
✘ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴜɴᴏ
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Viernes 26 de Mayo del 2023
Gimhae, Corea del Sur.
6:30 p.m.
Un año, dos meses y dos semanas después del primer contagio
...
Las dos siluetas masculinas cruzaron el umbral de la puerta giratoria, cuyo cristal roto había dejado fragmentos dispersos por el suelo. Jimin ingresó primero, en completo silencio. El lugar permanecía en penumbra. Sus ojos, atentos y cautelosos, recorrieron las primeras tiendas abandonadas del centro comercial. Con la respiración contenida, empuñó con firmeza su pistola Glock mientras avanzaba con paso medido, procurando que sus movimientos no produjeran el más mínimo sonido.
El lugar estaba cubierto de polvo y telarañas, mientras que los muebles estaban impregnados de un fuerte olor a moho. Nadie había estado allí en mucho tiempo... tantos meses. Los primeros locales estaban saqueados, destrozados, algunos reducidos a cenizas seguramente por la multitud desmoralizada. No quedaba nada que valiera la pena recuperar
Aun así, Jimin no se dejó intimidar y continuó con la búsqueda. Llevaba el cabello castaño oscuro despeinado sobre su frente, tenía un rostro de facciones delicadas, resaltado por sus ojos rasgados y labios en forma de corazón. De estatura promedio y figura extremadamente delgada. Su aspecto distaba mucho de lo que se consideraría saludable, especialmente con las ropas sucias y desgastadas que lo acompañaban desde el inicio de la miseria.
El chico menor, llamado Kim SeonWoo o Sunoo caminaba unos pasos detrás de Jimin, copiando atento todos y cada uno de los movimientos del castaño como un espejismo para evitar meter la pata como el adolescente inexperto que era.
Por último, unos metros más adelante que ambos chicos, Byron olfateaba desesperadamente todo el lugar en busca de un olor específico, babeando enmedio del acto.
—¿Hueles algo, amigo? — le preguntó Jimin al animal de cuatro patas y este sencillamente movió la cola de un lado hacía otro y siguió con la nariz pegada al suelo, centrado en reconocer el sitio desconocido.
La postura del canino se percibía tensa, los pelos de su lomo estaban en punta, pero no había indicios de que la situación fuese por un mal camino, así que siguieron avanzando, por supuesto sin estar confiados. Que el sol no se haya ocultado todavía significaba que estaban fuera de peligro. Las noches solían ser más peligrosas que las tardes, aun así, nunca se estaba a salvo. Jamás. El silencio era un vil engaño para hacerlos bajar la guardia.
Jimin observó cómo el pasillo se ramificaba en varios corredores, obligándolos a tomar el que parecía tener una mejor iluminación. No estaba seguro de recordar el camino de regreso; el centro comercial era inmenso, laberíntico. Todo el lugar tenía la vibra inquietante de un Backroom.
—No iremos muy lejos. Solamente hay que centrarnos en buscar lo que necesitamos y regresar, ¿de acuerdo? — explicó mediante susurros y Sunoo asintió frenéticamente a la orden en completo silencio.
Ambos siguieron caminando sigilosamente por varios locales. Entraron a unas cuantas tiendas departamentales en donde tomaron las prendas de ropa que les parecieron de tallas más universales para los demás sobrevivientes o cualquier artículo útil que estuviese en buen estado, no obstante, seguían sin conseguir su primordial objetivo: alimento.
El estómago de Jimin gruñía con fuerza, exigiendo aunque fuera un mísero trozo de algo pasado de caducidad. Llevaba días sin alimentarse adecuadamente, y el hambre lo debilitaba, lo agotaba... lo consumía cada vez más rápido. No entendía cómo seguía en pie, pero ahí estaba, sosteniéndose como por milagro. La comida era lo único que importaba. Su misión era clara: llegar a la zona de cafeterías y registrar las bodegas de los restaurantes, con la esperanza de hallar alguna sobra olvidada.
"Escaleras... ¿dónde están?" se preguntó mentalmente mordiéndose sus labios resecos. Había visto los ascensores, pero claramente no eran una opción factible.
No tenía idea de hacia dónde demonios iba, ni si encontraría lo que buscaba. Pero lo que sí sabía era que no podía volver con las manos vacías. No esta vez..
Byron se adelantó unos metros, tomando un corredor lateral sin dudarlo. Jimin reaccionó de inmediato, echando a andar tras él en un trote bajo, cada pisada contenida como si el suelo pudiera delatarlo y revelar su presencia ahí.
—Byron... regresa aquí... Byron... —murmuró, apenas audible, con la voz tensa.
El rottweiler obedeció, reduciendo el paso hasta detenerse y olfatear una sospechosa caja con basura que estaba a la mitad del corredor. Su hocico se movía sin descanso, olfateando algo que lo mantenía entretenido.
Jimin también se detuvo. Con un movimiento automático, alzó su Glock y apuntó al fondo del corredor, hacia las tiendas sumidas en sombras. El aire olía a moho, cartón húmedo y algo más... algo rancio. El tipo de olor que no puedes explicar pero tampoco ignorar.
Todo parecía estar en paz. El centro comercial lucía tan vacío que incluso la muerte habría sentido frío allí. Pero la calma era demasiado perfecta.
Dubitativo, Jimin continuó avanzando a la par de Sunoo. Ambos en un silencio espeso. Byron, en cambio, se había quedado atrás, olfateando entre la basura, con sus orejas atentas a cualquier perturbación.
De pronto, un sonido agudo y lejano cortó el aire como una cuchilla: el crujido inconfundible de vidrio roto bajo una suela. Un solo paso. Nada más.
El perro levantó de inmediato la cabeza del montón de mierda que revisaba. Su cuerpo se tensó, las orejas se alzaron como antenas, y sus ojos negros se clavaron en un punto invisible detrás de ellos. Algo que ni Jimin ni Sunoo podían captar... pero él sí podía sentirlo.
El ruido venía de la entrada por la que ya habían pasado.
Byron se giró sin emitir un solo gruñido. Y sin esperar orden alguna, se echó a andar hacia el origen del sonido.
—Hyung, mire esto — el joven de piel blanquecina distrajo la atención de Jimin cuando señaló con la barbilla una tienda que decía "el rincón de la lectura".
Los ojos del castaño brillaron como un par de canicas. No recordaba cuando fue la última vez que vio una biblioteca... o al menos una entera. Siempre se conformaba con releer una y otra vez los libros en mal estado que se encontraba por su paso en las casas del pueblo de Gimhae. Los libros lo trasladaban a otro mundo, a cualquiera que fuese mejor que el suyo.
Entraron con lentitud al local, con las armas alzadas, apuntando en todas las direcciones posibles. Solo cuando se aseguraron de que el perímetro estaba limpio, comenzaron a revisar las repisas, una por una, buscando algo que valiera la pena. Parecía que nadie se había molestado en saquear aquella tienda. En un mundo devorado por el caos, la lectura ya no tenía valor. Ya no quedaba tiempo para leer... o tal vez, simplemente, ya no quedaba nadie.
Sin pensarlo mucho, Jimin tomó el ejemplar más interesante que encontró y lo guardó en su mochila. No podía cargar demasiado peso; cada gramo contaba cuando corrías por tu vida. Además, la comida tenía prioridad. Y en su estado físico actual, incluso mantenerse de pie ya era un esfuerzo para él.
Justo al cruzar el umbral de la biblioteca y caminar de frente, un olor lo golpeó como un puñetazo. El cuerpo le respondió antes que la mente: Jimin se tensó, apretó el arma con más fuerza y escaneó los alrededores con el corazón retumbando en el pecho. Era un olor bastante familiar. Un hedor denso, asqueroso y nauseabundo que siempre llegaba antes del desastre.
—Huele a carne podrida — avisó gruñendo y levantó su arma al mismo tiempo que su compañero más joven —. Esta cerca... muy cerca — Jimin miró a sus alrededores, mientras sus pupilas se dilataron cual depredador, tratando de encontrar la fuente de esa peste —. Por aquí.
Con cada paso que avanzaban el olor se volvía más penetrante, capaz de ocasionar unas horribles náuseas. Sunoo aguantó la respiración y siguió al castaño de cerca. Jimin ya estaba más habituado a ese tipo de pestilencia, aunque eso no lo hacía menos insoportable. No había señales claras del origen del olor. Ningún ruido, ninguna sombra fugaz. Pero ambos sabían que estaba cerca. Demasiado cerca. Quizás durmiendo en algún rincón invisible.
El corredor cada vez perdía más iluminación quedando en la inquietante penumbra hasta que todos los locales quedaron completamente a oscuras.
—Tenemos que volver a la camioneta, este lugar no es seguro — dijo Jimin en voz baja, deteniéndose en seco. Alzó la mano e hizo una señal silenciosa para abortar la misión. No valía la pena. La comida no importaba si al final terminaban muriendo en el acto de conseguirla.
Pero algo no cuadraba.
Sunoo no respondió. No se movió. Ni siquiera asintió a la orden.
—¿Qué tienes?
Jimin giró la cabeza. El adolescente estaba congelado en su sitio, pálido como el yeso, la mirada clavada en el suelo frente a él. Sus ojos, bien abiertos, se negaban a parpadear.
Luego, lentamente... los alzó hacia el corredor oscuro.
—¿Dónde... dónde está Byron, hyung? —la voz de Sunoo tembló, pero bastó para encender la alarma en la mente de Jimin.
El castaño se giró de inmediato, con los ojos recorriendo frenéticamente cada rincón del pasillo.
Vacío.
No estaba.
Hacía solo unos minutos caminaba junto a ellos, alerta como siempre, siguiendo sus órdenes. Pero Jimin estaba tan concentrado en revisar el local que no notó en qué momento exacto se alejó. No lo vio marcharse. No escuchó sus pasos. Simplemente... desapareció.
—No puede ser... —murmuró.
Jimin se obligó a no exteriorizar el pánico que lo estaba dominando. Sunoo era apenas un muchacho y esta era apenas su primera misión fuera del refugio, lo último que necesitaba era que se aleterase. Jimin respiró hondo, conteniendo la ansiedad que se le trepaba por la garganta, fría y áspera.
Byron jamás se alejaba a menos de que Jimin se lo ordenara. Entendía el contexto en el cual vivían, pues había nacido a principios del hecatombe. El perro no conocía otro mundo más que ese. Sabía todas las indicaciones, reglas y trucos de supervivencia, por suerte Jimin lo había entrenado bien. Era mucho más inteligente que algunos sobrevivientes.
—Creo que se fue por ahí... — dijo Sunoo, señalando con el dedo hacia el pasillo oscuro. Jimin no necesitaba mirar. Sabía a cuál se refería. El mismo que habían evitado instintivamente.
Tragó saliva. Sentía el sudor helado bajándole por la nuca.
—Byron... —lo llamó con un susurro tembloroso, mientras sus ojos se clavaban en la penumbra espesa del corredor.
Lo único que recibió a cambio fue silencio.
Solo podía ver la tenue luz al final del corredor, como una inminente invitación al paraíso.
Jimin suspiró.
No lo pensó demasiado. Apretó los dientes y cruzó el umbral, introduciéndose cada vez más en ese ruinoso centro comercial que gritaba peligro en cada rincón. Podía ser un camino sin regreso, pero realmente no le importaba. Más que la posibilidad de morir, tenía más miedo de dejar a Byron atrás.
De pronto, el hambre, la fatiga, la razón misma, quedaron en segundo plano. Aunque tuviera que revisar tienda por tienda, estante por estante, no pararía hasta encontrarlo.
"¿Por qué te importa tanto un animal? No es más que eso", recordaba, con amargura, las palabras de algunos compañeros de camino.
Ellos no lo entendían.
Los demás sobrevivientes no entendían lo que era abrir los ojos cada mañana en un mundo destruido y aferrarse a una sola razón para seguir adelante. Para Jimin, esa razón tenía cuatro patas, una mirada leal y un corazón más puro que el de cualquier ser humano. Todos encontraron algo a lo que aferrarse: una persona, una misión. Jimin eligió a Byron.
Simplemente no comprendían el hecho de que ese animal era la última cosa importante que le quedaba en la tierra, y Jimin no estaba dispuesto a perderlo. Byron era prácticamente todo para Jimin. Era su hogar.
Sudando hasta en las partes más recónditas de su cuerpo, Jimin se adentró en el corredor, quedando atrapado en la negrura absoluta. La corriente de aire soplaba más fuerte por ahí y el olor a putrefacto se volvió más escandaloso, tanto que parecía querer pudrirle los pulmones.
Cada paso era un desafío, una prueba. No podían estar más vulnerables, prácticamente ciegos en medio del abismo. También estaban demasiado expuestos. Podrían ser rodeados, emboscados, tacleados y descuartizados sin siquiera tener tiempo de gritar.
Jimin tragó saliva con dificultad al notar, entre sombras, varias figuras humanoides en el interior de las tiendas vacías. Quiso creer que eran maniquíes. Se aferró a esa idea para no enloquecer. Pero había algo malo en ellos... porque los maniquíes no tienen mechones de cabello flotando con la brisa. Los maniquíes no se balancean suavemente, como si estuvieran vivos, medio vivos. Los maniquíes no hacen sonidos con la boca.
El castaño guardó la calma y avanzó lentamente, huella por huella, hacia el final del pasillo oscuro. Sunoo lo siguió de cerca, guardando la calma probablemente porque aún no descifraba a los entes malignos que estaban dormidos alrededor de ellos.
La clave infalible era no despertarlos.
Gracias a su sigilo impecable, lograron avanzar sin ser detectados hasta el final del pasillo, donde, por fin, la luz volvió a hacerse presente. Pero lo que debía ofrecer consuelo, solo encendió el pánico en el pecho de Jimin.
El camino se abría en forma de estrella, ramificándose en múltiples direcciones, cada una tan incierta como la anterior. Cualquiera de ellas podía haber sido la que Byron tomó. Para colmo, allí mismo estaban también las escaleras que había estado buscando desde el inicio, una broma de mal gusto que solo complicaba más el nulo rastro de su mascota
Jimin elevó la vista hacia el segundo nivel. Más tiendas vacías, más vitrinas rotas. Todo parecía desértico, pero eso no significaba seguridad. No con el techo destruido dejando entrar los rayos del sol de forma directa, iluminando justo esa parte del centro comercial. No con la certeza de que los enfermos podían estar entre los escombros, esperando el mínimo ruido para lanzarse.
Gracias a eso, Jimin se dio cuenta que el ocaso estaba a poco tiempo de suceder, robándole minutos antes de que la oscuridad reclamara por completo aquel lugar.
No podía arriesgarse.
O mejor dicho, no podía arriesgar a Sunoo.
—De acuerdo — Jimin se giró al joven —. Tienes que volver a la camioneta. Buscaré a Byron y también las provisiones, sino vuelvo en treinta minutos cuando se haya puesto el sol, enciendes la camioneta y te largas al refugio sin importar que no haya vuelto.
—¿Qué? — Sunoo se alteró enseguida —. P-pero no volveré sin usted.
—No hay pero que valga ahora — interrumpió el mayor —. Mantente a salvo y explícale a los demás lo que ocurrió. Diles que lamento no haber cumplido mi promesa de volver — Sunoo hizo un puchero con sus labios, negándose a obedecer y Jimin le acarició su mejilla regordeta —. Tienes que irte.
—Pero no quiero irme, quiero quedarme con usted hasta el final. Llegamos juntos, nos iremos juntos — respondió Sunoo decidido y el contrario sacudió la cabeza, dandole una mirada desaprobatoria.
—No importa lo que tú quieras. Te he dicho que regreses a la camioneta. Es una orden; regresa ahora mismo — sentenció, manteniendo su tono de voz bajo, pero contundente.
—¿Por qué nunca pueden confiar en mí? — Sunoo lo miró indignado mientras fruncía el ceño —. Soy capaz de hacer esto, ¿de acuerdo? ¿Acaso no me he estado preparando para este tipo de situaciones?
—Te he preparado para que te salves a ti mismo y no dependas de nadie cuando ya no esté contigo — aclaró exasperado y jadeante, pero tratando de mantener su volumen y frustración a raya.
—Y se lo agradezco, pero no soy un crío y tengo el derecho de decir por mi mismo — dijo él —. Por eso vine a este viaje, ¿lo recuerda? No lo abandonaré a la primer señal de problemas. No soy un cobarde.
—No se trata de ser valiente o no. Esto no es una prueba de valor — le respondió el mayor perdiendo la paciencia.
—Tal vez... pero es algo que quiero hacer y no podrá detenerme, hyung — concluyó obstinado, haciendo desesperar a Jimin que apretó los labios con fuerza para evitar vociferar un sin fin de regaños —. Recuerde la regla número dos, hyung — agregó Sunoo con autosuficiencia.
—No uses mis propias palabras contra mí, carajo — Jimin respiró profundamente para reprimir sus inmensas ganas de gritarle que se largara de allí y se pusiera a salvo.
Esto no era un juego. Sus vidas estaban en riesgo y el adolescente no parecía entenderlo completamente. La juventud lo hacía pensar que era pan comido. Demonios. Esto definitivamente no estaba saliendo como lo había planeado, sin embargo, Jimin sabía que debía mantenerse enfocado en el verdadero problema y no alterarse. No era momento para discusiones que generaran ruido.
—Atrás de mí; mantén los ojos bien abiertos y no hagas ruido — finalmente le demandó y Sunoo no ocultó una sonrisa victoriosa.
Jimin maldijo entre dientes, diciéndose que era una pésima idea dejarlo ir. Pero ya no tenía remedio y debía confiar en él.
Subieron por las escaleras fuera de servicio rumbo a la siguiente planta y a simple vista parecía estar fuera de cualquier peligro. No había nadie. Ni un maldito fantasma. Algunos focos parpadeaban y el camino estaba lleno de basura, incluso... zapatos, lo que provocó que Jimin sostuviera su arma con más fuerza y avivara sus cinco sentidos.
Un ligero silbido salió de sus carnosos labios en llamado de emergencia. Seguía sin haber señales del perro, lo que ocasionó que su corazón latiera frenético de la preocupación. Byron estaba condicionado a ir hacia él al sonido del silbido, pero no estaba allí y en ese momento Jimin entendió que algo no precisamente bueno había sucedido.
Mientras su mente paranoica comenzaba a maquinar todo tipo de escenarios fatales, se detuvo en seco cuando sus ojos se encontraron con un charco de sangre mezclado con viseras, trazando un camino hacia un lugar todavía más recóndito. No.
Jimin sacudió la cabeza, negando cualquier pensamiento malo aunque su respiración se hizo más agitada y caminó más rápido, siguiendo el charco de sangre que lo guiaba a un cadáver reciente a juzgar por la frescura de los restos. Sus manos que sostenían el arma comenzaron a temblar exageradamente, haciendo imposible enfocar un objetivo y cuando Jimin pensó que no podía sentirse más aterrorizado un chirrido escalofriante se levantó por las paredes del centro comercial, llegando hasta los más profundos rincones.
Ambos se sobresaltaron y por inercia, se giraron rápidamente hacia sus espaldas, apuntando con las pistolas al corredor completamente desolado.
Sunoo inevitablemente comenzó a titiritear y recortó la distancia entre ellos mientras que Jimin tragó saliva con dificultad. Intentó no ser presa fácil del pánico, sin embargo, un segundo chirrido junto con un aullido balbuceante se escuchó mucho más cercano de lo esperado e instantáneamente regresaron la mirada al frente para encontrarse cara a cara con su peor pesadilla.
A unos cuantos locales un engendro salió caminando lentamente de una tienda.
Usando unos reflejos bárbaros, Jimin empujó a Sunoo al interior de un pequeño local de manualidades antes de que el muerto viviente se diera cuenta de que estaban ahí y se escondieron detrás de unos estantes con las respiraciones agitadas.
Jimin recargo su espalda contra la pared mientras revisaba el cartucho de su pistola.
—¿Cuántos son? — preguntó el menor, agachándose y sosteniendo su pistola con fuerza.
—Uno — contestó mientras se asomaba por una rendijilla del ventanal.
No había nadie más que el cuerpo putrefacto que caminaba dando pasos errantes, lanzando mordidas al aire y babeando alquitrán en medio de la acción visualmente repugnante.
—Quédate aquí, usaré la navaja para no generar ruido y después...
De pronto, los ojos de Jimin se abrieron de par en par, como si el horror pudiera entrar por ellos. Se quedó inmóvil, paralizado frente a la ventana, incapaz de procesar lo que estaba viendo. Una oleada helada le recorrió la espalda mientras sus labios temblaban y las lágrimas comenzaban a nublarle la vista.
Retrocedió un paso, luego otro, tropezando.
—N-no... por favor, eso no es cierto — balbuceó con un hilo de voz, llevándose las manos a la cabeza, como si intentara contener algo que estaba a punto de estallar.
—¿Qué? ¿Qué pasa? — preguntó Sunoo asustado al ver la expresión atormentada en el rostro de Jimin.
—Él... él está...
Las palabras se le atoraban en la garganta. Jimin no podía decirlo. No podía admitirlo.
—¿Esta qué? ¡¿Qué?! — insistió Sunoo, desesperado, acercándose a Jimin.
Al ver que Jimin no era capaz de formular una respuesta, Sunoo se acercó a la ventana para verlo por sí mismo.
Sunoo se dio cuenta que el engendro estaba masticando algo entre sus dientes; tenía el rostro lleno de sangre rojiza, la cual claramente no era de él y llevaba algo negro parecido a un pedazo de pelaje en su puño cerrado del cual estaba comiendo.
—No, no puede ser de él, solamente se separó un momento de nosotros. No hubo ruido... Byron nos hubiera llamado. Esto... debe... él debe estar cerca de aquí, e-estoy seguro — dijo desconcertado y aterrorizado al ver semejante escena atroz por la rendija.
Pero Jimin negó violentamente con la cabeza, sabiendo que no podía negar el horripilante hecho que estaba justo delante de sus narices. No habían visto a nadie durante los últimos meses. Su grupo era aparentemente el último. Ya no había nada vivo, no había humanos y tampoco animales.
Esos restos solo podía ser de alguien...
Jimin soltó un gruñido que nació de lo más profundo de su ser y empuñó su arma mientras sus emociones estallaban atómicamente. Cegado por el dolor y la rabia que lastimaba en lo más íntimo de su alma, abandonó su escondite. Sunoo trató de detenerlo por el brazo, pero fue completamente en vano, pues Jimin salió de la tienda de igual manera.
Se dirigió con determinación al muerto, quien ya se había percatado de su presencia y corrió enloquecido hacia él, gritando con toda la disposición de devorarlo como a su mascota. Aunque no hubo tiempo para aquello, ya que Jimin no vaciló ni por un segundo y le disparó directamente a la cabeza, volandole el poco cerebro que le quedaba.
El engendro se desplomó sobre el suelo mientras el sonido del disparo se propagó por todo el centro comercial.
—¡Ah, maldito hijo de puta! — le gritó al cadáver enteramente muerto, mientras las abundantes lágrimas bajaron por sus mejillas representando cascadas de dolor y se dejo caer de rodillas al suelo destrozado, interiormente hecho añicos.
Park Jimin acababa de perder al último ser en el mundo que le daba fuerzas para seguir de pie. La única razón que lo detenía de no volarse la cabeza a sí mismo, de no tirarse de la azotea de un decimoctavo piso, de no arrojarse a una multitud de engendros para que se lo comieran vivo de una vez. Su último rayito de luz se había apagado, ya no veía luz en el camino, pues este había llegado a su fin.
Perdió al último ser que amaba y Jimin había prometido que el día en que Byron se fuera, él lo haría también. Ya no había motivo para continuar en la batalla. Todo se había acabado. ¿Para que seguir viviendo ese suplicio sino hay un propósito, una buena razón para continuar o al menos alguien a quien amar, cuidar y aferrarse con desesperación desmedida?
El infierno se había desatado alrededor de Jimin pero ni siquiera le importaba. El silencio se fue al demonio después del disparo. Los gruñidos balbuceantes provenientes de todos lados no tardaron en hacerse presentes. En la planta baja apareció desde las tinieblas un grupo de al menos diez engendros, quienes salieron corriendo por los diferentes pasillos en dirección a las escaleras eléctricas, en la cual se aglomeraron.
—¡Corra! — Sunoo llegó hasta Jimin para jalarlo por el brazo, pero el hombre parecía ido de esa dimensión. No se movía ni reaccionaba a nada a pesar de observar lo que sucedía en su entorno. Sunoo lo zarandeó —. ¡Corra, hyung! ¡Necesito que corra! ¡Reaccione, por favor! — gritó impotente al ver la mirada nublada y doliente del castaño.
Cuando se dio cuenta que era inútil, el menor no agotó más tiempo y levantó a Jimin del suelo con mucha dificultad, pasándole un brazo por encima de sus hombros y sosteniéndolo de la cintura. Aunque Jimin fuese bastante esbelto por la falta de comida, Sunoo no estaba en condiciones muy diferentes, y apenas podían avanzar con él.
—No lo voy a dejar, ¿recuerda? Si usted muere yo también porque no pienso abandonarlo aquí — le decía Sunoo con los ojos llorosos, pero el sonido de su voz pesada se perdía con los aullidos cada vez más cercanos a sus espaldas. Jimin seguía desorientado mientras las lágrimas abundantes seguían cayendo por su dolor interior que esperaba la conclusión de todo—. No puede rendirse porque todavía lo necesito conmigo. ¡Yo solamente lo tengo a usted! ¡Yo no puedo vivir sin usted, Jimin! — gritó con voz tan débil y sentimental.
Entonces, con esas palabras acendradas Jimin pareció reaccionar, volvió en si, pues comenzó a caminar por si solo y después a correr torpemente. No tenía fuerzas para seguir, pero lo haría por Sunoo. No podía permitir que falleciera. A diferencia suya, el jovencito si tenía muchas ganas de vivir; lo sabía por las pláticas que tenían donde le contaba las cosas que haría cuando el mundo mejorará. Él aún tenía esperanza de eso.
Jimin se limpió las lágrimas que le impedían observar el panorama con claridad mientras corrían por el corredor y se giraban a sus espaldas para derribar a varios engendros, quienes corrían desesperados y jadeantes, con la baba negra saliendo por sus bocas al igual que leones hambrientos persiguiendo a sus presas.
Giraron en curva, encontrándose con muchos corredores posibles. Jimin no sabía en dónde mierda estaban ni tampoco a dónde mierda se dirigían. Todo se veía exactamente igual. Cada movimiento y decisión era de vida o muerte, no había tiempo para pensar demasiado, así que eligió el corredor de la derecha.
Mala decisión.
—¡No! ¡Regresa, ahora! ¡Regresa!
Jimin se giró sobre sus talones casi cayendo al suelo cuando vio que en el corredor de la derecha había aparecido otro grupo de engendros hambrientos. Eran igual a un nido de cucarachas, salían y salían sin detenerse.
—¡Por las escaleras! ¡Rápido!
El más joven subió desesperadamente por las escaleras, disparando al tumulto de engendros que venían detrás del castaño. La escena era verdaderamente espantosa, se empujaban entre ellos de forma salvaje y jadeaban en un grito pidiendo por comida. La sangre oscura, carne podrida y un desagradable olor capaz de marearte, era lo que describía la escena. Una pesadilla real.
Llegaron a la tercera planta. El campo parecía libre de bestias, sin embargo, debían volver al primer nivel donde se hallaba la salida del centro comercial. Jimin se encorvó por el barandal para ver hacia abajo. Era demasiada altura. No tenían maldito elevador.
—¡Por aquí! — indicó entonces, señalando las escaleras descompuestas del otro lado de la redonda. Literalmente no había peldaños pero no los necesitaban. Se subió a la recargadera metálica de dichas escaleras dispuesto a lanzarse por ahí —. ¡Vamos!
—¡¿Qué?! ¡Espere, hyung!
Fue lo único que pudo decir Sunoo antes de que el castaño sin pensarlo en lo absoluto y reconsiderará las grandes posibilidades de romperse un hueso importante, se deslizara osadamente cuesta abajo. Jimin se deslizó a una tremenda rapidez y en el final de la resbaladilla terminó dándose un sentón en el suelo, pero ni siquiera tuvo dolor gracias a la adrenalina corriendo por sus venas.
—¡Baja ahora, Sunoo! — le gritó Jimin recomponiéndose desde la primera planta.
—¡No puedo!
Sunoo sacudió la cabeza, espantado. Estaba demasiado alto.
—¡Si puedes, venga! — Jimin vio horrorizado como los muertos vivientes estaban por alcanzar al adolescente aterrado que seguía allá arriba y no podía ayudarlo de ningún modo —. ¡Arrojate ahora!
—¡Mierda! —gritó aquel sin ver a sus espaldas.
Los gemidos ahogados estaban justo a espaldas de Sunoo. Uno de los engendros por poco consiguió atraparlo por el gorro de su sudadera cuando por fin decidió lanzarse. No obstante, lo hizo demasiado tarde. Sunoo se desvió a mitad del camino y salió expedido por los aires hasta aterrizar en una vitrina de joyería que estaba cerca. El tremendo alarido que soltó cuando azotó contra ella superó cualquier sonido emitido por los muertos.
—¡Sunoo! — exclamó Jimin cuando el adolescente tardó en ponerse de pie.
Los errantes se tiraron un segundo después del joven, atravesando los barandales de vidrio o simplemente se dejaban caer por las escaleras, creando una lluvia de cuerpos que terminaban con los huesos hechos añicos. En medio del desastre, con los muertos cayendo a su alrededor, Sunoo comenzó a bramar del dolor y a pesar de estar desesperado por escapar de allí, era incapaz de ponerse de pie entre los cristales filosos, por lo que volvía a caer al piso en donde una línea de sangre comenzó a brotar de su pierna.
—¡Sunoo! ¡¿Estás bien?! — le gritó Jimin.
—Mi... Mi pierna... — dijo con voz temblorosa.
—¡Resiste!
Jimin no pudo ir hacia el chico porque estaban en el ojo de la tormenta. El caos reinaba a su alrededor. Llegaban demasiados engendros por todas direcciones. No había escapatoria. Trató de disparar, pero las municiones se habían agotado.
Entonces, Jimin tomó su bate de béisbol con tornillos que traía colgado en la espalda mientras Sunoo seguía desde el suelo con la pistola. Empezó a esquivar y golpear salvajemente a todo ente podrido que se le pusiera enfrente, gritando con rabia, aun sintiendo la agonía quemando en su pecho por su pérdida reciente.
Impactó la cabeza de un engendro con fuerza bruta, haciendo estallar sus sesos oscurecidos y repitió el mismo patrón de ataque con varios hasta que un errante con sobrepeso apareció de la nada, no obstante, sus movimientos lentos y bastante predecibles ayudaron a que Jimin le golpeara directamente en la cabeza, provocando que la sangre cuajada saliera volando por todas partes.
No obstante, su arma se quedó atascada en una parte del cráneo y Jimin comenzó a forcejear con el cuerpo inerte.
Cuando por fin consiguió sacarlo de ahí, el cadáver de una señora, a la cual le faltaba un ojo, impactó contra su cuerpo, haciéndole caer al suelo junto a ella. La engendra poseía una fuerza descomunal para ser un costal de huesos. Jimin la agarró por el cuello, intentando alejarla y así evitar las feroces mordidas que arrojaba a su rostro. Su saliva amarillenta y sangre grumosa le salpicaba en toda la cara. Jimin apretó los ojos con fuerza mientras giraba la cara hacía un costado, comenzando a gritar de la desesperación.
Sentía sus dientes rozar su mejilla.
Estando en el suelo con aquel cadaver encima suyo casi alcanzando a morder su rostro, Jimin vio su vida pasar frente a sus ojos. Recordó absolutamente todo, desde el delicioso aroma de la tarta de frutas que cocinaba su madre para la cena de navidad, volvió a escuchar la peculiar risa de su hermano mayor, volvió aflorar el enfado al escuchar los regaños de su otro hermano mayor, sintió los lenguetazos de Byron en su rostro, inclusive sintió la sensación del mar tocando sus pies en sus vacaciones de secundaria...
Esos recuerdos eran felices.
Era la sensación que Jimin tanto había estado buscando.
Felicidad, amor, compañía...
Por ello, Jimin no se dio cuenta cuando llegaron unos ladridos graves más múltiples disparos al lugar.
El rottweiler llegó a toda velocidad a su posición, atacando ferozmente al engendro que estaba encima de Jimin, arrancándole con mucha facilidad el brazo ya muy podrido de aquella antes señora y sacudiendolo en el hocico con frenesí. Gracias a eso Jimin consiguió alejar al cuerpo maloliente de él e inesperadamente una bala le atravesó la cabeza, haciéndole caer completamente muerto encima suyo.
El castaño hizo una mueca y la empujó hacia un costado para limpiarse su cara cubierta con sangre, mientras volvía a tomar aire en sus pulmones debido a la conmoción del momento traumático.
Intentó recomponerse en la situación con pesadez cuando unas botas negras se detuvieron a su costado.
Alzó su mirada desconcertada a la persona que le había salvado la vida, encontrándose con el agujero de una pistola BXP justo delante de sus narices. Jimin temblo en consecuencia y después, sus ojos avellanas se encontraron con los color miel de un hombre joven cuyo rostro estaba surcado con una profunda cicatriz que iniciaba en la ceja, cruzaba por el centro de su ojo hasta concluir en la mitad de su mejilla.
—¿Te mordieron? — interrogó severo el desconocido con el entrecejo fruncido.
[...]
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Si, si es Jeon Jungkook.
En los siguientes capítulos veremos como los personajes llegaron a este momento.
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