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10 (editado)


La luna  derramaba su resplandor plateado a través del amplio ventanal, iluminando con su esencia divina aquella estancia. Poseidón yacía recostado, con la mirada alzada hacia el firmamento, en busca de la paz que se le escapaba entre los dedos, desafiado por la dificultad de entregarse al dulce sueño.

Con determinación, se alzó de entre las sábanas mullidas que lo abrazaban y se erguió, dispuesto a encaminarse hacia su santuario, el baño que albergaba una piscina termal.

Una vez allí, se despojó de sus ropas con elegancia y se sumergió en las aguas tibias que lo acogieron como un abrazo divino. El calor envolvió su cuerpo por completo, y en ese deleite absoluto, cerró los ojos, incapaz de contener un suspiro extasiado.

Las palabras de Zeus resonaban implacables en su mente, como un eco que no cesaba.

"¿Qué sientes por ella?"

Aquellas palabras eran las culpables de su insomnio, una letanía que se repetía sin tregua en los confines de sus pensamientos cada vez que intentaba entregarse al sueño.

En su interior, no podía negar que algo surgía en él hacia aquella joven, aunque dudaba que fuera amor en su forma más pura. Lo concebía más bien como una amistad, pues Laisha no le desagradaba en absoluto y percibía la felicidad que surgía en ella en su compañía.

Sin embargo, lo que verdaderamente le inquietaba era su hermano menor, Zeus, quien una y otra vez intentaba introducir a la humana en cualquier conversación. Se había obsesionado con ella de una manera poco saludable, sin razones aparentes, y Poseidón era consciente de que Zeus tramaría algo para deshacerse de ella.

No podía negar que la chica de ojos oscuros se había convertido en su única amiga, y por ello, no permitiría que nadie osara lastimarla.

Sus párpados se abrieron revelando la profundidad de sus ojos azules. La reunión para decidir el destino de los mortales se acercaba inexorablemente. En tiempos pasados, él habría votado sin dudarlo por su eliminación, pero ahora, tras haber conocido a Laisha, la incertidumbre comenzaba a apoderarse de su ser.

—Humana tonta— murmuró con ironía, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.

Últimamente, una nueva luz iluminaba su rostro con mayor frecuencia, una sonrisa que afloraba con naturalidad. Sin lugar a dudas, era un rasgo inusual en él.


Como de costumbre, la bulliciosa calle principal de la ciudad se encontraba abarrotada de gente, con los mercados abiertos y el constante ir y venir de transeúntes.

La joven de cabellos azabache se acercó a Airlia, su madre, quien cuidaba un puesto de variedades de alimentos. Con la cabeza ligeramente inclinada, la observó con curiosidad y preguntó:

—Madre, ¿te quedarás aquí todo el día?—

La mujer asintió en respuesta, y con evidente cansancio en su rostro, añadió:

—No te preocupes por mí, tu vete y descansa— las ojeras que se dibujaban bajo sus ojos confirmaban su agotamiento.

—Madre, déjame ayudarte, al menos en el mercado. Necesitas descansar— insistió Laisha una vez más, preocupada por el estado de su progenitora.

Como siempre, Airlia rechazó su ofrecimiento y Laisha se vio obligada a regresar a su hogar. Sin embargo, al llegar, se encontró con una sorpresa inesperada: alguien la esperaba afuera, pero no era la persona que esperaba.

—Disculpe, ¿necesita algo?— preguntó con desconfianza, acercándose al individuo que le daba la espalda.

Al escuchar su voz, el misterioso sujeto se dio la vuelta.

Laisha nunca antes había visto a aquel hombre. Tenía el cabello corto y oscuro, peinado hacia atrás, y lucía tatuajes en su rostro. Uno sobre su ojo izquierdo y otro debajo del ojo derecho.

—Entiendo esa mirada en tus ojos. No es algo común encontrarse con un completo desconocido en tu propio hogar—  habló con una sonrisa astuta, provocando un escalofrío que recorrió la espalda de Laisha.

—¿Quién eres?— preguntó directamente, sin rodeos. No quería ser grosera, pero su instinto le decía que aquel individuo no traía nada bueno.

-¿Oh, dónde se han ocultado mis modales? Soy Hermes, hijo de Zeus- se presentó con elegancia, realizando una reverencia apenas perceptible.

Laisha, dubitativa, respondió al saludo con una inclinación de cabeza, dejando entrever su desconcertada admiración.

-Permítame indagar, ¿qué razón trae a un ser divino hasta estos recónditos parajes?- lo observó con ojos inquisitivos.

Hermes quedó anonadado por la respuesta de la humana, pues no era común encontrarse con alguien que tuviera el privilegio de estar frente a un dios y, sin embargo, ella parecía comportarse como si estuviera ante una persona corriente.

Una sonrisa socarrona se dibujó en el rostro de Hermes.

-Mi presencia en el mundo humano carece de importancia, solo deambulaba por aquí y...- su voz se vio abruptamente interrumpida por una voz gélida y masculina.

-Hermes, ¿qué haces aquí?- Poseidón emergió detrás de Laisha, lanzándole una mirada cargada de desprecio al dios de cabellos negros.

Hermes quedó completamente desconcertado ante la inesperada llegada de su tío.

-Poseidón, qué sorpresa encontrarte por aquí- reverenció, mientras una sonrisa pícara se dibujaba en sus labios.

Laisha, ajena a la tensión que se desataba, permanecía en silencio, observando la escena con cautela.

-Lárgate ahora mismo, no deseo verte en estos lugares. Avisa a Zeus de que sus maquinaciones no tendrán éxito- Poseidón apretó con fuerza el mango de su tridente, y si las miradas pudieran matar, Hermes habría encontrado su fin en el mismísimo inframundo.

El dios mensajero no tuvo más opción que acatar la orden del soberano de los mares y se retiró de allí de inmediato, encaminándose directamente al palacio de Zeus.

-¿Qué diablos hacía él aquí?- La mirada de Laisha se encontró con la del dios mensajero, y ella negó en respuesta a la pregunta.

-No lo sé. Cuando llegué, lo encontré justo frente a la entrada de mi hogar. No confié en él, especialmente cuando afirmó ser hijo de Zeus - observó pensativa el suelo, sintiendo un inquietante presentimiento.

Poseidón colocó su mano sobre el hombro de Laisha, buscando transmitirle seguridad.

-Has hecho bien en desconfiar. No te preocupes por eso. Conmigo a tu lado, nadie te hará daño- intentó calmarla, percibiendo el miedo y la preocupación reflejados en sus ojos.

Laisha se reconfortó al escuchar las palabras de Poseidón y le regaló una sonrisa para transmitirle que estaría bien.

El dios del mar simplemente apartó la mirada con su característico rostro inexpresivo, mientras a lo lejos se divisaba el resplandor del mar.

-Quiero mostrarte un lugar- habló ella, colocándose frente a él y mirándolo con alegría -Bueno, si quieres... -añadió de forma tímida.

Poseidón asintió sin dudarlo ante las palabras de la joven. Sabía que ella era alguien tranquila, alguien que detestaba los lugares abarrotados de gente. Tenía la sensación de que el sitio al que ella quería llevarlo sería un lugar donde reinaba la paz.

Y eso no le disgustaba en absoluto.

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