al toparse con ambos profundamente dormidos acurrucados contra el otro, cosa de la que nadie hizo mención.
Semana y media después frente a ellos se presentó el imponente hombre que los mantenía bajo su tutela. Aunque la idea principal de él era llevarse solo a la niña, al escuchar la petición de su futuro sucesor de acompañarlos para ser entrenados en conjunto y así ser más eficientes como compañeros, el villano no pudo haberse sentido más satisfecho con el resultado. Todo estaba resultando mucho mejor de lo que esperaba.
Aunque por lástima, los niños no iban a correr con tanta suerte.
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