Pausa I
Badir exhaló con un suspiro profundo, enfrentando la realidad de su situación. Su hermano seguía "perdido" —o más bien, escondido—, y la próxima función requería la participación de ambos grupos. No se sentía preparado para enfrentarse a esos demonios. Aunque Alina había ofrecido su ayuda, no lograba convencerlo; estaba seguro de que terminaría abrumado.
La alternativa era aceptar la propuesta de su madre: hablar con Muzan. Pero, en su mente, esa idea era un abismo peligroso que prefería no explorar. El camino fácil tenía un precio, y las consecuencias eran demasiado oscuras para siquiera considerarlas.
—Alina —dijo, alzando la mirada hacia la joven que lo acompañaba—, ¿podrías traerme un Ristretto?
—Como usted lo ordene. —Alina se inclinó ligeramente antes de retirarse.
Badir cerró los ojos, intentando buscar una solución a su problema. Resolver escenarios imposibles solía ser un desafío que disfrutaba, pero esta vez era diferente; no había satisfacción en el proceso, solo agotamiento.
—¿Debería llevar a Yorīchi a esa habitación y amenazarlos? —pensó, pero descartó la idea casi de inmediato.
Conociendo a Yorīchi, lo más probable es que los atacara sin dudarlo, reduciendo a Muzan a trozos antes de que pudiera negociar.
—Supongo que tendré que arriesgarme... —murmuró.
Al abrir los ojos, ya no estaba en la habitación de control. Se encontraba en otro lugar, uno que reconocía al instante: un café bar de su infancia. Las rejillas de las ventanas dejaban pasar la luz anaranjada del atardecer, iluminando el espacio con un cálido resplandor.
El lugar estaba desierto, excepto por una figura al frente.
Era como si el tiempo no hubiera pasado desde la última vez que la vio. Su silueta delicada evocaba la imagen de una penumbra luminosa rasgando el cielo. Allí estaba su madre, con una presencia que parecía iluminar los rincones más oscuros de su mente.
Bajo el ala ancha de un sombrero adornado con una cinta negra y un broche dorado, su tez pálida brillaba con suavidad bajo la luz del atardecer que atravesaba las rejillas de las ventanas. Su cabello, largo y oscuro como un río nocturno, terminaba en un degradado verde esmeralda que recordaba las primeras luces del amanecer. Llevaba un vestido monocromático, elegante y asimétrico, cuyos pliegues se movían como un susurro acompasado por su respiración.
Con la tetera en la mano, vertía su contenido en delicadas tazas, llenando el aire de un aroma cálido. A pesar de la aparente soledad del lugar, su sola presencia llenaba el espacio, irradiando una serenidad inquietante.
Era el preludio de un desastre.
—Hijo mío... ¿Alguna vez has predicho tu muerte? —preguntó mientras apartaba la tetera.
Badir reprimió un suspiro, intentando no ceder al extraño cuestionamiento.
—Madre... ¿forzaste a nuestras consciencias a aislarse solo para preguntarme eso? —inquirió con incomodidad, notando el silencio inusual en su mente.
Su madre no respondió. El vacío mental era casi abrumador; las voces habituales que susurraban en su mente habían desaparecido, dejando únicamente la suya y la de ella. Eso significaba que había convencido a las demás consciencias para que se retiraran.
—Bueno, al menos no ha intentado convencerme de hablar con Muzan —pensó, sintiendo una diminuta victoria.
—Responde la pregunta —insistió ella, con la misma calma implacable.
Badir cerró los ojos, intentando escapar de aquel rincón de su mente, pero nada cambió. Finalmente, tuvo que ceder.
—La muerte... —meditó, buscando palabras que satisficieran la inquietante curiosidad de su madre—. Supongo que fue lo que sintió Nero cuando decidió prescindir de su humanidad: un momento de calma.
Recordaba cómo, en su infancia, aquel niño había enfrentado el punto más bajo de su vida. No había resistencia, ni rabia, solo aceptación. Pero esa calma duró poco. Cuando él renació, pudo ver cómo el cuerpo de Nero se negaba a morir. Su destino cambió en ese instante, convertido en un recipiente vacío, una vasija para algo mucho más apropiado.
—Pero ya no eres ese niño, hijo mío —dijo ella con una sonrisa gentil, despojándose de la burla habitual en su voz—. Reformulo la pregunta: ¿has vuelto a sentirlo?
Badir sabía que su madre podía leerlo como un libro abierto. Suspiró.
—No.
—¿Quién te enseñó a mentir?
El silencio fue la única respuesta inicial. Tal vez, solo tal vez, había un momento en el que sí había sentido algo similar. Pero la comparación no era justa. Nero se rindió ante la vida porque creía haber fallado; Badir, en cambio, había enfrentado la lucha y perdido.
Nero veía a Alina como algo inalcanzable. La atención que recibía la niña lo hizo sentirse reemplazado, inútil. ¿De qué sirve vivir cuando como heredero eres un fracaso? Había renunciado, aceptando su debilidad.
Badir, por otro lado, no se veía así. Él no pensaba que Alina fuera superior; pensaba que debía destruirla para tomar su lugar. Solo uno tenía derecho a la admiración y el poder: él.
Pero incluso con esa determinación, cuando trató de destruirla, todo salió mal. Inhibió su regeneración, rompió su tejido duro como acero, y disparó en sus puntos vitales. Todo fue inútil. Alina se negaba a morir. En un instante, su cuerpo se desmoronaba, su cabeza se separaba, y su corazón se detenía por segunda vez.
Además... su verdadero cuerpo fue atravesado...
—Hubo una vez... —murmuró finalmente.
—¿Y fue calmo?
—No —su voz se endureció con un ligero enojo—. Fue frustrante y agónico.
El dolor físico no era lo peor. Lo insoportable era reconocer que, a pesar de su evolución, nunca había logrado superarla. Igualarla, sí. Pero alcanzarla, jamás.
—Vaya... veo que lo comprendes —admitió la mujer, su mirada se había suavizado ligeramente hasta parecer un poco compasiva.
—Supongo que sí —Badir apartó la mirada, incómodo—. Pero, gracias a eso, abrí los ojos. Si el mundo me golpeó dos veces por aspirar a algo, entonces ya no aspiraré a nada. Solo cuidaré de mi hermano menor y ya.
¿Cómo era la frase? Hakuna Matata o algo así.
Tomó la pequeña taza y bebió un sorbo. No era café, pero podía soportar el té; después de todo, probablemente esta bebida no era más que una recreación basada en sus recuerdos.
—¿Y tu sueño? —insistió ella, arqueando una ceja.
—Para eso es el deseo que me darán cuando todo esto termine... —respondió, esquivo.
—Oh...
Badir alzó la vista, intrigado por su repentina insistencia.
—¿Por qué preguntas esto de repente? —dijo, suspicaz—. Tengo suficiente con intentar resolver mis problemas sin que intervengas.
Ella negó con suavidad, sonriendo como si ocultara algo tras esa serenidad. Sus ojos carmesíes brillaron un instante antes de adoptar una expresión decidida.
—Hijo, te daré la oportunidad de obtener el poder de ese hombre. Te juro que solo necesitaré unas pocas horas para prepararlo todo.
Badir soltó un bufido, bebiendo otro sorbo de su taza.
—Ya te dije que no me interesa. Además, ¿por qué insistes tanto en eso?
Para él, la Bioquinesis no era un poder necesario. Aunque tenía sus aplicaciones, las habilidades que ya poseía podían replicar sus funciones de manera más eficiente, aunque de forma fragmentada.
—Esa 'inmortalidad' es necesaria —dijo ella con firmeza.
Badir dejó la taza sobre la mesa con un golpe sutil.
—¿Quieres vivir eternamente? Madre, ya eres eterna conmigo.
La mirada de ella no vaciló. Badir sabía que sus palabras eran ciertas: al replicar los poderes de su madre, también había copiado su conciencia. Mientras él existiera, ella también lo haría, aunque fuera como un eco dentro de su mente. Pero eso no parecía ser suficiente para ella.
—No entiendes nada, hijo. Siento la muerte acechando cada día —murmuró, observando el té inmóvil en su taza—. Cada vez que despertamos, cada vez que soñamos...
Badir resopló. Para él, la muerte no era más que una abstracción. Su cuerpo era eterno, y si alguna vez llegaba a ser destruido, siempre podía transferir su esencia a otra vasija. La única forma de morir sería por su propia voluntad o que alguien lo suficientemente habilidoso se percatara de su verdadero cuerpo.
—¿Sabes por qué siento eso? —continuó ella, mirando fijamente a su hijo. Levantó la taza con elegancia, su meñique ligeramente alzado—. Es porque no he... o hemos controlado todo todavía. Hay variables que no manipulo. Eso me frustra.
Badir dejó escapar una risa corta, su tono teñido de ironía.
—Madre, puedes ver todos los futuros posibles y manipular el destino de quienes te rodean. Controlas sus decisiones, sus palabras y hasta sus muertes... ¿qué más quieres controlar?
Ella sonrió de manera maternal, pero sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa. Bebió el resto del té de un solo trago, se levantó con gracia y pellizcó suavemente la mejilla de Badir.
—Déjaselo a mami, ¿sí? —dijo dulcemente, riendo entre dientes—. Tranquilo, como dije... solo serán unas pocas horas.
Se giró y caminó hacia la salida del café. Badir intentó levantarse, pero su cuerpo no respondió.
—Oye... ¿a dónde vas? —preguntó, preocupado.
—¿Acaso no es el deber de una madre ayudar a su hijo en un momento crítico? —respondió ella, alzando una mano en un gesto de despedida—. Si quieres, puedes pedir café. O hablar con las otras voces, si te sientes solo.
La puerta se cerró detrás de ella, y lo último que Badir vio fue la punta de su largo cabello, cuyo degradado verde esmeralda evocaba el jade.
Esto era el preludio del desastre, como había temido.
Abrió los ojos, disfrutando del simple placer de respirar, algo que no hacía desde hacía mucho tiempo. Lo primero que hizo fue alterar el aspecto de su hijo, moldeándolo hasta reflejar su propia imagen. Tampoco era necesario cambiar demasiado; después de todo, Badir había heredado gran parte de sus rasgos.
—Bien. —Se levantó de la silla, estirándose con calma mientras se preparaba para trabajar—. Es hora de aplanar el terreno.
Su larga cabellera negra cayó hasta sus tobillos, las puntas luciendo el degradado verde esmeralda que tanto la caracterizaba. Poco a poco, los mechones comenzaron a erizarse, alzándose y curvándose con gracia hasta tomar la forma de una luna creciente.
—S'habiller convenablement pour une réunion formelle est toujours un plaisir. —Sonrió al acomodar con precisión su sombrero de ala ancha, cuyas cintas parecían absorber la luz tenue del lugar.
En ese instante, Alina entró a la sala de control. Depositó con delicadeza una taza sobre el pasamanos cercano.
—Un Ristretto, a la orden —anunció, antes de detenerse en seco al analizar el cambio.
Sus parámetros biométricos confirmaban que era Badir... pero su apariencia ahora replicaba a Moriana con una exactitud inquietante.
—... ¿Por qué tomaste el aspecto de tu madre? —preguntó, ladeando ligeramente la cabeza mientras intentaba procesarlo. Luego, con tono sarcástico, añadió—: ¿Esto cuenta como travestismo?
Moriana, en el cuerpo de su hijo, respondió a la pregunta con una sonrisa enigmática. El hecho de que fuera Alina, y no Lena, quien estaba presente, facilitaba las cosas. Lena era demasiado humana, demasiado consciente. Alina, por el contrario, era más servil, y eso era precisamente lo que necesitaba ahora.
—Alina, sobrescribe función código uno —ordenó, con un tono suave, pero cargado de autoridad.
Los ojos de la joven destellaron momentáneamente mientras procesaba el comando. Su expresión neutral se volvió aún más rígida, como si una parte de su conciencia hubiera sido desconectada.
—Función aceptada... Comando de voz autorizado y activado.
Moriana observó con satisfacción el cambio. Los ojos de Alina, ahora iluminados por un brillo azul metálico, se enfocaron únicamente en ella. Su postura se tornó más recatada, casi ceremonial, como un autómata esperando órdenes.
—Alina, cambia de usuario al Id: 001. Código de comando: 000, cambio de usuario, 0.
—Secuencia de cambio de usuario completada. Usuario reconocido: Moriana Caelestis.
Mientras Alina procesaba el comando, Moriana aprovechó el breve intervalo para limpiar las motas de polvo de su vestido con un gesto casual. Cuando el proceso finalizó, la joven se inclinó con precisión mecánica, su mirada fija en el suelo como un reflejo de devoción absoluta.
—Majestad Moriana —dijo Alina, su voz desprovista de cualquier emoción humana—. ¿Desea algo?
Moriana sonrió con tranquilidad, observando a la joven como quien admira una herramienta perfectamente calibrada.
—Sí, querida. Sí quiero...
—¿Cómo se llamaba este? —preguntó Moriana, con una mezcla de desdén y curiosidad, señalando al hombre suspendido frente a ella.
—Muzan Kibutsuji, señora —respondió Alina, revisando la información proyectada en una pantalla holográfica—. Rey y progenitor de todos los demonios en su universo.
Moriana soltó un leve suspiro, apoyando el mentón en una mano mientras observaba detenidamente al hombre inmóvil.
—Según lo que leí de la memoria de mon fils... egocéntrico, megalómano... no estoy segura si diagnosticarlo como un narcisista completo. También recuerdo que nació siendo más similar a un insecto que a un humano, careciendo de emociones humanas y con casi nula simpatía por los demás.
—Suena a una víctima perfecta para usted, mi lady... —comentó Alina, reconociendo los parámetros comportamentales del demonio.
—Lo sé... —respondió Moriana con una sonrisa que no ocultaba su satisfacción—. Comete decisiones imprudentes, es impaciente y, en su mente, nunca comete errores. Sus fallos siempre recaen en los hombros de sus subordinados. Sin embargo...
—¿Sin embargo? —preguntó Alina, inclinando ligeramente la cabeza como una máquina esperando un dato adicional.
—Es insoportable que se crea un ser cercano a la perfección —opinó Moriana, adquiriendo en su voz un tono helado—. Solo yo merezco ser adorada y venerada como aquello. Al resto... solo les espera la muerte.
Muzan Kibutsuji. Un hombre que había vivido casi un milenio. Convertido en demonio gracias a un caso aislado, casi milagroso, de una medicina experimental cuyo ingrediente principal era una planta tan rara que roza lo mítico.
—Conozcamos tu pasado... para entender tu futuro —murmuró Moriana, posando su dedo en el mentón del hombre. Este no reaccionó, atrapado en su estado de suspensión—. Pobre hilo endeble...
Muzan, un nombre que adoptó tras rechazar su pasado como humano. Un pasado ligado al clan Ubuyashiki, en la era Heian de Japón, una época de esplendor cultural y artístico marcada también por la tragedia de la viruela.
—Si te hubiera conocido entonces... habría cortado tu hilo.
Moriana entrecerró los ojos, imaginando cómo habría usado sus tijeras para cercenar la existencia de ese hombre. Para ella, una vida tan frágil no merecía prolongarse. Era como un títere defectuoso llevado a una obra de teatro importante: un estorbo que arruinaría la función.
—Tu destino siempre fue la muerte. Te escapaste... y eso al destino no le agrada, ¿sabes?
Para ella, no importaba qué caminos hubiera tomado Muzan; todos habrían conducido al mismo final.
—Oh... —susurró Moriana, vislumbrando un futuro donde Muzan, reducido a un ser patético, se escondía tras una masa de carne, convertido en un bebé que ardía bajo la luz del sol—. Nunca dejaste de ser un bebé llorón, ¿es eso?
Con calma, sacó una aguja delgada y una jeringa que parecía diseñada para atravesar la piel más resistente.
—A pesar de todo... me interesa tu estado —admitió, deslizando la punta de la aguja sobre la piel endurecida de Muzan, buscando un punto vulnerable—. La debilidad al sol es lo de menos. Te cegó un miedo injustificado. Con tu poder e inmortalidad, pudiste haber logrado grandes cosas. Pero te fuiste... sin dejar nada.
—Según los datos, antes de morir acabó con cientos de cazadores de demonios. Además, indirectamente, causó la muerte de cientos, si no miles, de personas al crear demonios que incrementaron la mortalidad y sacaron a varias almas del ciclo de reencarnación —informó Alina, con tono monótono y preciso.
Moriana, sin apartar la mirada de Muzan, extrajo con éxito una muestra de sangre y, con un simple gesto, la transportó a otra sala.
—No hables de sus crímenes como si fueran logros —reprendió con severidad—. No quiero sonar hipócrita, pero hasta yo reconozco que su fatalidad fue un sinsentido.
—¿No fue su majestad quien provocó un diluvio que exterminó a miles de formas de vida? —preguntó Alina, sin un ápice de juicio en su voz.
—Fue en otra dimensión —respondió Moriana, restándole importancia al acto con un gesto de la mano—. Y su dirigente escogió tal resolución. Yo solo le di las alternativas: vivir y dejar morir a su gente, o morir y salvarla.
—Entiendo...
—¿Cómo se llamaban estos otros? —preguntó Moriana, señalando a los demonios restantes con una mezcla de curiosidad e indiferencia—. Este es medianamente atractivo, ¿quién es?
—Kokushibō —respondió Alina sin titubear—. Es la versión demonizada de Michikatsu Tsugikuni, hermano de Yorīchi Tsugikuni y creador de la Respiración Lunar. Fue convertido en demonio durante el periodo Sengoku y, después de Muzan, se le consideraba el segundo oni más poderoso... hasta la llegada del Rey Demonio Tanjirō.
Moriana dirigió su mirada al demonio de seis ojos, tratando de desentrañar los hilos que conformaban su vida pasada. Quería entender qué errores lo habían condenado a convertirse en el esclavo principal del "bebé llorón" que acababa de analizar.
Un pasado plagado de decisiones cuestionables, aunque no completamente miserable. Su crianza había sido... relativamente difícil. A decir verdad, a comparación de su hermano, no era un sufrimiento extremo, pero sí suficiente para moldear su obsesión por convertirse en el espadachín más poderoso.
—Compasión... apenas un poco con Yorīchi —murmuró, evaluando los recuerdos del demonio—. Fue más por pena que por afecto real, pero algo es algo.
Un niño marcado por la semilla de la envidia, plantada desde temprano. Moriana no podía decidir si esa envidia era producto de una sensación de inferioridad o simple orgullo.
—Un ataque de demonios que aniquila a su pelotón... interesante —continuó, con un tono desapasionado—. Pero supongo que nada duele más que ver al hermano que despreciaste aparecer con un poder que nunca podrás alcanzar... ni en milenios. Qué irónico es el destino.
Moriana frunció el ceño al recordar una escena específica: Michikatsu abandonando a su familia.
—Qué indigno —dijo con desprecio—. Ni siquiera yo he cometido tal atrocidad. Mi clan, mi familia... lo son todo. Todo lo que hago es por ellos, para alzarlos como lo más grande. Abandonar eso... me asquea.
Y como no, si la familia es el único motivo para vivir.
Su tono adquirió un matiz más oscuro al encontrar en ese pasado recuerdos acerca de la Marca del Cazador.
—Un poder que demanda la muerte a cambio... perfecto para alguien que nunca debió tenerlo. Y como era de esperarse, no aceptó su final.
Moriana rio suavemente, como si acabara de comprender algo.
—Oh!, ils ont fait de lui un Anakin Skywalker! —bromeó, divertida por la similitud—. Lo tentaron con el helado oscuro.
—... ¿jajaja? —Alina intentó unirse a la risa, aunque su tono carecía de emoción real.
—No importa —dijo Moriana, restando importancia a su propio comentario—. Lo importante es que ya sé cómo se convirtió en esto. Aunque su futuro no es muy redentor, debo admitir...
Moriana observó cómo el destino había reclamado a Michikatsu Tsugikuni. En casi todos los escenarios, su derrota era inevitable. Claro, hay casos excepcionales en donde sobrevive, pero, de forma general, es como si el destino desatara una serie de sucesos en cadena que ocasionara la muerte de este.
—Su deceso fue hermoso —musitó con una pizca de melancolía—. Michikatsu Tsugikuni y Kokushibō... nadie lo entendió realmente. Su muerte fue peor que su vida como espadachín frustrado y solitario. Un final apropiado.
Hizo una pausa, y por un instante, algo parecido al pesar cruzó su rostro.
—Espero que, en sus últimos momentos, haya reconocido que siempre amó a su hermano.
Se permitió imaginar a Kokushibō, en su último aliento, enfrentándose al propósito de su existencia y llamando a Yorīchi como un ruego desesperado.
—Requiescat in pace —susurró, observando al demonio con cierta pena—. Sabes, me recuerdas a mi hijo. Solo por eso te deseo que pagues tus deudas en el infierno y renazcas, esta vez con una vida alejada de un hombre bendecido por los dioses.
—¿Ese hombre se parece a Nero? —preguntó Alina, ladeando la cabeza con curiosidad.
—La envidia puede corromper incluso a las almas más puras, ¿sabes?
—¿No sería que simplemente revela sus verdaderos colores?
—Interesante punto de vista, pequeña —admitió Moriana, dejando escapar una sonrisa tenue—. Pero debemos continuar... el tiempo apremia.
—¿No sería mejor omitir el análisis de los objetivos y pasar directamente a la acción, considerando el límite de tiempo?
—Oh, y yo que esperaba conocer más a nuestros amiguitos —Moriana fingió una expresión de tristeza teatral—. Dame la información de los dos siguientes y ya será suficiente para alterar todo. Los demás con tan solo saber su nombre y aspecto me basta y sobra.
El poder de Moriana solo requería dos elementos para manifestarse: el nombre, o el alias actual que identificara al sujeto, y su aspecto físico. Sin embargo, cuanto más conocía sobre ellos, más control podía ejercer.
—El siguiente es el demonio conocido como Dōma —anunció Alina, leyendo la información proyectada—. Según los datos, es el líder de un culto denominado "Paraíso Eterno".
—Oh, entonces se parece a mí —comentó Moriana con una sonrisa sardónica—. Parece alguien con un buen sentido del humor.
—Es posible —asintió Alina, aunque su tono dejaba claro que no entendía si el humor del demonio era realmente gracioso o no—. Aunque parece ser solo una fachada para ocultar su falta de emociones humanas.
—¿Psicópata? ¿Sociópata? ¿O algún desorden neurológico como la alexitimia?
—Según los registros, es desconocido. Pero considero que la última opción es probable. También presenta signos de analgesia congénita en un grado bajo.
—¿Sin emociones y con una percepción atípica del dolor físico? —Moriana sonrió, intrigada—. Es como un muñeco de porcelana pintado para parecer vivo.
—Los detalles de su pasado no son muy claros —continuó Alina—. Se sabe que su madre asesinó a su pareja en un ataque psicótico causado por una infidelidad y luego se suicidó. Como humano, vivió hasta los veinte años antes de que Muzan lo convirtiera en demonio.
—Déjame adivinar... aceptó ser un oni porque pensó que en su 'inmortalidad' podría encontrar algo que lo hiciera sentir.
—Es una hipótesis plausible; aunque realmente esa información es desconocida —concedió Alina—. Además, posee crioquinesis y demuestra una habilidad notable con abanicos de guerra, a pesar de no haber sido un guerrero humano.
Moriana rio suavemente.
—Un demonio frío como el hielo, pero que se esconde tras una fachada de bufón alegre... —se detuvo un momento, reflexionando en sus remembranzas—. ¿Sabes? Creo que me recuerda a alguien en mi corte.
—¿Winter, quizá? Uno de sus sobrinos.
—Ah, es cierto... —Moriana frunció el ceño ligeramente, como si estuviera tratando de recordar algún detalle significativo—. Nunca me relacioné mucho con él.
—Era el mejor amigo de Nero.
—¡Soy una mujer ocupada! —exclamó, soltando una risa ligera—. En fin, sigamos adelante.
Moriana dirigió su atención al siguiente demonio. Este irradiaba una energía distinta, más visceral, más humana.
—Este es Akaza —anunció, proyectando una imagen de su versión humana junto con una serie de datos—. Su nombre original era Hakuji. Antes de convertirse en demonio, era un artista marcial prodigioso y cuidaba de su prometida, Koyuki, y de su maestro, Keizo. Su trágico y cruel destino comenzó cuando... —Alina hizo una pausa, como si intentara procesar lo que seguía—. Cuando el dojo rival envenenó el pozo donde bebían agua su maestro y su prometida.
—El destino no es cruel, pequeña. Solo es inevitable —corrigió la mujer—. ¿Y qué hizo entonces? —preguntó, aunque parecía ya intuir la respuesta.
—Murió algo dentro de él ese día —dijo Alina—. Hakuji, consumido por el dolor y la rabia, masacró a los sesenta y siete miembros del dojo rival con sus propias manos. Su furia era tal que sus cuerpos quedaron irreconocibles. Ese acto atrajo la atención de Muzan Kibutsuji, quien lo convirtió en demonio.
Moriana soltó una risa baja y amarga.
—El clásico caso de un hombre que pierde todo y se convierte en un arma de destrucción —comentó con sarcasmo—. Pero me intriga... ¿por qué alguien tan arraigado a su honor y códigos aceptaría convertirse en un demonio?
Ella conoce a personas igual de honorables y testarudas; todos prefirieron morir que unirse a su clan solo porque lo consideraban malvado. Puede entender sus puntos de vista incorrectos, pero no por ello va a tolerar insultos a su familia.
—Hakuji había perdido toda razón para vivir. Con su maestro y prometida muertos, y sin nadie a quien proteger, aceptó la oferta de Muzan porque ya no le quedaba voluntad para resistirse.
Moriana ladeó la cabeza, meditando.
—Interesante. Su pasado lo moldeó como un hombre que vivía para los demás. Cuando perdió eso, no supo qué hacer consigo mismo. ¿Y su final? ¿Fue apropiado para él?
Alina proyectó las últimas escenas de Akaza, incluyendo su batalla final y el momento en que recuperó sus recuerdos humanos. Moriana observó en silencio, sin interrumpir, mientras las imágenes mostraban a Akaza enfrentándose a su pasado y eligiendo autodestruirse en lugar de regenerarse.
Finalmente, Moriana habló, su tono lleno de una mezcla de desprecio y comprensión.
—Fascinante... Así que murió como Hakuji, no como Akaza —reconoció, perdiendo el interés que tenía—. Fue débil de voluntad. Sin embargo... supongo que solo quería descansar en paz.
Alina cerró los registros y preguntó con calma:
—¿Con esto terminamos, majestad?
—Creo que esto será suficiente —respondió Moriana, dejando escapar un suspiro satisfecho—. Ahora sé cómo jugar con ellos.
Muzan "despertó", aunque la palabra en sí le resultaba extraña. No dormía, ni soñaba; su estado como el más poderoso de los demonios hacía innecesarias esas necesidades humanas. Sin embargo, algo había cambiado. Sentía un peso extraño, como si su mente estuviera atrapada bajo un manto que no reconocía.
Abrió los ojos. Lo primero que notó fue que ya no estaba en el festival. El bullicio de la música y los colores iluminados por las farolas habían desaparecido, junto con la mujer que había planeado seducir para usar para sus propios fines. En su lugar, se encontró en una sala sombría y vasta, de una arquitectura que no lograba identificar.
En los bordes de la habitación, las figuras de sus lunas superiores se alzaban inmóviles, suspendidas en un estado de parálisis, como si fueran estatuas atrapadas en un tiempo detenido. También estaban Nakime, con su siempre inmutable expresión, y un demonio desconocido, cuya presencia era tan irrelevante que Muzan ni siquiera se molestó en analizarlo. Pero algo estaba profundamente mal.
No podía sentirlos. Sus pensamientos, sus emociones... ni siquiera sus cuerpos respondían a su voluntad. Eran simples cáscaras vacías, carentes de la conexión vital que él les confería.
Muzan frunció el ceño. Su primera reacción fue evaluar el ambiente. Era evidente que alguien había orquestado esto. Sin embargo, ¿quién podría haber logrado algo tan elaborado? Los cazadores de demonios no tenían la capacidad ni el ingenio para atraparlo. Tampoco había notado signos de rebelión entre sus subordinados. Él siempre estaba un paso adelante.
—Quienquiera que sea, es un insensato —pensó—. No hay jaula capaz de contenerme. Soy una fuerza imparable.
Intentó moverse. Su intención era romper las paredes, aniquilar este espacio sin sentido. Pero al hacerlo, una resistencia invisible lo detuvo. Su cuerpo pesaba como si estuviera encadenado por algo que no podía ver.
Por primera vez en siglos, experimentó una sensación que no reconocía: vulnerabilidad.
Observó sus manos, esperando encontrar la perfección habitual, pero incluso estas parecían torpes, resistiéndose a obedecerle.
—¿Qué es esto? —gruñó, con los dientes apretados—. ¿Qué clase de truco es este?
La respuesta llegó desde las sombras:
—Muzan Kibutsuji.
La voz femenina era suave pero firme, y cada palabra estaba cargada de una autoridad que lo irritó de inmediato.
—Te permito que gires la cabeza.
Esa frase fue un insulto directo a todo lo que era. ¿Permitirle? Él no obedecía órdenes, las daba. Su primera reacción fue ignorarla, pero algo en el tono de la voz lo obligó a ceder. No por sumisión, sino por una extraña fuerza que lo obligaba.
Lo odiaba. La sola idea de que alguien pensara que podía darle órdenes era indignante. Él era quien decidía qué hacer, quién vivía y quién moría.
Giró la cabeza lentamente y la vio.
La mujer estaba de pie, en la penumbra, envuelta en un vestido monocromático que se movía con un aire irreal. Sus ojos brillaban con un rojo profundo, inhumano, y en su rostro se dibujaba una expresión de calma absoluta. No había miedo, ni servilismo. Su postura proyectaba confianza, algo que Muzan encontraba intolerable.
—¿Quién eres? —espetó, con un tono cargado de desdén.
Ella inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara cuánto decir.
—Puedes llamarme Moriana.
Cada palabra estaba medida, calculada. No había provocación, pero tampoco sumisión.
—Sé que tienes preguntas —continuó, su tono era una mezcla de paciencia y firmeza—. Este lugar, tus lunas, tu cuerpo... Todo esto es nuevo para ti. Pero no he venido a pelear contigo, Kibutsuji. Estoy aquí para hablar sobre un futuro que podría interesarte.
—No me interesan las charlas. —Su respuesta fue cortante, pero la mujer no reaccionó.
Con un movimiento sutil, levantó una mano y una pantalla se encendió en la pared. La imagen que apareció en ella detuvo cualquier réplica que Muzan pudiera haber tenido.
Un lirio de araña azul brillaba en la pantalla, etéreo y casi vivo. El Lirio de Araña Azul.
Los ojos de Muzan se fijaron en la imagen, sus pensamientos enfocándose al instante. Esto era lo que había buscado durante siglos. La clave para eliminar su única debilidad.
—¿Qué sabes de esto? —preguntó, su voz ahora cargada de un interés contenido.
Moriana avanzó un paso, manteniendo la distancia.
—Sé mucho más de lo que imaginas. No solo sobre la flor, sino sobre ti. Tus metas, tus frustraciones, y esa perfección que tanto anhelas.
Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras calaran.
—Para alcanzarla, necesitarás algo más que fuerza. Necesitarás información. Una oportunidad que yo puedo ofrecerte.
El silencio llenó la sala. Muzan la observó con intensidad, evaluando cada palabra. Había algo en esta mujer que le resultaba desconcertante. No era humana, ni demonio. Era algo distinto, algo que escapaba a su comprensión inmediata.
Finalmente, rompió el silencio.
—Hablas demasiado para alguien que apenas acabo de conocer. —Su tono era mitad burla, mitad amenaza—. Dame una razón para no matarte aquí y ahora.
Moriana sostuvo su mirada, y en sus ojos brilló algo que Muzan no esperaba: una ausencia total de miedo.
—Porque aún no puedes. —La calma en su voz era implacable—. Pero si decides escucharme, podrías obtener el poder de hacerlo.
Muzan entrecerró los ojos, examinando a la mujer frente a él con una mezcla de desconfianza y algo que nunca admitirá: una ligera inquietud. Había algo en su porte, en su forma de hablar, que lo irritaba profundamente. Pero no era solo eso. Era la promesa implícita en sus palabras, una promesa que conocía muy bien porque él mismo la había usado innumerables veces para tentar a otros.
Ella estaba intentando manipularlo.
El pensamiento le pareció insultante al principio. ¿Creer que la misma técnica que usaba para atraer humanos podría funcionar contra él? Qué audacia.
Y, sin embargo, funcionaba.
—¿Poder de qué hablas? —preguntó finalmente, dejando entrever un atisbo de interés detrás de su habitual tono de desdén.
Moriana sonrió. Su calma no era la de alguien que se creía a salvo; era la de alguien que sabía que tenía el control.
—Del único poder que siempre te ha eludido: el de caminar bajo el sol.
El rostro de Muzan permaneció inexpresivo, pero la tensión en su mandíbula lo traicionó.
—¿Pretendes burlarte de mí? —gruñó, con una voz baja pero cargada de amenaza.
Moriana negó con suavidad, como si se compadeciera de su desconfianza.
—Nada más lejos de mi intención. Lo que ves aquí no es una burla, sino una oportunidad. —Su tono era firme, pero sin arrogancia—. Puedo decirte dónde crece esta flor. Puedo darte lo que tanto deseas: el control absoluto sobre tu destino.
Se detuvo un momento, sus ojos brillando con un leve desafío.
—Pero todo a su debido tiempo. Solo debes aceptar tres simples condiciones, y el camino hacia la perfección estará al alcance de tus manos.
Muzan la observó en silencio. Todo en él le decía que esta mujer era peligrosa, que representaba una amenaza para su orgullo, para su autoridad. Pero también sabía que no podía ignorar la posibilidad de obtener lo que ella prometía.
—¿Y cuál es ese precio? —preguntó finalmente, su tono frío como el filo de una hoja.
Moriana inclinó ligeramente la cabeza, su sonrisa permanecía suave, pero sus ojos traicionaban una astucia implacable.
—Un acuerdo sencillo. Tú y tus lunas superiores permanecerán en esta sala, viendo y escuchando lo que aparezca en esta pantalla. No intervendrán en nada de lo que ocurra fuera de estas paredes. A cambio, te proporcionaré lo que necesitas para alcanzar tu objetivo al final de este proceso.
Muzan entrecerró los ojos, su mente trabajando rápidamente.
—¿Eso es todo? —preguntó, escéptico.
Moriana negó con un movimiento leve de su cabeza.
—Hay dos condiciones adicionales. Si decides abandonar esta sala, ni tú ni tus lunas dañarán a ningún humano, ni física ni mentalmente. Esto aplica también a tus subordinados; no puedes dañarlos ni matarlos; los necesito vivos hasta el final —hizo una pausa, asegurándose de que cada palabra se impregnara en la mente del demonio—. Y al final de todo, me permitirás una pequeña muestra de tu poder, como sello de nuestra colaboración.
El silencio se extendió entre ambos como un abismo. Muzan sabía que cada palabra de esta mujer era una trampa cuidadosamente tejida. Sin embargo, sus palabras también resonaban con una verdad irrefutable: ella sabía algo que él no.
—¿Y qué te hace pensar que aceptaré? —espetó finalmente, su mirada afilada como un cuchillo.
Moriana no vaciló. Dio un paso adelante, reduciendo la distancia entre ambos. Su voz descendió a un susurro casi confidencial, pero no menos firme.
—Porque tú no temes al riesgo, Muzan Kibutsuji. —Sus ojos se entrecerraron, y su tono se tornó más intenso—. Odias el fracaso. Y sabes que yo soy la única que puede garantizarte el éxito.
Extendió una mano hacia él, como si le ofreciera un trato sellado con fuego.
—Puedes negarte, claro. Pero sabes que perderás más si lo haces. Ni tus lunas, ni los humanos a los que guías, ni tú mismo podrán encontrar el lirio de araña azul. Solo yo puedo mostrarte el camino.
Muzan miró su mano extendida, el destello de confianza en sus ojos, y algo en él se agitó. La furia, el desprecio, y sí, también la codicia.
Finalmente, sus labios se curvaron en una sonrisa fría.
—Hablas con demasiada confianza para alguien que todavía respira. Pero aceptaré tu propuesta... por ahora.
La sonrisa de Moriana se ensanchó, y en sus ojos se dibujó una sombra de triunfo.
—Entonces, tenemos un trato.
Antes de que Muzan pudiera reaccionar, su propio brazo se alzó, obligado por una fuerza que no controlaba, y estrechó la mano de Moriana. Trató de aplastarla, romper cada hueso con la fuerza ferviente que poseía, pero para su sorpresa, su poder no superaba el de un demonio común y corriente. Y lo más frustrante: la mano de Moriana permaneció intacta.
Al momento del contacto, llamas moradas estallaron alrededor de ambos, sellando el acuerdo con una intensidad que dejó en claro que ninguno podía retractarse.
Moriana soltó su mano y retrocedió, sus ojos fijos en los de Muzan.
—Confío en que les explicarás a tus lunas nuestras pequeñas cláusulas. —Dio media vuelta, y antes de desaparecer añadió—: La primera función comenzará en unos minutos. Adiós, Kibutsuji.
Con esas palabras, su figura se desvaneció en el aire, dejando a Muzan solo con sus lunas. Poco a poco, estas comenzaron a moverse, sus cuerpos recobrando la vitalidad que antes les había sido arrebatada.
El Rey de los Demonios se quedó en silencio, observando cómo sus subordinados volvían a la acción, pero en su interior hervía una mezcla de ira, humillación y una chispa de anticipación.
—Juega todo lo que quieras, mujer. Al final, cuando obtenga el lirio, te mataré. Nadie me trata de esta forma; nadie. Esto también va para ti, Tamayo...
Nakime permanecía inmóvil, su expresión inescrutable como siempre, pero sus dedos temblaban ligeramente mientras rozaban las cuerdas de su biwa. Intentó tocar una nota, buscando transportarlos al Castillo Infinito y devolver a cada uno de ellos a su respectiva zona de caza. Sin embargo, nada ocurrió.
El sonido de la biwa murió en el aire como un eco vacío, sin el poder habitual que desafiaba las leyes del espacio. El ojo de Nakime se entrecerró, pero no mostró más señales de frustración. En su interior, sabía que esto no era normal. Esto seguramente enfurecería a su señor.
Akaza, que observaba todo con una expresión tensa, cruzó los brazos, irritado. Sus ojos se movieron rápidamente por el extraño lugar en el que se encontraban. Si Nakime no podía transportarlos, entonces esto era más que una simple llamada. Las notas fallidas de la biwa solo significaban una cosa: un desastre de proporciones extremas.
—Si estamos aquí... —murmuró Akaza, mirando a su alrededor—. Es porque una luna superior acaba de morir.
El sonido de algo rasgándose rompió el silencio, y una vasija decorada con motivos florales apareció en el centro de la sala. Desde su interior emergió una criatura grotesca, su piel pálida y viscosa, con bocas en lugar de ojos y un único ojo en su boca. Era Gyokko, la Quinta Luna Superior.
—¡Hyo! ¡Bueno, bueno! —exclamó Gyokko, su voz chirriante y burlona llenando la sala—. ¡Akaza-sama! Cariño, parece que te ves bien. ¿Cómo has estado después de setenta años?
Akaza no respondió, pero Gyokko continuó, ignorando la evidente molestia del otro demonio.
—La mera posibilidad de que murieras hizo que mi corazón saltara con emoc... —Gyokko comenzó a toser, cubriendo su boca deforme con una de sus manos—. ¡Hizo que mi corazón se encogiera de dolor! ¡Hyo, hyo!
Antes de que Akaza pudiera replicar, una voz temblorosa y aguda resonó desde una de las esquinas cercanas.
—Gyokko... ha olvidado contar. Han pasado noventa y ocho años desde que nos reunimos así. —La voz pertenecía a Hantengu, la Cuarta Luna Superior, quien descendía con pasos inseguros, su cuerpo encorvado y tembloroso.
Gyokko giró hacia él, aparentemente ignorando el reproche en su tono.
—Oh, Hantengu-dono. Tan observador como siempre. —Gyokko movió sus manos con un gesto teatral antes de girarse hacia el resto—. Pero, díganme... ¿Dónde está Dōma-dono? —Su tono adquirió un matiz burlón—. ¿Será que lo mataron?
Akaza sintió un estremecimiento de satisfacción ante esa posibilidad. Si Dōma había muerto, entonces él ascendería como la Segunda Luna Superior. Además, eso significaría que ya no tendría que soportar sus constantes burlas. Qué gratificante sería.
—¡Aquí estoy! ~ —canturreó una voz melodiosa y despreocupada.
Dōma apareció de repente detrás de Akaza, rodeándole los hombros con un brazo en un gesto amistoso. Estaba preparado para recibir el habitual golpe "de cariño" de Akaza, pero este no llegó.
—¿Akaza-dono? —Dōma inclinó la cabeza con una expresión de curiosidad burlona—¿Te quedaste congelado por verme tan sano?
La cara de Akaza era un retrato de frustración, agonía y horror. Por alguna razón inexplicable, no podía levantar el puño para golpear a Dōma, algo que nunca había sido un problema. Este lugar era extraño, irreal. Esto era el infierno.
Desde un rincón, la voz infantil y quejumbrosa de Daki rompió la breve pausa.
—¡Nadie preguntó por nosotros! —protestó, haciendo un puchero—. Todos ellos son una molestia.
Gyutaro, siempre irritable, frunció el ceño al escucharla.
—Tampoco es como si fuera necesario. —Su tono era agrio, cargado de resentimiento mientras dirigía una mirada hacia Dōma, molesto por la atención que siempre recibía.
Mientras tanto, Kaigaku permanecía en silencio, analizando la situación. Hace un momento estaba escuchando los planes para eliminar a los cazadores de demonios, y de repente apareció aquí, junto a lunas superiores que deberían estar muertas.
Esto no tiene sentido.
Kaigaku finalmente habló, incapaz de contener su confusión.
—Oye, mujer Biwa... ¿Dónde está la Primera Luna Superior? Es imposible que lo hayan matado.
Primero debía asegurarse de que él estuviera bien... si él lo está, estaría a salvo. Su benefactor no lo dejaría solo, ¿cierto?
Nakime, aún con los dedos descansando en su biwa, habló sin levantar la vista.
—Yo no he convocado a nadie a este lugar. Sin embargo, él... ha estado aquí todo este tiempo.
El aire en la sala pareció enfriarse, y un escalofrío recorrió a los demonios presentes cuando una voz profunda y resonante se escuchó desde la penumbra.
—Yo... estoy aquí.
Kokushibō, la Primera Luna Superior, salió de las sombras, su postura imponente pero respetuosa. Estaba de rodillas, con la cabeza inclinada en dirección a una figura que hasta ahora ninguno había notado.
—Muzan-sama ha estado aquí desde antes de nuestra llegada.
La tensión en la sala se intensificó, y cada demonio bajó la cabeza instintivamente al escuchar esas palabras. En un rincón, una figura inmóvil observaba a todos con ojos llenos de furia contenida.
El Rey Demonio estaba presente.
La sala estaba envuelta en un aire pesado, sofocante, como si la misma esencia de Muzan hubiera impregnado cada rincón con su furia contenida. Las lunas superiores se arrodillaron como pudieron, sin saber exactamente cómo proceder. La presencia de su señor se sentía más amenazante que nunca.
Muzan observaba a cada uno de ellos, sus ojos rojos como brasas ardientes, llenos de una ira que podía consumirlos a todos si no fuera por las limitaciones que esa mujer le había impuesto. Quiso destrozarlos, desgarrarlos uno por uno, especialmente a Nakime, cuya habilidad para transportarlos al castillo infinito había fallado. Quiso aplastar a Akaza, que no podía siquiera contener su odio hacia Dōma, y al propio Dōma, cuyo grotesco intento de humor lo irritaba aún más. Pero no podía.
No podía.
El simple hecho de estar limitado era una humillación intolerable, y la imagen de esa mujer —Moriana—, con su sonrisa confiada y su tono calmado, se grabó aún más profundamente en su mente. Tendría su momento para vengarse de ella, pero ahora debía lidiar con estas inútiles criaturas.
—Son míos —pensó, con desprecio—. Son mi creación, y ni siquiera puedo corregir sus errores.
Giró su mirada hacia Nakime, quien había intentado tocar las cuerdas de su biwa. El sonido reverberó en la sala sin producir el efecto esperado. Nakime inclinó la cabeza, evitando el contacto visual con su maestro, consciente de la furia que pronto se desataría sobre todos ellos.
—Nakime, ¿crees que tu incompetencia merece perdón? —la voz de Muzan era baja, casi un susurro, pero cada palabra estaba cargada de un veneno que hacía temblar las paredes de la sala.
Nakime abrió los labios, pero antes de que pudiera responder, Muzan alzó una mano, deteniéndola.
—No, no tienes nada que decir. Fallaste. Como todos ustedes.
Su mirada se desplazó hacia Akaza, cuya expresión de frustración y odio hacia Dōma era evidente. Muzan pudo leer sus pensamientos, sentir su satisfacción secreta ante la posibilidad de que Dōma hubiera muerto. La compartía, en cierto modo, pero no era momento para eso.
—Akaza, ¿crees que tus ambiciones infantiles tienen cabida aquí? —su tono era cortante, y cada palabra parecía golpear al demonio como un látigo invisible—. Te atreves a desear la muerte de una luna superior cuando tú mismo eres incapaz de cumplir con tus deberes.
Akaza apretó los dientes, incapaz de responder. Su frustración creció aún más cuando Dōma, con su sonrisa despreocupada, se adelantó y le dio una ligera palmada en el hombro a la tercera superior.
—Muzan-sama, no sea tan duro con Akaza-dono. Todos cometemos errores, ¿no? —Dōma habló con su tono característico, burlón y despreocupado, pero incluso él no pudo evitar un ligero temblor en su voz. El pobre de Akaza estaba en problemas, que desafortunado... ¿debería fingir ser más compasivo?
—Silencio, Dōma. —la voz de Muzan resonó como un trueno, y Dōma se detuvo de inmediato, inclinando la cabeza en señal de disculpa.
Gyokko intentó aprovechar el momento para intervenir, saliendo de su vasija con un movimiento teatral.
—Muzan-sama, permítame explicar. Estoy reuniendo información como puedo. Este lugar es ciertamente extraño, pero estoy seguro de que mi arte podrá sacarnos de aquí...
—Tu "arte" no me interesa para algo que no sea ganancias, Gyokko. —el desprecio en la voz de Muzan era evidente—. Tu existencia en este momento solo tiene valor si produces resultados. Hasta ahora, no has hecho nada más que avergonzarme.
Hantengu, temblando como una hoja, se arrodilló de inmediato, golpeando el suelo con la frente.
—¡Muzan-sama! ¡Por favor, perdóneme! ¡No sabía qué hacer! ¡Prometo que no volveré a fallarle!
—Cállate, Hantengu. En este momento me das igual. —Muzan lo miró con un desprecio que lo redujo aún más, si eso era posible.
Finalmente, su mirada se posó en Kokushibō, quien permanecía arrodillado con la cabeza baja, su postura rígida y respetuosa.
—Kokushibō, ¿y tú? ¿Qué tienes que decir?
—He estado rastreando a Ubuyashiki, Muzan-sama. Pero la situación en la que nos encontramos ahora es... imprevista. —su tono era grave y firme, pero incluso él sabía que ninguna excusa satisfaría la furia de su señor.
Muzan caminó lentamente por la sala, observando a cada uno de ellos con una mirada que parecía atravesarlos.
—Todos ustedes... —comenzó, con una voz que era puro veneno—. No son más que herramientas defectuosas. Ni siquiera valen la sangre que corre por sus cuerpos. Les he dado poder, inmortalidad, propósito... y esto es lo que recibo a cambio.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en cada uno de ellos.
—No puedo dañarlos ahora. No por mi voluntad, sino por una interferencia que pronto corregiré. Pero cuando salgamos de este lugar, cuando recupere el control absoluto, todos ustedes recibirán el castigo que merecen.
Su voz bajó, pero su tono se volvió aún más amenazante.
—Y no será rápido.
Las lunas superiores bajaron la cabeza, incapaces de responder. Incluso Dōma, siempre relajado y sonriente, guardó silencio.
Muzan se detuvo frente a la sexta luna superior, el demonio desconocido que lo irritaba con su mera presencia.
—No te reconozco, pero eso no significa que estés exento de mi ira. Si estás aquí, es porque tienes mi sangre. Y si estás en este rango, más vale que justifiques tu existencia.
El demonio inclinó la cabeza, pero no dijo nada por el miedo. Muzan desvió la mirada, su desprecio evidente.
Muzan se mantenía firme, su mirada fría y fija en sus subordinados. Cada palabra que salía de su boca resonaba en la sala como un trueno, cargada de una furia que aún no podía desatarse completamente.
—Escuchen bien. —Su voz se elevó, resonando en la sala—. Estamos en una situación crítica. Mi objetivo cada vez está más cerca... ¡Y no es precisamente gracias a ustedes, zopencos!
Las palabras cortaban el aire, llenas de desprecio. Muzan los observaba como si fueran insectos bajo su mirada, la presión de su presencia haciéndolos más pequeños, más insignificantes. Su corazón ardía, pero no mostraba ningún signo de debilidad. Si había algo que no podía tolerar era la incompetencia de los suyos.
—¿Cómo es que he llegado a este punto? —pensó, manteniendo la furia en su mente—. ¿Por qué, después de todo lo que les he dado, siguen siendo tan inútiles?
Muzan dio un paso al frente, su postura tan altiva como siempre.
—En este momento solo tengo una directriz... no hagan nada. Quédense en las malditas sillas que tienen su nombre y vean o escuchen lo que sea que nos pondrán en esa pantalla. No quiero quejas, ni reclamos, ni murmuros, ni farfullos, ni nada.
Las lunas superiores intercambiaron miradas, sorprendidos por la orden inusual de su líder. ¿Cómo podían quedarse quietos ante tal provocación? Pero nadie se atrevió a decir una palabra. Obedecieron sin rechistar, aunque la incomodidad se percibía en sus gestos.
Moriana no tardó en hacer su aparición, y su voz resonó en los altavoces de la sala con una calma inquietante, como si estuviera acostumbrada a controlar la atención de todos. Su tono era elegante, como el de un presentador, pero con un matiz que hacía que incluso el aire pareciera detenerse.
—Muy bien, demonios... —comenzó con un toque de humor, pero manteniendo una serenidad calculada en su voz—, lo que están a punto de presenciar es... algo extravagantemente peculiar, si se le puede llamar así. Algo que ni siquiera forma parte del mundo en el que habitan ni del tiempo en el que existieron. Es algo así como un "universo diferente" si quieren.
Algunos, como Gyokko y Daki, se sintieron molestos por el tono despectivo con el que se refería a ellos, como si fueran meros espectadores. Pero el temor a la furia de Muzan fue suficiente para que se mantuvieran callados, incluso si su orgullo se veía herido.
En verdad... Nadie sabía exactamente qué esperar, pero la forma en que la mujer hablaba solo aumentaba la sensación de intriga y desdén. ¿Qué podía significar "un universo diferente" para ellos? ¡Son demonios! ¡Ellos son las más poderosos independientemente del mundo!
—Quiero que metan la siguiente información en sus pequeños cocos, ¿quieren? —continuó Moriana, con una leve pausa que aumentó la tensión—. Lo que verán ahora pertenece a un mundo muy distinto al suyo. Un mundo que opera bajo reglas diferentes, con personas ajenas a su realidad enfrentándose a amenazas que difícilmente podrían imaginar... o tal vez sí, considerando quiénes son ustedes.
Un suspiro recorrió la sala. Algunos demonios se sintieron indignados por las palabras de Moriana. ¿Acaso ella no entendía la magnitud de lo que significaba ser un demonio superior? ¿Qué derecho tenía ella de hablarnos de desafíos y mundos ajenos?
—El título de esta obra es "Jujutsu Kaisen", y lo que verán es el primer episodio de su historia. —Moriana hizo una pausa, observando desde la comodidad de la sala de control las reacciones de los demonios—. El episodio se llama "Ryomen Sukuna".
El nombre flotó en el aire, y aunque ninguno de los demonios lo reconoció, algo en sus mentes se agitó. Muzan, sin embargo, sintió que su sangre hervía.
—¿Sukuna? ¿Por qué siento que me estás comparando con él? —la furia interna de Muzan se intensificó, y su cuerpo se tensó, pero se contuvo. No permitiría que ese desconocido nombre lo desestabilizara. Si alguna vez se enteraba de quién era Sukuna...
Moriana continuó, consciente de la tormenta que había desatado dentro de Muzan. Después de todo, ella puso en su mente la idea de que los estaba comparando.
—Sí, ya sé lo que están pensando: "¿Quién o qué es Sukuna?" Bueno, lo descubrirán pronto. Solo diré que es una figura poderosa y temida en su mundo, algo que tal vez algunos aquí puedan encontrar familiar.
Muzan cerró los puños con fuerza, su ira palpable, pero aún no reaccionó.
—No me importa quién sea ese tal Sukuna. No existe nadie en este mundo que pueda compararse conmigo.
—Antes de comenzar, quiero resaltar un puntito pequeñito, pero importante. Este episodio es apenas una introducción. —Moriana dijo, bajando un poco el tono—. Lo que verán no lo explica todo, de hecho, creo que ni les dará una pista concreta de como seguirá. Pero al menos podrán ver como empieza esta historia.
La sala estaba en un silencio expectante. Los demonios no sabían cómo reaccionar. Algunos se sintieron irritados por la manera tan relajada en que Moriana hablaba de ellos, pero seguían callados. Si su señor no mostraba reacción, ellos tampoco lo harían.
—Ah, y una última cosa: este universo no es algo con lo que ustedes no podrán intervenir. Solo serán espectadores aquí. Lo que vean está más allá de ustedes. Así que acomódense, disfruten de la función... y traten de no matarse entre ustedes... ¡Ah, cierto! ¡Que no pueden!
Un escalofrío recorrió la sala cuando Moriana terminó su presentación. Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo, y no necesitaba más explicaciones.
—Entonces, sin más preámbulos... les presento "Jujutsu Kaisen: Episodio 1 - Ryomen Sukuna".
La pantalla frente a ellos cobró vida, y la luz del proyector iluminó los rostros de los demonios, ahora en silencio absoluto, sus ojos fijos en lo que se les venía.
Elián corría por los pasillos como un vendaval, entrando y saliendo de cada habitación con una velocidad que desafiaba la lógica. Su respiración era rápida, pero su mente aún más. Las sombras se alargaban a su paso, como si intentaran atraparlo. Al llegar a la sala de los invitados, cerró la puerta tras de sí con un golpe seco, bloqueando el paso de aquel extraño ser que lo seguía.
Nakime aplaudió, alabando internamente a los participantes que habían compuesto esa pieza musical. Sabía que no era solo melodía, pues incluía un video, pero al no estar acostumbrada a este medio, no podía expresar su admiración correctamente.
Independientemente de ello, tenía solo una queja: la duración. No era un descontento general, pero algunos segmentos eran escasos y demasiado cortos en comparación con los demás. Tal vez se hizo así porque no había mucho que contar sobre ellos, pero aun así dejaba un poco que desear.
Por lo demás, todo estaba perfecto. Un contenido audiovisual, aparentemente mágico, que cumplía con lo que prometía. No entendía cómo habían logrado conectar o darle la propiedad de video a una canción, ni cómo colocaron letras de colores a la melodía, pero le gustaría aprender a hacerlo.
—No estuvo mal —dijo Managi, encogiéndose de hombros con una ligera sonrisa—, aunque es un poco molesto que la quinta superior no apareciera mucho.
—¿Realmente te gustó esa porquería? —preguntó el chico de manos temblorosas, sorprendentemente con una expresión iracunda—. No esperaba menos de ti.
—¡Oye! ¡Para tu información! ¡Solo han pasado unos pocos minutos desde que lo conozco! —exclamó Managi, señalándose a sí mismo con el dedo—. ¡Pero si algo le pasa a esa entidad que encarna la perfección, mataré a todos en esta habitación y luego a mí mismo!
—No creo que ellos te dejen hacer eso —intervino Nakime, mirando a los cazadores de la era Sengoku—, ni los que nos trajeron aquí.
—¿Ellos? —Managi señaló a Yorīchi y Michikatsu, esbozando una sutil sonrisa—. Ese de ahí está tan absorto en sus pensamientos que seguro ni se da cuenta, y al otro seguro ni le importa.
—El de allí tampoco te dejaría, idiota —replicó el chico de expresión iracunda, señalando a Hakuji—, su maestro tampoco. Y si te atreves a tocarme a mí... te romperé la cara.
—Tranquilo, mi secuaz—Managi sudó frío, rascándose la nuca con nerviosismo—, lo decía en broma.
Aprovechando que la función había terminado, Yorīchi quiso hablar con su hermano. La intensidad de las palabras que resonaban entre los demás era una oportunidad para no ser interrumpidos.
—Hermano —dijo Yorīchi con voz baja y melancólica, dirigiéndole una mirada que mucho dolor; algo que asqueó al mayor—. ¿Por qué?... ¿Por qué te convertiste en demonio?
Michikatsu no respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija en un punto vacío, como si buscara algo que ni siquiera él mismo sabía. Yorīchi sintió cómo el peso del silencio comenzaba a estrangularlo, así que insistió:
—¿Es acaso cierto eso de que sentías envidia? ¿Hacía qué lo sentías?
Michikatsu finalmente suspiró, con una sonrisa irónica en sus labios.
—¿Cómo voy a saber cómo me volví demonio? —preguntó el mayor, su tono neutro pero cargado de un dejo de cansancio—. Es un futuro del que desconozco la mayoría de mi actuar.
—Hermano, no parecías muy sorprendido de que fueras un demonio. Alguna idea debes tener...
Michikatsu cerró los ojos por un momento, permitiéndose esa breve pausa antes de responder:
—Creo que la razón por la que me volví demonio es supervivencia, hermano.
—¿Supervivencia? —repitió Yorīchi, incapaz de ocultar su sorpresa.
—Hermano, vamos a morir. Todo el poder que he conseguido desaparecerá conmigo, se irá, no quedará nada. No quiero eso, quiero vivir —dijo Michikatsu con frialdad—. Me volví demonio para superar la maldición de la marca de cazador y poder seguir evolucionando como espadachín.
—Durante 400 años estuviste comiendo personas y corrompiéndote, ¿estás feliz por eso?
—En esos 400 años logre lo que ni siquiera tú pudiste. Creé más posturas de las que tu respiración tiene; tengo 16 en total.
Yorīchi lo miró con pesar, todos esos logros son en base a la muerte de cientos de personas... no sabe como su hermano puede enorgullecerse de eso.
—En cuanto a si soy feliz o no... ¿Cómo lo voy a saber? Bien sabes que los demonios no recuerdan su vida como humanos en su mayoría.
—Me olvidaste. Olvidaste a tus compañeros, a tu familia...
—No —respondía Michikatsu con firmeza—. Puedo olvidar a mis compañeros, a mi esposa, a mis hijos. Estoy seguro de que olvidaré todos sus rostros, menos el de una persona: el tuyo.
—¿Estás diciendo que a pesar de que seas un demonio no me olvidarás? —preguntó Yorīchi, un tanto confundido.
—Estás en lo correcto —respondió con firmeza—. No importa en qué me convierta, siempre te recordaré. Tú eres... eres tú.
Yorīchi no podía ocultar su confusión. Por un lado, sentía una calidez al escuchar esas palabras; por otro, no entendía cómo su hermano podía ser tan contradictorio.
—¿Y qué harás si ese hombre, Muzan, te busca? —preguntó Yorīchi con un tono más grave.
—No creo que pase esta vez —contestó Michikatsu con un deje de confianza.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque estás aquí, hermano. Ahora que sabes esto, tú no lo permitirás.
Las palabras de Michikatsu llevaban un peso innegable, y Yorīchi lo sabía. Sin embargo, no podía ignorar las posibilidades.
—Pero si ocurre... si logra contactarte, no te dejes engañar por él —insistió Yorīchi.
Michikatsu dejó escapar un suspiro, como si esas palabras fueran inevitables.
—Rechazarlo significaría mi muerte, hermano. Si él me encuentra y yo me niego, me matará.
—Entonces evita que te encuentre. Hazlo por ti... y por mí —pidió Yorīchi con una seriedad que helaba el aire.
Un silencio incómodo los envolvió, hasta que Yorīchi, tratando de recuperar la conversación —algo en lo que era bastante malo—, cambió de tema:
—Aunque... ¿Por qué elegiste tantos ojos para tu versión demoniaca?
Michikatsu dejó escapar una pequeña risa, algo raro en él.
—¿Por qué? Bueno, mientras más ojos tenga, mejor será mi visión. Podré ver en ángulos que antes no podía. Es una mejora bastante eficiente, hermano.
Yorīchi alzó una ceja, incrédulo.
—¿De verdad pusiste tantos ojos solo para eso?
—Sí. Mientras más ojos, mejor. ¿No?
Antes de que Yorīchi pudiera responder, la voz calmada de Nakime surgió desde las sombras.
—Yo creo que con uno basta, si se sabe usar bien.
Michikatsu giró su cabeza hacia ella con curiosidad.
—Oh, es la mujer Biwa. ¿Qué pasa? —preguntó, con un ligero tono de sorpresa.
—Hermano, tiene un nombre —intervino Yorīchi, algo molesto—. Lo mínimo sería preguntarle cómo se llama.
—Mi nombre es Nakime —respondió ella con suavidad—. Vine aquí solo para agradecerles. Su historia me sirvió de inspiración para una melodía.
Yorīchi, tomado por sorpresa, se inclinó ligeramente.
—Gracias... es un honor escuchar eso.
—¿Puedo ser el protagonista? —preguntó Michikatsu de repente—. Tal vez así pueda ganarle a mi hermano en esa melodía.
Yorīchi se llevó una mano a la frente, suspirando.
—Hermano...
—Está bien, está bien —respondió Michikatsu, desviando la mirada con una sonrisa burlona—. Solo era una idea.
Mientras tanto, en otra parte de la sala, la conversación entre Jigorō y sus alumnos tomaba un giro tenso. Kaigaku estaba sentado a cierta distancia, con una expresión oscura.
—Kaigaku, ¿estás bien? —preguntó Jigorō con preocupación.
Kaigaku bufó y desvió la mirada.
—Si por "bien" te refieres a que en ese futuro me morí y perdí, entonces estoy genial.
Zenitsu, a pesar de su propia inseguridad, trató de animarlo.
—¡Aniki! No te preocupes, lo evitaremos. ¡Lo prometo!
Kaigaku lo miró por un momento, sus ojos entrecerrados.
—¿De verdad eras tú en ese video? —preguntó con seriedad—. Vuélvete esa persona rápido, entonces. Así al menos no serás un incordio.
Zenitsu suspiró, sintiendo el peso de las palabras de Kaigaku.
—Ojalá supiera cómo lo logré... —murmuró.
Jigorō intervino con un tono firme, lleno de orgullo.
—Confío en que alcanzarás esa fuerza, Zenitsu. Lo vi en el video, y sé que está en ti.
Cerca de ellos, Hakuji miraba a Koyuki con curiosidad.
—¿Quieres hablar con ese chico? —preguntó, refiriéndose a Dōma—¿El de la sonrisa falsa?
Koyuki dudó, algo avergonzada.
—Tal vez... aunque mi padre probablemente hable primero con los suyos.
Keizo, atento a la conversación, interrumpió con una pregunta.
—¿Qué quieres decir con "sonrisa falsa"?
Hakuji rascó su cabeza, algo incómodo.
—No sé... simplemente parece fingida.
Keizo observó a Dōma, quien seguía sonriendo con su característica expresión.
—Yo la veo normal —respondió con sinceridad.
Dōma, notando que hablaban de él, giró hacia sus padres.
—Madre, padre, ¿cómo es mi sonrisa?
Su padre sonrió con orgullo.
—Es perfecta, hijo. Refleja lo especial que eres.
—Exacto, cariño. Todas tus sonrisas son únicas y puras —añadió su madre.
Dōma inclinó la cabeza, agradecido.
—Si es perfecta, entonces... ¿cómo sabe ese niño que es falsa? —pensó para sí, con una curiosidad que nadie más captó.
Desde la penumbra, el anfitrión divisó a los espectadores. La función había terminado, y el ambiente estaba impregnado de una mezcla de tensión y expectación. Elián se dirigió a la lista de presentaciones, sus ojos buscando frenéticamente la siguiente función. Sabía que su hermano, Badir, podría aparecer en cualquier momento, o incluso mandar a Alina o Lena, pero si tomaba la iniciativa, tal vez ganaría ventaja.
Confianza. Responsabilidad. Arrepentimiento. Esas eran las cualidades que, en su opinión, Badir valoraba. Si podía demostrarle que estaba dispuesto a enmendar sus errores, su hermano mayor lo protegería cuando Lena regresara y decidiera castigarlo. Esa era su esperanza.
—A ver... —murmuró mientras abría la pantalla holográfica y navegaba por el cronograma—. Según esto, es: Ryomen Sukuna...
Se detuvo en seco, su mente conectando las piezas. ¿Se referían a ese Sukuna? ¿Al de Jujutsu Kaisen?
Por un momento, su confusión fue reemplazada por incredulidad. ¿El capítulo uno del anime? Era inesperado, pero si eso era lo que el público pedía...
—Que así sea —murmuró con determinación.
Con una velocidad impresionante, corrió hacia el escenario. Para algunos espectadores, su llegada fue tan repentina que parecía haber aparecido de la nada. Elián se posicionó en el centro, ajustando su postura mientras intentaba controlar su respiración. Su rostro reflejaba una determinación tranquila, consciente de que debía captar la atención de todos, pero sin revelar demasiado.
Miró a la audiencia. Los ojos curiosos de los espectadores lo escrutaban con intensidad. Nakime lo "observaba" —no sabe cómo es eso posible— con su habitual serenidad, mientras Managi intercambiaba miradas tensas con el chico iracundo tras su reciente discusión. Incluso Hakuji parecía interesado, aunque se mantenía en silencio.
Elián carraspeó, rompiendo el murmullo que flotaba en el aire.
—Damas y caballeros... —comenzó con una sonrisa nerviosa pero honesta—. Lo que están a punto de presenciar es algo único, algo que no pertenece a su mundo, ni a su tiempo, ni a su realidad. Podría decirse que es un "Universo diferente".
Un murmullo recorrió la sala. La noción de un "universo diferente" era incomprensible para muchos, pero despertaba su curiosidad.
—Quiero que entiendan esto —continuó, su voz adoptando un tono seguro—. Lo que verán ahora pertenece a un mundo distinto al suyo. Un mundo con reglas diferentes, donde las personas enfrentan desafíos más allá de lo común... o tal vez no tanto, considerando quiénes están aquí.
Dirigió una mirada rápida a Yorīchi y Michikatsu, quienes permanecieron estoicos, aunque Elián sintió que había captado su atención.
El respirador solar suspiró, quería un descanso para poder discutir con su hermano acerca de lo que acababan de ver. Pero parece que hay una función bastante seguida sobre algo que, si bien no los compete del todo, debía de ser importante si lo van a ver.
—El título de esta obra es Jujutsu Kaisen, y lo que verán es el primer episodio de su historia. —Hizo una pausa, observando las expresiones de su audiencia. Algunos, como Nakime, mostraban una calma inquisitiva, mientras que Managi alzaba una ceja con escepticismo.
—El episodio se llama "Ryomen Sukuna". —Dejó que el nombre resonara en la sala antes de continuar—. Tal vez se pregunten: "¿Quién o qué es Sukuna?" Bueno, lo descubrirán pronto. Solo diré que es una figura temida y poderosa en su mundo, algo que tal vez les resulte familiar.
Un gesto de su mano proyectó un breve destello en la pantalla: un vistazo al rostro de Sukuna, en formato chibi. Las reacciones fueron variadas. Nakime inclinó ligeramente la cabeza, mientras Managi murmuró: "No parece gran cosa", solo para recibir un codazo discreto del chico iracundo.
Incluso Magare, quien parecía aburrido, frunció el ceño ligeramente. Aunque no conocía al personaje, algo en la imagen despertaba un ligero sentimiento de intuición, como si compartieran una época, aunque fueran de mundos distintos.
—Antes de comenzar, quiero aclarar algo importante. —Elián dejó caer los brazos, adoptando un tono más relajado—. Este episodio es solo una introducción. No lo explica todo, pero les dará una idea de este mundo. Por eso, les pido paciencia.
Se tomó un momento para mirar a todos, asegurándose de que cada palabra calara en la audiencia.
—Ah, y una última cosa: este universo no es algo con lo que puedan interactuar. Lo que vean está más allá de vuestra influencia. Así que relájense, disfruten... y traten de no pensar demasiado en cómo funciona todo esto.
Elián tomó aire y dio el paso final.
—Entonces, sin más preámbulos... les presento Jujutsu Kaisen: Episodio 1 - Ryomen Sukuna.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, Elián desapareció del escenario en un instante, como si nunca hubiera estado allí. Algunos espectadores parpadearon, desconcertados por su repentina ausencia, pero la atención pronto se centró en la pantalla, que comenzó a proyectar el episodio.
Desde las sombras, Elián observaba en silencio, con un leve pero sincero pensamiento:
"Espero que lo disfruten"
Recuento de palabras: 10.697
Publicado: 26/Diciembre/2024
Editado: ???
Hola, bienvenidos a la Pausa Número 1 de este Watching. Cómo podrán ver, al menos en la parte final, es una adaptación o ajuste de reescritura parcial de la Pausa I del libro original. El resto de partes es contenido original.
Vi necesario el hacer una parte con las Lunas Superiores debido a que, el ganador de la encuesta que publique hace meses, fue:
"Opción 7: "Ryomen Sukuna"
Elenco semi-conjunto; demonios, versiones humanas y acompañantes.
Esta es una opción que tenía en mente para introducir este universo. En la historia anterior solo tuvimos el rap de Satoru, pero desde entonces varios han pedido más. Por lo tanto, esta es una reacción al primer capítulo del anime "Jujutsu Kaisen". Es mi propuesta en respuesta a las sugerencias de ClaveFics_NA y Uberto2712, quienes querían un rap de Sukuna o la narración de un capítulo de esta serie."
A diferencia de lo que muchos creyeron, no es un rap de Sukuna. Es todo el capítulo 1 del anime de Jujutsu Kaisen. Ya lo he transcrito en su totalidad, siendo 9.051 palabras que abarcan 24 páginas.
Esto solo en la transcripción del capítulo, claro está. Las reacciones no han sido escritas, pero daré mi mayor esfuerzo para tenerlas lo antes posible. No daré fechas, pues no quiero comprometerme en estas fechas.
En caso de no poder publicarlas en lo que queda de la semana, quisiera desearles un feliz año nuevo. Quería desearles también una feliz navidad, pero por cuestiones de tiempo no puede tener esto completo para esa fecha.
Eso sería todo por ahora, perdón por la repentina ausencia. No daré excusas, pues son motivos míos y de mi proceso académico, pero igual debo disculparme con ustedes por la espera.
Por ahora, admiren al todo poderoso Celebi Sukuna, acompañado de su fiel escudero:
Arte de la mano de @delraich66 en Twitter, o X como lo quieren llamar ahora. Si gustan ver otra pieza, esta la que puse en la portada de este capítulo.
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