XVI
Advertencia:
Este capítulo tiene contenido violento y ligeramente sexual, si eres sensible a estos temas, ignora este capítulo.
El jardín trasero del Palacio Imperial desbordaba belleza por doquier; el pasto verde lleno de rocío y las flores de diversos colores parecían saludar el nuevo amanecer. Las aves con su silbido parecían brindar paz al ambiente, pero esa bella imagen se vio opacada por un enorme carruaje que se posaba en medio de ese bello jardín.
Varias criadas y varios ağas hacían dos filas sobre el camino empedrado, en espera de que su sultana pelirroja llegará lista para irse de Estambul.
Todos conocían la situación y todos creían firmemente en la inocencia de Safiye Sultán, pero nadie podía ir en contra de su majestad. Y si se atrevían a hacerlo, su cabeza saldría rodando del palacio.
—¡Devletlû İsmetlu Safiye Haseki Sultân Aliyyetü'ş-Şân Hazretleri! —La sultana venía a paso rápido, con su rostro pintado de varias emociones que iban desde el enojo hasta la tristeza. Nazperver Hatun le pisaba los talones y poco le importaba la vida que crecía dentro de ella.
—Espere sultana —dijo la Hatun, tratando de recuperar un poco de aire.
—Deberías estar descansando en tus aposentos, no es bueno para el bebé que te agites de esta manera —respondió Safiye, acariciando el abultado vientre de su contraria.
—Lo se mi sultana, pero quería estar aquí con usted. —Nazperver tomó una de la manos de la pelirroja, para después besarla y llevarla a su frente.
Safiye sonrió, haciendo relucir aún más esos hermosos orbes verdes que heredó de su madre exiliada. Aunque los mismos también reflejaban tristeza y decepción, pues nunca creyó que su amado hombre la golpearía y la acusara de algo que nunca cometió, pero llegará el día en que lo haría pagar por todo.
Lale Hatun carraspeo y Safiye supo que el momento de irse había llegado. Por fin había llegado el momento de partir de Topkapi, el lugar que la vio nacer y crecer. Sin embargo, como la sultana se había prometido: haría pagar a los responsables de su exilio.
—Cuídate mucho Nazperver Hatun —susurró la sultana, dándole la espalda a su contraria y permitiendo que su criada le tendiera la mano para subir al carruaje de oro.
Una vez dentro del carruaje, una risa de bebé inundó el mismo.
Safiye Sultán sonrió y tomó entre sus brazos a su primogénito, un hermoso bebé de cabellos castaños y piel lechosa como la suya. Su Mehmet es lo más importante para ella, así como el futuro niño o niña que nacería dentro de poco.
Depositó un delicado beso en la frente del infante, y rió mentalmente pues ya se imaginaba la cara que Murad pondría cuando se diera cuenta que su primogénito no está en el Palacio Imperial.
«Los príncipes no pueden abandonar el Palacio Imperial, pero a mí nadie me puede negar. Yo soy la hija del Gran Sultán Süleyman, y aquel que me diga que no, su cabeza rodará sin piedad.»
Edirme, Septiembre 1575
El jardín del Palacio de Edirme brillaba por los colores de sus rosas y tulipanes y el ruido que producían los grillos aún podían escucharse a pesar de que el sol brillaba en lo alto del firmamento. En resumen, la vida de en Edirme era relativamente tranquila.
La gente del pueblo se sintió muy feliz de que su Haseki Sultán haya decidido vivir en la provincia, pues gracias a ella la seguridad aumento, así como los apoyos a madres viudas y la construcción de escuelas y hospitales se incremento exponencialmente.
De vez en cuando, algunas mujeres se atrevían ir personalmente al Palacio a pedir mínimamente la bendición de su sultana y así comenzar con éxito su día.
—Sultana Safiye. —Ömer Efendi se acercó como alma que lleva el diablo a la esposa del sultán.
—¡Por Alá Ömer Efendi! Parece que haz visto al diablo en persona —dijo Safiye Sultán, dando un salto de su asiento.
—Es peor que eso mi sultana —manifestó el anciano—. Lo que ha sucedido puede poner en jaque la reputación de familia real otomana.
—¡Déjate de rodeos Efendi! Dime qué sucede —exclamó la Haseki Sultán, con los nervios a flor de piel.
—¿Usted recuerda a Ayşe Sultán, la hija del Sultán Selim? —preguntó Ömer Efendi.
Safiye asintió.
—La pequeña sultana se fue una temporada a Amasya, junto a su hermana Ismihan Sultán —informó el anciano Efendi, quien tuvo que seguir con su relato al ver la mirada aburrida de la Haseki—. Y eso sería normal ya que son hermanas, pero...
—¿Pero qué? ¡Habla ya Efendi! —vociferó Safiye, agarrando su muy abultado vientre.
—Mi informante me ha dicho que la Sultana Ayşe ha sido agredida múltiples veces por el Gran Visir, Sokollu Mehmet Paşa —confesó Ömer Efendi, quien ya esperaba un gran alboroto de parte de su sultana.
Haseki Safiye Sultán dejo caer su copa con sharbat al suelo, totalmente anonada por lo que sus oídos acababan de escuchar. Jamás creyó que un hombre que parecía respetable, cometiera tal atrocidad en contra de un miembro de la dinastía otomana. Eso es un gran pecado, uno que se tenía que pagar con la muerte.
—¡Maldito bastardo! —Safiye aventó su mesa con comida, rasgo las cortinas de seda y con una navaja que saco de sus ropas, corto los cojines de plumas. Todo eso sin importarle la vida que crecía dentro de ella—. ¿¡Y qué has hecho al respecto Efendi!? —espetó la sultana, aventando su daga.
—He enviado a su mejor hombre, Halil Paşa, a interceptar el carruaje de las sultanas. Le encargue que el mismo debe traer a Edirme a la joven sultana, y que sus hombres deben llevar al calabozo a la traidora —aseguró Ömer Efendi, inflando el pecho con orgullo.
—Muy bien hecho Ömer, me gusta que actúen a la de ya. —Safiye Sultán palmeó ligeramente el hombro de su contrario—. Ahora quiero que vayas a buscar a Alaaddin Ağa, dile que quiero verlo de inmediato. Discutiremos el castigo de la maldita Ismihan.
Dicho esto, Safiye Sultán dio media vuelta y se dirigió rápidamente al interior del palacio. Tal parecía que por un momento se había olvidado que una vida se gestaba dentro de ella, ya que ni siquiera sintió el golpe que se dio en el vientre.
Halil Paşa llegó a Edirme con Ayşe Sultán en sus brazos; la muchacha se aferraba al hombre como si su vida dependiera de ello. Y no era para menos, pues mientras ella iba el carruaje, su hermana Ismihan le estaba realizando tocamientos que no quería que le hiciera.
La infancia es el reino en que los niños son felices sin límites. Ellos corren, ríen, lloran, pero sobretodo confían sin ni siquiera dudar. Sin embargo, existen aquellos que poco les importa el bienestar de los pequeños y arruinan ese reino que supone debe ser solo felicidad.
El Paşa entro al palacio como si de su casa se tratase y rápidamente se traslado a los aposentos designados a la sultana. Una vez que llegó a ellos, le dio instrucciones claras y precisas a las criadas que ahora se encargarían de la menor, pero cuando Halil dejo a Ayşe en su cama, la chica le pidió que no se fuera.
—No puedo hacerlo sultana, no es correcto que yo me quedé con usted a solas —argumentó Halil Paşa, tratando de safarse del agarré la niña.
—¡No quiero quedarme sola con ellas! ¡Me dan miedo! —Ayşe tapo sus oídos como si quisiera callar unos gritos—. Quédate por favor... —rogó la infante.
Halil suspiro y le pidió a las muchachas mover la puerta para hacerle creer a la infante que se habían ido. Posteriormente, se acercó a la cama de la sultana y se sentó a su lado sin hacer absolutamente nada.
Ayşe Sultán se cubrió toda con la sábana de seda y le pidió al hombre que le cantará una canción de cuna.
Halil se sorprendió ante la petición, pero aún así canto una melodía que su madre le había enseñado cuando era niño.
Mientras tanto, en las profundidades del Palacio de Edirme, los gritos de dolor de una mujer se escuchaban en cada rincón de los calabozos, así como también podían oírse las risas psicóticas de otras tantas personas.
Ismihan Sultán chillaba cuando el fierro al rojo vivo recorría su desnudo cuerpo y el dolor aumentaba cuando lo introducían en su parte íntima; sin embargo, eso no quedaba ahí. Varios hombres ataron sus pies y manos con unas cuerdas de cuero, para después tapar su fosas nasales evitandole así la entrada de aire a sus pulmones.
—Esto es solo el comienzo querida Ismihan, así que prepárate para lo que viene —susurró Safiye al oído de su cuñada, quien tembló de miedo.
Con una señal de sus manos, Safiye ordeno a los hombres iniciar con la tortura.
Sin ninguna piedad, lanzaron una cubeta llena de agua al rostro de la acusada quien trato de jalar aire a como de lugar, mas no lo logro. Y cubeta tras cubeta fueron cayendo, hasta lograr que Ismihan perdiera la conciencia.
—El espacio no es el suficiente sultana —dijo Alaaddin Ağa a la Haseki Sultán—, pero adaptamos lo que pudimos.
Safiye asintió y ordeno que dejarán caer, aún en su inconciencia, a Ismihan.
De manera inmediata, con cuerdas llenas de sangre de ladrones, ataron las manos de la sultana traidora y desde una altura considerablemente alta, la dejaron caer sin importarles el ruido que hacían los huesos al romperse. Y la dejaron caer una y otra y otra vez hasta que lograron despertarla.
Ismihan quiso gritar, pero el pañuelo en su boca se lo impidió. Así que solo dejaba caer lágrimas mientras el dolor aturdia su ya destrozado cuerpo.
—Mmm. —Ismihan trato de formular palabras apenas audibles.
—¿Qué dices maldita perra? Habla bien que no entiendo. —Safiye arranco con fuerza el pañuelo de la boda, provocando un alarido de dolor—. Ahora dime tus últimas palabras, zorra.
—Para, por favor —susurró Ismihan, en tono débil.
—¿Y eso no fue lo que te pidió tu hermana Ayşe? ¿No te rogó que pararás? Pero no, tú seguiste hasta destruirle la vida —farfulló Safiye, pasando el fierro ardiente por los pechos de su contraría.
—Solo quiero que pares ya... por favor, pagaré mis pecados... aquí en este mundo. —Ismihan trató tocar la mano de Safiye, pero la esposa del sultán enterró una daga en el pecho de su cuñada. Y agregó:— A la Doncella de Hierro, ¡ahora!
Y con cada paso que Ismihan daba, sentía que su mundo caía a pedazos. Quería escapar, irse muy lejos para nunca más ser encontrada, mas eso no era posible ahora. Debía pagar su pecado de la peor manera posible.
Ismihan gimoteo de dolor cuando sintió los pinchos oxidados atravesar su carne y tan solo atino a cerrar sus ojos pues de un sonoro golpe cerraron aquel cruel instrumento de tortura medieval.
—¿Qué haremos con el Gran Visir? —preguntó Ömer, limpiando de sus ropas la sangre de la otra sultana.
—Haremos que el mismo Sultán Murad lo ejecute, así que mantenlo vigilado —ordenó Safiye, acariciando su muy abultado vientre de siete meses.
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