Luego de unas horas, decidimos que era hora de volver a casa, tú conducías mientras yo miraba por la ventana. Había comenzado a llover hace un rato, de modo que observar las gotas chocar contra los vidrios del auto me entretenía de alguna manera.

Te detuviste en un alto, lanzándome una mirada rápida, yo te la devolví, regalándote una sonrisa también.

Te inclinaste y atrapaste mis labios en un beso que de a poco fue perdiendo la inocencia.

Me quité el cinturón mientras me dejaba llevar por la agradable sensación de tus suaves labios contra los míos, en un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba sobre tu regazo, moviendo mis caderas con suavidad contra tu miembro, que iba despertando con cada roce, cada caricia, y cada beso hambriento.

El intenso ruido de los cláxones de los demás automovilistas no se hizo esperar, chasqueaste la lengua y me hiciste a un lado, dejándome nuevamente en el asiento y pisaste el acelerador.

En menos de cinco minutos, habíamos llegado a mi apartamento. Si lo quisieras, podrías competir en una de aquellas carreras de coches y ganarías el primer lugar sin duda alguna.

Apagaste el motor y saliste del auto, rodeando para abrir mi puerta. Todo un caballero. ¿Quién diría que todo era una actuación?

En la calidez de mi apartamento, preparamos unas botanas, nos sentamos frente a la televisión y colocamos una película al azar.

La película se reproducía, pero yo sabía que esta noche no íbamos a verla.

Me besaste, tenías el poder de volverme loco sólo con un beso, con una caricia.

Tus labios, eran una droga para mí, y yo era adicto a aquella calidez que me transmitían, eran una droga de las que nunca te cansabas ni podías dejar de probar, por mucho daño que provocaran.

Kim Taehyung, me tenías tan ridículamente enamorado que incluso de dí todo de mí para demostrarlo, mi sangre, mi sudor, mi corazón y mis lágrimas, ¿por qué no te importó?

Tenías mi corazón en tus manos, y lo rompiste en mil pedacitos a la primera oportunidad que se te presentó.