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ɢᴀᴍᴇ... ᴏᴠᴇʀ?

—Me duele mi espaldita... Es malo dormir en el suelo, Neal tenía razón cuando me lo decía...

La chiquilla se sentó en el piso todavía algo adormilada mientras tallaba sus ojos al largar un prolongado bostezo. Parpadeó algunas veces mientras miraba aún algo aturdida a su alrededor, haciéndose a penas la idea que ya había despertado de su siesta. Buscó a Tomura, pero se sorprendió al no encontrarlo por ningún lado y encima ver la televisión apagada, así como la mayoría de las luces del departamento.

Ningyō hizo el ademán de levantarse de su lugar cuando su pequeña mano chocó contra un objeto casi del mismo tamaño que ésta y que por el movimiento causó un sonido que ella reconocía a la perfección. La curiosidad la incentivo a bajar su mirada y levantar el objeto de plástico con cuidado para poderlo admirar de cerca por primera vez desde la ocasión que había visto a su compañero de casa sacarlo del paquete que All for One le había llevado por su cumpleaños. Sus ojos de tonos rosados brillaron de la emoción y una gran sonrisa le iluminó el rostro, ¿acaso él lo había dejado ahí para ella? Quizás era su manera de decirle que jugara un rato con el objeto.

Si bien la niña no tenía ni idea de cómo se debía jugar con el pequeño objeto no le importó ya que no desperdiciaría un acto tan amable por parte de Shigaraki al deparar en pequeñeces de ese tipo. Sostuvo con precaución el juguete electrónico para levantarse y correr emocionada con sus pies descalzos rumbo a su habitación donde se metió debajo de las sábanas grisáceas con tal de descubrir qué había en aquel videojuego que divertía a Tomura por largas horas.

Mejor hubiera sido que nunca lo haya intentado.

—Tu eficiencia en las lecciones de hoy fue igual de satisfactoria a la que siempre espera tu maestro de ti, Shigaraki Tomura. Le haré saber de tus avances y tu petición.

—Ajá... ¿Todavía están los emparedados de la mañana? Tengo hambre.

Hombre y niño salían de la habitación que servía como cuarto de estudios para los infantes donde habían pasado varias horas enfocándose en poner al día e incluso adelantar en los temas asignados en el menor. Kurogiri fue el primero en cambiar de dirección para dirigirse a la cocina para prepararle alimentos al protegido del villano al que servía, mientras tanto Shigaraki metió una mano al bolsillo de su sudadera para sacar de éste su Tamagotchi y poder atenderlo ya que había durado mucho tiempo sin jugar con él por lo que estaba seguro que sus niveles debían de estar muy bajos y él debía evitar a toda costa que su preciada mascota muriera. Pero entonces pasó por la primera sorpresa de la noche: el objeto no estaba en donde él había creído dejarlo.

Se apresuró a correr a la sala para buscar el videojuego entre los cojines del sofá o en el piso ya que solamente había estado en ese lugar antes de ir a sus lecciones donde definitivamente no se había quedado el juguete electrónico. Trató de hacer memoria a todo lo que había hecho y entonces cayó en cuenta de dónde en realidad había olvidado el pequeño objeto de plástico cuando pisó por descuido el brazo de una de las muñecas de Ningyō.

El rostro de Tomura se contrajo en una mueca que reflejaba la furia que deducir el paradero de su objeto más preciado en el mundo. Había pateado a la chiquilla llorona cuando ésta se encontraba en el piso y después recordaba haberse agachado a su lado para mirarla de cera, desde entonces no recordaba haber visto su regalo. El Tamagotchi no estaba y ella tampoco, no podía haber más explicaciones. Él nunca le perdonaría a la de cabellera durazno el haberle puesto las manos encima a su propiedad.

Kurogiri salió de la cocina llevando un plato con la merienda, pero se quedó de pie en el marco de la puerta al ver pasar frente a él a un chico tan enfurruñado que inclusive parecía más intimidante de lo que su descuidada apariencia solía permitir. La respiración del niño hacía que su pecho subiera y bajara de forma errática, además, el brillo furioso de sus ojos no anunciaba nada bueno. Alguien estaba en problemas y más le valía correr mientras pudiera.

Con una patada el infante abrió la puerta de la habitación de su contraria, usando tanta fuerza que la madera se estrelló contra la pared en un sonido que causó un respingo en el bulto que se removió debajo de las sábanas. Tomura acortó la distancia entre él y la cama de la habitación al andar con paso decidido, estiró su brazo y sin dar lugar a titubeos, tocó con los cinco dedos de su mano izquierda la tela que cubría el cuerpo de Ningyō, de forma que ni diez segundos pasaron cuando el material quedó reducido a un muy fino polvo, dejando al descubierto la temblorosa fisonomía de la niña, quien gritó al quedar descubierta frente a la presencia de Shigaraki.

Shitai se arrastró a gatas por su cama hasta la orilla más lejana del lado desde donde la observaba Tomura, quien le dedicó una mirada que causó tanto error en la niña que ésta soltó un grito de temor antes de caerse del colchón, golpeándose con el frío piso de la habitación. Se movió con torpeza al buscar alejarse del niño, pero nada le resultó ya que Shigaraki la alcanzó y sin mostrar algún rastro de compasión, sino más bien de satisfacción al verla tan temerosa de su presencia, estiró su brazo para sujetarle el tobillo con solo cuatro de sus dedos y la arrastró para sacarla de aquella esquina del cuarto y así dejarla caer de bruces sobre el centro del lugar.

—¡Yo no hice nada, te lo prometo Tomura!

—Dame mi Tamagotchi. Ahora.

Ningyō titubeó un segundo, no entendiendo con exactitud a qué se refería el niño. Tardó un poco en reaccionar, pero cuando lo hizo sacó del pequeño bolsillo en el frente de su vestido el objeto de plástico para extendérselo. Abrió la boca, estando a punto de dar una explicación que solo se quedó en la intención ya que no se atrevió a decir nada y en cambio solo miró nerviosamente hacia sus manos, como buscando desentenderse de la situación.

—Gra-gracias por prestármelo para jugar, es solo que me gustaría que me enseñaras a hacerlo bien, no le entendí mucho...

La mandíbula del de cabellos celestes casi tocó el piso mientras que sus ojos se abrían muy grandes cuando sostuvo con mucha precaución su juguete entre sus peligrosos dedos y leyó entre balbuceos la oración que estaba escrita sobre lo que representaba el cadáver de su mascota virtual.

—Game... Over...

El rostro de Shigaraki se deformó en una mueca que a Ningyō le resultó imposible de leer, pero que sí le transmitió algo: miedo. Cuando el niño sonrió de manera torcida y empezó a carcajearse fue la señal que necesitó ella para levantarse lo más rápido que pudo para salir corriendo de la habitación, librándose a penas por unos milímetros de ser tocada por el infante que no perdió en tiempo de correr tras ella, gritándole todos los insultos de los que era conocedor al pretender una sola cosa: tocarla con sus cinco dedos y reducirla a la nada que merecía ser.

—¡Kurogiri, Kurogiri! —chilló la aterrada niña cuando tropezó con sus propios pies, cayendo sobre la duela del pasillo, levantándose justo a tiempo antes de que Tomura se le lanzara encima—. ¡Ayuda, ayuda! ¡Tomura me está dando mucho miedo!

El llanto y gritos de Shitai alertaron al villano quien de inmediato se hizo una idea de lo que podría estar pasando entre ambos así que no perdió ni un segundo más en ir al encuentro con esos dos niños para detener al mayor a como diera lugar con su singularidad, sin embargo fue demasiado lento y su grito demasiado inútil cuando Shigaraki logró acortar la distancia entre la pequeña de facciones inglesas y él, teniendo así la oportunidad de sujetar en su puño varios mechones de los largos cabellos durazno de ella.

Ningyō gritó con todas sus fuerzas al sentir el tirón que la tumbó de su carrera hacia el hombre hasta quedar a los pies de Tomura, quien sonrió triunfante cuando vio cómo los cabellos que había tocado se habían empezado a desvanecer en lo que parecía una muy fina ceniza y cada vez subía más rumbo al cuero cabelludo de la chiquilla.

—¡Shigaraki Tomura!

No importaba el castigo que pudiera llevarse, él haría pagar muy caro a Shitai, además de demostrarle a su maestro que no debía de traer a otra niña odiosa como ella a su presencia y, sobre todo, le daría la lección a la cosa llorona y asquerosa que había llegado a arruinar su desgraciada vida. Ella quedaría reducida a polvo y no la volvería a soportar nunca más.

O al menos eso era lo que él había supuesto antes de ser testigo de cómo uno de los portales causados por la singularidad de Kurogiri se abría y de él comenzaba a salir la silueta de su protector y mentor. Shigaraki no tenía ni la menor idea del problema en el que se había metido.

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