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ᴄᴏɴᴛɪɴᴜᴀʀ ᴘᴀʀᴛɪᴅᴀ

Los ojos malva de la niña contemplaban con una atención casi cómica hacia la pantalla del televisor en el que Shigaraki Tomura se encontraba jugando con el Super Nintendo del que ella había aprendido a las malas que era parte de las posiciones más preciadas del infante. De las bocinas provenía una canción infantil que cambiaba conforme el chiquillo avanzaba de nivel, dejando a su compañera boquiabierta ante la destreza con la que manipulaba al personaje y que lo hacía lucir como si fuera lo más sencillo del mundo.

Decir que Ningyō admiraba la habilidad de Tomura en los videojuegos era quedarse cortos. Hacía apenas unos días que había cumplido un mes conviviendo en la misma casa que él y ella se sentía absorta por mirar durante horas al niño disfrutar de sus pasatiempos. Gracias a él conoció la mayoría de los juegos o sagas de última generación que se encontraban de moda o se consideraban de culto. Cada tercer día llegaba al departamento donde vivían una serie de paquetes que solían contener los alimentos suficientes para los tres, además de algunos objetos para los infantes, aunque nunca faltaba por lo menos un cartucho nuevo para alguna de las consolas que poseía el mayor.

Durante esas semanas Ningyō no había vuelto a sufrir hambre gracias a las indicaciones que de vez en cuando soltaba el niño de melena celeste con respecto a ella. Cada día estudiaba hasta diez horas seguidas, así que la niña cada vez se volvía más conocedora de distintos temas, de forma que si asistiera a la escuela secular fácilmente hubiera podido ir hasta un año más adelantado al de su edad. Pero aunque la pequeña disfrutara mucho de saber a diario más cosas de las que hubiera pensado antes de llegar ahí, la verdad era que su mayor motivación para continuar con aquella devoción en sus estudios eran dos: matar las largas horas de aburrimiento que solía sufrir al solo existir una televisión en el piso y que siempre era ocupada por Shigaraki y las pocas veces que no era así él se llevaba el control remoto consigo para impedirle el disfrutar del contenido para ella; lo cual conllevaba además con su otra razón y que era precisamente el tratar de demostrarle a su compañero que no era una tonta como él la tachaba y tal vez tener así la oportunidad de hacerse su amiga.

Pero pese a sus grandes esfuerzos ella no conseguía obtener la atención del chico y mucho menos la oportunidad de ver televisión, así que como no tenía permiso de siquiera mirar por las ventanas por la seguridad de todos se había hecho el hábito de sentarse durante largas sesiones en el piso cercano al sofá predilecto de Tomura y mirarlo jugar, además de comenzar a aprender cómo hacerlo a través de su observadora presencia en todo lo que él realizaba para poder matar a los jefes finales o superar niveles, lo cual no le representaba dificultad alguna.

—Tomura, ¿puedo jugar yo?

Aunque ella ya se había preparado para recibir el grito y agresión por parte del niño, se sorprendió cuando nada de eso llegó y en cambio solo la miró de soslayo cuando pausó su juego en el cambio de nivel y atendió al pequeño aparato que All for One le había regalado en su cumpleaños y que ella no había podido descubrir qué era ya que él siempre lo traía consigo, además de que nunca le daba una respuesta clara cuando ella trataba de indagar lo que era cuando se lo preguntaba. Después de unos minutos absorto en el pequeño juego lo volvió a dejar sobre la mesa con mucha precaución, tomando de nuevo el mando del videojuego, pasando de ella como si pretendiera que ella no estaba presente, habiendo sido un método que había aprendido a implementar para ignorar su compañía y así no sentirse tan asqueado con su existencia.

La curiosa mirada de la chica no volvió a la pantalla cuando él reinició su partida, sino que se mantuvo fija en él al sentir el naciente interés de poder comprender un poco más acerca de él, sin importar lo superficial que pudiera ser su descubrimiento. Se detuvo en cada rasgo que podía percibir desde su lugar del rostro del niño, poniendo atención especial al aspecto agrietado de sus labios, la resequedad en su rostro, algunas cicatrices, el largo de su cabello desaliñado y sobre todo las marcadas ojeras que adornaban la parte inferior de los grandes ojos carmesíes de él. Después deparó en su vestuario que en la mayoría de las ocasiones llegaba a ser muy parecido al solo constar en una sudadera holgada de una gama selecta de colores, unos pantalones negros y siempre con unas calcetas del mismo tono.

Por primera vez se detuvo en mirar sus ademanes mientras estaba tan concentrando jugando y se sintió especialmente intrigada en mirar la forma en que sujetaba el mando con tan solo cuatro de sus dedos, mientras que el quinto, que solía ser el dedo medio, se encontraba alzado lo suficiente como para no tocar el objeto con toda su mano. Al contemplar con detalle por primera vez aquel hecho trajo a la memoria los distintos momentos que lo había estado viendo durante ese mes y cayó en cuenta que jamás lo había visto tocar nada con sus cinco dedos, algo que resultaba sin dudas muy interesante ante ella ya que no le encontraba razón y esperaba que Kurogiri pudiera responderle.

Dejó de lado aquel descubrimiento, fue a su habitación por algunas muñecas que le había obsequiado su maestro y retomó su lugar cerca de Tomura para ponerse a jugar el resto de la tarde muy cerca suyo, hablando en voz baja para sí misma al manipular a los objetos entre débiles risitas que de vez en cuando atraían la atención del niño que durante todo aquel tiempo juntos no dejaba de mirarla, aunque ella no era lo suficientemente atenta como para caer en cuenta de ello. Los días dentro de aquel departamento solían ser muy parecidos y era como si el tiempo no corriera estando atrapados entre aquellas cuatro paredes. La rutina se repetía y todos se habían terminado por acostumbrar a tener cerca la presencia de cualquiera de los otros dos, quienes todo el tiempo deambulaban en torno suyo como si de espíritus etéreos se tratasen.

Específicamente ese día Ningyō cayó profundamente dormida en medio de su juego, quedándose recostada sobre la alfombra de la sala, abrazada de quienes eran ahora sus amigas. Cuando los ojos de Tomura le cobraron factura al escocerle demasiado supo que ya no podría jugar más, así que guardó sus avances para apagar el aparato, sacando su Tamagotchi para atenderlo mientras caminaba rumbo a su habitación. A medio camino sus pies golpearon el cuerpo de la niña, quien apenas se removió con un débil quejido, hecha un ovillo en su sitio. Él la contempló en silencio, pateando con el puntapié el costado de la chica, quien no le prestó casi atención; ladeó con debilidad su cabeza al hincarse junto a ella, apartando algunos mechones que le ocultaban el rostro y frunció un poco su ceño al tratar de descifrar lo que debería hacer.

Shigaraki no podía comprender por qué esa odiosa niña había tenido que aparecer en su vida y arruinarla por completo, la detestaba más que a nada en el mundo, pero por lástima su maestro no accedía a permitirle destruirla, era precisamente por eso que utilizaría otros medios para que la alejaran para siempre de su vida.

Él había sido rescatado por su maestro y no permitiría que esa niña inútil le arrebatara la poca felicidad que había logrado obtener. Si no podía tocarla con sus cinco dedos entonces buscaría la forma más efectiva de torturarla tanto que ella misma fuera quien rogara porque se la llevaran lejos y así él pudiera regresar a su vida habitual, ocupándose solo de las responsabilidades que más le interesaban hacer.

Se volvió a incorporar mientras pensaba en ello, cayendo a penas en cuenta de que no había tomado sus lecciones semanales y que no quería meterse en problemas así que antes de ir a dormir por unas horas iría a cumplir con el mínimo de aprendizajes que debía tener, por lo que se retiró en busca del villano que cuidaba de él. Sin embargo, a causa de su distracción olvidó su Tamagotchi en el piso, quedándose el objeto cerca del rostro de la niña que todavía seguía durmiendo apaciblemente.

Aquel error le costaría muy caro a él, pero sobre todo a la pobre de Ningyō, quien era demasiado inocente como para comprender la mayoría de las cosas que sucedían a su alrededor y por lo tanto no solía ser lo suficientemente precavida como para evitar meterse en problemas.

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